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A la mañana siguiente, Chen se despertó de un sobresalto. Primero le pareció oír que llamaban a la puerta, y luego oyó cómo se giraba el pomo. Todavía un poco desorientado, se incorporó en la cama pensando que debía de estar soñando.

—Servicio de habitaciones.

Una camarera joven de dulce sonrisa entró llevando una bandeja de plata con café, tostadas, mermelada y huevos. Era una muchacha de rasgos bien perfilados, figura esbelta y cintura fina. Puede que la hubieran seleccionado especialmente para resultarles atractiva a los cuadros de alto rango.

Chen se levantó de la cama e intentó buscar algo de cambio, para darle una propina, en el bolsillo de los pantalones colgados sobre una silla, pero la muchacha ya había depositado la bandeja sobre la mesita de noche y se había retirado con paso ágil.

El café tenía un sabor fuerte y lo reanimó. Su alojamiento era como un hotel de cinco estrellas, pero más suntuoso todavía. Disponía de toda una casa para él solo. Se bebió a sorbos la primera taza de café en la cama, mientras contemplaba por la ventana una gran extensión del lago que relucía bajo la luz matinal.

Su teléfono comenzó a tintinear, como si el sonido emergiera de la delicada taza de café.

Era el camarada secretario Zhao desde Pekín.

—Sé que ha estado trabajando mucho, así que disfrute de sus vacaciones, camarada inspector jefe Chen, y no se preocupe de lo que pase en el Departamento.

—Pero es usted el que tendría que estar aquí de vacaciones.

—Estoy jubilado, por lo que puede decirse que hago vacaciones cada día. Usted las necesita más que yo. Además, así tendrá la oportunidad de observar y de hacer una investigación sociológica sobre la reforma china. Abra bien los ojos para captar todo lo nuevo, así como cualquier problema que pudiera surgir en la situación económica actual. Tiene que prepararse para asumir nuevas responsabilidades. No necesariamente como policía, y no sólo en Shanghai. Al final de sus vacaciones, escriba un informe y mándemelo.

Era una indirecta, pero positiva. De acuerdo con la tradición del Partido, los cuadros jóvenes debían realizar «investigaciones sociológicas» antes de ser ascendidos.

—Pero aquí soy un desconocido. Puede que la gente no quiera hablar conmigo.

—No busco nada en particular. En el informe, quiero decir. Sólo sus impresiones y observaciones. Me aseguraré de que en Wuxi sepan que yo le he pedido que vaya allí.

—Gracias, camarada secretario Zhao. Mantendré los ojos bien abiertos y le informaré de lo que vea.

Después de la llamada lo invadió una vaga desazón. Puede que Zhao sólo quisiera ver las cosas a través de sus ojos, por así decirlo, pero puede que también quisiera algo más. No sería mala idea tener una especie de espada imperial, por si realmente quería hacer algo mientras estuviera en Wuxi. En la Antigüedad, los emperadores solían entregar a sus ministros más leales una espada como símbolo de poder supremo. Dicha espada les permitía hacer lo que les pareciera justo y conveniente en nombre del emperador.

Entretanto, Chen iba a disfrutar del trato que solía reservarse a los cuadros de alto rango. A caballo regalado… No tenía planes específicos para esas vacaciones, por lo que podría aprovechar para reequilibrar el yin y el yang de su organismo de acuerdo con las indicaciones del doctor Ma, un viejo médico chino al que había conocido en Shanghai.

Chen volvió a mirar por la ventana que daba al lago. Tras inspirar profundamente, percibió un olor penetrante que podría ser característico del lago. El agua tenía una tonalidad verdosa bajo el sol matinal. El inspector jefe recordó un verso de un poema titulado «Al sur del río», sobre una zona que incluía Wuxi:

Cuando llega la primavera,

el agua es más azul que los cielos…

Alguien llamó al timbre e interrumpió sus reflexiones. Chen abrió la puerta y vio a un hombre robusto de cabello gris que aguardaba muy sonriente, con una botella de champán en la mano.

