6
El miércoles por la mañana Chen llamó a Shanshan.
—Ayer intenté ponerme en contacto contigo, Shanshan. Te llamé varias veces, pero no contestaste.
—Pasó algo en mi empresa. Resultó ser una falsa alarma —explicó la muchacha—. Pero no me soltaron hasta la noche.
—¿Cómo dices? —preguntó Chen con fingida sorpresa.
El oficial Huang ya le había informado de que habían puesto en libertad a Shanshan la noche anterior. Chen no le preguntó a Huang cómo lo había conseguido, pero éste mencionó que Seguridad Interna había centrado su atención en un hombre apellidado Jiang, el cual había tenido varios enfrentamientos con Liu. En otras palabras, Jiang era un sospechoso más probable que la ingeniera. Sin embargo, a Chen le interesaba cada vez más el caso, estuviera Shanshan a salvo o no.
Para empezar, Seguridad Interna no habría intervenido en un simple asesinato, pese a que Liu era una personalidad en Wuxi.
—Me alegro de que sólo fuera una falsa alarma, pero creo que necesitas tomarte un descanso, Shanshan.
—No sé si fue falsa o no. Y me he tomado el día libre.
—Eso está muy bien —respondió Chen—. ¿Qué te parece si hoy hacemos una excursión alrededor del lago?
—Pero ya paseamos anteayer junto al lago, ¿no?
—Bueno, si tuviéramos mundo y tiempo suficientes…
—¿A qué te refieres?
—Es un verso de un poema de Andrew Marvell —explicó Chen—. Mis vacaciones sólo durarán alrededor de una semana, ¿sabes? Ya que te has cogido el día libre, ¿por qué no?
—Eres muy persuasivo.
—Estupendo. Haremos algo para que se te pase el susto.
—¿Para que se me pase el susto?
—Algo divertido, para que no le des vueltas a la desagradable experiencia de ayer. ¿Sabes qué? Aún no he dado un paseo en barco desde que estoy aquí. Así que naveguemos, tú y yo, a la deriva en una góndola.
—Qué turista tan poético. —Pero, a continuación, Shanshan dijo inesperadamente—: ¿Dónde podemos quedar?
—¿Qué te parece bajo la tortuga de bronce del parque? Te estaré esperando allí.
Poco después, Chen esperaba bajo la tortuga de bronce, apoyado contra el tronco retorcido de un árbol viejo. Era un parque realmente pintoresco. El sol pendía sobre los aleros inclinados de un antiguo pabellón erigido junto al lago, dorando el agua con sus reflejos. Una hilera de patos blancos patrullaba la orilla más cercana. Chen pensó que podría pasarse todo el día allí, en compañía de Shanshan.
Entonces dirigió la mirada hacia el muelle, que seguía tan abarrotado y ruidoso como el día anterior. Un gran barco se adentraba en el lago, y Chen divisó a una joven pareja apoyada contra la barandilla blanca de la cubierta superior. Compartían un cucurucho de helado y sonreían felices, como si mordisquearan el mundo.
Entonces el inspector jefe vio que Shanshan entraba por una puerta de piedra en forma de calabaza, brincando sobre un prado moteado por la sombra de un boj. Llevaba una bolsa de redecilla de nailon con botellas de agua e iba vestida para la ocasión, con una ligera gabardina de color granate sobre un vestido blanco sin tirantes. Calzaba zapatos de tacón también blancos.
Había pensado en él a la hora de vestirse, supuso Chen. Confucio dice: «Una mujer se embellece para el hombre que sabe apreciarla». No era un dicho necesariamente antifeminista, puesto que dependía de la perspectiva del observador.
—Puede hacer mucho viento en el lago —dijo ella, explicando el porqué de la gabardina. Le dirigió una sonrisa radiante al darle la mano. A Chen sus dedos le parecieron maravillosamente suaves.
Al otro lado del lago, un ave acuática emprendió el vuelo, giró y se elevó hasta desaparecer en la lejanía. El inspector jefe y Shanshan comenzaron a caminar junto a la orilla. Les llevó bastante tiempo encontrar un barco que les gustara. La mayoría de los turistas preferían los barcos de pasajeros o las lanchas motoras, todos ellos más cómodos y de aspecto moderno. Eran más baratos, pues costaban sólo alrededor de diez yuanes por persona, pero Chen tenía otra idea en mente.
Al final se decidieron por un sampán de tamaño medio con un toldo de lona tratada con aceite de tung, bajo el que había un par de sofás cubiertos con una basta tela de color azul añil y una mesita de bambú entre ellos. Aunque no parecía tan antigua como Chen hubiera deseado, la embarcación resultaba acogedora.
