4
El transbordador desapareció entre la neblina.
Chen se volvió y emprendió el camino de regreso al centro sin dejar de silbar. Su móvil comenzó a vibrar: era un mensaje de ella. «Ahora tú también tienes mi número. Shanshan.»
«Eso está bien», pensó Chen, sonriendo. El mensaje de Shanshan reflejaba un entusiasmo por las nuevas tecnologías que quizá fuera característico de la gente de su edad. Chen había tardado un par de días en aprender a escribir y a enviar un mensaje de texto en chino. Había persistido porque no le quedaba otra opción: era necesario para su trabajo, pero no disfrutaba haciéndolo. Sin embargo, muchos jóvenes parecían enviarse mensajes continuamente.
No pudo evitar volverse y mirar de nuevo hacia el transbordador, y, al hacerlo, tuvo la sensación de que alguien lo observaba. Un hombre que miraba hacia donde él se encontraba levantó un móvil como para tomar una fotografía, aunque luego se dio la vuelta de repente al percatarse de que Chen le devolvía la mirada. Podría ser una coincidencia, pero había algo en su observador que le llamó la atención. Era un hombre de mediana edad y complexión normal, enfundado en una camisa blanca de manga corta. Chen tuvo la impresión de haberlo visto antes, aunque en aquel momento no consiguió recordar dónde.
Pero quizá su carácter desconfiado estuviera jugándole una mala pasada. En Wuxi era un turista anónimo que estaba de vacaciones, no un poli que investigaba un delito. No había motivos para creer que alguien iba a seguirlo aquí. Chen continuó andando, y después de pasar por delante de varios puestos volvió a mirar hacia atrás. El hombre había desaparecido.
Chen consideró que lo que acababa de contarle Shanshan podría incluirse en su informe para el camarada secretario Zhao. Sería preciso contrastar antes algunos datos, pero el inspector jefe no tenía prisa, y estaba seguro de que la información era relevante.
No tardó en perderse de nuevo. Sacó el mapa, pero no le sirvió de mucho. Después de recorrer dos o tres manzanas sin saber dónde se encontraba, Chen divisó a un grupo de turistas que se dirigían a una calle bordeada de sauces, caminando tras una guía que sujetaba una banderola. Hablaban, gesticulaban y señalaban un letrero que indicaba el camino al parque, a través del cual, supuso Chen, podría tomar un atajo hasta el centro de vacaciones.
Chen los siguió hasta la puerta delantera del parque, donde una gran valla publicitaria informaba de que las entradas costaban treinta yuanes. Chen mostró su pase del centro y entró sin pagar: otra ventaja de la que sólo disfrutaban los cuadros de alto rango.
El parque era un hervidero de turistas, la mayoría procedentes de ciudades cercanas. Chen estaba bastante seguro de que algunos venían de Shanghai, porque oyó a una pareja joven que hablaba con el inconfundible acento de aquella ciudad. La mujer, embarazada de cuatro o cinco meses, sonreía encantada mientras sujetaba en la mano un par de minúsculos bebés de barro cocido con trajes de vivos colores, artesanía típica de Wuxi.
Cerca del lago, Chen se fijó en un grupo que esperaba a subir a bordo de varios barcos grandes de pasajeros. Una de las embarcaciones, reluciente a la luz del sol, era tan moderna y lujosa que parecía haber llegado navegando desde una película de Hollywood.
Hacia el oeste, no lejos del muelle, varios turistas esperaban su turno para sacarse una fotografía frente a una roca enorme, sobre cuya superficie plana alguien había pintado cuatro caracteres chinos en rojo: EMBARAZADA CON WU YUE. «Wu Yue» hacía referencia a la zona del lago. Originalmente esta frase se empleaba para alabar la extensión del lago, pero desde hacía tiempo aquel lugar se había convertido en un marco muy buscado para las fotografías turísticas. Según una creencia popular, la roca traía buenos augurios a las parejas jóvenes que ansiaban iniciar una familia.
Al pasar frente a la estatua de bronce de una tortuga —el animal que daba nombre al parque—, Chen vio una casa de té construida de acuerdo con el estilo arquitectónico tradicional: paredes blancas, pilares de color bermellón, celosías y un gran carácter chino que significaba «té» bordado sobre un banderín rectangular de seda amarilla que ondeaba al viento. Había grupos de clientes sentados en varias mesas colocadas en el exterior. Bebían té, jugaban al póquer y al ajedrez y se relajaban contemplando la superficie del lago, salpicado de un sinfín de velas blancas con aspecto de nubes.
