8
El inspector jefe Chen había elaborado, en efecto, un nuevo plan para caer sobre Jiang Xiaodong, el director en Shanghai del Departamento para el Desarrollo del Suelo y el Campo.
Su plan albergaba una doble intención. Investigaría por un lado las implicaciones de Jiang en la trama de Xing, y por supuesto, su posible implicación en el asesinato de An.
Según las informaciones que tenía Chen sobre el personaje en cuestión, Jiang nunca se había entrevistado con Xing en privado. Tampoco había datos sobre que lo hubiera hecho con Ming. Por otra parte, las fotos en las que Jiang aparecía con An en actitudes íntimas no demostraban que hubiera utilizado su Departamento para facilitar los negocios de la trama corrupta. Chen, en cualquier caso, no pensaba hacer uso de aquellas fotografías, al menos por el momento. El escándalo podía acabar con la carrera del director del Departamento, sospechoso de corrupción para el inspector jefe, pero eso no probaría que Jiang, en efecto, fuera el asesino de An, y podría apartarlo además de la trama, con el consiguiente perjuicio para la investigación sobre Xing.
Chen pensó que lo mejor sería empezar por algo tan pequeño como interesarse por el coche puesto al servicio de Jiang. En China, un cuadro del Partido que llegaba a un cierto rango, tenía a su disposición un coche oficial. En teoría, sólo podía utilizar el coche para asuntos relacionados con su cargo, o para entrevistas de negocios, pero no era menos cierto que muchos cuadros del Partido usaban dichos automóviles para ir a los karaokes y a los restaurantes, bajo el pretexto de que allí se encontraban con hombre de negocios con los cuales tenían que tratar forzosamente dada la nueva situación económica que vivía el país. Nadie, en realidad, les pedía cuentas sobre lo que hicieran con esos coches oficiales. El mismo Chen, como inspector Jefe, utilizaba algunas veces el coche que se le asignaba, y no siempre lo hacía con chófer. Pero supo que Jiang por lo general acudía al conductor designado por el Partido, aunque siempre en las horas fijadas como la jornada laborar del conductor. El coche no estaba disponible para Jiang, pues, las veinticuatro horas del día, ni lo tenía todo el tiempo aparcado ante su domicilio. Pero sí podía Jiang llamar en cualquier momento y solicitar el servicio. Podría ser un inicio para trazar la senda Chen que pretendía el inspector jefe.
Chen se dirigió al despacho de Jiang a primera hora de la mañana. Estaba en el mismo edificio gubernamental que el de Dong. Pero en vez de acceder a la entrada, se dio una vuelta por el aparcamiento, donde vio un coche oficial pequeño, al cuidado, como los otros, de un par de individuos. No le costó mucho averiguar a través de ellos que el chófer de Jiang se llamaba Lai Shan y que acababa de salir poco antes con el coche asignado para llevarlo a una revisión. Así que Chen tendría que esperarlo pacientemente.
Sobre las diez y media, uno de los vigilantes se dirigió a Chen.
—Lai ha vuelto —le dijo—. Seguro que almuerza en su coche, como siempre… Ya sabes, unos panecillos al vapor…
Chen se dirigió hasta donde había aparcado Lai, pero apenas dio unos pasos cambió de opinión, salió a la plaza y paró un taxi para que lo condujese al restaurante Xinya, en la calle Nanjing. Llegó en apenas cinco minutos. Dijo al taxista que aguardase y entró en el local. Compró pato al estilo Guangdong, especialidad de la casa, que le pusieron en un recipiente de plástico después de trocearlo, guardándole los huesos en una bolsa. Compró también unos panecillos al vapor y un pack de seis latas de cerveza Budweiser. Volvió al taxi.
Lai tendría unos treinta y cinco años. Era bajo y moreno. Leía un periódico, sentado en su asiento de conductor, y levantó la vista para ver al hombre que se le acercaba, sin dejar de masticar. Chen, sin decirle nada, se metió en su coche.
—Soy Chen Cao, de la comisaría central de la Policía de Shanghai —le dijo blandiendo el recipiente con el pato en una mano y su identificación policial en la otra—. Tengo un par de preguntas que hacerte. No se trata de ti, así que tranquilo, camarada Lai… Suponía que aún no habías almorzado, y como yo tampoco lo he hecho, pues… Bien, que he traído algo para que comamos y charlemos juntos.