El sampán contaba con un camarote para cuatro personas, pero en aquel momento no había más clientes esperando. Chen ofreció alquilar el barco para los dos solos y pagar la diferencia. El propietario del sampán aceptó de inmediato. Era un hombre jovial de unos cincuenta años, con un rostro curtido que parecía sacado de un cuadro al óleo, pero con un brillo astuto en la mirada. El hombre comenzó a remar lago adentro, de pie en la popa, y se dirigió a Chen en voz muy alta:
—Señor, es muy afortunado de tener a una novia tan guapa sentada a su lado. Compartir con ella un día de primavera tan romántico en el mismo barco bien vale todo el dinero que vaya a pagar.
Chen sonrió sin decir nada y se sentó frente a Shanshan. Ella lo miró, con las manos sobre la mesa. En su mirada había un destello difícil de identificar, tan atractivo como enigmático. En la literatura china clásica existía una frase hecha para describir las «olas otoñales» que ondeaban en los ojos de las beldades. Shanshan era aún tan joven que las olas de sus ojos resultaban más primaverales que otoñales. Chen se fijó en un recorte de papel rojo pegado a la pared que quedaba detrás de la muchacha. El recorte, aunque un poco rasgado, era un dibujo reconocible con peces y flores que simbolizaba el amor apasionado y el matrimonio fructífero.
Balanceándose de vez en cuando ligeramente, el sampán se alejó de la orilla por un canal señalizado a ambos lados con postes clavados en el lecho del lago.
Cuando Shanshan se quitó la gabardina, sus blancos hombros relucieron contra el fondo oscuro. La muchacha cogió una taza de la mesa y vertió un poco de agua de la botella que llevaba consigo.
—Eres muy precavida.
—Nunca se es lo suficientemente precavido hoy en día.
—Eso me recuerda un verso que leí hace mucho.
—¿Otro más? Veo que te apasiona la poesía —dijo ella con una sonrisa burlona que iluminó su expresivo rostro—. ¿Siempre eres así de romántico cuando haces turismo?
—No lo sé, pero, como turista, siempre he querido pasar un día en el lago —reconoció Chen—. Y hay una razón más apremiante, por supuesto. Quería estar contigo.
Ahora sus palabras sonaron como un eco de algo que había leído mucho tiempo atrás, aunque podría haber sido un texto en prosa en lugar de un poema. No le costó meterse en el papel que ella le había asignado.
—¿Vamos a los Tres Islotes Celestiales? —preguntó el dueño del sampán—. Con tantos templos taoístas, pabellones, pagodas y torres de jade y de cristal, las vistas son realmente magníficas.
—Los Tres Islotes Celestiales son una atracción turística que se encuentra cerca del parque —explicó Shanshan—. Según una posible interpretación, los islotes tienen aspecto de tortuga vistos desde el otro lado del agua. Siempre están abarrotados de turistas.
—No, no soy un turista típico —dijo Chen—. No puedo evitar pensar en estos versos de Su Shi:
Allí sólo podía hacer frío,
en las torres de jade y cristal.
Imposible compararlo a bailar aquí
en el mundo humano.
—Tiene toda la razón —dijo el hombre del sampán—. Mi barco baila al son que marque usted.
—¿En qué piensas ahora? —preguntó Shanshan.
—Bueno, me han venido a la cabeza otros versos:
El agua fluye en las ondulaciones de sus ojos.
Las colinas se elevan cuando frunce el ceño.
¿Qué podría visitar el viajero?
El paisaje encantador
de sus ojos y sus cejas.
»No es un poema mío sino de Wang Guan, un poeta de la dinastía Tang. Para él, primavera y belleza son equivalentes, por eso el poema acaba así:
Cuando alcances a la primavera,
al sur del río, asegúrate
de quedarte con ella.
»Así que he decidido quedarme aquí contigo.
—Me abrumas —respondió Shanshan con una leve sonrisa melancólica. Ya no estaba de moda citar poemas, pero no parecía incomodarla.
—¡Es usted todo un poeta! —interrumpió el hombre del sampán tras escuchar la conversación—. ¿Le gustaría escuchar un par de canciones típicas de los sampanes?
—¿Canciones de los sampanes?
—Sí, aquí es una costumbre de larga tradición —respondió el hombre sonriendo abiertamente—. ¿Recuerda las canciones de amor de los relatos sobre Tang Bohu?
Tang era un legendario erudito y un pintor romántico de la dinastía Ming. En aquellos relatos solía aparecer un barquero cantante, recordó Chen.
El dueño del sampán comenzó a cantar con voz grave y fuerte acento Wu una canción que celebraba el tema eterno del amor:
Las flores rojas del melocotonero
refulgen por las colinas,
y el agua primaveral
del río fluye por doquier.
El color de la flor se apagará enseguida,
mi señor, como vuestra pasión,
mientras que el agua seguirá fluyendo,
inagotable, como mis sentimientos.
Para su sorpresa, Chen reconoció la canción por tratarse de una composición de Liu Yuxie, otro célebre poeta de la dinastía Tang. Era una especie de melodía fluvial para los amantes de otras épocas.
—¡Muy bien! —exclamó Shanshan, aplaudiendo.
