12

Después de salir apresuradamente de la empresa química, Chen no consiguió ver a Shanshan cuando llegó a la calle. La ingeniera debía de haber torcido en el cruce, pero Chen no tenía ni idea de qué dirección había tomado. Se había alejado a toda prisa, presa de la indignación.

Su reacción resultaba comprensible. Le había preguntado acerca de su relación con el policía que la había puesto en libertad, pregunta que Chen había eludido con tal de seguir manteniendo en secreto su identidad real.

Pero Chen tenía razones de peso para actuar así, al menos durante el transcurso de la investigación.

El inspector jefe se metió por una estrecha calle que, pensó, le conduciría al centro de vacaciones. Mientras avanzaba, iba reflexionando sobre la información que acababa de recibir de tantas fuentes distintas. Tenía que ordenar mentalmente todos los datos.

Entonces vio que la muchacha caminaba delante de él.

—¡Shanshan! —exclamó, y echó a correr—. Déjame explicártelo.

—Eres un impresentable —respondió ella sin aminorar el paso—. El agente Huang te escuchaba con veneración, asintiendo todo el rato como una marioneta. ¿Piensas seguir diciéndome que lo conociste por casualidad en una barbería?

—Te debo una disculpa —dijo Chen tras decidir revelarle sus contactos, aunque no su identidad—. Tengo algún contacto en la policía de Wuxi. No es algo de lo que quiera alardear, ni comentártelo a ti, pero en la China actual no se puede hacer nada sin contactos, como bien sabes.

—No gastes saliva inútilmente dándome explicaciones —repuso ella, sin dejar de caminar con la cabeza gacha—. Me sorprende que todo un maestro de los contactos como tú se moleste en dedicarme su tiempo.

—No digas eso, Shanshan. En cuanto al oficial Huang, da la casualidad de que admira las novelas de suspense que he traducido. Esa parte es del todo cierta, y ésa es la razón por la que me llama maestro. De hecho, antes de estas vacaciones ni siquiera lo conocía. Sin embargo, después de conocerte a ti pensé que sería útil ponerme en contacto con él.

—Tienes muchísimos contactos, antiguos y nuevos, como ya me has explicado —replicó Shanshan con un dejo de desconfianza en la voz—. ¿Qué quieres de mí?

La muchacha parecía recobrarse gradualmente de su sobresalto inicial.

—Tenemos que hablar, Shanshan. Déjame decirte algo que me acaba de contar Huang. Según él, las cosas se le están poniendo muy feas a Jiang.

—¿Qué ha pasado?

—Lo van a acusar del asesinato de Liu. —Tras una pausa, Chen prosiguió—: No conozco de nada a Jiang. Lo que le pase no es asunto mío, pero te afecta a ti. Por eso tuve que decirte que Huang y yo nos conocimos de forma casual, porque no beneficiaría a nadie que revelara ese contacto. Especialmente en estas circunstancias.

Recorrieron un buen trecho sin prestar atención a cuanto los rodeaba. En el cruce siguiente otra bocacalle los llevó al principio de la pintoresca callejuela que conducía al centro de vacaciones.

Shanshan aminoró el paso y al final se detuvo, indecisa, sin saber si debía continuar andando a su lado. Esta era la única calle en todo Wuxi que a Chen le resultaba familiar. Reconoció de inmediato algunos de los carteles turísticos que había visto antes.

—Creo que hay un pabellón a mitad de la colina. Debería ser un sitio tranquilo donde poder hablar.

Shanshan lo siguió sin decir nada. Empezaron a subir por una escalera semicubierta de hierbajos y de musgo.

A su izquierda, sobre la superficie plana del acantilado, vieron varios versos grabados tiempo atrás con caracteres pintados en rojo o en negro. Entre ellos había un pareado de Qian Qiany, un ministro de la dinastía Qing que sirvió primero en la dinastía Ming. El pareado estaba parcialmente tapado por «Larga marcha», uno de los poemas de Mao, inscrito en la roca por los Guardias Rojos durante la Revolución Cultural. Bajo el poema de Mao, una joven pareja había grabado hacía poco una promesa romántica, con sus nombres tallados bajo un corazón rojo. Quizá creyeron que así sus nombres perdurarían para siempre.