—Soy Qiao Liangxin, el director de este centro. Lo siento muchísimo, camarada inspector jefe Chen —se disculpó Qiao con tono sincero. Después entró en la habitación y puso en marcha el aire acondicionado—. Ayer estaba en una reunión en Hangzhou, por lo que no me enteré de su llegada hasta que recibí el mensaje del camarada secretario Zhao. Ha vuelto a llamar esta mañana, y ha dicho que usted ha estado desempeñando un trabajo fantástico para el Partido y que se merece unas vacaciones estupendas. Unas vacaciones como las que él disfrutó hace unos años. He regresado a Wuxi lo antes posible, pero usted ya había llegado. Le ruego que me disculpe.

—No tiene por qué pedirme disculpas, director Qiao.

No le pareció que Qiao tuviera que disculparse: su rango en el Partido era superior al de Chen. A decir verdad, también lo eran los rangos de todos o casi todos los cuadros que se alojaban en el centro.

—Este es el mejor edificio de nuestro centro. Son alojamientos de categoría, reservados para los dirigentes más destacados de Pekín. Usted disfrutará de los mismos servicios que el camarada secretario Zhao.

—Me abruma, director Qiao.

—Si necesita algo más, hágamelo saber. También vamos a asignarle a una enfermera joven.

—No, no se preocupe. No necesito ninguna enfermera. Estoy un poco estresado, eso es todo. Pero sí que necesito pedirle un favor —dijo Chen—. Trate mis vacaciones aquí con la máxima discreción posible. La presencia de un inspector jefe podría incomodar a algún que otro huésped.

Chen había dirigido varias investigaciones de elevado nivel, y este lugar estaba repleto de cuadros de alto rango. No tenía ni idea de lo que algunos de ellos podrían pensar, ya que no era excesivamente popular entre los miembros del sistema.

No siempre resultaba fácil ser, o no ser, el inspector jefe Chen.

—Tiene mucha razón, inspector jefe Chen —dijo Qiao—. No le llamaré inspector jefe en presencia de los demás. Nuestro viejo camarada secretario mencionó que usted siempre tiene muchos asuntos importantes entre manos. ¿Ha planeado hacer algo en particular durante su estancia aquí?

Al parecer, Qiao desconfiaba del propósito de la visita de Chen.

—No, sólo estoy de vacaciones.

—Estupendo. Permítame que le organice un almuerzo de bienvenida, un banquete con los manjares típicos de la zona del lago. Invitaré también a los demás directivos del centro, y a algunos altos cargos municipales.

—No, por favor, no lo haga, director Qiao. Ya tiene demasiados asuntos de los que ocuparse. —Aunque éste no sería su primer banquete a cargo del Gobierno, no le entusiasmaba la perspectiva de pasar dos o tres horas sentado a una mesa, diciendo cosas que no quería decir en la jerga oficial, en compañía de altos cargos a los que no le apetecía ver. De pronto se le ocurrió una excusa—. Además, hoy tengo una cita para almorzar.

—Entonces dejémoslo para otra ocasión —ofreció Qiao mientras se dirigía hacia la puerta—. Disfrute de su primer día en Wuxi. Hay mucho que visitar.

Después de la visita de Qiao, Chen se sintió obligado a salir de la casa y encaminarse hacia su «cita para almorzar».

Había planeado ir al parque, pero cambió de opinión cuando vio que estaba abarrotado de turistas. Podría ir en otro momento, preferiblemente al atardecer, cuando estuviera menos lleno. En lugar de dirigirse al parque volvió a torcer a la derecha, siguiendo la misma ruta del día anterior.

Se fijó en los desgastados carteles turísticos colocados a lo largo del camino, pero no vio a ningún turista paseando por allí. Al llegar a una curva, una limusina negra pasó a su lado a toda velocidad y Chen tuvo que pegarse rápidamente a la ladera de la colina. Debieron de construir la carretera para que los altos cargos del Partido pudieran entrar y salir del centro sin tener que atravesar el parque lleno de gente.

Chen atajó a través de la plazoleta y torció por varias calles que le eran desconocidas, pero, para su sorpresa, se encontró dirigiéndose de nuevo al restaurante del tío Wang.

No podía ser por esa muchacha, se dijo. La comida no era mala, pensó, intentando racionalizar su regreso al restaurante de Wang. Además, le gustaba su ambiente tranquilo y que nadie le conociera. Allí era un ser anónimo, y no había otros clientes.

