11
El viernes por la mañana, el oficial Huang aparcó su coche a la sombra cerca de la entrada del centro, bajó la ventanilla y esperó. Según el plan que Chen le había explicado, la primera persona a la que interrogarían aquella mañana sería a Mi, la secretaria de Liu en la empresa química.
La propuesta de Chen no sorprendió demasiado a Huang, quien ya había hablado con Mi antes de que el inspector jefe se involucrara en el caso. El joven agente se encendió un cigarrillo, intentando adivinar qué enfoque adoptaría Chen.
A la hora prevista Chen apareció en la puerta de entrada, donde un guarda de seguridad de avanzada edad se apresuró a saludarlo con tono obsequioso. Huang salió de su Shanghai Dazhong, que, como especificó Chen, no parecía en absoluto un coche policial.
—Gracias, Huang —dijo Chen, y se deslizó en el asiento del copiloto—. Antes de que vayamos a ver a Mi, quiero echarle un vistazo al despacho particular de Liu.
Huang aceptó la sugerencia al vuelo. Pese a que su brigada todavía no había acabado de inspeccionar el escenario del crimen y el laboratorio aún tenía que procesar varios informes, Seguridad Interna se había inmiscuido y los había forzado a aceptar una conclusión que les dejaba muy poco margen de maniobra. Al ser el miembro más joven de la brigada, Huang tenía muy claro que no debía protestar cuando otros miembros, de mayor edad y con mucha más experiencia que él, preferían mantener la boca cerrada.
Sin embargo, no le sería difícil enseñarle a Chen el piso de Liu, que ahora no estaba sometido a vigilancia. Habían hablado acerca de las fotos del escenario del crimen, pero sería muy útil que Chen pudiera verlo en persona. En los relatos de Sherlock Holmes, el detective siempre acababa encontrando en el escenario del crimen algo importante que otros habían pasado por alto.
—No hay ningún problema —dijo Huang—. Lo hemos examinado a fondo, pero usted debería echarle un vistazo, desde luego.
Los dos policías tardaron menos de diez minutos en llegar al complejo de viviendas, situado cerca de la parte posterior de la empresa química. Como cabía esperar, no se veía a ningún policía haciendo guardia cerca del complejo, y ningún vecino caminaba por la zona.
—Es un complejo relativamente nuevo y aún no está ocupado del todo —comentó Huang. A continuación le mostró su placa al guarda de seguridad que esperaba tan tieso como una caña de bambú bajo el arco blanco de la entrada—. Han construido muchos edificios de viviendas en los últimos años, pero como los precios no dejan de aumentar, muy poca gente puede permitirse uno de los pisos nuevos.
—Pero a Liu le asignaron el suyo gratis, además de su casa, que es muy grande —observó Chen.
El edificio en cuestión tenía seis plantas y estaba pintado de rosa. Parecía muy nuevo e impresionante a la luz del día. Chen y Huang subieron hasta la tercera planta sin ver a nadie.
El piso de Liu tenía tres habitaciones. Huang abrió la puerta con una llave maestra y entraron en un recibidor con suelo de madera noble que conducía a un salón y a un comedor abierto que daba a una cocina americana. En el otro extremo del salón se encontraban las tres habitaciones. Una de ellas estaba destinada a los invitados, mientras que la otra era el despacho en el que asesinaron a Liu.
Chen inspeccionó los dormitorios antes de volver al despacho, que estaba amueblado de manera funcional. Sobre el escritorio de roble en forma de ele situado frente a la puerta había un ordenador con una gran pantalla, una impresora y un teléfono con fax incorporado. Había un par de sillas colocadas contra la pared cerca de un rincón, junto a una estantería a medida llena de libros y revistas. Un televisor de pantalla plana colgaba de la pared de enfrente.
—Las personas que viven en estos bloques de pisos nuevos no se relacionan demasiado. Era el caso de Liu: sólo venía aquí una o dos veces por semana, y normalmente al anochecer. Aquella noche en particular, ningún vecino lo vio ni oyó ruidos procedentes de su piso. Pero, con la puerta cerrada, la gente apenas puede oír lo que pasa en el exterior. Según un vecino de la cuarta planta, una mujer joven bajó por las escaleras hacia las nueve, aunque como había poca luz no pudo verla bien. Es posible que la joven hubiera venido a visitar a cualquier otra persona que viviera en el edificio.
—Sí, podría haber bajado desde la quinta o la sexta planta —comentó Chen mientras cogía de la estantería una fotografía enmarcada. En ella, Liu y un hombre joven posaban de pie frente a esa misma estantería del despacho. Liu era un hombre robusto de estatura media, ojos separados de mirada penetrante y frente surcada de profundas arrugas, mientras que el joven era larguirucho, de expresión pensativa y rasgos delicados.
