14
El sábado por la mañana, Shanshan notó al despertarse que le temblaban los párpados. Era otro mal augurio, pensó, mientras intentaba recordar un sueño horrible que ya se desvanecía.
Sacó el reloj que tenía bajo la almohada: aún no eran las ocho. Mientras yacía en la cama intentó repasar mentalmente lo que había sucedido en los últimos días.
Tras echarle un vistazo al platillo de porcelana usado como cenicero durante la inesperada visita que le había hecho Chen días atrás, Shanshan se puso a tamborilear con el dedo en el borde de la cama de forma inconsciente, al igual que hacía él con su cigarrillo. Como si existiera un misterioso vínculo entre los dos, el móvil color escarlata que Chen le había traído comenzó a vibrar.
Shanshan lo cogió y, tras contestar, oyó la voz de Chen.
—Buenos días, Shanshan. Esta mañana me he despertado pensando en ti.
—Gracias por despertarme con tan buenas noticias —contestó ella, y luego añadió apresuradamente, frotándose los ojos—: Lo digo en broma.
—Estoy frente a la ventana, tomándome la primera taza de café del día. La vista es fantástica. Ojalá estuvieras aquí a mi lado en este momento.
No te apoyes en la barandilla sin compañía
frente a la vista infinita de ríos y montañas.
—¡Qué romántico! Pensaré en tu invitación —dijo Shanshan, justo antes de oír el sonido de unos pasos que avanzaban por el pasillo para luego detenerse frente a su puerta. Podría ser uno de sus vecinos de la vivienda colectiva, donde los más jóvenes, muchos de ellos solteros como Shanshan, a veces se pedían prestado unos a otros azúcar o sal—. Me parece que tengo a uno de mis vecinos en la puerta.
Vestida con los pantalones cortos y la camiseta blanca sin mangas que llevaba para dormir, Shanshan se levantó, sujetando aún el teléfono, y se acercó a la puerta.
—Piénsalo, Shanshan —dijo Chen—. Ven esta tarde o esta noche, cuando quieras. Además, si se te ocurre algo que hayas observado en tu empresa, cualquier cosa fuera de lo normal que no hubieras pensado en mencionar antes, llámame.
Shanshan colgó tras despedirse de él. La última frase de Chen pidiéndole que lo llamara le recordó algo que había oído en una serie policiaca muy popular. De pronto, unos golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos.
Al abrir, se sorprendió al ver a dos desconocidos. Uno era alto y robusto, el otro bajo y delgado. Ambos vestían de forma anodina pero tenían un aspecto feroz, como si hubieran salido de la pesadilla medio olvidada de Shanshan.
El hombre alto le mostró algo que parecía una placa policial, y luego le entregó una tarjeta que lo identificaba como Ji Lun, de Seguridad Interna.
—Han Bing, mi compañero, también de Seguridad Interna —explicó Ji señalando a su acompañante. Ninguno hizo ademán de entrar en la habitación. Tras una breve pausa, Ji prosiguió—: Tenemos el coche aparcado fuera. Acompáñenos.
Shanshan no tenía ni idea de lo que querían los de Seguridad Interna, pero la presencia de aquellos dos hombres frente a su puerta significaba que tenía problemas, y mucho más serios de lo que hubiera imaginado.
—¿Pueden esperar aquí un momento? Déjenme ponerme algo más de ropa.
Shanshan cerró la puerta, y cuando volvió a abrirla llevaba una blusa blanca de manga corta, vaqueros y sandalias.
Los hombres la condujeron hasta un Lexus negro nuevo y ella los acompañó sin protestar. Resistirse sólo empeoraría las cosas, supuso, ya que algunos de sus vecinos rondaban frente al edificio, observando con el desayuno aún en las manos.
Durante el viaje, el silencio sólo se vio interrumpido por algún chirrido ocasional de las ruedas sobre la gravilla antes de que el coche torciera por la calle principal. El interior del vehículo apestaba a tabaco, puesto que los dos hombres no dejaban de fumar.