—De acuerdo, sólo tengo estos panecillos —dijo Lai mientras lo miraba de arriba abajo con gran extrañeza—. Pero si mi jefe me llama tendré que salir de inmediato.
Chen abrió el recipiente de plástico, poniéndolo entre ambos. Hay una manera muy popular de comer el pato, que es poniéndolo en el interior de un panqueque dulce, pero tampoco estaba mal acompañarlo con los panecillos del Xinya. Cuando Chen abrió una lata de cerveza el chófer se convirtió en todo un parlanchín.
—El pato asado al estilo Guangdong —dijo Chen— es mucho mejor que el pato asado al estilo pekinés, no es tan gordo. A mí me gusta más comerme la carne con la piel bien crujiente.
—Es verdad —le concedió el chófer—, yo comí anoche pato al estilo pekinés, pero no puede compararse con esto, y mucho menos si lo comes metido en un buen panqueque dulce, con cebolletas y, eso sí, salsa pekinesa… Me encanta la carne de pato al estilo Guangdong, es mucho mejor.
—Es una pena que no podamos acompañar la carne con una sopa de huesos de pato, una buena sopa caliente con mucha pimienta —siguió Chen.
—Es verdad, esa es una de las dos o tres mejores maneras de acompañar la carne de pato —dijo Lai relamiéndose—. Muchas gracias por el almuerzo. He oído hablar de ti, camarada inspector jefe Chen. Pero no creo que me hayas invitado a almorzar por nada. Eres un hombre muy ocupado, así que pregunta lo que quieras.
—¿El director Jiang utilizó este vehículo anoche?
—No, Jiang no pidió el coche anoche… Yo estuve en una boda, se casó la hija de mi mejor amigo en el Pabellón Yanyun —Lai sacó una foto de su cartera—. Mira, fue una gran boda. Tuvimos que juntar veinticinco mesas. Hubo una impresionante caravana de coches. La novia llegó en un Mercedes e insistieron en que yo probara un Lexus que había por allí.
Chen echó un vistazo a la foto. Tenía la fecha impresa en el margen derecho. No había error en la fecha. Lo de la caravana de coches lujosos también sonaba a cierto. Era un tiempo en que ser rico suponía ser glorioso. La gente echaba el resto en las bodas, tratando de mostrar que tenía una fortuna, fuese como fuese.
—Permite que te pregunte otra cosa… ¿El director Jiang tiene este coche a su disposición en todo momento?
—En teoría, mi jornada laboral es de ocho de la mañana a cinco de la tarde, pero como sabes, por las noches siempre hay alguna cena o alguna fiesta… Para ser justo con Jiang, he de decir que siempre discute los horarios conmigo. Por ejemplo hoy, que tuve que llevar a mi esposa al hospital por la mañana sin que él me pusiera problemas. Y todos los meses me paga veinte horas extra, lo que me viene muy bien.
—Eso quiere decir que puede hacer uso del coche oficial cuando quiera, incluso de noche y ya tarde…
—Para asuntos personales —dijo Lai en tono confidencial—, el director Jiang no requiere mis servicios. Hay muchos taxis en la zona donde vive, en Riverside Villas. Yo tardaría mucho en llegar allí para recogerle.
—Comprendo. ¿Suele conducir él mismo?
—No, nunca lo hace. Por eso el coche nunca se queda aparcado en su residencia, por suerte para mí, pues en autobús tardaría en regresar a mi casa una hora y media, el túnel siempre está atascado de tanto tráfico como hay en esa ruta.
Pero eso no significaba necesariamente que Jiang hubiera permanecido en su casa toda la noche. De hecho, Chen tampoco requería en todo momento el servicio de coche que tenía asignado. No lo hizo ni para acudir a la casa de baños ni para dirigirse al restaurante La Isla Dorada. Como cuadro del Partido que era tenía que velar por su imagen, e igual harían otros. Creyó detectar un cierto tono sarcástico en Lai cuando habló de los «asuntos personales» de Jiang.
—Otra cosa —dijo Chen—. ¿Cuál es la lista de servicios que tienes para hoy?
—A primera hora de la tarde irá a Qingpu, donde hay una cena con fiesta. Supongo que no tendré que ir a recogerle hasta pasadas las diez. ¿Hay algo que quieras consultar con él acerca de su agenda para hoy?