—El chico es su hijo, Wenliang —explicó Huang—. Estuvo haciendo prácticas en la empresa el verano pasado.
Tras devolver la fotografía a la estantería, Chen se puso a examinar los libros. Constituían una mezcla curiosa, en la que había varias revistas de moda.
—¿Liu leía revistas de moda?
—Bueno, Mi venía al piso de vez en cuando —respondió Huang.
Chen asintió con la cabeza, y entonces dijo:
—Detálleme de nuevo todo lo que le parezca raro sobre el escenario del crimen.
—No hay indicios de que hayan forzado la puerta, ni de que se haya producido ningún forcejeo. El asesino era alguien a quien Liu conocía bien, y probablemente lo agredió por sorpresa. El guarda de seguridad no registró ninguna visita para Liu aquella noche, así que es posible que se tratara de alguien que vivía en el complejo, o incluso en el mismo edificio.
—Pero, como usted dijo, Liu no se relacionaba con sus vecinos —apuntó Chen—. Eso no descarta que el asesino sea uno de ellos, claro. Pero ¿cuál sería el móvil?
—Se me ocurre otra posible hipótesis. Alguien que conociera el complejo podría haber entrado sin que el guarda de seguridad registrara su llegada. Puede que el guarda sea inflexible con los visitantes apocados, pero no intentaría impedirle el paso a un Bolsillos Llenos que irrumpiera en el recinto exhibiendo una gran confianza en sí mismo.
—O que viajara en un coche lujoso —añadió Chen, como si él mismo lo hubiera hecho antes—. ¿Lleva encima las fotos del escenario del crimen?
—Sí —respondió Huang, y sacó una carpeta con fotografías—. Ya las ha visto todas.
El inspector jefe colocó algunas fotografías sobre el escritorio, las examinó detenidamente y luego recorrió la habitación con la mirada un par de veces.
Tras enfrascarse en el estudio comparativo durante unos diez minutos, Chen fue al salón, pero no permaneció allí demasiado tiempo antes de volver al despacho. Huang lo seguía sin interrumpirlo, cuaderno en mano.
—¿Han movido algo de sitio?
—No, desde luego que no. Nadie, ni siquiera la señora Liu, ha estado aquí, no desde que la trajeron para que comprobara lo que había en el piso. Salvo los objetos que fueron metidos en bolsas y llevados al laboratorio para someterlos a pruebas, claro.
—¿Lleva la lista encima?
—Sí, aquí está.
Chen la revisó con cuidado, y a continuación la depositó sobre el escritorio y se frotó la barbilla con un dedo.
—A ver, déjeme hacerle una pregunta. ¿Dónde cree que el anfitrión recibía normalmente a sus invitados?
—En el salón, por supuesto. Pero eso también lo pensamos. Puede que Liu hubiera entrado en el despacho para coger un documento o cualquier otra cosa.
—En ese caso habría entrado primero en la habitación y el asesino lo habría seguido.
Chen interrumpió su explicación. Al parecer, le costaba visualizar al asesino golpeando a Liu por detrás.
—¿Qué le parece la posición de las otras sillas del despacho? —siguió diciendo Chen mientras se sentaba en la silla giratoria colocada frente al escritorio—. Nadie las ha movido, ¿no?
—No. Pero ¿a qué se refiere?
—No tiene sentido. Si Liu hubiera estado sentado aquí, como yo ahora, el asesino habría estado sentado frente a él. Entonces, ¿qué hacen las otras sillas en el rincón?
—Buena observación —dijo Huang, y la anotó en su cuaderno.
—Si hubiera estado hablando con alguien situado frente a él que de pronto se le echó encima violentamente…
—Entonces —preguntó Huang, moviendo la cabeza a uno y otro lado—, ¿cómo puede ser que no haya indicios de lucha?
—Exacto.
—Pero ¿qué hay de la posibilidad de que Liu le estuviera enseñando al visitante un archivo en el ordenador, quizás un documento sobre los intentos de combatir la contaminación, y entonces el visitante lo golpeara por detrás? Es una hipótesis que les sugerí a mis compañeros.
—En las fotos, el ordenador está apagado. —Chen alcanzó una de las fotografías—. Así que, según su hipótesis, tendrían que haber golpeado a Liu justo cuando estuviera a punto de encender el ordenador.
Huang se percató de que el inspector jefe no estaba demasiado convencido. De hecho, tampoco lo estaba el propio Huang.
—Bien pensado. Anotaré su sugerencia —dijo Huang, y volvió a abrir el cuaderno.
