15
Aquel sábado, a última hora de la tarde, el inspector jefe Chen decidió tomarse un respiro. Tras levantarse, abrió las ventanas y contempló el lago que se extendía hasta el horizonte. Un pez plateado saltó a lo lejos, sobre el agua cada vez más oscura, mientras las hojas susurraban suavemente.
Abrió una cajetilla nueva y sacó un cigarrillo.
Chen se había pasado casi todo el día en la casa, aislado del mundo exterior, mientras reflexionaba sobre la información recogida hasta entonces. Había podido especular sobre el significado de todo lo que sabía sin que le interrumpieran, salvo por el desayuno y la medicina a base de hierbas que le llevaron a primera hora aquella mañana. Sin embargo, sus esfuerzos apenas habían dado resultados. Se volvió y observó el cenicero que reposaba sobre el alféizar de la ventana, una bandeja en forma de concha llena de colillas. Las colillas parecieron devolverle la mirada, como si fueran ojos de peces muertos.
No podía descartar la posibilidad de que Jiang fuera el asesino. Seguridad Interna actuaba de acuerdo con consideraciones políticas, pero también tenía varias pruebas circunstanciales, algunos testigos y un móvil plausible relacionado con un chantaje fallido. Por su parte, Chen sólo contaba con unas cuantas teorías sin corroborar.
Podía decirse a sí mismo que no era culpa suya, por supuesto. Allí carecía de autoridad, y tenía las manos atadas. Los datos que había recopilado sugerían varias posibilidades, si bien todas ellas endebles.
Silbando distraídamente, el inspector jefe se sirvió una copa de vino tinto. La botella era un obsequio del centro, y, según la etiqueta, se trataba de un burdeos. Todos estos extras tan agradables eran un reconocimiento a su estatus especial.
Mientras contemplaba las ondulaciones del vino en la copa, Chen se dio cuenta de que la echaba de menos.
Shanshan sentía afecto por él sin conocer su posición social, aunque Chen nunca había planeado mantener en secreto su identidad. Su situación poco tenía que ver con la descrita en una novela inglesa que había leído años atrás: un noble rico y poderoso se disfrazaba de vagabundo miserable a fin de encontrar el amor verdadero, una mujer que lo quisiera por ser el hombre que era, y no por su riqueza o su posición.
Shanshan tampoco le había explicado demasiadas cosas sobre sí misma. Dadas las circunstancias en las que se habían conocido, la ingeniera tendría sus razones para no hacerlo.
A una mujer joven, atractiva e inteligente como ella no le faltarían pretendientes, presumiblemente muchos, incluyendo a Jiang. Esto no resultaba sorprendente, pero cuando se conocieron en el restaurante del tío Wang, Chen creyó que no había nadie en la vida de Shanshan. Como tampoco lo había en la suya.
Intentó dejar de pensar en ello: en aquel momento tenía muchas cosas más importantes que hacer. No sería buena idea que el inspector jefe Chen se metiera en una aventura sentimental precisamente ahora. Si, en medio de su investigación, Seguridad Interna descubría su relación con Shanshan, Chen sería incapaz de salir limpio del asunto, como reza el proverbio, aunque saltara al río Amarillo.
Ya era bastante tarde, y Chen empezaba a tener hambre pues se había saltado el almuerzo. Después de que la camarera interrumpiera sus reflexiones al traerle el desayuno, el inspector jefe había dado instrucciones en recepción para que nadie lo molestara.
Sólo le llevaría unos minutos acercarse al comedor y pedirles que le prepararan algo, pero la idea de ser tratado como un «huésped especial» no le gustaba. En lugar de ello, hirvió un cazo de agua e introdujo en él un paquete de empanadillas de gamba que había comprado en la tienda del centro de vacaciones.
Comió las empanadillas sin apenas saborearlas. Sin embargo, al pensar después en lo que había comido, descubrió que aún tenía un regusto agradable en la lengua. A continuación metió el cuenco y el cazo en el fregadero, sin molestarse en lavarlos. Mientras miraba por la ventana de la cocina se fijó en que, a lo lejos, un viento racheado disipaba las lánguidas nubes.
Chen se puso una camiseta vieja y pantalones cortos, y luego cogió el teléfono. Pero entonces vaciló. Ya le había dejado un mensaje a Shanshan, que ésta aún no le había contestado. Tras colgar el teléfono, se preguntó qué habría estado haciendo la joven ingeniera durante todo el día. Resultaba tentador visitarla otra vez por sorpresa en su habitación, pero finalmente decidió quedarse en el centro. No tenía nada nuevo que decirle y, además, la vivienda colectiva podría estar vigilada.
