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Siguieron andando sin ponerse a hablar de inmediato. Una ligera brisa sacudió las copas de los árboles con un susurro parecido a un suspiro, que flotó en el aire antes de que volviera el silencio.
La muchacha se sorprendió, aunque no demasiado, cuando Chen se ofreció a acompañarla hasta el transbordador. ¿Estaría interesado en tener una aventura durante sus vacaciones? Shanshan no estaba de humor para eso. Aun así, habría sido descortés por su parte rechazarlo, particularmente después de haberle quitado las ganas de comerse el pescado.
—Gracias de antemano —dijo Chen—, por una introducción diferente y nada turística sobre el lago Tai.
—Bueno, pronto verá el lago con sus propios ojos. Pero parece entusiasmado con el restaurante del tío Wang.
—Está cerca del centro de vacaciones. Allí no tengo nada que hacer, así que esta mañana fui paseando por un sendero y acabé en el restaurante. —Luego añadió—: Pero no pensé en la posibilidad de verla a usted allí.
Sonriendo, Shanshan decidió no responder. Era poco habitual que alguien que se alojaba en el centro acudiera al mismo restaurante mugriento por segunda vez únicamente para sentarse a leer durante un par de horas. No se imaginó que Chen la hubiera estado esperando allí, pero un turista puede sentirse muy solo, por magnífico que sea su alojamiento. Shanshan nunca había entrado en el centro de vacaciones para cuadros del Partido, aunque había oído hablar del trato exquisito que allí dispensaban a sus huéspedes.
—Mis padres me trajeron a Wuxi cuando era un niño —siguió explicando Chen—, pero de eso hace muchos años. No recuerdo casi nada, salvo los bollos de sopa de Wuxi que mi madre se llevó a casa. Tuvo que hacer todo el viaje de pie en un tren abarrotado, con un cestito de bambú lleno de bollos. Voy a llevarle otro cesto, si puedo encontrar el viejo restaurante donde los compró. De hecho:
¿Quién dice que el esplendor
de una brizna de hierba pueda bastar
para devolver
la generosa calidez
del sol primaveral que siempre retorna?
—La ciudad ha cambiado mucho —respondió Shanshan, conmovida inesperadamente por la forma en que Chen había hablado de su madre. ¿Y qué sería de sus propios padres? Estarían preocupadísimos si se enteraban de lo sucedido en la empresa—. Espero que encuentre el restaurante que busca, pero ahora los bollos de sopa de Wuxi se venden en muchos restaurantes y en muchas tiendas. Incluso puede encontrarlos en la estación de ferrocarril. Aunque yo sólo llevo aquí tres o cuatro años, así que no estoy segura. Vine después de que me asignaran un empleo en la fábrica al graduarme en la Universidad de Nanjing.
—¿Así que estudió protección medioambiental?
—Sí.
—Ha tenido suerte de encontrar trabajo en un campo relacionado con sus estudios.
—¿Y qué hay de usted? Estudió inglés, supongo.
—Bueno, sí, pero en realidad quería escribir y traducir.
Shanshan percibió un titubeo en su voz mientras torcían por un sendero más tranquilo que conducía al lago.
—¿No estaba escribiendo algo en el restaurante?
—¡Ah, eso! Sólo eran algunas ideas al azar sobre la construcción y la deconstrucción de la identidad personal según la interpretación de los demás.
—Eso es demasiado abstracto para mí. ¿Me puede dar algún ejemplo concreto?
—Por ejemplo, para el tío Wang probablemente no soy más que un cliente un tanto sibarita, ansioso por disfrutar de un gran plato de pescado blanco frito. Una de las convenciones de la literatura china consiste en retratar a un hombre de letras que viaja para disfrutar de las exquisiteces de alguna zona determinada, como en los textos de Yuan Mu, Lu Xun, Yu Pingbo…
—Pero usted es un hombre de letras, ¿no? —preguntó Shanshan—. Así que, según su interpretación, vivimos únicamente en las interpretaciones de los demás.
—Muy bien. Lo ha resumido de forma sucinta.
En otras circunstancias, le habrían intrigado los comentarios de Chen, pero lo que había sucedido en su empresa la había alterado. Sin embargo, no pudo evitar mirarlo de nuevo: posiblemente treinta y tantos años, alto, de un atractivo un tanto adusto, vestido con chaqueta beis, camisa blanca y pantalones caqui. No había nada llamativo en él, pero poseía un aire distinguido que encajaba con su manera de vestir. Un poco pedante, culto, citaba poemas y parecía bien relacionado, dada su estancia en el centro. Pero no era uno de esos nuevos ricos advenedizos que nunca hubieran vuelto al restaurante del tío Wang.