Era un emplazamiento fantástico. Sin embargo, a los habitantes de la zona, que lo habrían visto cientos de veces, puede que no les pareciera más que un lugar donde tomar el té.
Chen escogió una mesa de bambú con una vista del lago enmarcado por los árboles, resplandeciente bajo la luz del sol. Sus aguas no parecían tan oscuras como en la zona del transbordador, cuando se encontraba en compañía de Shanshan.
Una camarera se acercó a su mesa y depositó un termo recubierto de bambú y una taza que contenía un pellizco de hojas de té.
—Té Antes de la Lluvia, la cosecha más reciente del año y las mejores hojas de té de la casa —explicó la camarera mientras le servía una taza.
El té era de color verde claro. Chen no cogió la taza de inmediato, sino que se puso a tamborilear sobre la mesa con un dedo, pensando en lo que Shanshan había dicho acerca del agua. Alcanzó un periódico de un revistero situado cerca de la mesa, pero al ver en la portada una fotografía de los dirigentes locales hablando en un congreso de economía, volvió a dejarlo donde estaba.
Las palabras de Shanshan lo había impresionado profundamente. Durante muchos años, la protección medioambiental apenas había preocupado al pueblo chino. Durante el régimen de Mao muchos chinos murieron de hambre, en particular durante los Tres Años de Desastres Naturales acaecidos a finales de la década de 1950 y a principios de la de 1960, y luego de nuevo durante la Revolución Cultural. La prioridad de la gente era sobrevivir, lo que significaba comer cualquier alimento que pudieran encontrar. Después, bajo el mandato de Deng, China comenzó a alcanzar al resto del mundo por primera vez en muchos años; tal y como afirmó Deng, «el desarrollo es la única verdad», por lo que la protección medioambiental siguió sin considerarse un asunto prioritario.
No le sorprendía en absoluto que Shanshan se hubiera enemistado con sus colegas en la empresa química, o que hubiera recibido llamadas amenazadoras a causa de su trabajo. Chen se preguntó si debía ponerse en contacto con la policía local. Tenía el teléfono de Shanshan, por lo que quizá pudieran localizar la llamada amenazadora. Además, ahora se había cometido un asesinato en su empresa.
Chen sacó el móvil y marcó el número del oficial Huang, del Departamento de Policía de Wuxi.
—Vaya, debería haberme dicho que iba a venir, inspector jefe Chen —exclamó Huang, sin tratar de ocultar la excitación en su voz—. Podría haberlo ido a buscar a la estación de ferrocarril.
—Bueno, usted es la primera persona con la que me he puesto en contacto desde mi llegada. Estas vacaciones también han supuesto una sorpresa para mí.
—Me siento muy halagado de que me haya llamado primero a mí, y me alegro de que decidiera venir de vacaciones a Wuxi.
—Recibí una llamada del camarada secretario Zhao, el director jubilado del Comité Central de Disciplina del Partido. El camarada secretario estaba demasiado ocupado para aprovechar las vacaciones que le habían organizado, y quiso que viniera yo en su lugar. Así que aquí estoy, disfrutando de una taza de té Antes de la Lluvia en Yuantouzhu.
—Me parece fantástico, inspector jefe Chen. He oído hablar tanto de usted… y de sus contactos en Pekín. Usted trabajó en un caso muy delicado de anticorrupción bajo las órdenes directas del camarada secretario Zhao. ¡Menudo caso! Lo he estudiado varias veces. Soy su más rendido admirador. No sólo he seguido muy de cerca su extraordinario trabajo policial, sino que también he leído todas sus traducciones. Conocerlo sería un sueño hecho realidad.
—A mí también me gustaría hablar con usted.
—¿Lo dice en serio? Estoy muy cerca de donde se encuentra usted, inspector jefe Chen —dijo Huang—. ¿Puedo ir a verlo?
—Claro que sí, venga y tomémonos juntos una taza de té. Estoy en la casa de té del parque, cerca de la estatua de bronce de la tortuga. —Entonces, Chen añadió—: Ah, y no les diga ni una palabra a sus compañeros acerca de mis vacaciones.