El sendero, que serpenteaba entre matas de alerces y helechos, se volvía abrupto, resbaladizo e incluso peligroso en algunos tramos en los que los escalones de piedra se encontraban en mal estado. Por fortuna, mientras subían trabajosamente por la colina, una brisa racheada se abrió paso entre los bosquecillos de pequeñas píceas.

No tardaron en divisar un viejo pabellón destartalado. El tejado, de tejas amarillas vidriadas, reposaba sobre postes de color bermellón encajados en bancos de madera con exquisitas celosías a modo de respaldo. Una sensación de déjà vu confundió a Chen por un momento, lo cual era muy extraño. Este lugar no se parecía en absoluto al ruinoso pabellón con vistas al lago y a la roca en forma de cabeza de tortuga en Yuantouzhu.

Tras tomar asiento, Shanshan se apoyó de medio lado contra el poste y comenzó a abanicarse con un periódico que se sacó del bolsillo. Chen se sentó a su lado y extendió el brazo sobre el respaldo del banco.

Algunos pajarillos gorjeaban en los árboles que tenían a sus espaldas. Entre los árboles había un viejo tocón rodeado de abundantes hierbajos amarillentos, con moho blanco aplastado en la parte superior.

—Me temo que acusarán y condenarán a Jiang en un par de días —dijo Chen.

—¿Cómo es posible? —preguntó Shanshan—. No tienen ni una sola prueba contra él.

—Ellos creen que sí, y eso es lo que importa. No son policías normales y corrientes, ¿sabes? Son agentes de Seguridad Interna.

—Pero ¿por qué actúan así?

—Hay intrigas políticas detrás de este caso, Shanshan —explicó Chen con cautela—. Jiang está considerado un alborotador no sólo en Wuxi, sino entre las altas esferas de Pekín.

—Por los temas medioambientales que plantea —observó ella—. Supongo que estás al tanto de todo.

—Cuando lo hayan sentenciado no habrá nadie capaz de darle la vuelta a la situación, por muchos contactos que tenga. No sé casi nada sobre Jiang, así que no estoy en condiciones de defenderlo. Por eso es tan importante que hable contigo.

—Lo entiendo, Chen. Siento haber estado demasiado alterada para escucharte.

—No tienes que disculparte por nada.

El inspector jefe y la ingeniera permanecieron en silencio varios minutos.

Chen sacó un cigarrillo de la cajetilla. Esta vez no le pidió permiso a Shanshan y lo encendió directamente. En el cielo, a lo lejos, se veían varias nubes blancas de bordes rasgados. Parecían veleros perdidos, navegando sin rumbo.

—Estoy intentando ayudar, Shanshan —repitió Chen—. Por favor, cuéntame todo lo que sepas sobre Jiang.

Shanshan permanecía sentada sin decir nada, impasible como una estatua. Las colinas que tenían a sus espaldas se extendían como el paisaje de un pergamino tradicional.

—Sólo si absuelven a Jiang —prosiguió Chen con tono grave—, podré intentar ayudarte a ti y sacarte de este lío.

—No sé cómo vas a poder ayudarme —dijo Shanshan en voz baja, pero comenzó a contarle lo que sabía—: Jiang se estableció como empresario en Wuxi a finales de los ochenta. Empezó a advertir el deterioro medioambiental de la zona después de amasar una pequeña fortuna durante las primeras oleadas de la reforma económica china. Jiang era de Wuxi y había crecido junto al lago, así que decidió asumir la responsabilidad de llamar la atención sobre este asunto. En un principio recibió algún que otro apoyo y tuvo un éxito moderado. Apareció en los periódicos como defensor del medio ambiente, e incluso lo entrevistaron en programas de radio y televisión provinciales. Gracias a su conocimiento de los problemas de la industria local, y por el hecho de hablar y escribir sobre estos problemas, consiguió que varias fábricas de la zona se enmendaran, al menos en parte.