—Por cierto, ¿ha recibido más llamadas como la de ayer? —preguntó Chen de improviso, con expresión de sincera preocupación.
—No, hoy no —respondió ella.
Era extraño. Llevaba dos semanas recibiendo mensajes siniestros. Cada día, aproximadamente a la misma hora. Pero hoy no. ¿Tendría algo que ver con la muerte de Liu Deming, el director general de su empresa?
La policía la había interrogado aquella misma mañana, centrándose en sus recientes discusiones con Liu. Su trabajo como ingeniera medioambiental, admitió, no le había gustado a su jefe. También era cierto que Liu le había dificultado las cosas, pero a ella nunca se le hubiera pasado por la cabeza asesinarlo.
Un perro que ladraba a lo lejos, con fiera persistencia, interrumpió sus reflexiones.
Nadie la había acusado de nada todavía, pero era imposible prever cómo se desarrollarían los acontecimientos. Shanshan se sentía muy presionada: no sólo por la policía, sino también por sus colegas. La gente cuchicheaba y la señalaba con el dedo a sus espaldas, como si ella fuera la principal sospechosa.
Así pues, no le pareció tan mala idea permitir a Chen que la acompañara hasta el transbordador. Su compañía la distraía, aunque de forma temporal, y le impedía dar demasiadas vueltas a todas aquellas ideas tan preocupantes. Chen resultó ser alguien agradable con quien pasear.
—Por cierto, ¿ha pasado hoy algo en su empresa? —preguntó Chen, como si le estuviera leyendo el pensamiento.
Shanshan no quería hablar del tema, pero respondió de todos modos.
—Ayer por la noche asesinaron a Liu Deming, el director general.
—¡Caramba, es horrible! —exclamó Chen, y luego añadió—: ¿Han atrapado al asesino?
—No, de momento no hay ni pistas ni sospechosos. Lo asesinaron en su casa, o, para ser exactos, en su despacho particular, no muy lejos del despacho de la empresa.
—¿Tenía enemigos, o personas que realmente lo odiaran?
—Habla como un poli, señor Chen.
—Lo siento, se lo preguntaba por curiosidad —explicó Chen—. Tiene razón, no es un tema agradable.
Después de doblar por otro recodo del camino llegaron a un punto desde el que se divisaba el lago. Chen señaló un sampán de fondo plano y, como un turista, exclamó: «¡Mire!».
El sampán oscilaba atado con una cuerda deshilachada a un árbol raquítico, que crecía a orillas de unas aguas de aspecto impenetrable. Sin embargo, a medida que se fueron acercando vieron algo que parecía arremolinarse bajo la superficie con un brillo plateado. Chen cogió un guijarro y lo lanzó al agua.
—¡Qué tranquilo es esto! —exclamó—. Esta calma sería inimaginable en Shanghai.
—El transbordador está más al sur. Iremos por un camino distinto al recorrido turístico habitual.
—Me parece estupendo —comentó Chen, y luego volvió a cambiar de tema—. Antes mencionó algo sobre la calidad del agua.
—Lo podrá comprobar con sus propios ojos. Ahora vamos hacia allí.
Al cabo de varios minutos Shanshan aminoró el paso.
—¿Ve esa mancha verde que hay sobre el agua, señor Chen?
—Sí, son algas verdes. Pero tutéame, por favor, Shanshan.
—¿Puedes olerlas?
El inspector jefe se puso en cuclillas, aspiró profundamente y frunció el ceño.
—Es horrible —dijo Chen sacudiendo la cabeza—. Antes el lago atraía a muchos turistas por la transparencia de sus aguas. Cuando yo era niño, incluso el té hecho con agua del lago era mejor, o eso me dijo mi padre.
—¿Harías hoy té con agua del lago?
—No. Ahora entiendo por qué llevas siempre una botella de agua. Pero ¿cómo puede haberse contaminado tanto?
—Las floraciones de algas que están destrozando el lago Tai, como otros lagos chinos de agua dulce, se deben principalmente a grandes concentraciones de nitrógeno y de fósforo en el agua. Durante los últimos años, las emanaciones industriales se han ido descontrolando cada vez más. El resultado es lo que puedes ver hoy.