Les llevó quince minutos llegar a un hotel emplazado en un edificio altísimo. Pese a no hallarse lejos de su vivienda, Shanshan no había estado nunca en esa zona. El edificio del hotel, de muchas plantas y varios anexos, parecía cernerse sobre el lago como un monstruo surrealista.
Los dos agentes saludaron con la cabeza a los recepcionistas y la llevaron directamente a una lujosa suite de la última planta. Ji Lun le indicó que se sentara en una silla gris del salón, mientras que él y su compañero tomaron asiento frente a ella en un sofá modular de terciopelo.
—Será mejor que confieses de inmediato, Shanshan —le espetó Han Bing.
—No sé de qué me habla, agente.
—No te engañes pensando que podrás librarte de ésta. Eso es imposible, Shanshan —dijo Ji—. Deja de soñar con tus fantasías de primavera y otoño. Jiang ya ha confesado. Suéltalo todo ahora, antes de que sea demasiado tarde.
—Dejé de verme con Jiang hará medio año. No tengo conocimiento de lo que pueda haber hecho desde entonces.
—Pero tú le proporcionaste los datos sobre la contaminación industrial en el lago, que aún sigue usando en contra de los intereses del Gobierno. Eso es algo que no puedes negar.
—No es ningún secreto de Estado. Todos esos datos están sacados de publicaciones oficiales. En cuanto a la contaminación en el lago, basta con echarle un vistazo para darse cuenta.
—¿No es ningún secreto de Estado? El documento que le entregaste estaba clasificado como «información confidencial». Ya lo hemos comprobado. Claro que es un secreto de Estado, de eso no hay duda.
Parecía una pesadilla recurrente, salvo que ahora eran unos agentes del Gobierno, y no Liu, quienes la acusaban de «revelar secretos de Estado». Era una acusación sumamente grave, y más aún viniendo de Seguridad Interna.
—¿Cómo se supone que he conseguido los documentos secretos? El sello donde pone «información confidencial» se imprime de forma rutinaria en la portada del boletín informativo. Sólo significa que se trata de un boletín dirigido a los empleados de la empresa.
—Ésa es tu interpretación —dijo Han.
—Eso, por sí solo, es un delito grave —prosiguió Ji con tono vehemente—. ¿Te ha dicho Jiang si ha vendido secretos de Estado en el extranjero?
—¿Cuánto ha cobrado por vender esos secretos? —siguió presionando Han.
—Jiang no me dijo nada. Sólo salimos un par de veces y luego rompimos, como ya les he explicado.
—Déjame que te diga una cosa: lo van a declarar culpable, y lo condenarán por el asesinato de Liu. Y a ti también te castigarán, por ser su cómplice.
—¿A qué se refieren, agentes?
—Jiang chantajeó a Liu valiéndose de los secretos de Estado que tú le proporcionaste, y después lo mató cuando Liu se negó a ceder —dijo Ji con parsimonia, pronunciando cada palabra con voz grave—. Si tú no eres su cómplice, entonces, ¿quién demonios lo es?
Por aquella regla de tres, no cabía duda de que Shanshan estaba involucrada en el caso, y la considerarían culpable sin tener en cuenta las explicaciones que pudiera ofrecer. Carecía de sentido continuar discutiendo.
—Además, tú lo llamaste después de que asesinara a Liu —añadió Han—. ¿Aún afirmas que ya habías roto con él?
A Shanshan se le cayó el alma a los pies. Lo que Chen le había dicho era cierto: durante un largo periodo la sometieron a vigilancia y le intervinieron el teléfono, incluyendo la llamada a Jiang de unos días antes, aquella llamada a la que él no había contestado.
—¿No le hablaste a Jiang sobre el horario de Liu aquella noche? ¿Acaso no le dijiste que iba a estar en su despacho particular? —preguntó Ji con aspereza—. No sólo lo llamaste, también te vieron reuniéndote con él cerca de la empresa justo el día antes del asesinato de Liu.