—No diré ni una sola palabra a nadie, se lo prometo, inspector jefe Chen. Ahora mismo voy hacia allí.
Huang apareció en menos de veinte minutos y se dirigió a grandes zancadas a la mesa de Chen mientras se enjugaba la frente con el dorso de la mano. El oficial, un joven enérgico y atildado de frente alta y ojos penetrantes, sonrió al ver a Chen.
—Lo he reconocido desde lejos, inspector jefe Chen —dijo Huang—. He visto su foto en los periódicos.
Chen pidió que trajeran otro servicio de té y le sirvió una taza al joven policía. Después, sin más preámbulos, llevó la conversación al asesinato de Liu Deming.
Para sorpresa de Chen, Huang resultó ser uno de los agentes destinados al caso. De hecho, estaba en la empresa química hablando del asesinato con sus compañeros cuando recibió la llamada del inspector jefe.
—¿Ha oído hablar del asesinato? Sí, claro que ha oído hablar —dijo Huang, rebosante de expectación—. Usted no está aquí de vacaciones, ¿verdad?
Chen continuó bebiéndose el té a sorbos sin contradecir de inmediato a Huang. A ojos de la policía local era inevitable que sus vacaciones resultaran sospechosas, incluso antes de que hubiera mostrado interés en el asesinato. El inspector jefe era célebre por sus investigaciones secretas en diversos casos altamente confidenciales.
—Bueno, pensé que sería estupendo venir a Wuxi y relajarme durante una semana, sin nada que hacer, pero sólo llevo aquí un día y ya empezaba a aburrirme. No me quejo, aunque quizá sea incapaz de olvidarme de mi profesión, como el subinspector Yu y su esposa Peiqin me han dicho varias veces. Entonces me enteré de este caso por casualidad —explicó Chen—. No voy a ponerme a investigar, no es mi terreno y sé que no debo inmiscuirme. Simplemente quería hacer algo para matar el tiempo.
—Sherlock Holmes necesita tener algo que hacer. Lo entiendo perfectamente, jefe. ¿Puedo llamarlo jefe, inspector jefe Chen?
Creyera o no a Chen, el joven policía ansiaba emular a los investigadores ficticios a los que tanto admiraba. Así que le proporcionó información muy detallada sobre el caso, centrándose en lo que le parecía extraño y sospechoso.
El hecho de que la Empresa Química Número Uno de Wuxi fuera la más grande de la ciudad, y que Liu fuera un delegado del Congreso del Pueblo de la provincia de Zhejiang, convertían este asesinato en prioritario para el Departamento de Policía de Wuxi. La investigación se la encomendaron a una brigada especial, de la que Huang era el miembro más joven.
Comenzaron abriendo un expediente sobre la víctima, Liu Deming, el cual había trabajado en la empresa durante más de veinte años. Cuando ascendió al cargo de director general, varios años atrás, la compañía estatal estaba al borde de la quiebra. Tras conseguir sacarla del bache económico en el que se encontraba, logró que la compañía obtuviera beneficios y que se expandiera con éxito. Liu, un hombre tan hábil como ambicioso, se estableció así como personaje importante de Wuxi, un auténtico «estandarte rojo» en el desarrollo económico de la región.
Sin embargo, en años recientes Liu se había visto envuelto en diversas polémicas. Por una parte, la empresa se encontraba en plena remodelación: iba a cotizar en Bolsa, cosa que la situaría a medio camino entre lo estatal y lo privado, un nuevo experimento de la reforma económica china. Era la primera empresa que pretendía hacerlo en Wuxi, y el propio Liu iba a convertirse en el accionista mayoritario, con millones de acciones a su nombre. Sería un Bolsillos Llenos capitalista, por así decirlo, aunque continuara siendo miembro del Partido y director general de la empresa.
No menos polémica era la contaminación debida al aumento de la producción y a la maximización de los beneficios mediante el vertido al lago de toneladas y toneladas de aguas residuales sin tratar. Se trataba de un secreto a voces, y la empresa de Liu no era la única en realizar vertidos tóxicos donde le conviniera. Sin embargo, el deterioro gradual de la calidad de las aguas del lago había provocado las quejas de los habitantes de la zona. La Compañía Química Número Uno de Wuxi era la fábrica de mayor tamaño ubicada junto al lago, por lo que constituía un blanco fácil. Las autoridades municipales intentaron ejercer una especie de control de daños y silenciaron la protesta, aunque con escaso éxito.