—¡Bravo! —secundó Chen—. Añadiré diez yuanes al precio.
Chen observó que el barquero no le quitaba ojo a Shanshan. Quizá cantaba para ella, recordando su juventud. La muchacha también debía de ser consciente de ello, pues sonrió abiertamente a Chen mientras le daba palmaditas en la mano desde el otro lado de la mesa.
El barquero continuaba cantando mientras el sampán surcaba las aguas del lago. Sus canciones hablaban de una pasión que el tiempo no había conseguido sofocar.
Los brotes de sauce son verdes,
el agua del río, plácida.
Ella lo escucha cantar
al otro lado de las olas.
El sol brilla en el este,
la lluvia cae en el oeste.
Dicen que no hace buen tiempo,
pero a mí me parece benigno.
Chen miró atónito al barquero. Aquélla era otra canción fluvial del mismo poeta de la dinastía Tang, y la segunda estrofa contenía un ingenioso juego de palabras que podía referirse, o no, al tiempo atmosférico.
A lo lejos se divisaban varios barcos de remo, algunos de proa afilada, los otros romos. Los tripulantes de uno de ellos parecían estar comprobando las redes, tal y como se hacía en el periodo Tang. Sin embargo, a orillas del lago también había numerosas fábricas, con chimeneas que no dejaban de soltar humo contra las colinas pardas. No demasiado lejos de allí, varias aves acuáticas rebuscaban entre los peces muertos arrastrados por la corriente.
—Una más —le pidió Shanshan al hombre del sampán.
El río Qing serpentea
entre millares de brotes de sauce.
La escena permanece inalterable
desde hace dos décadas…
El mismo puente de madera antiguo,
donde me despedí de ella,
no trae noticias, ¡ay!
para hoy.
La última canción asombró a Chen por su final triste y repentino. Al levantar la vista, el inspector jefe contempló los sauces que bordeaban un tramo curvo de la orilla, al igual que en el poema.
¿Dónde estaría él al cabo de dos décadas? ¿Recordaría ese día en el barco?, se preguntó.
—También servimos en el barco una comida especial —ofreció el dueño del sampán, enjugándose el sudor de la frente con el dorso de la mano—. Pescado y gambas, frescos y aún vivos, recién sacados del agua. Echaré ahora la red si les parece.
—Sería interesante —respondió Chen. Había leído algo acerca de las comidas servidas a bordo, donde el pescado se preparaba al momento, se cocinaba en un minúsculo hornillo y se servía en el camarote.
Pero entonces se fijó en que Shanshan le dirigía una mirada de advertencia. No dijo nada, temiendo quizá parecer de nuevo una aguafiestas, aunque Chen conocía sus reservas acerca del lago contaminado. No tenía sentido, sin embargo, hablar del tema en presencia del dueño del sampán.
—Pero la verdad es que no tenemos demasiada hambre —se disculpó Chen—. Ahora no, gracias.
—Gracias —repitió ella.
—Está bien. Pueden disfrutar de mi barco todo el día, no hay prisa para comer —respondió el hombre del sampán de buen humor, dirigiendo de nuevo una mirada furtiva a Shanshan—. Por casualidad, conozco un relato sobre una comida servida a bordo de un barco.
—Cuéntenoslo —dijo ella.
—La historia dio origen, supuestamente, a un plato muy conocido llamado «carpa viva del emperador Qianlong». Esta especialidad se ofrece en algunos restaurantes de lujo, y se sirve sobre una bandeja decorada con dibujos de sauces. La carpa aún mueve los ojos cuando llega a la mesa.
—¡Caramba! —exclamó Chen, tan intrigado como Shanshan.
—Según este relato, el emperador Qianlong, de la dinastía Qing, era enormemente aficionado a viajar de incógnito. Una noche, durante un viaje al sur del río disfrazado de mercader, el emperador se vio atrapado en medio de una tormenta. Cuando por fin consiguió embarcar en un sampán, estaba tan aterido y hambriento como un lobo empapado. Una vez a cubierto, el emperador pagó algunas monedas a la barquera, que manejaba sola el sampán, para que le diera de comer. Era una joven muy capaz, vestida con una basta túnica de tela azul y pantalones cortos que permitían ver sus piernas desnudas y sus pies descalzos. La chica sacó una vasija de Rojo Doncella…
—Es el nombre de un vino de arroz de Shaoxin, ¿verdad? —inquirió Shanshan, que ahora parecía más animada.
—Sí, existe la tradición de enterrar una vasija de vino de arroz cuando nace una niña. Bueno, sigamos con la historia. Aquella vasija de Rojo Doncella debía de llevar años guardada. El vino tenía un sabor tan añejo que el viajero vació varias tazas, una tras otra, y no tardó en olvidarse de que era el emperador. La chica del barco se apiadó de él al ver que seguía tan mojado como un pollo que se ahoga en un estanque, y le frió una carpa viva que acababa de pescar en el río. El pescado resultó ser demasiado grande para el pequeño wok del barco, por lo que la barquera tuvo que freírlo con la cabeza y la cola sobresaliendo del wok chisporroteante. Después sirvió el pescado en una bandeja decorada con sauces. La carpa, extraordinariamente fresca y tierna, aún movió los ojos una o dos veces en la oscuridad…
—Sí, he oído hablar de ese plato —afirmó Chen—. Lo comí una vez en un restaurante de Pekín, pero nunca me habían contado su origen.