En lugar de salir a la calle, Chen abrió el portátil que reposaba sobre la mesa. De improviso, tuvo el impulso de añadir algún verso más a los fragmentos que había escrito a principios de semana. Pensando en ella, abrió el archivo. Aún faltaba retocar los primeros versos, pero podrían convertirse en un poema largo, quizás incluso tan ambicioso como La tierra baldía.
De nuevo le vinieron a la mente una serie de imágenes al azar relacionadas con el lago. Shanshan aparecía en todos los versos: el momento en que estuvo sentada junto a él en el sampán, con el agua del lago susurrando a su alrededor mientras ella le hablaba de los problemas medioambientales…
La mañana llega al lago
en oleadas de residuos tóxicos,
en oleadas de aire venenoso,
que se levantan para ahogar
la sonrisa de las ramas que despiertan.
Camina ataviada con una chaqueta roja
como la vela vistosa de un barco
a través del polvo, bajo la red de tuberías
que nadie ha arreglado aún,
extendiéndose como telarañas
de las que gotea el agua contaminada.
Un sapo cubierto de fango salta
hasta el informe salpicado de rocío
que ella lleva en la mano
y abre sus ojos adormilados. Al ver
que a su alrededor todo sigue turbio,
vuelve a hundirse en su sueño.
Había algo contagioso en el idealismo juvenil de Shanshan. Chen llevaba mucho tiempo creyéndose incapaz de escribir poemas auténticamente líricos, pero quizá no fuera demasiado tarde para intentarlo de nuevo. Pensó en ella, y continuó tecleando con fuerza.
Las uñas rotas color azul metálico
de las hojas que se aferran
a la orilla yerma del lago;
los peces muertos que flotan, relucientes,
con panzas temblorosas llenas de mercurio,
y ojos vidriosos que aún reflejan
el horror y la fascinación postreros,
que aún contemplan la aparición
de una bruja que baila en biquini negro,
con el pelo color azabache largo y sinuoso
sobre hombros de un blanco níveo, que salta
hacia el humo negro de las chimeneas,
contra las corrientes de vertidos oscuros.
Al otro lado del lago, un bosque
de oscuras pesadillas acecha.
Un perro le ladra a un móvil
a lo lejos.
¿Quién camina a tu lado?
La luz de la luna fluye como el agua,
y las preocupaciones flotan sin rumbo, como un barco…
¿quién silba El Danubio azul?
Tan cerca, y sin embargo tan lejos.
Todo el júbilo y el pesar de un sueño.
Unos compases de violín lo envuelven todo,
una rata de agua avanza sigilosamente por la orilla.
La ciudad se despierta estornudando por la mañana,
y se duerme tosiendo por la noche.
¿Quién camina a tu lado?
Los versos iban brotando como arrastrados por las olas, una tras otra. Chen se sirvió una segunda copa de vino tinto y siguió escribiendo con intensa concentración, hasta que el timbre del teléfono rompió el hechizo. Era el subinspector Yu, desde Shanghai.
Al parecer, Yu no estaba en su casa y lo llamaba desde la calle. Chen podía oír el ruido del tráfico al fondo y, de vez en cuando, la voz excitada de Peiqin.
El subinspector comenzó a contarle lo que él y su esposa acababan de averiguar.
Resultó ser una explicación bastante larga. Yu se empeñó en incluir el análisis de Peiqin, y a veces incluso la citó directamente. Chen escuchaba sin interrumpir bebiéndose el vino a sorbos, hasta que Yu acabó de contarle la parte sobre la señora Liu.
—Entonces, ¿usted qué opina acerca de sus frecuentes viajes a Shanghai? —preguntó Chen.
—No lo tengo muy claro, jefe. Según Peiqin, es complicado. Podría ser una simple huida de todo lo que la agobia en Wuxi. Sólo en Shanghai puede permitirse mantener su imagen de mujer triunfadora. Seguro que es todo un personaje, y que está desesperada por quedar bien y guardar las apariencias ante los demás. —A continuación, Yu añadió—: ¡Ah! Y parece que Fu también es todo un personaje.
—¿A qué se refiere?
Yu le resumió lo que Peiqin y él habían visto mientras estaban sentados en el café de la calle Nanjing.
—He sacado varias fotos de él y de la chica —dijo Yu—. Según Peiqin, soy como un detective privado. Que, como sabrá, es una profesión que está de moda ahora en la ciudad. El Viejo Cazador está pensando en dedicarse a ella.
—Sería una buena idea. Hoy en día hay muchas esposas ricas a las que les gustaría descubrir las infidelidades de sus maridos. Su padre es un hombre enérgico y tiene mucha experiencia, un viejo cazador auténtico. ¿Por qué no intentarlo?