—No, no me reuní con él —repuso Shanshan con tono enfático. Aquello no era cierto.
—Los dos os reunisteis en secreto en un pequeño restaurante cercano a la empresa. Lo sabemos todo sobre ti, Shanshan. El mono no logrará escaparse de la palma de Buda, de eso puedes estar segura.
Shanshan cayó en la cuenta de que hablaban de Chen, y de cuando lo conoció en el restaurante del tío Wang. De hecho, había cierto parecido entre Jiang y Chen.
Quienquiera que la hubiera estado siguiendo había cometido un error. Sin embargo, Shanshan decidió no contradecirlos. Si metía a Chen en ese lío nunca se lo perdonaría.
—Pero estamos dispuestos a darte otra oportunidad. Colabora con nosotros, Shanshan —dijo Han repiqueteando con el cigarrillo en un cenicero improvisado de la habitación para no fumadores—. Cuéntanos lo que ha hecho Jiang.
—Pero él ya ha confesado, acaban de decírmelo —replicó Shanshan mientras se mordía los labios—. ¿Por qué me necesitan a mí?
—No te creas tan lista, muchacha, o acabarás lavándote la cara con lágrimas compungidas todo el día. Todo el año —saltó Ji de nuevo—. Y yo me ocuparé personalmente de que así sea.
—Puede que creas que hay alguien en la sombra dispuesto a ayudarte a salir de este lío —dijo Han con tono más persuasivo—. Te equivocas. En un caso de asesinato como éste, nadie puede ayudarte. Incluso es posible que empeores la situación si intentas recibir ayuda. Meterás a esa persona en problemas, por muy inteligente que sea. Somos tu única oportunidad.
Los dos agentes de Seguridad Interna se habían dividido sutilmente el trabajo en su intento de intimidarla: como en las óperas de Pekín, uno interpretaba la cara roja, o sea, la lealtad; el otro la cara blanca, la astucia. La mención a «alguien en la sombra», sin embargo, la preocupó más que cualquier otra amenaza, pese a que los agentes no parecían estar seguros de quién era esa persona. Chen tenía motivos más que fundados para haber tomado tantas precauciones. De no ser por el móvil que le acababa de comprar, podrían haber descubierto su identidad. Pero ¿sabía Chen que Seguridad Interna ya estaba al tanto de su existencia, y posiblemente de su intromisión en el caso?
En cuanto a Jiang, Shanshan no creía que tuvieran pruebas sólidas en su contra. Al menos aún no. Por ello querían que ella cooperara.
—Todo depende de tu actitud —añadió Ji—. Usa el cerebro, muchacha.
«Actitud» significaba en realidad voluntad de cooperar con los agentes de Seguridad Interna, y sólo ellos podían decidir si Shanshan estaba colaborando.
—Éste es mi número de móvil —dijo Han, y anotó el número en su tarjeta y se la entregó antes de levantarse para abrirle la puerta—. Pero no esperaremos mucho tiempo. A Jiang lo declararán culpable, con o sin tu cooperación. Colaborar con nosotros va en tu propio interés.
Después no recordaría cómo logró salir sola del hotel.
Debió de vagar durante mucho tiempo con la mente en blanco y moviéndose de forma mecánica antes de percatarse de que caminaba por un estrecho sendero sin nombre que bordeaba el lago. Los brotes de sauce parecían largos y tiernos, pero desprendían un hálito de tristeza. El hotel quedaba ya muy atrás. Shanshan aminoró el paso y se detuvo para contemplar el lago. La brisa, como un tenue suspiro, onduló su reflejo en el agua.
No tenía sentido seguir luchando, decidió.
Un ganso salvaje blanco emprendió el vuelo. ¿Cuál sería el final de su viaje? A lo largo de la orilla no había más que chimeneas de fábricas, ya fuera cerca o lejos.
Entonces Shanshan hizo algo de lo que ella misma se sorprendió: se sentó en una roca plana que sobresalía por encima del lago, se quitó las sandalias con sendas patadas y metió los pies en el agua.