—No, en realidad ya no tengo más cosas que preguntar… Mira, en esta bolsa están los huesos del pato. Será mejor que los metas en el refrigerador si vas a llegar tarde a casa.
—Claro, hay una nevera en el despacho.
—Estupendo. Para hacer una buena sopa con huesos de pato, te recomiendo que los cuezas a fuego lento durante dos horas, hasta que se deshagan y el agua de la cocción parezca leche. Después añades un pepino bien picado y un puñado de pimienta —dijo Chen y luego abrió la puerta del coche—. Ha sido un buen almuerzo, camarada Lai. No hace falta que cuentes a nadie nuestra conversación. Adiós.
—Adiós, jefe —dijo Lai agitando un trozo de pato por la ventanilla y con los ojos aún atónitos. El inesperado almuerzo lo tenía tan encantado como sorprendido. Chen, realmente, no creía que Lai fuera a referir a nadie la conversación que habían mantenido.
Chen tomó un taxi y pidió al conductor que pusiera rumbo hacia Riverside Villas, en Pudong.
—¿Voy por el túnel? —preguntó el taxista.
—Sí, a esta hora se va bien por ahí —dijo Chen.
—Nunca se sabe, a veces también hay mucho tráfico a esta hora.
Pudong fue una gran zona rural en la orilla del río Huangpu, en la que se alzaban unas pocas factorías, muy viejas, bastante dispersas entre sí. En sus días de estudiante de inglés en la academia Parque Bund, las riveras del río aún mostraban un paisaje digno de una granja enorme y rica. Recordó un dicho popular, según el cual la orilla oeste del río te ofrece mejor cama que una habitación en una casa de la orilla este. A finales de los años 80, sin embargo, el Gobierno de la ciudad se empeñó en convertir Pudong en una especie de Wall Street de Asia, declarando la zona como especial y ofreciéndola a los inversores extranjeros con un sinfín de ventajas fiscales. Los paisajes de las riberas del río sufrieron muy pronto un cambio radical. Se alzaron edificios muy altos y el precio de la vivienda se disparó hasta alcanzar el cielo.
Chen había oído hablar mucho de Riverside Villas. Era una de las áreas residenciales más exclusivas y por lo tanto más caras de Shanghai, sobre todo en la margen oriental del Huangpu. Desde las nuevas construcciones se divisaba todo el cauce del río a su paso por la ciudad, y los ojos de sus moradores podían alcanzar el Bund. La gente decía que la zona era un nuevo Bund, pero todavía más grandioso, más moderno. Ciertamente, dicha parte de la ciudad experimentó un cambio impensable apenas una década atrás. Jiang no podía haberse hecho con una residencia allí de no contar con un amplio conocimiento, el que tenía por su posición, de los negocios y las construcciones en marcha.
La de Riverside Villas era una zona residencial grande, con puertas de acceso vigiladas por un guardia de seguridad privada que contaba con su correspondiente caseta. Había allí una mesa de escritorio, teléfono y silla. Una vez más hizo Chen uso de su identificación policial. El vigilante, un hombre de mediana edad con pinta de aburrido, y de nombre Aiguo, colaboró con él sin problema. Según el vigilante, las puertas de la urbanización quedaban cerradas a medianoche, y si los residentes regresaban más tarde tenían por fuerza que solicitar la apertura por el interfono al vigilante de turno de noche en la caseta. Aiguo había estado de guardia la noche anterior.
—Así que llevas trabajando más de veinticuatro horas seguidas —le dijo Chen.
—No es un trabajo ideal pero al menos puedo echar una cabezada por la noche —dijo Aiguo y añadió sacudiendo la cabeza—: Anoche sólo vinieron dos después del cierre de las puertas a las doce. Jiang fue uno de ellos; llegó en taxi sobre la una. Lo tengo apuntado en la hoja del servicio.
Aquello, desde luego, no coincidía con la hora que el médico estimó había sido la de la muerte de An.
—Tengo también anotados el número de la matrícula del taxi y el de su licencia —siguió diciendo Aiguo—. Si quieres saber más puedo llamar a la compañía de taxis, inspector jefe Chen. Es la Compañía de taxis del Pueblo.