La noche del asesinato, Liu había estado trabajando en su despacho particular —un piso que se encontraba a unos cinco minutos a pie de la fábrica— y no en su casa, situada a unos ocho kilómetros de allí. Era bastante habitual que el alto directivo, siempre muy ocupado, pasara la noche en su despacho particular cuando estaba saturado de trabajo. Las últimas semanas habían supuesto un periodo de actividad frenética en la empresa, debido principalmente a los preparativos para la futura Oferta Pública de Venta u OPV. Aquel domingo, además de Liu, también acudieron al trabajo varios ejecutivos de la empresa y sus respectivas secretarias. Liu fue visto por última vez entrando solo en el complejo de pisos alrededor de las siete de la tarde.
A la mañana siguiente, Mi, su secretaria, no lo vio llegar al trabajo. Llamó a su casa, a su despacho particular y a su móvil, pero no consiguió localizarlo. Así que, pensando que podría haberse dormido, se dirigió a su despacho particular. A Liu le costaba dormirse a veces, especialmente cuando trabajaba hasta bien entrada la noche, y por ello tomaba somníferos. Mi vio los zapatos de su jefe junto a la puerta: Liu siempre se ponía unas zapatillas al entrar en el piso. Al no acudir nadie a abrirle después de llamar durante varios minutos, la secretaria telefoneó a la policía.
Encontraron a Liu muerto en su despacho: le habían asestado un golpe mortal en la nuca. Parecía que habían infligido la herida con un objeto contundente, dato que después confirmaría el informe preliminar de la autopsia. La muerte se debió a una fractura craneal masiva con hemorragia cerebral aguda, pero en el escenario del crimen apenas había sangre. El cadáver no presentaba magulladuras ni heridas, y tampoco tenía tejidos, sangre o piel bajo las uñas.
La hora de la muerte se estableció entre las nueve y media y las diez y media de la noche anterior. En el escenario del crimen no se hallaron indicios de que alguien hubiera entrado por la fuerza, ni de que Liu hubiera opuesto resistencia. No se encontraron ni el arma del crimen ni huellas dactilares, salvo una en un espejo del baño que se atribuyó a su secretaria, Mi. Pero aquello no significaba nada, ya que Mi también trabajaba allí de vez en cuando.
En el piso no parecía faltar ningún objeto de valor: tanto Mi como la esposa de Liu lo confirmaron tras visitar la vivienda.
La policía sospechaba que el asesino podía ser algún conocido de Liu. El despacho particular se hallaba en un complejo de pisos caros y bien custodiados. Según sus vecinos, Liu no solía pernoctar allí, y apenas tenía relación con ellos. A veces trabajaba en aquel despacho con Mi hasta la madrugada, con la puerta bien cerrada. Sin embargo, por lo que el guarda de seguridad podía recordar, Liu estaba solo aquella noche, y ningún desconocido acudió a visitarlo más tarde. Los no residentes debían pasar un control de seguridad y dejar el nombre del residente al que iban a visitar.
Los policías de la ciudad también interrogaron a varias personas próximas a Liu sin dar con ninguna pista relevante.
Según la declaración de Mi, Liu no había mencionado que esperara ninguna visita aquella noche. La señora Liu afirmó que su marido la había llamado aquel mismo día para comunicarle que debía ocuparse de unos documentos importantes, y que por ello no iría a casa a dormir. Después de hablar con su marido, la señora Liu viajó a Shanghai a última hora de la tarde y no volvió hasta el día siguiente. Fu Hao, director adjunto de la empresa y ahora director general en funciones, explicó que Liu había estado tan ocupado últimamente que apenas habían hablado durante el día.
Al acabar la introducción del caso, Huang tomó un sorbo del té tibio y se inclinó sobre la mesa.
—Usted no es ningún intruso, jefe. Este no es un caso cualquiera. Además de haberse creado una brigada especial, las autoridades del Gobierno, no sólo a nivel municipal, siguen la investigación con mucho interés. Hemos recibido varias llamadas del gobierno municipal. Me han dicho que incluso los de Seguridad Interna están interesados en el asunto, y ahora han iniciado una especie de investigación paralela.