—En las fotografías no se veían vasos ni tazas sobre el escritorio del despacho. Ni en el salón. Tampoco aparecían en la lista de objetos llevados al laboratorio. Sería lógico que un hombre que trabajaba hasta tan tarde tuviera una taza de café o de té sobre el escritorio.
—Es cierto.
—Y hay algo más. La hora estimada de la muerte es entre las nueve y media y las diez y media de la noche. Muy tarde para que llegue una visita, como sugiere la hipótesis de Seguridad Interna. Quizá Liu y el visitante ya llevaban una hora o más hablando y discutiendo. Pero, de ser así, ¿dónde discutían? En el despacho seguro que no. Eso nos devuelve a su hipótesis, Huang: que abandonaron el salón y entraron en el despacho. Pero, entonces, ¿por qué no había una taza de té en el despacho para el invitado?
—O al menos una taza de agua —sugirió Huang, rascándose la cabeza.
—Fíjese en la estantería: hay un surtido impresionante de latas de té Puer, un té carísimo de Yunnan…
Chen dejó la frase a medias y comenzó a examinar una hilera de resplandecientes estatuillas doradas, alineadas sobre el estante superior. A continuación cogió la estatuilla de un obrero alto y musculoso que levantaba un reluciente globo terráqueo. El obrero estaba de pie sobre un pedestal de mármol macizo. La estatuilla llevaba una inscripción: EN RECONOCIMIENTO AL EXTRAORDINARIO AUMENTO EN LA PRODUCCIÓN Y LOS BENEFICIOS ALCANZADO POR LA EMPRESA QUÍMICA NÚMERO UNO DE WUXI DURANTE EL AÑO 1995. OTORGADO POR EL CONGRESO DEL PUEBLO DE WUXI. Las estatuillas eran idénticas en cuanto a diseño, tamaño e inscripción. Sólo variaba el año en que las habían concedido.
—Bajo el liderazgo de Liu, la empresa química ganó ese premio tan prestigioso nueve años seguidos —observó Chen.
—¡Caramba! Y además están bañadas en oro —dijo Huang y se hizo con una. Era muy pesada—. Una estatuilla como ésta podría ser muy cara.
—Tomemos algunas fotos más —indicó Chen—. Las estudiaré con más detenimiento cuando vuelva al centro. —Sacó una cámara que había traído consigo y tomó fotografías del piso durante casi quince minutos. Después colocó la foto enmarcada de Liu y su hijo plana sobre el escritorio y también la fotografió. Entonces miró el reloj—. Por cierto, me he puesto en contacto con el abogado de Liu gracias a la mediación de algunos conocidos de Shanghai —dijo Chen—. Aunque los Liu no habían tomado ninguna decisión específica con respecto a su matrimonio, la señora Liu bromeó durante una cena sobre la posibilidad de quedarse con la mitad de las acciones de su esposo si éste intentaba divorciarse de ella alguna vez.
Una esposa engañada que busca venganza: esta hipótesis permitiría enfocar de otro modo muchos de los detalles del caso. Para empezar, la señora Liu tendría un móvil más plausible que el de Jiang. Existía la posibilidad de que Liu fuera a divorciarse de ella antes de la OPV, mientras la pequeña secretaria presionaba en la sombra. En ese caso, la señora Liu podría perderlo todo. Tenía acceso al despacho particular de su marido, y sabía dónde se encontraba Liu aquella noche. Además, esto explicaría las incoherencias descubiertas por Chen en el escenario del crimen: el hallazgo del cadáver de Liu en el despacho y no en el salón, la ausencia de señales de lucha y la colocación de las sillas en el despacho. De ser cierta esta hipótesis, todos estos detalles tendrían más sentido.
—Una ocurrencia brillante, Chen. Me refiero a ponerse en contacto con el abogado. Lo que dijo la señora Liu acerca de quedarse con la mitad de las acciones de la OPV probablemente no era ninguna broma —aventuró Huang—. Liu era muy bueno encubriendo las cosas, y ella también. El matrimonio debía de estar sopesando posibles acuerdos de divorcio con el abogado. Liu quería divorciarse, y su esposa lo sabía.
Sin embargo, esta hipótesis presentaba una pega: la señora Liu tenía una coartada. Por otra parte, todas las mujeres que respaldaban su coartada eran amigas suyas, y, a diferencia de los testigos de las novelas de suspense que Chen traducía, a algunos chinos no les importaba demasiado el perjurio. Para empezar, no tenían que jurar sobre ninguna Biblia. A ojos de sus amigas, hacerle un favor a la señora Liu podría haber pesado más que cualquier otra consideración. Además, aunque ella estuviera en Shanghai aquella noche, podría haber enviado a alguien a Wuxi a fin de lograr su objetivo.