»Entonces Jiang empezó a tomarse el tema más en serio. Vendió su empresa y se dedicó a tiempo completo a la protección medioambiental. Consiguió vivir modestamente gracias a lo que cobraba dando charlas y escribiendo artículos, pero sus actividades comenzaron a molestar a un número cada vez mayor de Bolsillos Llenos, en especial a aquellos a los que había criticado. Los directivos de varias fábricas lanzaron un contraataque feroz afirmando que Jiang buscaba hacerse publicidad a expensas de empresas respetuosas con la ley, y alegaron que escribía artículos poco profesionales, sin ninguna base científica.

»A continuación llevaron aún más lejos sus protestas y apelaron a las autoridades municipales. Después de todo, la prosperidad de Wuxi dependía del auge de su industria, y la ciudad no podía permitirse que la desacreditaran. Los altos cargos municipales no dudaron en presionar a Jiang.

»Sin embargo, Jiang no se dio por vencido y continuó poniendo en evidencia a todas aquellas fábricas que seguían vertiendo residuos contaminantes en el lago. Después de investigar el tema a fondo envió informes detallados a un sinfín de periódicos y revistas, pero, para su consternación, le devolvieron todos los informes. Le dijeron que habían recibido instrucciones específicas desde arriba de vetar su trabajo, y que aquellas empresas eran intocables porque generaban casi todos los ingresos de la zona. Aun así, Jiang siguió enviando cartas e informes a los altos cargos del Gobierno, y debido a su persistencia acabaron tachándolo de “alborotador político”.

»Según sus investigaciones, la mayoría de las empresas de Wuxi resultaban problemáticas. No cumplían en absoluto con los estándares medioambientales, y la situación se vio agravada por la conformidad del Gobierno.

»Jiang empezó entonces a dirigirse a los medios extranjeros y se puso en contacto con varios corresponsales occidentales, que a veces le pagaban por su trabajo y lo publicaban en sus respectivos países. Paradójicamente, dichos informes acababan volviendo después a China, y llegaron a aparecer incluso en algunas “publicaciones internas” destinadas a los altos cargos de Pekín. Esto llevó a las autoridades municipales a considerarlo aún más conflictivo, por lo que lo pusieron en una lista negra. Pero todas esas fábricas siguieron empleando los mismos métodos, a expensas del medio ambiente.

»Entonces Jiang cambió de táctica. Empezó a hacer estudios de campo específicos y a reunir fotografías y datos que constituían pruebas innegables antes de enfrentarse a las empresas en cuestión y exigirles que se enmendaran. Si no lo hacían, Jiang colgaba datos concretos y fotografías muy gráficas en internet. Esos mensajes en la web tuvieron mucha influencia, incluso más que sus artículos anteriores en periódicos y revistas, y recibieron miles y miles de respuestas. El hecho de que la información se extendiera a un número cada vez mayor de personas se convirtió en un auténtico quebradero de cabeza para las autoridades.

»Éstas, por las buenas, acusaron a Jiang de ganar montones de dinero chantajeando a esas empresas. Un magnate de Wuxi incluso llegó a mostrar una carta de Jiang que decía: “Si no responde, tendrá que pagar por ello”. No podía negarse que se trataba de una advertencia, pero resultaba demasiado vaga para ser considerada un chantaje.

»Así que durante los dos últimos años, Jiang se ha metido en muchos problemas —concluyó Shanshan—, y han intentado acabar con él una y otra vez. Pero no creo que chantajeara a nadie en beneficio propio.

Chen escuchaba atentamente, sin interrumpir ni hacer comentarios. Shanshan llevaba un buen rato hablando sobre Jiang. La luz de la tarde, que recortaba su silueta contra el pintoresco pabellón, se iba apagando de forma gradual. A lo lejos, una ligera neblina empezaba a difuminar el contorno de las colinas.

—Pero, como has dicho antes, Jiang vendió su negocio y tenía que ganarse la vida —afirmó Chen—. Actualmente no gana nada con sus charlas y sus artículos.

—Supongo que ganó lo suficiente antes de hacerse activista.

—¿Qué clase de hombre te parece que es?