—Seguridad Interna —repitió Chen—. ¿Han hecho algo hasta ahora?
—Para empezar, se han llevado el registro de llamadas de Liu antes de que pudiéramos examinarlo.
—¡Caramba! Es usted muy perspicaz, Huang.
—Pero no me he reunido con ellos. Cara a cara, quiero decir. Así que no estoy seguro de hasta qué punto se han involucrado.
—Sí, investíguelo por mí —dijo Chen, antes de darse cuenta de que, involuntariamente, había vuelto a adoptar su rol habitual: hablaba como si estuviera al cargo del caso y Huang fuera su subordinado. Aunque aún no había decidido implicarse en la investigación, Chen pensó que no estaría de más si echaba un vistazo—. Me han contado alguna cosa sobre la empresa, y sobre su productividad a expensas del medio ambiente, lo que ha provocado que el agua del lago y la comida de esta zona estén muy contaminadas.
Estas averiguaciones, inspiradas por su conversación con Shanshan, también guardaban cierta relación con las instrucciones del camarada secretario Zhao. Había llegado el momento de empezar a prestarle atención al problema. Con todo, Chen pensó que de momento sería mejor no hacer demasiadas preguntas Para no causar una alarma innecesaria.
—Bueno, se dice que algunas personas están enfermando por beber el agua o comer pescado del lago, pero la verdad es que no se ha demostrado nada —explicó Huang, rascándose la cabeza—. No creo que esto tenga que ver con el asesinato. Aquí hay muchas fábricas como la de Liu. Wuxi se ha desarrollado muy rápidamente, y, tal como dijo el camarada Deng Xiaoping, «el desarrollo es la única verdad».
El inspector jefe Chen, procedente de Shanghai, no era quién para discutir sobre el desarrollo económico en Wuxi. Y tampoco era un experto medioambiental como Shanshan.
—¡Ah! Otra cosa, Huang —dijo Chen de improviso—. Alguien de Wuxi a quien conozco ha estado recibiendo amenazas por teléfono. ¿Podría investigarlo?
—¿Cómo se llama su conocido? ¿Y cuál es su número de teléfono?
—Conocida. Se llama Shanshan, y éste es su número.
Chen copió el número en un trocito de papel y se lo entregó a Huang.
—¿Shanshan?
A Chen le pareció adivinar un leve dejo de sorpresa en la expresión del agente.
—¿La conoce?
—No, no la conozco. Y usted, ¿la conoce bien? —preguntó Huang.
—No, la conocí ayer.
—Comprobaré si es verdad, jefe —dijo Huang mirando su reloj mientras se levantaba—. Creo que tengo que volver a la brigada, son casi las cinco.
—Muchísimas gracias, Huang. Llámeme cuando se entere de alguna novedad. —Y luego añadió, como si se le hubiera acabado de ocurrir—: Y envíeme algo de información sobre el caso.
Chen observó cómo Huang desaparecía entre la multitud, que comenzaba a dispersarse a medida que oscurecía. Permaneció allí sentado, reflexionando, mientras contemplaba su taza de té vacía.
Al cabo de unos minutos levantó la cabeza y vio la tortuga de bronce, la cual debía de haber oído —de estar dotada de poderes sobrenaturales como en las leyendas populares— una historia trágica más. Pero la tortuga marrón permanecía agachada, meditabunda, ajena al sufrimiento humano. ¿Qué clase de hombre había sido Liu? Chen ni siquiera había visto una fotografía suya, pero puede que Liu también hubiera venido aquí a sentarse para tomarse un té a sorbos y contemplar la estatua de la tortuga.
Chen dirigió entonces la mirada al alero inclinado de una torre de madera, de muchas plantas, que se recortaba contra la oscuridad envolvente. La torre, deteriorada a lo largo del tiempo por las inclemencias meteorológicas, le pareció de pronto melancólica. Le invadió una sensación de déjà vu, posiblemente al recordar más versos de Su Shi, su poeta favorito de la dinastía Song.
No es más que un sueño,
del pasado, del presente.
¿Quién consigue despertarse del sueño?
Sólo hay un ciclo interminable
de antiguas alegrías y de nuevos pesares.
Algún día, otra persona,
al ver la torre por la noche,
puede que suspire profundamente mientras piensa en mí.