21

En su casa, el detective Yu miraba el cenicero repleto de colillas mientras se preparaba un té fuerte, marca Uloon. Se había tomado el día libre por una serie de razones. Peiqin estaba más atareada que nunca, trabajando en los dos restaurantes, el estatal y el privado, por lo que se veía obligada a salir de casa cuando aún no eran las seis de la mañana, así que el inspector Yu tenía por hacer, entre otras, algunas labores caseras. Por ejemplo, ir a pagar lo que costaría el campamento de verano para que Qinqin perfeccionara su inglés. Antes, sin embargo, dejaría preparados unos fideos chinos para la noche. Y ver un apartamento. Le acababan de ofrecer uno, mediante trueque, con dos dormitorios y cuarto de baño, a cambio de su casa, de un solo dormitorio y un cuartito pequeño, que era donde dormía Qinqin. Aquello sonaba demasiado bien para ser verdad. Peiqin decía que quizá se debiera a que la zona donde vivían iba a ser remodelada, como tantas otras, pretendiéndose allí la construcción de un gran centro comercial, lo que aumentaría el valor de las viviendas, no importaba si eran viejas y pequeñas. Mejor pájaro en mano que dos en el bosque… A Peiqin la oferta le parecía muy tentadora, salvo que hubiera algo raro en el feng sui del nuevo edificio donde les proponían ir. En Shanghai, mucha gente dependía aún de los planes gubernamentales sobre la vivienda, como el matrimonio Yu, así que adelantarse a los mismos con lo que parecía un buen cambio hecho directamente, era cosa a tener en cuenta.

Para Yu, además, el día era otro en que habría de exprimirse la sesera por ver la mejor forma de ayudar en sus investigaciones al inspector jefe Chen Cao.

Tenía cada vez más claro que el asesinato de An había sido encargado por alguien estrechamente relacionado con Xing, por mucho que se hallara éste a miles de millas de distancia del lugar de los hechos. No tenía ni una prueba, pero su instinto de policía, como a Chen, le decía que no había que creer en las meras casualidades ni en las simples coincidencias. Y mucho menos en un caso como el del asesinato brutal de An, una persona muy bien relacionada. Pero no podía dejar a un lado la sensación agobiante de que, fuera por lo que fuese, Chen no le había dicho toda la verdad, o al menos no le había contado todo lo que pensaba sobre aquello. La gente como Jiang podía ordenar un crimen, a cometer incluso en los Estados Unidos, contando para hacerlo, desde luego, con la complicidad de gentes situadas en las más altas esferas. Si no, no habría mafioso que se atreviese a cometer ciertos asesinatos. Sabía Yu, no obstante, que todo aquello había devenido al cabo en una cuestión de vida o muerte para el inspector jefe Chen, que acaso se estuviera jugando mucho más que su prestigio profesional. Igual que Yu, al prestarle su generosa ayuda.

Pero la única ayuda real que hasta el momento había podido darle, con Peiqin, fue la de trasladar a su madre a una casa más segura para ponerla fuera de peligro temporalmente.

No contaban con mucho tiempo, sin embargo… Yu no tenía medios para mantener oculta indefinidamente a la anciana. Y el secretario del Partido en la Policía, el sagaz Li, ya le había preguntado dónde estaba la anciana, pues en una de sus visitas a la casa no dio con ella.

—¿De verdad que no sabes dónde está? —le había dicho Li con mucho sarcasmo—. Vaya, eso es como si el sol saliera por el poniente…

En la comisaría, por lo demás, Kuang había dado un paso más en su acoso al inspector jefe Chen, al preguntar a Yu ante otros policías si sabía algo acerca de sus relaciones con An.

—Tu jefe parece haber disfrutado de ese melocotón que tenía la dama en el culo —le dijo Kuang sin el menor respeto en medio de la comisaría—. Vaya, vaya, con el inspector… Una reunión con la bella presentadora en el Nido del amor… Y justo poco antes de su muerte…

Yu había preferido tomárselo como si fuera una broma, pero bien sabía que el otro no bromeaba. Kuang tenía que haber oído algo contra Chen, y hurgaba en la herida… Aunque carecía de valor para abordar directamente al inspector jefe y preguntarle para así resolver sus dudas.