—Ya es hora de pasar al siguiente punto de nuestro plan, Huang —indicó Chen saliendo de su ensimismamiento—. Vayamos a la oficina de la empresa.
—Muy bien —respondió Huang, y cerró el cuaderno.
Huang ya había estado allí varias veces, por lo que sugirió que fueran andando desde el complejo de pisos hasta la puerta trasera de la empresa química.
—Se encuentra a sólo unos cinco minutos. Podemos dejar el coche aquí.
Huang no quería dar su nombre en la entrada principal de la empresa química mientras estuviera acompañado por el inspector jefe Chen. Sus compañeros de brigada se enfadarían si supieran lo que estaba haciendo, pero no tenía por qué explicárselo a Chen.
—Tal y como hicimos cuando hablamos con la señora Liu, usted actuará como si estuviera al frente de la investigación —advirtió Chen mientras se dirigían a la puerta trasera de la empresa.
Allí vieron a un guardia de seguridad de edad avanzada, que asintió con la cabeza al ver la placa de Huang y les permitió entrar sin hacer ninguna pregunta.
—La puerta trasera está cerrada con llave después de las ocho de la tarde —explicó Huang a Chen—, pero se puede abrir desde dentro. En cierta ocasión, cuando tuvo que volver a la empresa en busca de unos documentos importantes, Liu se vio obligado a llamar al guarda de la entrada para que le abriera la puerta trasera.
—Ya veo —dijo Chen—. Así que, en realidad, es como un atajo.
La oficina del director general se encontraba en un edificio de dos plantas construido en medio del complejo de la empresa química. Habían acordado encontrarse con Mi en la antesala del despacho, y la secretaria ya estaba allí esperándolos.
—¿En qué puedo ayudarlo hoy, agente Huang? ¿Y su compañero se llama…? —preguntó Mi mientras se levantaba del escritorio.
Mi era una muchacha alta y esbelta que rondaría la veintena, de ojos almendrados, boca sensual y cuerpo tan delgado como una modelo de pasarela. Llevaba vaqueros, una camiseta blanca anudada al cuello que le dejaba el ombligo al descubierto y sandalias de tacón. Se había pintado las uñas de los pies de un rojo intenso.
Sin embargo, había algo en ella que no la hacía atractiva a ojos de Huang.
—Ya sabe para qué he venido, Mi. Éste es mi compañero Chen. Queremos hablar con usted acerca del asesinato de Liu.
La chica pulsó una tecla en un ordenador nuevo, que Huang no recordaba haber visto la vez anterior. Mi les indicó que se sentaran frente a ella en dos sillas negras.
—Ya hemos hablado antes de este asunto, agente Huang —dijo Mi.
—Soy nuevo en la brigada —interrumpió Chen—, así que cualquier cosa que pueda decirnos me será de gran ayuda.
—Cualquier dato específico —añadió Huang. El joven policía no tardó en descubrir otra diferencia en el escritorio de Mi: había desaparecido un marco de plata con una fotografía de Liu hablando en un congreso nacional, y ahora ocupaba su lugar una placa dorada con la inscripción jefa de ADMINISTRACIÓN.
—Empecemos por lo que pueda contarnos sobre Liu —dijo Chen.
—Era un jefe extraordinario. Cuando asumió el cargo, la empresa estaba al borde de la quiebra. En una gran empresa estatal como la nuestra, de más de tres mil empleados, su tarea no era nada fácil, pero consiguió encauzar la situación.
—Sabemos de su trabajo por todo lo que se ha publicado en los medios, pero ¿qué piensa de él como hombre?
—Era un hombre bueno: generoso, inteligente, y siempre dispuesto a ayudar a los demás.
—Déjeme hacerle una pregunta diferente. Dado que usted colaboraba estrechamente con él, ¿qué sabe acerca de su vida privada?
—El señor Liu no hablaba demasiado acerca de su vida privada.
—¿Cree que era satisfactoria?
—No lo sé —respondió Mi, y añadió—: pero un hombre tan ocupado como él tendría que haber estado mejor cuidado.
—Hace poco hablamos con su esposa —dijo Chen, mirándola a los ojos—, y nos contó algunas cosas.
Chen se interrumpió deliberadamente, con el objeto de permitir que el silencio socavara la reserva de Mi como si fuera una pared a punto de desmoronarse. Huang creyó adivinar lo que el inspector jefe estaba tramando.
—Les contara lo que les contara —repuso Mi, desviando la mirada—, no creo que fuera una buena esposa. Aquí todos veían que el señor Liu no era feliz en su casa.