En cuanto a la posible contaminación alimenticia de la que le había advertido Shanshan, lo más probable era que sucediera lo mismo en todas partes.

El tío Wang no pareció sorprenderse al volver a verlo.

—Llega pronto, señor Chen. ¿Qué le apetece tomar hoy?

—Aún no es hora de comer. ¿Me podría traer primero una tetera de té verde?

—Claro, una taza de té para empezar. Cuando esté listo para pedir, dígamelo.

El tío Wang no tardó en colocar sobre la mesa una tetera, así como un plato de pipas de girasol tostadas y un cenicero azul claro medio lleno de colillas, presumiblemente el mismo del día anterior.

Chen se fue bebiendo el té a sorbos mientras observaba lo que sucedía a su alrededor.

No muy lejos de allí, los tres miembros de una familia comían en plena calle, sentados en un círculo formado por una silla de plástico, un taburete de madera y un sillón de bambú, sin una mesa en el centro. El hijito contemplaba una cometa de vivos colores que colgaba de un árbol mientras su madre lo regañaba y lo instaba a comer, acercándole el cuenco a la boca con insistencia. El padre disfrutaba relajadamente de un cigarrillo y miraba algo situado a su espalda. Los tres parecían satisfechos y en paz con su entorno.

Un poco más allá de la familia, un vendedor ambulante de mediana edad permanecía acuclillado sobre un trozo de tela blanca, en la que exhibía todo un surtido de recuerdos y chucherías. Sorprendía que hubiera elegido un lugar como aquél: en una bocacalle no frecuentada por los turistas, apenas tendría clientes. Con todo, el vendedor, pulcramente vestido con una camisa blanca de manga corta, parecía relajado, como alguien que aguarda tranquilo frente a su casa. Sin embargo, Chen desconocía la zona, por lo que era muy probable que sus apreciaciones sobre toda esa gente no se ajustaran a la realidad.

Lo cierto era que tanto aquellas personas como las escenas que protagonizaban le parecieron normales y corrientes y lo calmaron.

Dispuesto a ponerse a trabajar, Chen sacó su cuaderno y compuso algunos versos sobre la experiencia de no ser un inspector jefe en Wuxi. Durante los últimos meses había escrito cada vez menos debido a la sempiterna excusa del trabajo.

Dónde vivimos,

sino en las identidades falsas

que nos atribuyen los demás.

Así que tú, y yo, nos vemos ampliados por un zoom, posando

frente a un nogal que suspira

al viento, o una mariposa que se eleva

hasta el ojo negro del sol.

Sólo cuando nos encontramos bajo la luz adecuada,

y en la postura adecuada,

puede reconocerse nuestra trascendencia,

al igual que un pájaro carpintero tiene que demostrar

sus valores existenciales

en los ecos de un tronco muerto…

Los versos apuntaban en una dirección que Chen no había previsto, y se volvían inexplicablemente melancólicos. Comenzó a escribir más despacio, pero con el mismo enfoque. Merecía la pena hacerlo, se dijo.

El tío Wang fue hasta su mesa para añadir agua caliente a la tetera de arcilla púrpura.

Probablemente se acercaba la hora del almuerzo, pero Chen continuaba siendo el único cliente. Aunque no fuera asunto suyo, volvió a pensar en la muchacha del día anterior. Sosteniendo el bolígrafo, recordó con cierta desazón algo que ella había dicho sobre la irrelevancia de la poesía en la sociedad actual. Quizá reflexionar sobre la identidad fuera una especie de «lujo» al que sólo podía dedicarse un turista ocioso como él. En la actualidad, la gente estaba demasiado ocupada acaparando todo lo que pudiera conseguir. ¿Quién iba a interesarse por esas ideas metafísicas? Además, apenas importaba si ser policía resultaba satisfactorio o no. ¿Qué otra cosa podía hacer él?

—Tómese su tiempo —dijo el tío Wang, volviendo a la mesa con la carta—. No hay prisa.

Tras leer la carta de una página en la que se describían algunos pescados de agua dulce, gambas, lirios y castañas de la región, Chen escogió el pescado blanco de agua dulce. Estaba «vivo, recién pescado en el lago, recomendado», según una frase escrita en letra pequeña y entre paréntesis. Chen supuso que sería imposible añadir hormonas al lago.