Hasta entonces, lo único que había conseguido Yu era una transcripción de las llamadas hechas y recibidas por An a través de su teléfono celular, cosa que le ocupó durante varios días de estudio, para no encontrar finalmente algo que pudiera arrojar alguna pista clara, sólo indicios sin consistencia. Se lamentaba de continuo por no poder abordar directamente a los personajes de los que había tenido una primera noticia a través de aquellas conversaciones, funcionarios públicos todos ellos. Pensó allegarse toda la información que pudiera sobre los tales, pero difícil le resultaría hacerlo, pues para poder utilizar los dos ordenadores de la comisaría tendría que pedir un permiso especial, lo que pondría a Kuang, por ejemplo, en la pista de sus intenciones. Kuang, o cualquier otro policía de los que le tenían ojeriza… Todos sabían de su amistad con el inspector jefe Chen.

Yu no tenía ordenador en su casa. Ni sus amigos. Tampoco tenía ordenador en su apartamento el inspector jefe Chen.

Recordó de pronto, sin embargo, cuando ya terminaba de saborear el té muy fuerte que se había preparado, que una vez había visto un portátil en casa de Chen, el que le prestó Gu para que le hiciera una traducción, cuando contó el inspector jefe con la ayuda de aquella jovencita tan guapa, Nube Blanca, su «secretaria ocasional», que ahora también cuidaba de la madre de Chen.

No era difícil imaginarse la razón de que Gu atendiera tan bien como lo hacía a Chen, pues éste le resolvía un sinfín de problemas de traducción que se le presentaban en sus negocios. Se dijo Yu, pues, que quizá le prestara ayuda igualmente, si se la pedía, pues no en vano era amigo y ayudante del inspector jefe Chen Cao.

Yu tomó un taxi para dirigirse al Dynasty Karaoke Club. Le quedaba mucho por hacer y aprovecharía el trayecto, en cualquier caso, para sacar del banco el dinero con que pagar el campamento de verano de Qinqin.

Apenas mostró Yu su tarjeta de visita, avisaron a Gu, que salió a recibirlo de inmediato para conducirlo a su espacioso despacho. Alto y vestido pulcramente a la manera occidental, pero con zapatos chinos de poca alzada y un colgante de jade verde al cuello, el empresario pareció al detective Yu un tipo peculiar, muy gracioso. Yu no perdió el tiempo en explicarle los propósitos de su visita, supuso que no haría falta darle mayores detalles. Fue directo al grano.

—Se trata de algo muy importante, que atañe a Chen, señor Gu… De lo contrario no hubiera venido a molestarle —dijo el policía.

—No tienes que excusarte —le dijo Gu y acto seguido levantó el teléfono para dar unas instrucciones a su secretaria; luego siguió con Yu—: No hemos sido presentados, pero Chen me ha hablado mucho de ti. Es como si te conociera desde hace años.

Entró entonces una joven muy bella, vestida con un cheongsan de color rosa, que llevaba un ordenador portátil nuevo, metido aún en su caja: iba acompañada de otra no menos guapa, que vestía un cheongsan gris y que portaba una bandeja de frutas envuelta en plástico que parecía neblina.

—Son frutas de la selva tropical —dijo ella, mostrando de paso una botella de vino de importación y una cubitera con hielo. Descorchó de inmediato la botella, con un sonoro pop.

—Si no tienes mucha prisa —dijo Gu levantando su copa—, puedes disfrutar de una de mis mejores chicas Ken una habitación privada… Quiero agradecer tu presencia aquí, me has alegrado el día.

—Gracias, señor Gu, pero hoy me será imposible, estoy muy atareado… Quizá otro día —dijo Yu, renuente a tutear al anfitrión.