—No es ningún asesino, de eso estoy segura. —Y entonces, como si se le acabara de ocurrir, Shanshan añadió—: Tiene sus fallos, claro. Por ejemplo, le gusta demasiado ser el centro de atención, y es bastante engreído. Si una empresa se ofrecía a pagarle una comisión como asesor, nunca decía que no. Puede que pensara destinar el dinero a su trabajo medioambiental, pero no era muy buena idea aceptarlo.

—¿Por qué te afectaron a ti las actividades de Jiang?

—Lo conocí hará un año. Debido a nuestros intereses comunes, solíamos encontramos para hablar de vez en cuando. En una ocasión le conté lo que pasaba en mi empresa, y cité varios datos procedentes de una investigación que él incluyó después en un informe especial.

—¿Sabes si se lo mostró a Liu?

—Sí que lo hizo. Liu se enfureció conmigo por mi «traición», aunque esos datos no eran ni confidenciales ni secretos. Cualquiera podía obtener la misma información investigando por su cuenta. Pero yo también me disgusté con Jiang. Debería haber previsto las consecuencias antes de enfrentarse a Liu con el informe. Jiang me aseguró que no mencionó mi nombre en ningún momento, pero eso no cambiaba el hecho de que hubiera obtenido los datos gracias a mí. Me cabreé tanto que dejé de verlo.

Chen se fijó en la frase que acababa de decir Shanshan: «dejé de verlo». Revelaba una sutil indirecta sobre la naturaleza de su relación.

—¿Han pasado varios meses desde entonces? —preguntó Chen.

—Sí. Y no tengo ni idea de lo que ha estado haciendo durante este tiempo.

—Hará un par de meses, creo que fue en marzo, se puso de nuevo en contacto con Liu. Se encontraron en las oficinas de la empresa y tuvieron una discusión acalorada.

—¿Cómo dices? ¡Eso no es posible! Jiang me prometió que se centraría en otras empresas. Dijo que no le supondría ningún problema porque hay muchas empresas químicas en esta zona.

—Bueno, puede que volviera a tu empresa por algo que estaba a punto de suceder. Ahora que se iba a llevar a cabo la OPV de la Empresa Química Número Uno de Wuxi, Liu habría estado más dispuesto a transigir. Al menos, eso es lo que creen en Seguridad Interna.

—Pues yo sigo pensando que Jiang no fue a la oficina.

—Mi dice que lo oyó discutir con Liu en su despacho.

—¿Cuándo?

—A principios de marzo, en la víspera del Día de la Mujer. Mi parecía muy segura.

Shanshan no respondió. Miró fijamente a Chen y luego dirigió la mirada a algún punto del horizonte. Comenzaba a refrescar para la época del año.

De pronto, Shanshan le pareció muy vulnerable. Estaba sentada con la espalda apoyada en el poste, los brazos colgando a los lados y las manos ligeramente abiertas, como si suplicara. Aún no había dicho nada explícito sobre su relación con Jiang. Chen decidió no presionarla. Acabaría contándole lo que quisiera confesarle.

Dejando a un lado los factores personales, Chen comenzaba a formarse una imagen más nítida del trasfondo económico del caso contra Jiang. El gobierno municipal sólo se ocupaba de la protección medioambiental si ello no ponía en peligro la imagen de «una sociedad armoniosa». Las autoridades municipales dependían de la producción y los beneficios cada vez mayores que les proporcionaban las fábricas, las cuales recortaban costes vertiendo residuos industriales en el lago. La publicación de estos hechos en los medios occidentales, así como en internet, convertía a Jiang en una amenaza política. Los agentes de Seguridad Interna debían de llevar bastante tiempo investigándolo, lo cual explicaría su rápida intervención en el caso.

—Todo esto es muy complicado —dijo Shanshan, como si le estuviera leyendo el pensamiento—. ¿No te parece?

Era complicado porque Chen no podía descartar la posibilidad de que Jiang fuera un delincuente, aunque la persecución política parecía ser una hipótesis mucho más plausible.