—Pero la historia aún no se ha acabado. Ahora viene el momento culminante. —El hombre del sampán hizo una pausa efectista—. Qianlong debía de haber bebido demasiadas tazas de vino de arroz. Levantando los palillos, se balanceó y atacó violentamente el pescado, pero, de repente, vio que éste se convertía en la barquera. La chica se retorcía sangrando estremecida, mientras el emperador caía al suelo para chuparle el dedo meñique del pie, como si fuera una delicada bola de carne del carrillo de la carpa… Después, este plato se convirtió en una especialidad palaciega.
—Una historia muy extraña sobre un plato realmente especial —afirmó Shanshan y, volviéndose hacia Chen, añadió de improviso—: Todo un gourmet como tú no debería perderse una experiencia culinaria de este tipo. Adelante, pide lo que te apetezca. Pero después de una historia como ésta, yo ya no quiero pescado.
—No hace falta que intente pescar en el lago —le indicó Chen al barquero—. Con una comida sencilla nos basta.
—Sí, señor, una típica comida sencilla de barco —repitió el hombre del sampán. Debía de haber intuido la vacilación de la pareja, porque luego añadió—: pero hoy tengo algo especial: gambas blancas.
—¿Una de las tres especialidades blancas del lago?
—No, no he pescado las gambas blancas aquí. Las conseguí en Ningbo, y aún están muy frescas. Vivo en el lago, así que sé de lo que hablo.
En todo caso, aquello confirmaba las afirmaciones de Shanshan sobre la comida procedente del lago tóxico.
—¿Y bien? —preguntó Chen, mirándola.
—La mayoría de la gente de esta zona sabe de lo que habla, desde luego —susurró la chica, inclinándose sobre la mesa—. Probablemente diga la verdad.
Resultó ser una comida de barco distinta a cualquier otra que Chen hubiera imaginado o sobre la que hubiera leído. Fue muy sencilla, desde luego. Un caldero mongol colocado sobre un pequeño hornillo de gas licuado, con tofu congelado, repollo y lonchas de ternera, además de las gambas blancas. El dueño del sampán lo sacó todo de una pequeña nevera. Chen y Shanshan metieron los distintos alimentos en el agua hirviendo, los mojaron en la salsa especial y disfrutaron comiéndoselos.
Fue una experiencia única: el caldero mongol borboteaba entre los dos, y los palillos de ambos se entrecruzaban en aquel espacio tan reducido. Las gambas blancas, casi transparentes en el caldero, les parecieron sorprendentemente frescas. Con todo, Shanshan no comió demasiado, y sólo probó el tofu y el repollo. Cogió una gamba por error, pero la peló con sus largos dedos y la depositó en el plato de Chen, como si intentara disculparse por ser tan maniática.
Quizá Shanshan no fuera la compañía ideal para un gourmet como él, pensó Chen riéndose de sí mismo. Pero ¿acaso importaba? Merecía la pena variar de vez en cuando. Después de todo, sólo estaría aquí una semana.
La fina bruma parecía solidificarse a su alrededor, y la humedad comenzó a percibirse en el aire. Probablemente estaba a punto de llover.
Chen se esforzó por desviar la conversación hacia un tema poco apropiado para un turista.
—Ayer fui al restaurante del tío Wang. No te preocupes, recordé lo que me habías contado, así que no pedí pescado de lago.
—Ya lo sé, el tío Wang me contó que hiciste algunas llamadas para ayudarme.
—Ni lo menciones. Estaba preocupado por ti, así que intenté averiguar lo que pasaba.
—Te lo agradezco mucho, Chen. Pero, para ser un turista, tienes muchos recursos.
—No soy nadie, Shanshan. No sé nada sobre el modo de actuar de la policía, pero sí sé que está mal que te hayan tratado así. Como dice un antiguo proverbio, si alguien ve algo que no está bien, debe sacar la espada e intervenir —improvisó Chen, atribuyéndose un papel arquetípico de la literatura china clásica. Luego añadió, encogiéndose de hombros como si se burlara de sí mismo—: Por desgracia, no tengo ninguna espada en la mano.
—Aquí empieza a hacer calor —dijo ella, con la mirada alerta y las cejas levemente arqueadas—. ¿Vamos a proa?
Chen se percató de que el barquero estaba en la popa y podía oír su conversación.
—Buena idea.