—Buena elección, hoy el pescado es de tamaño medio —explicó el tío Wang—. Y está vivo.

Era toda una experiencia observar al anciano preparar el pescado fuera del restaurante. El pez, de relucientes escamas plateadas, no era demasiado grande, pero continuaba retorciéndose y dando coletazos. El tío Wang acabó de prepararlo en dos o tres minutos y luego lo introdujo en un wok lleno de aceite que chisporroteaba.

Poco después, el pescado ya estaba servido. Aún humeaba, con la piel dorada y crujiente y la carne blanca, tierna y apetitosa, reposando sensualmente sobre un lecho de pimientos rojos.

—Hoy no hay mucha gente, tío Wang —comentó Chen, levantando los palillos.

—Bueno, la mayoría de mis clientes trabajan en la empresa química que está aquí cerca. La comida de la cantina no es muy buena, pero esta mañana ha pasado algo en la planta.

—¿Cómo? ¿Se refiere a la empresa de Shanshan?

—Sí, a primera hora de la mañana llegaron varios coches de policía a toda prisa. Oí decir que habían asesinado a alguien. Ya me imaginaba que los empleados no vendrían a almorzar hoy.

—Vaya… —dijo Chen, depositando los palillos sobre la mesa. Se apresuró a recordarse a sí mismo que aquello no le atañía, no mientras estuviera en Wuxi.

Cuando Chen volvió a acercar los palillos al pescado, apareció Shanshan y cruzó la calle en dirección al restaurante.

El tío Wang la saludó en voz alta.

—Shanshan, hoy llegas tarde. Tu amigo lleva mucho tiempo esperándote.

Era cierto que Chen llevaba bastante tiempo sentado a la mesa, pero no había estado esperándola. Decidió no contradecir al viejo y se limitó a sonreír y a saludar a la muchacha agitando la mano. Shanshan debía de haberlo tomado por un turista aficionado a la lectura, una especie de rata de biblioteca. ¿Por qué no continuar interpretando ese papel?

Shanshan se detuvo y lo saludó con la cabeza antes de volverse hacia el tío Wang.

—Hoy no tengo tiempo para comer, tío Wang. He de darme prisa para llegar al transbordador. Guárdeme el almuerzo en la nevera, por favor.

—Pero debes comer algo. Deja que te caliente un par de bollos al vapor. Te los puedes comer por el camino.

El tío Wang entró en la cocina como una exhalación, y los dejó solos. Shanshan le echó una ojeada al cuaderno que Chen había depositado sobre la mesa y una pregunta comenzó a adivinarse en sus ojos, unos ojos inmensos, serenos y translúcidos como el agua del lago. La metáfora le vino a la mente antes de caer en la cuenta de que no resultaba apropiada, dado lo que ahora sabía acerca del agua del lago.

—Pensé que quizá vendría aquí a almorzar.

—Ha pasado algo en la fábrica, algo grave. Ahora tengo que coger el transbordador.

La muchacha no iba a entablar conversación acerca del asesinato con un hombre al que apenas conocía. Su reticencia era más que comprensible.

—¿Qué le parece lo que he escogido hoy para comer? —preguntó Chen, intentando cambiar de tema—. Es uno de los tres blancos especiales de Wuxi.

—No me parece bien.

—¡Vaya, hombre! Pero si acaban de capturar el pescado en el lago. Viene recomendado en la carta.

—Usted es de Shanghai, así que no tiene ni idea. Los campesinos de esta zona crían peces en estanques cerrados, y echan productos químicos al agua para aumentar la producción. Por ejemplo, montones de antibióticos para que los peces no se pongan enfermos —explicó Shanshan—. Pero supongamos que, en lugar de haberse criado en el estanque, el pez provenga del lago. Fíjese bien en el agua: está tan contaminada que resulta totalmente imbebible. ¿Cómo va a ser bueno un pez que venga del lago?

Chen había oído rumores sobre la existencia de graves problemas medioambientales en todo el país, no sólo en Wuxi.

—¿De verdad es tan mala el agua? No hace mucho escuché una canción sobre la belleza del agua del lago Tai. Seguro que usted la conoce.