—¿Puede darnos algún ejemplo concreto?
—Sólo alguna historia que me contaron. Fueron compañeros de colegio en Shanghai: ella venía de una buena familia de Shanghai, y él de un pueblo pobre en Jiangxi. A pesar de la oposición de su familia, ella aceptó la propuesta matrimonial de Liu y se fue con él a Wuxi. Después se le metió en la cabeza que su marido debía compensarla por su sacrificio consintiéndole todos sus caprichos y obedeciéndola en todo, ya se tratara de asuntos importantes o triviales. Era una mujer típica de Shanghai.
—Pero entonces a él le fueron muy bien las cosas en Wuxi.
—Exacto. Un hombre tan ocupado como Liu necesitaba una esposa abnegada que lo cuidara muy bien, sobre todo después de que ella dejara de trabajar y se convirtiera en ama de casa, y permitiera que su marido mantuviera a toda la familia. ¿Creen que se dedicó a él? ¡Para nada! Viajaba a Shanghai con frecuencia durante la semana, y también los fines de semana. A menudo lo dejaba completamente solo en la casa.
—La señora Liu tiene parientes en Shanghai. Es normal que vaya a verlos de vez en cuando.
—Quién sabe para qué va a Shanghai realmente. Por lo que me contaron, cuando iba al instituto era como una flor, tenía varios admiradores secretos revoloteando a su alrededor.
—¡No me diga!
—Y también puedo contarle por qué a veces el jefe pasaba la noche en su despacho particular. Como tenía tantas responsabilidades solía trabajar hasta muy tarde, pero la mayoría de las veces no quería volver a su casa. El despacho particular era el único sitio en el que podía relajarse de verdad, pero ella no lo dejaba tranquilo ni siquiera allí. Una vez, cuando el señor Liu estaba de viaje de negocios, su mujer fue al despacho y lo dejó patas arriba.
Huang escuchaba sin interrumpir. Le intrigaba que Chen centrara su atención en la señora Liu, incluso mientras interrogaba a Mi. Era posible que la señora Liu hubiera asesinado a su marido, como Huang sugiriera en el escenario del crimen, pero después de su excitación inicial, el joven policía comenzaba a ver que su teoría no se sustentaba en prueba alguna.
Las acusaciones de Mi contra la señora Liu eran comprensibles, pese a que la secretaria había negado conocer algún detalle acerca de la vida privada de su jefe. Sabía que la policía había oído rumores sobre ella, razón por la que intentaba restarle importancia a su relación con Liu. Al presentar a la señora Liu como una esposa irresponsable, Mi podría justificar su papel en la vida de Liu, si no moralmente, al menos desde una perspectiva psicológica. Sin embargo, dicha autojustificación resultaba irrelevante de cara a la investigación del asesinato, con la salvedad de que ofrecía una versión distinta por completo a la de la señora Liu.
Con todo, los dos policías se enteraron de algunos detalles importantes al hablar con Mi. Para empezar, la frecuencia con que la señora Liu viajaba a Shanghai. No se trataba de un viaje excesivamente largo, pero sorprendía que dejara a su marido solo en casa tan a menudo.
Y aquello condujo a la revelación sobre su popularidad en el instituto y sus muchos admiradores secretos. ¿Qué podría significar aquel dato? Si la señora Liu tenía un amante en Shanghai —lo cual no era inimaginable en una pareja como los Liu, cuyo matrimonio hacía aguas—, esa posible aventura amorosa introducía un móvil que hasta entonces habían pasado por alto. El amante de la señora Liu, quienquiera que fuera, podría haber asesinado a Liu por amor o por dinero.
—¿Cree que Liu tenía pensado hacer algo acerca de sus problemas familiares? —siguió preguntando Chen.
—¿A qué se refiere?
—¿Planeaba divorciarse de su esposa?
—No, que yo sepa. Como le he dicho, el jefe no nos contaba sus problemas familiares salvo para quejarse un poco de vez en cuando, cuando ya no podía más.
Chen sacó un cigarrillo, dio unos golpecitos en el paquete y miró a Mi antes de preguntarle:
—¿Le molesta que fume?
—No, adelante. El señor Liu también fumaba.
El inspector jefe cambió de tema repentinamente.
—Como puede que sepa ya, Jiang es uno de los posibles sospechosos. Díganos todo lo que sepa acerca de él.
—¡Ah, Jiang! —exclamó Mi—. Llamó a nuestra oficina bastantes veces. Quería hablar con el señor Liu, claro, pero no tengo ni idea sobre qué. Ya se lo expliqué a los agentes de Seguridad Interna.