Subieron hasta la proa, donde pudieron disfrutar de mejores vistas del lago y las colinas que se alzaban a lo lejos. Dado que allí no había sillas ni bancos, tuvieron que sentarse sobre la cubierta. El hecho de que estuviera un poco mojada no pareció molestarles.
Shanshan se sentó cruzando las piernas en la posición del loto, pero no tardó en cambiar de postura. Se recostó contra el poste exterior del camarote, estiró sus largas piernas y se quitó los zapatos. Después inclinó el rostro hacia la luz y sonrió abiertamente. El viento le alborotaba la melena, como si pretendiera hacerla más tentadora.
Una vez más, Chen intentó convencerse a sí mismo de que, por el momento, no tenía que ser un inspector jefe. Podía limitarse a ser un hombre en compañía de una mujer por la que sentía afecto.
Una lubina saltó de entre las algas cercanas al barco e intentó morder algo apenas visible entre la bruma. Las escamas plateadas del pez brillaban entre la sucia masa verde. La lubina volvió a sumergirse en el agua retorciéndose y se alejó nadando.
—Gracias, Shanshan. Estoy disfrutando muchísimo con el viaje en barco —dijo Chen, con la sensación de que aquel momento se le escapaba de las manos. Pero, considerando la posible participación de la joven ingeniera en el asesinato, tendría que ir más despacio, se dijo a sí mismo. Al menos hasta que pudiera investigarlo todo detenidamente.
—El tío Wang me explicó alguna cosa —comenzó Chen poco después—, pero no tengo una idea demasiado clara de lo que pasó en tu empresa.
—No sé qué te diría el tío Wang —replicó Shanshan—, pero él no sabe casi nada. ¿Qué quieres saber?
—Cuéntame lo que ha estado pasando en tu empresa últimamente. Todo lo que sepas.
—¿Por qué?
—Para empezar, he traducido varias novelas policiacas, por lo que me interesan los casos de asesinato. Además, quizá pueda ayudar un poco —dijo Chen, y agarró la mano de Shanshan en un impulso—. Tengo algunos contactos en Wuxi.
Shanshan no apartó la mano, pero desvió la mirada y la dirigió a la masa verde que se extendía a lo lejos, casi rozando el horizonte bajo la luz de la tarde.
—No sé qué contarte primero, Chen.
—Para empezar, ¿qué sabes acerca del plan para llevar a cabo una OPV en la empresa? Creo que lo mencionaste. ¿Por qué tiene que cotizar en Bolsa la empresa? Es decir, ¿cuál es el motivo si es una empresa estatal? ¿Y qué relación tiene todo esto con el tema de la protección medioambiental?
—No soy ninguna experta acerca de las últimas reformas del sistema de propiedad en China —comenzó a explicar Shanshan con tono pausado—. En la generación de mis padres sólo había empresas estatales, pero la situación fue cambiando tras las reformas económicas del camarada Deng Xiaoping, y las empresas no estatales empezaron a destacar. En los últimos años, un número cada vez mayor de empresas estatales han comenzado a desmoronarse. Apenas pueden sobrevivir en el mercado actual, así que algunos propusieron una reforma del sistema de propiedad. La reforma se basa en la teoría de que una empresa no puede tener éxito a menos que pertenezca a alguien. En otras palabras, ahora que el socialismo y el comunismo se han venido abajo, todo tiene que depender de los intereses capitalistas. Así que muchos emprendedores se limitaron a absorber un puñado de empresas de gestión estatal, comprándolas a precios de saldo.
—Sí, he oído que se hicieron muchos tratos de este tipo bajo mano —comentó Chen—. El resultado ha sido una pérdida enorme de propiedades estatales.
—Sin embargo, la situación de nuestra empresa es diferente. El sistema de propiedad va a cambiar, pero ningún empresario externo piensa comprar la empresa: cotizará en Bolsa y pasará a manos de sus accionistas. Por tanto, Liu, el director general, podría haber acabado con millones de acciones. Habría podido comprarlas con un descuento enorme, un «precio interno», o, simplemente, podría haberlas conseguido casi gratis mediante todo tipo de tretas, como fijar cinco céntimos por acción como precio interno para ejecutivos como él, pese a que cada acción valdrá de inmediato veinte o treinta yuanes cuando se venda en el mercado. Además, debido a su cargo, Liu tenía la posibilidad de comprar acciones sin pagar ni un solo céntimo de su propio bolsillo. Le habría resultado fácil conseguir el dinero hipotecando la empresa química.
—Eso se llama «coger a un lobo blanco con las manos desnudas». Lo leí en algún sitio.
—¡No me digas que eres tan culto! —exclamó Shanshan, sacudiendo la cabeza—. En los países occidentales es habitual que el propietario de una empresa sea su accionista principal, dado que fue él el que la creó. Pero las personas como Liu ostentan un cargo que les permite convertir la propiedad estatal en propiedad privada, todo en nombre de las reformas económicas.