—Sí, la tocan por la tele —respondió ella, haciendo una pausa antes de continuar—. Usted es un turista, así que puede que no lo sepa. ¿Ha visto o ha oído algo sobre las floraciones de algas verdes en el lago?

—No, llevaba muchos años sin venir a Wuxi y llegué ayer. Aún no he tenido ocasión de dar un paseo junto al lago.

—Todo el lago está cubierto de una capa espesa y hedionda, la gente lleva varios días sin agua potable —dijo Shanshan mostrándole la botella de agua.

—¿Ha intentado alguien hacer algo al respecto?

—¿De qué serviría? El gobierno municipal llama al brote «un desastre natural»; debido a este tiempo tan caluroso, las bacterias han «explotado» a unos niveles nunca vistos. Sin embargo, sea cual sea la razón que se inventen, usted no se la creería si viera fotos de las fábricas vertiendo residuos tóxicos en el lago. Los habitantes de esta zona tienen que hacer colas muy largas para comprar agua embotellada, y las ciudades vecinas cierran los desagües y las esclusas de los canales para evitar que la contaminación se extienda. Aun así, las autoridades municipales no hacen nada, porque el boom económico de Wuxi se debe a los ingresos cada vez mayores de las fábricas que bordean el lago. ¡Menudo milagro económico! En la China actual, el único estándar que se emplea para medir el éxito es el dinero, por eso la gente es capaz de hacer cualquier cosa.

Shanshan no parecía maniática con respecto a la comida, ni dada a apuntarse a la moda de las dietas vegetarianas o de alimentos orgánicos. En lugar de limitarse a desempeñar la tarea que le habían asignado, consistente en estudiar los problemas medioambientales, parecía haberse preocupado en investigar también las causas sociales e históricas de dichos problemas.

—¡No debería ser tan aguafiestas! —se disculpó Shanshan mientras observaba el pescado que reposaba intacto en el plato del inspector jefe.

—Desde mi ventana en el centro de vacaciones, el lago me pareció bastante bonito. Como en un poema Tang, el agua del manantial, al ondularse, se vuelve más azul que el cielo.

Al menos su identidad de turista aficionado a la lectura le proporcionaba una ventaja: podía citar versos de diversos poemas para expresar lo que, dicho de otra forma, habría resultado incomprensible. Quizá pareciera serio, aunque no excesivamente.

—¿Dónde se aloja?

—En el Centro Recreativo para Cuadros de Wuxi.

—Pero eso es un centro para cuadros de alto rango y usted es… Me dijo que era maestro.

—Alguien me regaló el paquete turístico, y un don nadie como yo no podía rechazarlo.

—Ya veo —respondió ella, mirándolo de arriba abajo—. ¿Gratis?

—Gratis.

Chen se preguntó si Shanshan lo creería. Pero lo que había dicho era cierto, y se fijó en que la muchacha no parecía tener prisa por irse. Aún no.

—Va al transbordador —afirmó Chen de improviso—. ¿Qué le parece si la acompaño? Así podrá contarme más cosas sobre el lago.

«Y también algo sobre el asesinato», pensó sin decirlo.

—No soy muy buena como guía turística.

—No, quizá no lo sea como guía turística, pero lo que ha dicho sobre el lago me interesa —explicó Chen, señalando su cuaderno antes de cerrarlo—. Como le dije, a veces también escribo poesía. La imagen de un lago tan contaminado como éste podría proporcionar un tono conmovedor a mi poema, como en La tierra baldía.

Shanshan lo observó con expresión dubitativa, y luego cambió de opinión.

—De acuerdo, caminemos hasta allí. Pero debo advertirle que no es la parte del lago que puede ver desde su ventana en el centro.

—No tiene por qué serlo —repuso Chen, que a continuación se levantó y dejó algo de dinero bajo el plato—. Vámonos.

Ya llegaban al final de la calle cuando el tío Wang salió a toda prisa de la cocina, agitando las manos y gritándoles algo.

—¡Su pescado blanco, señor Chen! ¡Y tus bollos al vapor, Shanshan!

—No se preocupe, ahora vamos al lago —explicó Chen, agitando a su vez el brazo—. Ya le compraré algo a Shanshan por el camino.