—Te lo agradezco, Aiguo —dijo Chen, bastante sorprendido por la predisposición del vigilante. Chen se llegó a preguntar si Aiguo no tendría alguna cuenta pendiente con Jiang—. Pero cuéntame mejor más cosas sobre Jiang, así, en general… Según tengo entendido, lleva residiendo aquí más de dos años, fue uno de los primeros que se instaló en la urbanización.
—Claro, ¿quién va a vivir aquí, si no? —dijo Aiguo con vehemencia—. Funcionarios corruptos, capitalistas sin escrúpulos… Aquí el metro cuadrado está a doce mil yuanes. Para poder pagar lo que cuesta un metro cuadrado yo tendría que ahorrar durante diez años, sin comer siquiera, sin ningún gasto, por modesto que fuese, y dudo mucho que pudiera comprar algo más que el inodoro del cuarto de baño de una de esas casas. La distancia que separa a los ricos de los pobres es como la que hay entre las nubes y el barro… Jiang pagó el metro cuadrado de su casa a sólo cien yuanes, no a los doce mil que cuesta… Por no hablar de otros descuentos, cuya cuantía nadie conoce realmente… ¿Es eso justo, en nuestra sociedad socialista?
—No, no lo es.
—¿Pero qué puede hacer uno? —dijo Aiguo como si hablara para sí—. Jiang, como otros muchos residentes de la urbanización, trata a los guardias de seguridad como si fuésemos basura… Sobre todo él… Jiang es el más déspota. Es como un animal nocturno, como las ratas. Apenas debe dormir. Dos o tres veces a la semana viene cuando ya hemos cerrado las puertas. A veces, sobre las dos y las tres de la madrugada.
Siempre me despierta en lo mejor del sueño para que le abra. Yo soy un hombre normal y necesito dormir. Ahora todavía se está bien, pero en invierno esta caseta es un infierno. Tiemblo de frío como un muñeco de paja azotado por el viento. Todos ellos tienen calefacción en sus casas, pero aquí no contamos ni con una maldita estufa. Sólo disponemos de un viejo abrigo militar para echárnoslo por encima. Siempre me pregunto qué hará por ahí ese tipo hasta las dos o las tres de la madrugada. Seguro que no se trata de asuntos oficiales.
—Este trabajo te tiene que resultar muy duro, ciertamente —dijo Chen asintiendo. Estaba clara la animadversión de Aiguo hacia el personaje objeto de las pesquisas del inspector jefe. No podía desaprovechar la oportunidad que tan generosamente se le brindaba. Tenía que obtener cuanta más información pudiera, incluso si las actividades nocturnas de Jiang poco o nada tuviesen que ver con el asesinato de An.
—Supongo que alguien como Jiang se gastará en una noche lo que yo cobro por un mes de trabajo —apuntó Chen para tirar de la lengua un poco más al vigilante.
Aiguo, sin embargo, hubo de interrumpirse para atender a la llegada de un Lexus negro.
Chen reconoció, gracias a las fotos que de él había visto, a quien iba en su interior: Jiang.
—Hola, inspector jefe Chen —le dijo Jiang nada más verlo, con voz suave, sonriéndole mientras se apeaba del automóvil—. Creo que quiere verme, ¿me equivoco?
Chen no había previsto aquello, un encuentro así de inopinado con el personaje. Estaba claro que había dado por concluida muy pronto aquella cena que tenía en Qingpu. Bueno, tarde o temprano tenía que enfrentarse a él, se dijo Chen, en tanto era protagonista de aquellas fotos comprometedoras.
—He oído hablar mucho de esta urbanización, y como andaba por Pudong decidí acercarme para echar un vistazo.
—Muy bien… Ya que está aquí, ¿por qué no entra? —lo invitó Jiang.
—Eso sería como entrar en un templo para reverenciar imágenes de arcilla.
—Nadie se acerca a un templo si no alberga la intención de entrar a rezar, así que adelante…
Aiguo escuchaba aquella especie de intercambio de proverbios entre ambos, sonriente, moviendo una mano como si animara a Chen a entrar en los dominios de Jiang.
El lujoso apartamento de Jiang estaba en un edificio de veintidós plantas. Era un dúplex; en el primer nivel, tras el vestíbulo, se accedía a un gran salón escasamente amueblado, que daba a un pasillo en el que había un dormitorio. En el segundo nivel había otro dormitorio, tan grande como el anterior, y un pequeño estudio. Todo, en ese estilo llamado fushi, funcional, que imperaba entonces en una ciudad desmesuradamente poblada, un estilo propio de los grandes edificios nuevos.