—El nitrógeno es uno de los principales ingredientes del jabón en polvo y de los fertilizantes, ¿verdad?
—Sí, y también se encuentra en muchos otros productos y desechos químicos —respondió la ingeniera. Después señaló los edificios que se alzaban imponentes a lo largo de la otra orilla del lago—. Míralos. Fábricas de papel y plantas teñidoras, empresas químicas… y otros negocios por el estilo. En los últimos veinte años estas fábricas han crecido como brotes de bambú después de la lluvia. Ahora representan más del cuarenta por ciento de la producción económica de la ciudad. Trasladarlas a otro sitio es impensable, son demasiadas. Los funcionarios municipales no parecen dispuestos a hacer nada al respecto.
—¿Y cómo explicas eso, Shanshan?
—Como dice un antiguo proverbio, cuando hay demasiada gente involucrada, la ley no puede castigar a nadie. Para el gobierno municipal, lo más importante es alardear de sus logros ante las autoridades de Pekín, particularmente en lo que a la economía local se refiere. Las autoridades municipales han prometido un aumento de un diez por ciento en los ingresos anuales. No importa a costa de qué se obtendrá dicho aumento. Al contrario, cualquier iniciativa medioambiental que pudiera reducir esos ingresos les parece inaceptable. Sólo les preocupan sus ascensos debidos al «éxito económico». Se centran en el momento actual. No les importa lo que pueda pasar dentro de diez años, ni siquiera un año después de que se vayan de Wuxi. El año pasado, el antiguo alcalde fue ascendido a un puesto ministerial en Pekín porque durante su mandato los ingresos aumentaron durante tres años seguidos. Cualquier funcionario lo sabe de sobra. Y eso sin mencionar los «sobres rojos» que reciben de los empresarios.
—Pero tiene que haber algún organismo del Gobierno que se encargue de la situación.
—Sí, claro, hay una Agencia Municipal para el Medio Ambiente, pero la han creado únicamente para guardar las apariencias. Algunas fábricas cuentan con instalaciones para el tratamiento de las aguas residuales, pero casi ninguna las emplea. El coste se comería los beneficios, así que tienen las instalaciones para salvar las apariencias, pero continúan vertiendo residuos al lago a pesar de que la situación está empeorando. De vez en cuando, si el Gobierno central de Pekín emite algún documento con membretes en rojo, la Agencia Municipal para el Medio Ambiente finge comprobar los niveles de contaminación, pero siempre avisa previamente a las empresas. Así que, antes de la inspección, las instalaciones para el tratamiento de residuos empiezan a funcionar, para que la muestra que se tome cumpla con la normativa.
Mientras hablaban cruzaron un puente de piedra en forma de luna creciente, viejo y ruinoso, y bordearon la orilla junto a la cortina que formaban las ramas de los sauces.
—No soy ningún experto —dijo Chen con voz pausada—, pero creo que he visto algas verdes en otros lagos. Incluso en el minúsculo estanque del Mercado del Templo de Dios de la Ciudad Antigua en Shanghai. Claro que no había tantas como aquí.
—Déjame decirte algo. El agua en el lago Tai contiene doscientas veces más sustancias nocivas que la media nacional, algo que incluso el centro de control de enfermedades de Wuxi es incapaz de negar —explicó Shanshan, y bebió un sorbo de agua de su botella—. No se debe a una sola causa, por supuesto. Además de la contaminación industrial, el tratamiento de las aguas residuales va muy por detrás del desarrollo socioeconómico del delta del río Yangtsé. A principios de los noventa, se estimaba que las aguas residuales industriales vertidas en el lago cada año ascendían a quinientos cuarenta millones de toneladas, mientras que las aguas residuales domésticas ascendían a trescientas veinte toneladas. Pero hoy las aguas residuales totales ascienden a más de cinco mil trescientos millones de toneladas. Sólo el treinta por ciento de las aguas residuales domésticas se tratan antes de ser vertidas al lago.
—¡Caray! ¿Y te acuerdas de todas esas cifras? —Con una sonrisa de disculpa, Chen preguntó—: ¿Te importa si fumo? Necesito asimilar esas cantidades. Es un problema muy grave para China.