—Sí, todos esos altos cargos del Partido Comunista se convierten en multimillonarios, pero sin dejar de ser cargos del Partido —dijo Chen, levantando la cabeza para mirarla—. Has estudiado el tema muy a fondo, Shanshan. Es como si estuvieras impartiendo un curso.
—Es que el plan para llevar a cabo la OPV guarda cierta relación con el problema de la contaminación. Por eso le he prestado tanta atención a la supuesta reforma. Para poder tener éxito, una OPV debe de contar con un balance excelente, así que durante el último medio año Liu ha estado vertiendo más residuos tóxicos en el lago que nunca. Fue una decisión comercial concebida para reducir drásticamente los costes de producción. Y todo en beneficio propio, el resto del mundo puede irse al infierno. Liu ya pasaba de los cincuenta y se acercaba a la edad de jubilación, así que tuvo que acelerar el proceso.
La parrafada de Shanshan corroboraba algo que Chen había observado en ella: no era un mero florero, una chica guapa pero ingenua. La situación en China resultaba complicada. La reforma equivalía, en palabras de Deng Xiaoping, a atravesar el río pisando de piedra en piedra. Pero nadie sabía qué piedra sería la siguiente. Por ejemplo, los cambios en el sistema de propiedad resultaban confusos para la mayoría de la gente, y algunas personas ni se molestaban en entenderlos.
Shanshan no debía preocuparse por esas cuestiones, que no pertenecían a su campo, pero al parecer lo hacía, y había estudiado todos los factores que se hallaban detrás de los problemas medioambientales actuales.
De hecho, la futura OPV podía ser otro de los nuevos problemas a los que el camarada secretario Zhao quería que Chen prestara atención.
—Gracias por ponerme al día. Por fin tengo una idea de lo que está pasando con la OPV —dijo Chen—. ¿Crees que la muerte de Liu podría estar relacionada con todo esto?
—No lo sé.
—Otra pregunta. Me dijiste que Liu murió en su piso. O, mejor dicho, en su despacho particular. ¿Puedes contarme algo sobre ese despacho?
—Está cerca de la empresa, a sólo cinco minutos a pie. Es otro de los privilegios concedidos a los cargos del Partido. El piso se le asignó como reconocimiento por su trabajo, y es una especie de añadido a la casa de dos plantas que Liu se compró con el subsidio para alojamiento de la empresa. Pero son muchos los empleados de la empresa que trabajan a brazo partido y nadie les ha asignado ningún piso. Algunos no tienen aún ni una habitación.
—¿Liu trabajaba allí solo?
—¿A qué te refieres? —preguntó Shanshan, y luego añadió sin esperar a que Chen respondiera—: Mi, su «pequeña secretaria», estaba en el despacho con él, por supuesto.
—¿Liu iba a menudo a ese despacho?
—Quizá la única que realmente lo sepa es su pequeña secretaria.
—Estaría allí para ayudarlo en su trabajo, ¿no?
—Y también para ayudarlo en la cama.
—¡Ah! Eso…
Tendría que haberlo adivinado. Hoy en día se supone que cualquier directivo importante que trabaja en una empresa, ya sea privada o estatal, precisa una pequeña secretaria: una chica joven que lo acompaña tanto en el dormitorio como en el despacho. Es un símbolo de su estatus y, por supuesto, mucho más que eso.
—Una pequeña secretaria. Ya veo. ¿La gente conoce la relación entre Mi y Liu?
—¿Vienes de Marte, Chen? Para empezar, así es como se convirtió en su secretaria. ¿Qué cualificaciones tenía? Acababa de terminar la secundaria cuando la contrataron. Es un secreto a voces, pero nadie quiere hablar del tema.
—En otras palabras, Mi no sólo debe de saber dónde se encontraba Liu aquella noche, sino muchas cosas más.
—Por lo que sé, si Liu estaba en su despacho por algún asunto relacionado con la empresa, ella debió de hacer todos los preparativos. Y si no se trataba de un asunto laboral, debía de estar allí para hacerle la cama.
Esa versión era muy distinta a la del oficial Huang, según la cual Mi desconocía los planes de Liu para aquella noche y había trabajado hasta tarde en la oficina, extremo corroborado por otro colega.
—Es cierto —dijo Chen, consciente de que le resultaba difícil no hablar como un policía—. Pero aquella noche podría haber pasado algo que Liu no quisiera que Mi supiera.
—Es posible. ¿Quién puede saber realmente lo que pasa entre un hombre y una mujer?
—Liu debía de pagarle mucho.
—En la empresa, Mi ganaba un sueldo acorde con su puesto de secretaria. Hay que reconocer que el tipo al menos intentaba guardar las apariencias.
—Bueno, su fortuna podría haber acabado en manos de Mi. Para ella, sólo era cuestión de tiempo.
—Puede que no estuviera tan segura de eso. Si una pequeña secretaria no se convierte en «señora de» en uno o dos años, será pequeña secretaria para siempre. El jefe puede tener mil razones para hacer o no hacer algo. La cantidad que Liu le daba en privado es otra historia, claro está.