Jiang, sin embargo, le comunicó que su apartamento tenía una disposición especial, a causa de la parálisis de su esposa. De ahí que el gran salón apenas estuviera amueblado, para que ella pudiera moverse a sus anchas en la silla de ruedas. En efecto, casi al momento apareció la esposa de Jiang, que saludó al inspector con una voz apenas audible, como un bufido entre los dientes.
—Quedó paralítica hace quince años en un accidente de automóvil —le dijo Jiang en voz baja—. El accidente también le afectó el habla…
Chen pensó que aquello, lógicamente, había afectado por fuerza a las relaciones sexuales de la pareja. Jiang se mostraba complaciente con su esposa, le había buscado una casa cómoda, pero a buen seguro que por todo eso andaba con otras mujeres… Pero la pregunta era si su relación con An se debía sólo a un affair sexual, o si había otras implicaciones.
Subieron al segundo nivel en silencio. Ya en el estudio, Jiang cerró la puerta. Tomó asiento ante su escritorio y Chen hizo lo mismo frente a él. Se dejaba sentir la silla de ruedas dando vueltas sin parar en el gran salón de la primera planta.
No había posibilidad alguna de encontrar un claro en el bosque por el que se había adentrado, así que Chen decidió abordar directamente el asunto de la investigación a él encomendada a propósito de Xing. Más directamente aún, empezó por pedir información a Jiang acerca de las autorizaciones concedidas por su Departamento, a propósito del suelo para edificar.
Tal y como esperaba Chen, Jiang negó cualquier actuación ilegal por su parte, como si pudiera impedir que la luna brillase sólo con cerrar la ventana.
—Lo desconozco todo sobre los negocios y las relaciones entre esos hermanos, Ming y Xing, créeme, camarada inspector jefe Chen… Mi departamento sólo aprueba un proyecto cuando todo está en regla, cuando se cumplen las exigencias del Gobierno. Yo mismo superviso todo proyecto con sus correspondientes solicitudes —dijo Jiang con expresión solemne y gesto muy serio—. En cuanto a lo que me preguntas sobre esa factoría textil, sólo puedo decirte que cuanto se hizo contó con la aprobación previa del camarada Dong, de Departamento económico. Yo no pude sino ratificar el proyecto posterior, en tanto venía avalado por Dong con su dictamen previo, tras estudiarlo detenidamente, por supuesto.
—Eso quiere decir que tú sólo has ratificado lo que ya contaba con un visto bueno superior, ¿es eso?
—¿Puedes hacerte una idea de la cantidad de proyectos que superviso al cabo del día? La verdad es que trato por igual todos esos asuntos, no presto atención especial a ninguno en concreto… La economía de mercado tiene también sus directrices, y yo me limito a cumplir las nuevas disposiciones al respecto. Es cierto que la propiedad privada conlleva igualmente riesgos, tales como que ningún hombre de negocios mira por lo demás, ni mira especialmente por su país… Pero eso no quiere decir que observara yo, en la responsabilidad que tengo, nada ilegal en los proyectos que supervisé sobre las iniciativas de Ming.
—Bien —dijo Chen convencido de que le tocaba jugar ya su carta triunfal—. ¿Puedes decirme dónde dormiste anoche, director Jiang?
—¿A qué te refieres? —preguntó a su vez Jiang, dando un respingo y clavando sus ojos en los de Chen como si quisiera atravesárselos con sendas dagas—. ¿Por qué me preguntas algo así?
—Te hablo con los poderes que me confiere ser una especie de enviado especial del Emperador —dijo, no sin sorna, Chen—. Te hablo como comisionado del camarada Zhao, del Comité de Disciplina del Partido —y entonces le alargó aquel documento acreditativo que le hiciera llegar el Comité—. Preferiría que cooperases conmigo, camarada Jiang.
—¿Un enviado especial del Emperador, con plenos poderes? ¡Pero si estamos a finales del siglo XX, camarada inspector jefe Chen! Me da vergüenza ajena tu trabajo —dijo tratando de contener la furia que lo invadía—. Te he contado todo lo que conozco de los negocios de Ming. No sé más, créeme… Ming se esfumó hace unas cuantas semanas… ¿Pero qué tiene que ver todo eso con preguntarme dónde dormí anoche?