—¿Podría damos más detalles? —interrumpió Huang—. En concreto, cualquier dato relacionado con la noche en que asesinaron a Liu.
—Creo que Jiang llamó dos o tres días antes de la noche en la que murió el señor Liu, pero aparte de insistir en que quería hablar con él, a mí no me dijo nada más. Es todo lo que sé. Y… —Mi carraspeó antes de continuar—. Y como ya le dije a la policía, aquella mañana el señor Liu mencionó que iba a ver a alguien para tratar un asunto desagradable.
—¿Dijo cuándo o dónde?
—No, no que yo recuerde.
—¿Ni con quién?
—No, tampoco mencionó ningún nombre —respondió Mi, y luego añadió—: ¡Ah!, pero hace dos o tres meses, vi a Jiang discutiendo con el señor Liu en su despacho.
—¿En su despacho de la empresa?
—Sí.
—¿Sobre qué discutían?
—Dejaron de hablar en cuanto entré, pero cacé una o dos palabras al vuelo. Creo que hablaban de la contaminación.
—¿Recuerda la fecha?
—Fue en marzo, a principios de marzo —respondió Mi—. La víspera del Día de la Mujer. Sí, ahora me acuerdo…
En aquel momento, un hombre de gran estatura irrumpió en la antesala del despacho y saludó a Huang en voz alta para que lo oyeran todos.
—Hola, camarada agente Huang. ¿Qué viento le ha traído hasta aquí hoy?
—Hola, director general Fu.
—Sólo soy director general en funciones por el momento. Por favor, llámeme Fu. Y usted es…
—Chen, mi compañero —respondió Huang.
—Bienvenido. Pasen a mi despacho.
—Gracias, director general Fu —dijo Chen, y después se volvió hacia Mi—. Puede que nos volvamos a poner en contacto con usted si tenemos más preguntas que hacerle. Si se le ocurre cualquier cosa llámenos, por favor. O, mejor dicho, llame al oficial Huang.
A continuación Huang y Chen le dieron la espalda y siguieron a Fu hasta su despacho. Éste les indicó que se sentaran en dos butacas de cuero situadas frente a su escritorio de roble. La pared que se alzaba tras el escritorio exhibía una selección sorprendente de premios enmarcados, la mayoría con el nombre de Liu. No obstante, bajo el cristal del escritorio Huang vio varias fotografías de Fu.
—¿Eso es el parque Bund? —preguntó Chen de forma inesperada mientras señalaba una fotografía en la que Fu posaba frente al parque, apuntando con el dedo orgullosamente hacia el río.
—Sí, soy de Shanghai.
—Entonces, ¿va allí con frecuencia?
—Fui el sábado pasado, y volveré a ir este fin de semana. Hoy en día es muy fácil viajar hasta allí. Sólo se tarda una hora con el nuevo tren de alta velocidad. Esa foto la saqué hace dos semanas.
—Ya sabe para qué hemos venido, director general Fu —dijo Chen sin andarse por las ramas.
—Sí. Tenemos que conseguir que se le haga justicia a Liu. Trabajó siempre muchísimo y realizó una gran labor para levantar la empresa. Le debemos nuestro éxito, y nunca nos desviaremos del camino que nos trazó. Cooperaremos con su investigación en todo lo posible, desde luego.
Fu hablaba de Liu de forma respetuosa y llena de agradecimiento, como correspondía a un joven sucesor, aunque sus palabras resultaran exageradas y estuvieran salpicadas de la jerga oficial.
—Ahora mismo estábamos hablando con Mi sobre Jiang —atajó Chen, yendo directamente al grano—. ¿Podría decirnos algo sobre él?
—Me temo que no demasiado. Jiang habló con Liu, no conmigo.
—Entonces, usted conocía sus contactos con Liu.
—Bueno, lo vi hablando con Liu en el despacho un día, pero lo cierto es que entonces ni siquiera sabía que se llamaba Jiang. Mi me lo dijo después.
—¿Le contó Liu algo sobre la amenaza de Jiang de sacar a la luz los problemas de contaminación industrial de la empresa?
—Antes que nada, déjeme decirle algo sobre esa supuesta contaminación, agente Chen. En Wuxi hay una oficina municipal de protección medioambiental que ha revisado una y otra vez nuestro sistema de producción. Nuestras muestras siempre han cumplido con los estándares estatales —explicó Fu con semblante serio—. El trabajo de Liu era sumamente difícil. En el mercado actual, a las empresas estatales les cuesta mucho sobrevivir, por no hablar de obtener beneficios. Pero Liu logró obtenerlos, y no sorprende demasiado que se convirtiera en el objetivo de criminales despiadados como Jiang, así como de otros críticos irresponsables que no saben nada acerca de nuestra industria.