Pero no habría «otro día». Yu estaba seguro de eso. Había oído contar muchas cosas de las chicas K y los reservados, pero él no podía quitarse de la cabeza a Peiqin. No podría franquear esa línea.

—Es un honor que te hayas acordado de mí, detective Yu. Soy un hombre de negocios, pero ante todo soy un hombre con buen yiqi. Me dejaría clavar puñales en el pecho con tal de ayudar a un gran amigo.

Aquello le sonó a Yu como jerga de las tríadas. No dejaba de sorprenderle que un tipo con evidentes contactos con las tríadas pudiera ser buen amigo del inspector jefe Chen.

—Bien, pues he aquí que estamos cooperando en buena armonía, tu esposa Peiqin, tú mismo, Nube Blanca y yo… Me pareció magnífica la idea de Peiqin de emplearse en esa tienducha… Una jugada maestra.

Ya iba a salir Gu del despacho, con su flamante ordenador portátil, cuando Gu dejó caer como por casualidad:

—Vives en el distrito de Luwan, cerca de la intersección de las calles Huaihai y Madang, ¿no?

—Sí…

—No cambies tu casa por otra, y mucho menos en trueque directo… Esa zona es potencialmente muy buena y a la larga podrás sacarle un buen dinero a tu casa, no te desprendas de ella… Si quieres vivir en un apartamento más grande, déjame hacer, que seguramente podré conseguírtelo… Sería un apartamento con tres dormitorios y por sólo cien mil yuanes al contado… En una de las mejores zonas de la ciudad.

—¡Imposible! No tengo ese dinero.

—Piénsalo. No tienes que darme una respuesta inmediata, pero no lo comentes con nadie. Eres amigo mío, en tanto que amigo y hombre de confianza de Chen, y te aseguro que no me tienes que considerar un hombre de negocios carente de escrúpulos, yo jamás engañaría a un amigo.

Podría ser que no. Podría ser que no mintiese, se dijo Yu. Cuando ya se alejaba del Dynasty pensó en llamar a Peiqin para comentarle aquello, pero no vio ni una cabina telefónica cerca.

De regreso, el inspector Yu pensaba en contactos y corruptelas. Era difícil trazar la línea que separaba ambos supuestos. De hecho, había obtenido su casa actual gracias a los favores de Chen, que pudo hacérselos por disponer de información privilegiada… Chen, sin embargo, no había hecho nada parecido para sí, vivía en el pequeño apartamento asignado por el Comité de vivienda de la Policía.

Prefirió Yu no seguir pensando en esas cosas.

De regreso a casa, Yu comenzó a buscar en el portátil. Obtuvo así mucha más información acerca de la gente y sus contactos, relacionada con An en los últimos días de su existencia, aunque todos aquellos datos venían signados por las características de lo oficial. No obstante, podría investigar así mejor que en la comisaría, era lo que pretendía. Según lo leído en los medios controlados por el Gobierno, aquellos funcionarios eran comunistas modélicos, hombres sin tacha, cosa que, por supuesto, no se creía Yu. Confrontó las distintas informaciones sobre ellos, observó ciertas inexactitudes y discordancias; hizo, en fin, el conveniente contraste de informaciones dadas por fuentes distintas, no obstante controladas todas ellas por la censura gubernamental, y llegó a la conclusión de que los tipos de marras no eran trigo limpio. Pero, claro, no podría hacer uso de lo obtenido.

Sonó el teléfono. Era Peiqin.

—¿Aún estás en casa, Yu?

—Ya he sacado el dinero del banco, acabo de regresar. Saldré en seguida, pero queda tranquila que no se me olvidará hacer nada de lo que debo.

—Tampoco te olvides del almuerzo, ¿de acuerdo? Puedes prepararte un poco de sopa de algas rojas, hay un paquete en el armarito de la cocina.

—No lo olvidaré.