El frío roce del agua le trajo recuerdos de su infancia en Anhui. Detrás de la granja de su familia discurría un arroyo borboteante. Cuando era muy pequeña solía sentarse allí sola, con los pies en la corriente cristalina, soñando con un futuro distinto al de sus padres… El tiempo fluía como el agua entre los dedos de sus pies. Y entonces, después de la escuela primaria, después de la escuela secundaria y de la universidad, una vida diferente se abrió ante ella, muy lejos de su casa, cuando empezó a trabajar en la empresa química de Wuxi. Pero las cosas no tardarían en cambiar.
Había hecho lo mismo hacía tan sólo un par de días, recordó, al meter los pies en el agua cuando estaba en el sampán junto a Chen.
Empezó a calmarse y a sentirse menos confundida. Si había alguien capaz de ayudarla en aquellos momentos, dicha persona sólo podía ser Chen.
Era un hombre misterioso, pero tenía buenos contactos. Incluso los agentes de Seguridad Interna, que quizá no conocían su nombre, reconocieron a regañadientes sus recursos.
Aún pensando en él, Shanshan sacó los pies del agua y se calzó de nuevo las sandalias. Tuvo una sensación que apenas comprendió y que recorrió su cuerpo de improviso, como una marea viva e inesperada. Chen había llegado a su vida en un momento inoportuno. Acababa de dejar a un hombre que sólo le había causado disgustos, y no tenía prisa por iniciar otra relación. Y los problemas que la acosaban la habían vuelto aún más reticente. Con todo, no podía negar que había algo en Chen que la atrajo desde su primer encuentro en el restaurante. En cuanto a Chen, siempre le había mostrado abiertamente sus sentimientos. Se desvivía por ayudarla, llegando incluso a arriesgarse por ella.
Entre las distintas hipótesis que Chen le había planteado, una resultaba particularmente creíble: ella y Jiang iban en el mismo barco. Si Jiang se hundía, Shanshan se hundiría con él. Si lo declaraban culpable, a ella también la procesarían y la condenarían como cómplice.
Pero Shanshan no creía que Jiang fuera el asesino. De hecho, ni siquiera creía que Jiang hubiera ido a la empresa a hablar con Liu. Ni a principios de marzo ni después de la promesa que le había hecho. Lo que ella creyera, sin embargo, poco importaba: carecía de pruebas para demostrarlo.
Nada más ponerse en pie le vino a la cabeza una idea, como un conejo que saltara de repente desde los matorrales. Tropezó, recobró el equilibrio, dio media vuelta y se fue derecha a las oficinas de la empresa, sin dejar de pensar en aquello durante todo el camino.
El guarda de seguridad de la entrada se sorprendió al verla, pero no le hizo ninguna pregunta.
—Hoy es sábado, Shanshan. Trabajas demasiado.
—He de comprobar algo, no tardaré mucho —respondió ella a toda prisa.
Los ingenieros tenían permitido trabajar en sus respectivos laboratorios durante los fines de semana si, por alguna razón, lo precisaban. Shanshan lo había hecho varias veces, entre ellas el pasado fin de semana.
Nada más entrar en su despacho, Shanshan se dispuso a comprobar el calendario de la empresa. El que reposaba sobre su escritorio tenía ciertas fechas señaladas con lápiz rojo, así como alguna que otra palabra garabateada que sólo ella podía descifrar. A continuación entró en el sitio web de la empresa y repasó los acontecimientos que tuvieron lugar en marzo.
No se equivocaba. Suspiró aliviada mientras observaba con detenimiento la página web en la que aparecían señalados los distintos acontecimientos programados para marzo.