—Entendemos todo lo que dice, camarada director general en funciones Fu —concedió Chen—. También hemos hablado con la señora Liu.
—¿Ah, sí? Me parece muy bien. Teniendo en cuenta lo mucho que contribuyó Liu a la empresa, vamos a ofrecerle a su familia una cantidad que resulte adecuada. Además, habrá un puesto disponible para la señora Liu, si es que quiere trabajar aquí.
—Es muy considerado de su parte. La señora Liu es de Shanghai. Me pregunto si no preferirá volver allí.
—Eso no lo sé —respondió Fu, y cambió repentinamente de tema mientras miraba el reloj—. ¿Han comido, agentes? Ayer estuve trabajando hasta muy tarde, y esta mañana me he saltado el desayuno.
Se trataba de un intento evidente de poner fin a la conversación.
—Hemos desayunado bastante tarde —respondió Chen, y miró a su vez el reloj. Era casi la una y media—. Sí, creo que ya va siendo hora de que nos vayamos.
Al salir de la oficina Chen permaneció en silencio unos minutos. Tanto él como Huang se dirigieron a la entrada absortos en sus pensamientos.
—Lo siento —dijo Huang—. Me había olvidado de que el coche está aparcado cerca del complejo de viviendas. Volvamos allí.
Chen se detuvo de repente y levantó la mirada. Varios visitantes firmaban un libro de registro en la entrada principal. En lugar de dar media vuelta para dirigirse a la puerta trasera, Chen se acercó al guarda de seguridad.
—Dígame, ¿es preciso que la gente firme tanto al entrar como al salir de aquí? —preguntó Chen al guarda de seguridad, señalando el libro de registro.
—Somos del Departamento de Policía de Wuxi —aclaró Huang mostrándole la placa apresuradamente.
—Pregunte lo que le parezca, señor —respondió el guarda de seguridad—, y sí, ésa es la norma. Todas las visitas tienen que firmar.
—Y aquí también hay una cámara de vídeo —dijo Chen señalándola.
—Sí, nuestro difunto jefe compró mucho equipo, incluyendo las cámaras de vídeo. Son de última generación, muy apropiadas para una gran empresa estatal, pero seguimos haciendo guardia aquí de pie las veinticuatro horas del día.
—Ya veo. Me parece muy bien. Quisiera una copia del libro de registro de visitas de los últimos siete días, además de las cintas de la cámara.
—No hay problema, señor —dijo el guarda de seguridad, sacudiendo la cabeza como si fuera un tambor chino.
Pero duplicar la cinta y fotocopiar las páginas del registro llevó bastante más tiempo del esperado. Mientras Huang observaba, desconcertado, comenzó a sonar su móvil. El agente miró el número, se excusó y se dirigió a una esquina a la sombra, donde no pudieran oírlo.
Una vez más, la llamada duró más de la cuenta.
Cuando Huang volvió a la entrada, Chen ya sostenía un sobre grande en la mano.
—Comamos algo en la cantina de la empresa —sugirió Huang—. Aún tengo los cupones que Fu nos dio la primera vez que vinimos, así que hoy puedo permitirme invitarlo.
—Buena idea —dijo Chen.
Ya había pasado la hora del almuerzo, pero en la cantina aún quedaban unos cuantos empleados que comían y charlaban. Los dos policías eligieron una mesa situada cerca de la ventana, sin gente alrededor.
—¿Qué le parece? —preguntó Huang ante un cuenco humeante de fideos con ternera sobre los que habían esparcido cebolleta troceada.
—Para empezar, puede que Mi sea una narradora poco fiable.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Es un término que aprendí cuando estudiaba literatura en la universidad. Se trata de un narrador que no proporciona un relato fiable desde una perspectiva imparcial —explicó Chen a la vez que añadía mucha pimienta negra a sus fideos—. Mi hizo una defensa apasionada de Liu, pero en realidad se defendía a sí misma, al menos subconscientemente, al afirmar que un marido feliz y satisfecho nunca tendría una aventura extramatrimonial. Es como un eco del antiguo proverbio: «Si la puerta está bien cerrada, no entrará ningún perro». Pero resulta innegable que Liu no era un buen marido y que usaba el despacho particular para sus citas con Mi. Al intentar defender su posición de pequeña secretaria, puede que Mi no sea capaz de proporcionarnos declaraciones sinceras.