—¡Ah! Antes de que se me olvide, una cosa más. Peiqin y yo nos hemos puesto en contacto con Gu, el presidente de la Corporación Nuevo Mundo. Por lo que él sabe, la OPV de la Empresa Química Número Uno de Wuxi no tiene nada de extraordinario. Los altos directivos pertenecientes al Partido siempre reciben la mayoría de las acciones cuando una empresa sale a Bolsa. Es algo que se da por sentado, pero Gu nos prometió que lo investigaría más a fondo.
—Gracias por todo lo que ha hecho, Yu, y, por supuesto, dele también las gracias a Peiqin de mi parte.
Después de colgar, Chen intentó encajar estos últimos datos en el rompecabezas, pero no lo consiguió. De tanto especular en vano había acabado exhausto. Para su sorpresa, se sentía un poco adormilado. Quizá necesitaba realmente esas vacaciones.
Tras otra llamada inútil a Shanghai se preparó una taza de té Nube y Bruma, esperando que lo reanimara un poco. No fue así, por lo que se hizo también una cafetera. No podía irse a la cama temprano, puesto que Seguridad Interna estaba a punto de cerrar el caso. Tenía que mantenerse despierto, se dijo, y se sirvió una taza.
Entonces se le ocurrió una idea. La noche en que fue asesinado, Liu también había intentado trabajar. Era muy posible que se hubiera quedado dormido mientras estaba solo en el piso, una hipótesis más que plausible. Aunque, probablemente, Liu no habría tomado somníferos, desde luego no tan temprano. Calculando una media hora para que surtieran efecto, Liu tendría que haberse tomado las pastillas hacia las nueve, o antes incluso. Era una hora inexplicablemente temprana para un hombre que planeaba trabajar hasta bien entrada la noche en un documento importante.
Otro argumento contra la posibilidad de que Liu hubiera tomado somníferos era que no había ninguna taza por el piso. A veces Chen se tomaba las pastillas sin agua, pero sólo lo hacía en situaciones muy puntuales, como al viajar en un tren abarrotado. Costaba imaginar que Liu, en su propio piso, hubiera decidido tragarse las pastillas sin ningún líquido en lugar de hacerlo con un vaso de agua.
Si se trataba de un asesinato no premeditado, era probable que el asesino hubiera matado a Liu con cualquier arma que hubiera encontrado allí, y que luego se la hubiera llevado al salir del piso. Una taza pesaba demasiado poco para asestar con ella un golpe mortal. Según el informe de la autopsia, no cabía duda de que habían infligido el golpe con un objeto contundente. Así pues, ¿qué otro objeto —pesado, romo— que pudiera haberse utilizado faltaba?
Una vez más, Chen intentó hacer encajar a Jiang en el rompecabezas. La hipótesis del asesinato no premeditado podría ser válida, pero ¿consiguió entrar Jiang sin que el guarda de seguridad lo interceptara? En cuanto al arma del crimen, Chen era incapaz de adivinar cuál sería y dónde podría encontrarse.
El inspector jefe se sintió algo mareado y la cabeza comenzó a darle vueltas. Puede que hubiera bebido demasiado vino con el estómago vacío. Intentó tomarse un breve respiro. Apoyándose contra la ventana, volvió a mirar al exterior. En esa época del año los días eran muy largos. Le fascinaban las nubes de color escarlata que se veían a lo lejos, más allá de los perfiles recortados de las colinas. Parecían escupir una enorme llamarada que convertía en oro líquido una zona inmensa del lago, que no había tenido nunca un aspecto tan fantástico. Era como si exhibiera su belleza natural en un intento fallido de evitar la contaminación.
Tras volver su atención de nuevo al portátil, Chen se vio incapaz de retomar el poema inacabado. Los versos fragmentados podían guardarse en el ordenador, pero no tenía ni idea de cuándo experimentaría de nuevo el impulso necesario para completar toda la pieza.
Quizá no importara demasiado. Pensó en lo que había dicho Shanshan sobre la irrelevancia de la poesía en la China actual. Pulsó la tecla de guardar y fue a ducharse.
Después de la ducha, se envolvió en el albornoz gris proporcionado por el centro de vacaciones, encendió un cigarrillo y se acomodó en el sofá antes de encender el televisor.
No emitían ningún programa que valiera la pena, salvo quizás un partido de fútbol «muy esperado». Pero Chen no era aficionado a los deportes. Una leve brisa fresca, apenas perceptible, llegó desde el lago. Chen cogió una toalla de baño. A veces le costaba menos dormirse si dejaba el televisor encendido. No quería irse a dormir todavía, pero quizás una cabezada lo espabilara.