A principios de marzo había planeado informar a su jefe acerca de un método nuevo y rentable para tratar las aguas residuales, pero Liu no se encontraba aquel día en su despacho, sino en una reunión en Nanjing. La fecha marcada en el calendario era el 7 de marzo. Shanshan la había tachado, y había escrito la siguiente nota al lado: «Liu fuera hasta el 8». El director general no volvió hasta bien entrada la noche: la información colgada en el sitio web de la empresa lo confirmaba. Mi, que trabajaba junto a la recepción, afirmaba que había oído la discusión que se produjo en el despacho de su jefe, pero era imposible que Liu se hubiera reunido con Jiang en la empresa el 7 de marzo, la víspera del Día de la Mujer. Shanshan descolgó el teléfono de la oficina y empezó a hacer llamadas para averiguar qué podían contarle otros colegas.
Cuando salió del edificio, ya comenzaba a oscurecer. Había un buen trecho desde la empresa hasta su casa, pero, como estaba absorta en sus pensamientos, Shanshan apenas tuvo conciencia de la distancia.
Al llegar a su habitación estaba exhausta. Cerró la puerta con llave, corrió la cortina y se echó en la cama. Nunca se había sentido tan indefensa. Apartó la manta descolorida e intentó alejar los pensamientos confusos que la invadían. Pasó varios minutos mirando hacia arriba desconcertada, como esperando ver imágenes inescrutables en el techo.
A medida que anochecía, Shanshan se fue percatando gradualmente del ruido provocado por los que cocinaban en el pasillo, así como del fuerte olor a pescado salado procedente del chisporroteante wok de un vecino.
Pensó de nuevo en la visita reciente de Chen. ¿Volvería a llamar suavemente a su puerta esa noche? Shanshan no lo creía, pero esperaba equivocarse.
Tras desvestirse, se puso una bata, se sentó en la silla que Chen había usado la otra noche y colocó los pies sobre la cama. Le habían salido dos marcas rojas, una por encima del tobillo izquierdo y otra en el talón del pie derecho. Mientras se rascaba distraídamente, se preguntó si las marcas se deberían al hecho de haber metido los pies en el agua esa mañana. O el otro día, cuando estuvo en el sampán junto a Chen. El agua del lago no era apta para el contacto humano, como le había dicho a él.
Varios recuerdos fragmentados continuaron aflorando a su memoria, y ahora parecían invadir, sinuosos, la pequeña habitación. Aquella noche, Chen no podía dejar de mirarla, recordó Shanshan, mientras se toqueteaba el cinturón de la bata.
Sin embargo, seguía sin tener ni la más mínima idea de la clase de hombre que era. No creía que Chen fuera el maestro aficionado a la lectura que afirmaba ser. Por el contrario, probablemente sería un cuadro emergente con contactos extraordinarios, un «triunfador» en la sociedad actual. Era una explicación mucho más plausible del misterio que lo envolvía. No obstante, cualquiera que fuera su auténtica identidad, ¿por qué se la había ocultado?
Pero, por otra parte, ¿acaso le había revelado Shanshan todos los detalles de su vida?
Fuera Chen capaz de ayudarla o no, Shanshan quería verlo aquella noche. Era, como reza el cliché, un hombro fuerte en el que apoyarse.
Entonces se puso a pensar en Jiang, el cual no respondía al mismo cliché. Llevaba algún tiempo intentando no pensar en él, pero no siempre lo había logrado. Ni por un momento consideró que fuera un asesino, especialmente después de lo que acababa de averiguar en la empresa.
Estaba más convencida que nunca de que Seguridad Interna había llegado a esta conclusión basándose únicamente en consideraciones políticas. Jiang debió de ser consciente de ello desde el principio. De hecho, le había mencionado en más de una ocasión los peligros que lo acechaban. ¿Podría haber sido ésta la razón de que se mostrara tan dispuesto a romper su relación con ella? Los problemas en que se había metido Shanshan no eran culpa suya, o no del todo. Jiang había estado demasiado preocupado por el medio ambiente para preocuparse de sí mismo.
Shanshan decidió no seguir pensando en su relación con Jiang. Le empezaba a doler la cabeza de tanto darle vueltas al asunto. Además, se le acababa de ocurrir otro plan para aquella noche.