—Intuyo a qué se refiere, jefe. Hay algunas incoherencias en sus declaraciones sobre Liu. Mientras Mi hablaba, las fui anotando en un trozo de papel con la intención de relacionarlas después, pero resulta imposible relacionarlas todas. —Entonces, Huang añadió—: Me sigue gustando la hipótesis de que la señora Liu tuvo algo que ver.
—No es más que una hipótesis —repuso Chen, quien parecía menos seguro que antes—. De momento no hay pruebas.
—Es verdad. Por cierto, antes me han llamado para comunicarme que ha surgido una novedad en el caso. Bueno, no es exactamente una novedad, ya que se basa en una antigua hipótesis barajada por Seguridad Interna. Ahora ya han llegado a una conclusión. Tienen la aprobación de arriba, así que han detenido a Jiang de manera oficial.
—¿Han aparecido pruebas nuevas, o ha habido una revelación? —preguntó Chen, aparentemente sorprendido por la rapidez con que Seguridad Interna quería resolver el caso.
—No, nada que yo sepa. Por lo que acaba de contarme el jefe de nuestra brigada, el caso ha atraído la atención internacional; cuanto más tiempo se tarde en resolverlo, más podría dañar la imagen del Gobierno, así que los de arriba han dado luz verde al plan de Seguridad Interna. No me gusta en absoluto. Si es así como van a ir las cosas, ¿entonces para qué demonios servimos los polis?
—A mí tampoco me gusta —afirmó Chen, y dejó los palillos sobre la mesa pese a no haberse acabado los fideos—. ¿Me puede conseguir una copia de la declaración de Jiang sobre su discusión con Liu?
—Sí. Jiang insistió en que llevaba meses sin ver a Liu y sin hablar con él. Le conseguiré una copia.
—¿Y puede conseguirme también una copia del registro de llamadas de la empresa? Particularmente las del despacho del director general, si es posible.
Huang no estaba seguro de entender el enfoque de Chen. Había dado por sentado que el inspector jefe defendía la hipótesis de que la señora Liu era culpable, sobre todo después de sus comentarios en el escenario del crimen y de las preguntas que había hecho en la empresa.
Puede que Chen tuviera otro objetivo en mente, se dijo Huang. Quizá quisiera descartar la posibilidad de que Jiang fuera el asesino.
Sin embargo, ¿era ya demasiado tarde? La «aprobación de arriba» que Seguridad Interna había recibido no auguraba nada bueno. Un inspector jefe de vacaciones, por bien relacionado que estuviera, no podía enfrentarse a algo así. Quizás eso fuera lo que lo convertía en un policía diferente: su perseverancia. Chen seguía adelante de forma tan concienzuda como circunspecta, aunque siempre a su manera.
—Pero los de Seguridad Interna quieren cerrar el caso para no perjudicar al Partido. Me temo que lo harán en cuestión de días —repuso Huang con pesar—. No es que no esté dispuesto a enfrentarme a ellos si podemos conseguir pruebas o testigos válidos, y con usted a mi lado…
Huang se interrumpió al ver que Shanshan entraba en la cantina y se dirigía a ellos con paso resuelto.
—¡Caramba, tú por aquí, Chen! —exclamó Shanshan, mirándolo fijamente—. Y has venido con el agente…
Su sorpresa inicial se convirtió de inmediato en enfado.
Chen también parecía sorprendido, aunque quizá por un motivo distinto.
—Ésta es mi amiga Shanshan. Y éste es el agente Huang. —Chen se levantó y los presentó apresuradamente, pese a que ya se conocían—. Huang es un admirador que ha leído todas las novelas de suspense que he traducido.
El agente se dio cuenta de que la segunda parte de la presentación era una especie de justificación de cara a Shanshan. Se preguntó si la muchacha aprobaría aquella explicación, pero captó de inmediato que no debía revelar que Chen era policía.
—El señor Chen es un auténtico maestro. He leído todos y cada uno de los libros que ha traducido. También es poeta, ¿sabe? Por eso sus traducciones son tan buenas. Su dominio del lenguaje es extraordinario.
—Pareces conocer muy bien a tus admiradores dentro de la policía, maestro Chen —dijo ella sin ocultar su sarcasmo—. ¿O se trata de otro «encuentro casual»?
—Creo que ahora tengo que irme, señor Chen —interrumpió Huang, levantándose—. Puede llamarme cuando quiera.
—No, quédese, agente, y por favor, continúen hablando de su importante trabajo policial —dijo Shanshan—. Yo me voy.
La observaron salir de la cantina a toda prisa.
—Creo que tengo que dar algunas explicaciones —dijo Chen, sonriendo con amargura.
—Alcáncela. Ya hablaremos más tarde.
De pronto, el legendario inspector jefe pareció derrotado y abatido, y mucho menos legendario.