Peiqin ya había dejado hechos unos cuantos panecillos dulces. Metió Yu un par en el microondas, pero salieron muy secos y no menos duros… Fue un error. Tenía que haberlos puesto al vapor, en vez de meterlos en el microondas, tal y como Peiqin le había enseñado. Sacó de la bolsa de las algas rojas un buen puñado, que troceó cuidadosamente y echó en un cacharro con agua hirviendo, a lo que después añadió salsa de soja y unas cebolletas, así como un buen chorro de aceite de sésamo. Tenía buen aspecto y comenzaba a oler bien.

Aprovechó el vapor de la cocción para exponer los panecillos, pero al poco optó por trocearlos, incluso a mordiscos, de tan duros como estaban, para echarlos en la sopa. Peiqin no regresaría hasta la noche. Mientras terminaba de hacerse la sopa volvió al ordenador portátil. Sintió la tentación de encender un cigarrillo, pero desistió: creía que el humo podría afectar al ordenador.

Peiqin había demostrado ser tan resolutiva como él, cosa que lo alegraba. Su idea de trasladar rápidamente a la madre de Chen había sido perfecta. Pero no pensaba mucho en lo que ella le había dicho acerca de El melocotonero de la aldea, quizá porque estaba ya un poco harto de las citas poéticas de Chen, que las dejaba caer sobre cualquier cosa como la pimienta en una sopa caliente de Sichuan.

Pero recapacitó, al acordarse de todo eso, y tecleó El melocotonero de la aldea… Vio entonces que se trataba de un club de apertura reciente, muy lujoso y exclusivo; nada que ver con el Dynasty de Gu, al que podía ir cualquiera. Un club muy caro, con clientela de lo más distinguida. Un lugar al alcance de muy pocos. En uno de los enlaces encontró un artículo en el que se hablaba de las fiestas fastuosas que allí se celebraban. El artículo aludía a unas cuantas que había organizado Xing antes de poner pies en polvorosa. Xing, por lo demás, solía celebrar banquetes en los restaurantes y hoteles más rutilantes de Shanghai, pero llamó la atención de Yu que se hablara allí de tres grandes fiestas consecutivas que había ofrecido en El melocotonero de la aldea, para recibir a unos cuantos y muy importantes cuadros del Partido llegados desde Beijing. Cuando apareció aquel artículo, claro está, aún no se habían destapado los turbios asuntos de Xing.

Siguió buscando más cosas sobre tan lujoso antro. El encargado del club era un tal Weici, un alias, un tipo de pasado bastante oscuro, Yu tenía datos sobre él. Nada se decía de los accionistas ni de los miembros, salvo que la cuota de inscripción era muy alta. Yu iba sorprendiéndose de los datos que conocía acerca de un lugar del que, hasta que Peiqin se lo mencionara, nunca había oído decir ni una palabra, tampoco a cualquiera de los policías. Más se sorprendió aún cuando al cabo leyó que la cuota de inscripción rondaba los cincuenta mil yuanes, y la mensual los tres mil… Sólo la cuota mensual ascendía a lo que cobraban Peiqin y él, juntos sus sueldos, en un mes. Los ricos, se dijo Yu, quemaban realmente el dinero.

Había encontrado, pues, un lugar en el que tendría que echar un vistazo. No le cabían dudas acerca de que en el club fuera donde habían asentado sus reales Xing y Ming. Tampoco le cabían dudas de que, en efecto, el tal Bi había dado una pista a An, muy clara, acerca del posible paradero de Ming. Podría apuntarse un buen tanto en la investigación, siempre y cuando procediera con el cuidado debido. Con unas cuantas fotos de Ming en la mano podría preguntar por ahí, y acaso hallara algo relevante, aunque sin presentarse como policía para no alarmar a quienes abordara. Podría dirigirse al club diciendo que le interesaba ingresar en el mismo. Llevaría el dinero recién sacado del banco, más los trescientos yuanes que tenía ahorrados de cuando periódicamente dejaba de fumar.