—Tienes mucha razón —admitió Chen—. Pero ¿y qué hay de la señora Liu? Conocía los planes de su marido para aquella noche, ¿no?
—No lo sé, pero ella sabía que Liu tenía una pequeña secretaria allí…
El sampán se balanceó. Al tambalearse hacia delante, Shanshan apoyó la mano en el hombro de Chen.
—Ahora cuéntame tu discusión con Liu. Eso pasó alrededor de una semana antes de su muerte, por lo que he oído.
—Has oído muchas cosas, Chen. Discutimos varias veces. Para Liu, los beneficios estaban por encima de todo. Así es como consiguió triunfar. Y no sólo como director general, sino como representante de la reforma económica china ensalzado por el Partido. Es muy probable que, en su situación, cualquiera se viera obligado a aumentar la producción a toda costa, pero yo tenía que hacer mi trabajo como ingeniera medioambiental.
—Hiciste lo que debías.
—Pero aquel día, de eso hará ahora una semana, Liu estalló y se puso a gritarme en su despacho. Otros empleados debieron de oír nuestra discusión. —Después de hacer una pausa, Shanshan añadió con voz queda—: No quiero hablar mal de él ahora que está muerto.
Se produjo un breve silencio. Otro pez saltó a la superficie y volvió a meterse en el agua salpicando. El sampán se encontraba probablemente en medio del lago.
—Esa es la Empresa Química Número Uno de Wuxi —dijo Shanshan de repente, señalando a su izquierda—. Mira en esa dirección, puedo enseñarte algo en el agua.
—Diríjase hacia esa zona —gritó Chen levantándose para dar la orden al barquero.
—¿Allí?
El hombre del sampán parecía sorprendido. Se trataba de una zona alejada de las vistas más pintorescas, y ningún turista estaría interesado en verla. Pero el barquero siguió las instrucciones de Chen.
—Paremos aquí un momento —ordenó Shanshan al barquero. Se volvió hacia Chen e indicó—: Fíjate bien en el agua.
Chen empezó a notar la diferencia en el color del lago a medida que se acercaban a la empresa química. Pero eso no era todo: una inmensa extensión de agua estaba cubierta de una gruesa capa de color verde negruzco. Se trataba de una masa densa, casi sólida, que se extendía a lo lejos. Chen no había visto nada semejante en el río Huangpu de Shanghai ni, de hecho, en ningún otro río.
—¿Ves eso que parece un dique, Chen?
—Sí, ¿para qué sirve?
—Esta horrible capa de color verde se puede ver aquí porque no viene nadie a esta zona, pero no pueden permitir que se extienda hasta el parque, y mucho menos aún hasta el centro de vacaciones. Así que el dique está pensado para impedir que los turistas como tú veáis toda esta porquería.
Esta vez Shanshan había mostrado menos reserva al hablar de los problemas causados por la empresa y de sus responsables. Tras su injusta detención, pensó Chen, era comprensible que la ingeniera dijera lo que pensaba.
El inspector jefe sabía que, debido a sus enfrentamientos en la empresa, Shanshan podría ser una fuente poco fiable de cara a la investigación, aunque prefirió no pensar así.
—Y lo que ves aquí no es lo más asqueroso —siguió diciendo la muchacha—. Es aún peor unos tres kilómetros más arriba.
—Hace poco leí un artículo en el periódico en el que afirmaban que las algas verdes del lago podrían ser un problema de hace muchísimos años.
—¿Cómo puedes creerte lo que escriben en esos periódicos del Partido? Nunca relacionarían el desastre ecológico con la contaminación industrial. Años atrás podían verse pequeñas manchas verdes aquí o allá, y muy de vez en cuando el agua tenía un exceso de nutrientes a causa del clima, pero eso no afectaba a la calidad del agua de todo el lago. No era comparable con esto.
Shanshan hablaba con voz ferviente, como si intentara justificar su labor, pero no era preciso que se justificara ante él. Chen sabía que la ingeniera hacía lo que debía, así que intentó decir algo que confiriera un tono menos grave a la conversación.
—No soy ningún experto, pero el agua del lago me recuerda un poema de la dinastía Tang sobre el sur:
El agua del arroyo luce más azul que el cielo; reclinado
contra una barcaza pintada,
me duermo escuchando la lluvia.
»El agua del lago se vuelve verde, más o menos de forma natural, con la llegada de la primavera. En cierto modo podría decirse que resulta poético.
—¿De verdad piensas eso?
A continuación, Shanshan hizo algo totalmente inesperado: se acercó a un extremo del barco y metió los pies en el agua.
Chen no sabía qué la había impulsado a ello. Los blancos tobillos de Shanshan relucían sobre el agua oscura y pestilente. El inspector jefe se inclinó hacia delante y la larga melena negra de la muchacha le rozó la mejilla. Mientras la observaba, se preguntó si debería imitarla y se agachó para desatarse los cordones de los zapatos, pero Shanshan ya sacaba los pies del agua. Los tenía cubiertos de una capa verdosa, como si se los hubieran pintado, y parecían pegajosos.