—Adelante —dijo ella, y se fijó en que Chen sacaba una cajetilla blanda de China, una de las marcas más caras. Entonces cayó en la cuenta de que debía de haber sonado como un informe de investigación—. Perdona el sermón, a veces me olvido de que estás de vacaciones.
Puede que no fuera únicamente un tema que la apasionaba: hablar de este asunto también le permitía autojustificarse. No despertaba muchas simpatías en su empresa, donde la consideraban una agorera, y aquella mañana casi se había convertido en sospechosa de asesinato.
—No, no tienes que disculparte. Al contrario, agradezco tus explicaciones, o tu sermón, si quieres llamarlo así. Es algo de lo que nunca me habría enterado leyendo las publicaciones oficiales. Me parece escandaloso.
Shanshan no pudo evitar fijarse en la expresión absorta de Chen. Quizá fuera un poco pedante, pero parecía sincero. Nunca había tenido un interlocutor tan atento como él, ni había conocido a nadie con quien no tuviera que preocuparse por las posibles consecuencias de hablar sin tapujos. Chen no era de Wuxi, y lo más probable es que se fuera al cabo de una semana.
—Tu trabajo es realmente importante, Shanshan —reconoció Chen con convencimiento.
—En la empresa no me tienen en cuenta. A nadie le preocupa lo que pueda decir. En todo caso, me ven como una alborotadora.
—¿Por tu trabajo?
—Fue ingenuo por mi parte tomarme mi empleo tan en serio. Me contrataron para salvar las apariencias, algo que descubrí en cuanto empecé a trabajar. Todas mis investigaciones se incluyeron en un boletín informativo al que sólo tenían acceso los ejecutivos de la empresa. Dudo que se lo leyeran, o que hicieran algo al respecto si es que se lo leyeron. Me sentí obligada a oponerme a muchas de las decisiones comerciales de Liu, como cerrar las instalaciones para el tratamiento de residuos o inventar los informes que se enviaban a las agencias gubernamentales. Pero ¿qué conseguí oponiéndome a él? —Shanshan sonrió con amargura—. Me parece raro estar contándote todo esto.
—Según un clásico confuciano: «Puede que algunas personas no lleguen a conocerse nunca aunque estén juntas hasta que peinen canas, pero otras pueden convertirse en amigas de verdad nada más conocerse y quitarse el sombrero».
—Sí, yo también recuerdo esa frase.
—Entonces —preguntó Chen—, ¿crees que el mensaje telefónico que recibiste guardaba relación con tu trabajo?
—Es posible, pero dudo que Liu se hubiera tomado tantas molestias. Podía haberse limitado a despedirme.
Cerca de allí sonó una sirena y Chen levantó la vista. La calle por la que acababan de torcer estaba flanqueada por puestos de comida y quioscos de recuerdos. Se encontraban en las inmediaciones del transbordador.
—Espera un momento —le pidió Chen, y se dirigió a uno de los puestos.
Shanshan lo vio hablar con un hombre que había tras el mostrador de un puesto de comida, bajo una sombrilla de rayas rojas y blancas. Chen señaló algo, y luego volvió con una gran bolsa de papel marrón.
—Lonchas de rosbif y bollos al vapor. No vas a alimentarte sólo de agua, Shanshan.
—Gracias, Chen, pero no tenías que haberlo hecho.
—Se lo prometí al tío Wang. Puedes partir el bollo y meter las lonchas de rosbif entre las dos mitades. Es una manera muy popular de comerlas en el noroeste. La salsa también está en la bolsa.
—Eres todo un sibarita. Siento haberte quitado el apetito en el restaurante del tío Wang.
—Lo hiciste por mi bien, y te lo agradezco de verdad. Aquí tienes mi número de móvil —dijo Chen, y lo escribió en un trocito de papel que había arrancado de la parte superior de la bolsa—. Me encantaría continuar con nuestra conversación, porque, como dice otro viejo proverbio: «Escuchar tus palabras durante un día es más beneficioso que leer libros durante diez años». Espero tener otra oportunidad durante mi estancia en Wuxi.
—Bueno, el antiguo proverbio es «durante una noche» más que «durante un día» —repuso ella con tono burlón, divertida por su forma pedante de decir las cosas—. Adiós.
Shanshan comenzó a aligerar el paso, consciente de que su ánimo había mejorado. Mientras subía por la pasarela que conducía al transbordador se volvió para dedicarle una sonrisa a Chen, el cual aún permanecía allí de pie observándola.