Pero había un problema… Ni con el dinero en mano podría parecer jamás un posible miembro del club, dadas sus trazas, su pobre manera de vestir. Por las fotos que había visto, los miembros del club vestían de manera más que cara y elegante, directamente ostentosa. Se observó un rato. En ese momento vestía Yu una camisa comprada tres años atrás, y además barata, que tenía ya un tanto raído el cuello, y unos pantalones negros de lo más vulgares, de los que se veían a miles por la calle… Así vestido no le permitirían ni acercarse a la puerta.

Por supuesto, no podía llamar a Peiqin para comentarle el asunto. Se partiría de risa, porque todo aquello le podría sonar a algo así como hacer un viaje caro al extranjero. Yu tenía un traje, claro… Comprado en los años 80… El traje de su boda… Se lo ponía en contadas ocasiones, siempre para alguna celebración o si lo requería cualquier acto oficial al que no le quedara más remedio que asistir. Para colmo, el traje le estaba ya bastante estrecho. Se lo había intentado poner a comienzos del año, cuando la cena con Chen en el Xinya, y Peiqin se había echado a reír con ganas diciéndole que parecía una salchicha.

Se puso a mirar una revista que Qinqin había llevado a casa. Recordó haber visto allí la foto de un astro del cine que jugaba al golf. Quizá pudiera vestirse como si fuera un jugador de golf… Pasó las páginas ávidamente hasta dar con lo que buscaba. Tal y como recordaba, el astro del cine salía en la foto vestido de manera normal, con una camiseta blanca, pantalones cortos, de deporte, y calzado deportivo.

Muy sencillo todo y no muy caro. En la camiseta del actor se veía el logo de la marca, un hombre montado a caballo. Resultó que tenía una camiseta de esa marca, quizá falsificada. Y unos pantalones cortos, tipo bermudas, que podrían dar el pego perfectamente. No tenía zapatillas deportivas, sin embargo. Pero pensó en la marca de calzado deportivo favorito de Qinqin, Nike… Eran las únicas zapatillas deportivas de marca que Peiqin había aceptado comprarle a Qinqin, por la insistencia del muchacho, aunque a ella le pareciera el precio ridícula y obscenamente alto… Fueron en total novecientos yuanes, algo que a Yu le había parecido insólito por un par de zapatillas deportivas a las que no veía nada especial. Peiqin, en cualquier caso, no quiso que Qinqin se sintiera acomplejado entre sus compañeros de clase, pero se las compró sólo bajo la condición de que las calzara cuando fuese estrictamente necesario. Estaban, pues, en buen uso. Y se daba la coincidencia de que el padre y el hijo gastaban el mismo número.

Finalmente, cuando ya estuvo así vestido, se miró en el espejo con la revista abierta por la página donde salía el actor que jugaba al golf… No le pareció al detective Yu que hubiera mayores diferencias entre ambos. En todo caso, tuvo la impresión de que no se parecía ya en nada al detective Yu, cosa que, por otra parte, le causó cierta complacencia, dado el carácter de la misión que pretendía llevar a cabo, aunque era una complacencia que a la vez le aterraba.

Primero fue en bus, después en metro, y finalmente tomó un taxi.

El melocotonero de la aldea estaba a las afueras del distrito de Fengyan. Era un gran complejo que se anunciaba como deportivo, rodeado de árboles frondosos y protegido por altos muros de piedra. Yu se bajó del taxi. Un guardia de seguridad le saludó con una reverencia. La gente llegaba y salía en magníficos automóviles. La única parte del complejo a la que podían acceder quienes no pertenecían al club era la recepción, que estaba en una dependencia aneja a la entrada. Había un bar en el que los no miembros podían beber, conversar y divertirse observando a través de unos amplios ventanales el campo de golf del club. Yu vio que más allá de un lago se extendía una línea de casas blancas de una planta que parecían muy lujosas.