—¿Llamarías a esto poético?
—No tenías por qué haberlo hecho, Shanshan.
Chen tomó uno de sus pies e intentó encontrar un pañuelo. Acabó limpiándole las algas con unas pocas servilletas de papel, lo cual no resultó ser tarea fácil. No tardó en mancharse las manos.
Chen no podía afirmar que le hubiera resultado poético, pero la acción de Shanshan le pareció tan surrealista como conmovedora. Mientras sostenía los pies de Shanshan, cuyos suaves dedos presionaban contra sus torpes manos, la muchacha le pareció inexplicablemente vulnerable. Chen la conocía desde hacía sólo un par de días, y aún no le había revelado su identidad como inspector jefe.
Pero Shanshan le había demostrado que tenía razón, y lo había hecho de un modo sobre el que el inspector jefe nunca había leído en la poesía clásica.
—Volvamos —ordenó Chen al dueño del sampán.
—¿Adonde?
—Al Centro Recreativo para Cuadros de Wuxi.
—¡Caray! —exclamó el barquero mirando con asombro las manos de Chen y los pies de la chica.
—¿Quieres volver?
Shanshan también lo miró sorprendida.
—No soy un experto como tú, Shanshan, pero no me parece que exponerse a estas sustancias químicas sea demasiado bueno. Debes lavarte los pies con agua limpia.
—Te agradezco la sugerencia, pero no tienes por qué preocuparte —repuso ella negando con la cabeza.
Chen también negó con la cabeza, resueltamente.
Permanecieron sentados bastante tiempo sin hablar, con los pies de Shanshan aún en sus manos.
El hombre del sampán empezó a remar de manera vigorosa, mirando hacia atrás de vez en cuando.
No tardaron en divisar la valla del centro al pie de la colina.
—Acérquese a la orilla —indicó Chen—. Queremos bajar aquí.
—¿Aquí? —repitió el barquero. No se veía ningún muelle, ni entrada alguna.
Chen le pidió que remara hasta una especie de desembarcadero situado cerca de la puerta oculta de la valla.
—Conozco un atajo. Podemos entrar por allí —propuso Chen. A continuación le entregó una cantidad generosa al propietario del sampán—. Es por el día entero, tal y como habíamos acordado, además de otros cincuenta por la comida a bordo y una propina por las canciones. ¿Le parece suficiente?
—Más que suficiente, señor. Muchísimas gracias. Pero usted viene del centro de vacaciones, así que no me sorprende. Siento haber sido tan ciego como para no haber reconocido la montaña Tai.
Se trataba de un proverbio antiguo, empleado a menudo al describir la incapacidad de alguien para reconocer a personas importantes o de estatus elevado.
Chen ayudó a Shanshan a bajar a la orilla y le llevó los zapatos, que ella no se puso de inmediato. Los guijarros del suelo se le clavaban en las plantas desnudas, por lo que se apoyó levemente en el hombro de él. Chen señaló la casa que resplandecía bajo la luz de la tarde.
—Ahí es donde me alojo.
—Caramba, parece una casa muy grande.
—Sí, vayamos adentro. Podrás lavarte los pies y luego beberemos algo.
—No, hoy no —repuso Shanshan mirándose los pies—. No quiero que me vean con esta pinta en tu centro para cuadros destacados.
—En la literatura china clásica hay una expresión sobre las «flores de loto ambulantes», referida a las beldades que caminan descalzas. ¿Qué hay de malo en ello?
—Vuelves a ponerte sarcástico —reprochó ella—. No, de ninguna manera. No quiero ensuciarte la habitación.
—Ya está patas arriba.
—Bueno, pues entonces otro día. Tendré presente tu invitación, me la reservo para más adelante.
—Sí, tenía presente. Cuando vengas, si lo haces a través de la entrada principal, tuerce a la derecha tras el primer cruce y verás la casa blanca. No está adosada. Número 3A, no tiene pérdida. Por la noche se ven las ventanas con persianas verdes recortadas contra las aguas relucientes del lago.
—Desearía poder decir algo parecido sobre mi habitación en la vivienda colectiva. Es el número 3B, pero ésa es la única similitud. Es tan pequeña como un trocito de tofu, y seguro que a ningún huésped del centro le gustaría verla.
—¿Por qué no? —preguntó Chen—. También me reservo la invitación para más adelante.
Cuando llegaron a la entrada, Shanshan le cogió los zapatos de las manos pero aún no se los puso.
—Gracias por todo, Chen.
—Gracias a ti, Shanshan.
De pie junto a la puerta, el inspector jefe observó cómo la muchacha caminaba descalza por la calle, volvía la cabeza mientras sacaba el móvil y lo apagaba y luego se alejaba apresuradamente.