—¿A quién más has interrogado en la empresa? —preguntó Shanshan con expresión despierta, cambiando de tema repentinamente—. No te encontraste con el agente Huang en la cantina sólo para almorzar, ¿verdad?

—Tienes razón. Interrogamos a Mi y a Fu, pero como yo no soy policía, fue Huang el que habló casi todo el tiempo. No nos dijeron nada nuevo ni que resultara útil. Huang y yo también hablamos con la señora Liu en su casa.

—No has dejado de investigar, como si fueras un poli.

—Hay algo raro en la señora Liu, pero no estoy seguro de qué es —explicó Chen, pasando por alto la pregunta implícita en el comentario de Shanshan—. Viaja a Shanghai con frecuencia, casi cada semana, para jugar al mahjong. ¿Cómo puede permitírselo?

—El dinero no supone ningún problema para ella. Liu ganó mucho, recibió el diez por ciento de los beneficios anuales de la empresa como bonificación. Y eso son sólo sus ingresos legales, que no incluyen todo lo que ganó en dinero negro.

—Seguro que la señora Liu conocía la existencia de la pequeña secretaria, y si es así, ¿cómo dejaba solo a Liu tan a menudo en Wuxi?

—Sí, ella sabía que su marido tenía pequeñas secretarias, pero me contaron que habían llegado a un acuerdo. Él le daba un montón de dinero, y ella le proporcionaba el ambiente doméstico seguro y estable necesario para un hombre de su posición.

—Un momento, Shanshan. ¿Pequeñas secretarias? ¿En plural? ¿Liu tenía a alguien más, además de a Mi?

—Que yo sepa, hubo al menos una antes de Mi.

—¿Qué le pasó?

—Liu se deshizo de ella como si fuera un trapo viejo.

—¿Puedes averiguar más cosas sobre esa mujer?

—Podría intentarlo. Alguien me contó que había sido una chica de karaoke. Mi trabajaba antes en un salón de masajes pódales —explicó Shanshan—. Como cuadro del Partido al frente de una gran empresa estatal, fue muy astuto al mantener una vida familiar tranquila y estable gracias al dinero que le entregaba a su mujer. Por otra parte, Mi le consentía todos los caprichos en su despacho particular, como haría una concubina.

—Ya veo.

—Pero dime, Chen, ¿qué te contaron Mi y Fu?

—Mi nos aseguró que Liu era muy infeliz con su esposa, aunque creo que era un intento de justificar su papel como pequeña secretaria. Fu no dijo casi nada. También es de Shanghai, y mencionó que pensaba ir allí esta noche.

—Fu viaja a Shanghai bastante a menudo. Ahora que es el jefe puede ir allí cuando le plazca. —Shanshan hizo una pausa, y exclamó de repente—: ¡No sé qué le va a pasar a la empresa, y tampoco a China!

Estas palabras le recordaron a Chen un texto de Fan Zhongyan, estadista y poeta de la dinastía Song que describía a alguien «dichoso por las dichas del país y apesadumbrado por los pesares del país. Ay, ¿dónde puedo encontrar un compañero así?».

Pese a sentirse abrumada por sus problemas, Shanshan también estaba apesadumbrada por los pesares de su país. Era muy distinta a otros jóvenes de su edad, y destacaba en esta época tan consumista al luchar por ideales que iban más allá de sus necesidades personales. El inspector jefe no pudo evitar acordarse de cómo era él de joven durante los años que estudió en la universidad, tan olvidados ya, cuando también había albergado sueños apasionados e idealistas.

Sus miradas se encontraron. De repente se oyó el gorjeo de los pájaros, y una brisa racheada sopló entre los árboles como una canción olvidada.

A Chen le vinieron a la memoria un par de versos que había escrito antes:

cuando ya no pertenecías

a un lugar, ni a una época ni a ti mismo.

Entonces cayó en la cuenta de que el poema era sobre ella.

Sin embargo, en aquel momento no supo qué decir, por lo que repitió las palabras que, como policía, había dicho tantas veces.

—Gracias por contarme todo esto, Shanshan. Si se te ocurre algo más, cualquier cosa fuera de lo normal, házmelo saber.