Tomó asiento a una mesa y echó un vistazo a la carta. Lo más barato de todo lo que había para comer costaba quinientos yuanes. Pero, claro, eso no era nada incluso para quienes iban al bar a pasar un rato, aun sin ser miembros del club. No tenía elección; no podía echarse atrás, por mucho que no fuera un hombre «que iba con los tiempos», como decían los periódicos que lo eran los de la nueva clase emergente llamados a dirigir los destinos de China. Tenía que hacer su trabajo como fuera, incluso hallándose en un medio hostil, reflejo del mundo cambiante a marchas forzadas en el que vivía. Le costó un sinfín pagar doscientos yuanes por una taza de té negro en bolsita, que ni siquiera era té de verdad y que encima tenía un sabor extraño y que no pudo por menos que beber con el ceño fruncido.

Una empleada del club, que más bien parecía modelo internacional, se acercó a su mesa, flotante su melena como un sueño dorado, espléndida su figura. Parecía realmente escapada de una revista de modas. Llevaba folletos de las instalaciones.

—Cuéntame algo de este club —le pidió Yu tranquilamente.

La chica desplegó entonces un mapa del complejo deportivo sobre la mesa: canchas de tenis, piscinas, campo de golf… Sus uñas pintadas de azul volaban como mariposas sobre las páginas del folleto. No paraba de hablar de los muchos beneficios que reportaba hacerse miembro del club.

—Es un lugar superexclusivo y supercelestial. Un hombre de negocios como tú encontrará aquí el relax y la diversión que necesita para seguir siendo activo. Aquí disfrutarás de los momentos más bonitos de tu vida —decía la chica con su voz dulcísima.

—¿De veras? —dijo Yu aparentando interés.

Había tardado más de dos horas en llegar hasta el complejo deportivo del exclusivo club, primero en bus, luego en metro y finalmente en taxi, que le salió muy caro… En ese tiempo hubiera podido gozar de una buena siesta en casa, que era lo de verdad le hacía sentir como en el cielo.

—Tenemos el mejor campo de golf de Asia —se pavoneaba la chica—. Shanghai es la ciudad más atractiva y divertida del mundo, como dicen en algunas revistas americanas. Mira el lago, una auténtica joya de la naturaleza alrededor de la cual creció el club… Jugar al golf aquí será lo más de lo más para un hombre como tú —le dijo de lo más embaucadora—. Jugar al golf aquí es un buen negocio para muchos, conocerás a gente muy importante… Aquí tienes la oportunidad de ampliar tu red de contactos.

Yu jamás había empuñado un palo de golf, como tantos chinos. El golf era algo que demostraba el ascenso de algunos en la nueva nomenclatura política y social de China. Los ricos tenían que hacer cosas así para convencerse de que eran ricos. Inmensamente ricos, en muchos casos. La bolita blanca del golf funcionaba mejor que cualquier otra cosa, era cierto, para hacer negocios sobre la marcha y conseguir nuevos socios. Pero, más allá de todo eso, Xing y Ming, que no necesitaban ya saberse ricos, habrían aposentado allí sus reales no tanto para presumir como para encontrar un lugar apartado en el que hacer negocios con sus altos y muy corruptos aliados.

—Aquí puedes organizar cenas para agasajar a tus amigos —siguió diciéndole la chica—. Tenemos el mejor chef de China, el que fue cocinero de Mao. Nuestro plato especial de hoy es langosta a los cinco gustos de Australia…

—¿Viene incluido el plato del día en la cuota mensual?

—Te estás riendo de mí…

No, Yu no bromeaba. Se estaba cansando de aparentar lo que no era. Le molestaba hacerse pasar por alguien que no pertenecía a ese mundo. Para colmo, las zapatillas Nike le apretaban y hacían sudar los pies.

Harto, extrajo una de las fotos de Ming que llevaba.

—¿Has visto a este hombre por aquí? —preguntó abruptamente a la chica.

Al ver la foto estuvo a punto de caérsele el folleto de las manos.

—Me parece que no tienes el menor interés en hacerte miembro de nuestro club, ¿me equivoco? —dijo ella tratando de recobrar la compostura, mirando a un lado y otro, temerosa, y hacia la puerta, donde permanecía como una estatua el guardia de seguridad.

No era momento para crearse problemas, toda vez que no podía decir que estuviese haciendo una investigación policial autorizada, ni quería que alguien pudiera sospechar sobre sus intenciones.

Sacó de su bolsillo unos cuantos billetes, sin contarlos siquiera, y se los puso a la chica en la mano, como si realmente fuera un rico, imitando el gesto que tantas veces había visto hacer en las películas americanas. Luego se puso un dedo en los labios para indicar a la del folleteo que tenía que estarse calladita.

—Vale, tú no me has preguntado nada ni yo te he visto por aquí —dijo ella bastante nerviosa, guardando en el folleto los billetes recibidos. Su vista se perdió entonces, o eso le pareció a Yu, en las casas blancas de una planta que se veían a través de los amplios ventanales del bar de la recepción, más allá del campo de golf y del lago.

Aquello no era la respuesta que esperaba Yu, pero tampoco un no rotundo por parte de la chica. Si nunca hubiera visto a Ming le habría dado un no, sin más, sin ponerse tan nerviosa. Porque, más que nerviosa, realmente pareció presa del pánico. Con aquella mirada, aun sin saber que se trataba de un policía, si bien acaso lo supusiera, podía haberle indicado que no sólo conocía a Ming sino que carecía de la menor simpatía hacia él.

Ya había tenido bastante por el momento. No era cosa de seguir Allí. Se levantó y salió del bar.

Fuera ya del club se dio cuenta de que apenas le quedaban veinte yuanes en el bolsillo. No tenía suficiente para tomar un taxi que lo llevara hasta la boca del metro. No era un lugar por el que se viera a mucha gente, y menos paseando. Anduvo durante más de cinco minutos sin cruzarse con un hombre que le indicó dónde estaba la parada del autobús más próxima. Aún le quedaba por recorrer una larga distancia.

Mientras iba por aquel lugar tan alejado de su casa, la excitación inicial fue dando paso a la reflexión. El nerviosismo de la empleada del club le sugería unas cuantas cosas dignas de ser tenidas en cuenta. Más allá de cualquier interpretación posible, seguía atado de manos, sin embargo, sin poder atacar la situación como debiera. ¿Cómo pedir una orden de registro de un club de gente del más alto nivel, cuando además no contaba con la anuencia oficial para investigar el caso en el que realmente se ocupaba? Quizá, se dijo, tenía que consultar con Chen esos aspectos; de lo contrario le resultaría imposible avanzar y así tener algo que ofrecerle cuando regresara de su viaje.

Para colmo, mientras caminaba a paso rápido, imaginó la bronca que le caería encima al llegar a casa. No sólo no había hecho varias de las cosas encargadas por Peiqin, sino que encima se había gastado el dinero para el campamento de verano de Qinqin y sus ahorros de cuando dejaba de fumar, y todo para tragarse un té malo, de bolsita.

Halló alivio, sin embargo, en una idea que le brotó de repente. Hablarle a Peiqin de lo ofrecido por Gu podría aplacarla. Gu le había prevenido acerca de la devaluación que les supondría cambiar sin más su casa por otra, habida cuenta de que, sin duda, contaba con informaciones que señalaban la zona donde ahora vivían como susceptible de encarecimiento inmediato. Por lo demás, podría hacerse con el dinero para el campamento de Qinqin al día siguiente, acudiendo a cierta fuente… Difícil, pero no imposible. Podía contar con Viejo Cazador, que sin duda aprobaría cualquier cosa que pudiera hacer Yu por echar una mano al inspector jefe Chen. Así que, con una cuantas añagazas… No tendría que contarle a Peiqin toda la verdad del asunto.

Apretó el paso aún más. Con un poco de suerte podría llegar a tiempo de comprar fideos para cocer, antes de llegar a casa. Valían menos de dos yuanes en una tienda cercana.

Vio a lo lejos la parada del autobús.