Sonó entonces el teléfono celular de Chen. Era Aiguo. Chen se disculpó con Jiang y fue hasta la ventana para hablar con el vigilante.
—He hablado con el taxista. Anoche llevó a Jiang a una casa de baños que se llama Niaofei Yuyao, a las doce de la noche.
—Ya, la casa de baños Niaofei Yuyao —dijo Chen. Una curiosa coincidencia que también él conociera ese sitio… Quienes necesitan cincuenta pasos para huir no ríen tanto al final como quien ha necesitado de cien pasos para hacerlo—. Muchas gracias, Aiguo, me has dado una información importante.
Eso, sin embargo, acababa con toda posibilidad de que Jiang hubiera tenido algo que ver con la muerte de An, se dijo Chen mientras apagaba su teléfono. Tomó de nuevo asiento ante Jiang y le dijo:
—Te pido perdón por haberte molestado, camarada director Jiang.
—Creo que me debes una explicación, camarada inspector Chen… Soy un cuadro del Partido con rango undécimo… ¿Qué quieres realmente de mí? Esta mañana asaltaste con tus preguntas a mi chófer y después abordabas al vigilante de la urbanización…
—¿Lai te dijo que habíamos hablado?
—Quiso guardar unos huesos de pato en la nevera de mi despacho, así me enteré de todo.
—Te contaré algo, camarada director Jiang. Precisamente porque tengo respeto por tu rango en el Partido he llevado la investigación sobre ti de manera discreta. Por eso me dirigí a Lai y al vigilante, para recabar algún dato rutinario… Te preguntarás por qué lo hice… Bien, pues porque una persona implicada en todo el asunto de los permisos para construir dados a Ming murió asesinada anoche.
—¿Cómo? ¿Acaso me consideras también sospechoso de asesinato? —dijo Jiang muy indignado.
—Tranquilízate, camarada Jiang. Como inspector de policía es mi deber investigarlo todo. Tengo pruebas de tus relaciones con la mujer asesinada.
—¿Una mujer? ¿Que tienes pruebas? ¡Vamos, Chen, no me trates como si fuera un niño de tres años!
—¿Aún no sabes nada de la muerte de An Jiayi?
—¿Te refieres a la presentadora de TV? Sí, ya me he enterado de su muerte, lo he leído en el periódico de hoy. Dicen por ahí que era una putilla.
Chen hubo de contenerse para no manifestar su rabia.
—Supongo que sabes mucho de putillas —le dijo el inspector jefe levantándose de su asiento mientras dejaba caer en la mesa el sobre con las fotos—. Echa una maldita mirada a esas fotos, vamos… A ver si eres capaz de decirme que no sabías nada de ella.
Jiang comenzó a mirar aquellas fotos, demudado, como si él mismo no pudiera dar crédito a lo que veía; como si el hombre allí retratado no fuese él, un cuadro importante del Partido. Su rostro iba pasando del blanco al rojo y del rojo al blanco. Era incapaz de decir una palabra.
En el estudio sólo se dejaba sentir el rodar constante de la silla de ruedas en el nivel inferior.
—Ahí tienes una prueba incontestable —rompió Chen el silencio.
—¿De dónde has sacado todo esto?
—¿Me creerías si te digo, director Jiang, que hay alguien que te vigila estrechamente desde hace tiempo? Eso sí puedo asegurártelo, ahí tienes la prueba de que no miento… Y te puedo decir también que yo no lo hice. Ni nadie de los que están a mis órdenes.
Era cierto, pero eso, precisamente, abría infinitas posibilidades, a cada cual más temible para Jiang.
—De acuerdo, inspector Chen… ¿Qué quieres que te diga? ¿Lo de anoche? Estuve con unos amigos, ellos podrán confirmarlo.
—Sí, supongo que una chica desnuda muy guapa te dio un masaje de manos y pies…
—Pero… —no acertó a decir más.
El pánico que se reflejaba en la cara de Jiang hacía ver que temía estar siendo seguido allá donde fuera.
—Mira —le dijo Chen—, no hace falta que me digas nada sobre lo bien que te lo pasaste anoche… Me conformo con que me cuentes todo lo que de verdad sepas de Ming… Y de An, por supuesto… No quiero abusar de mi posición, tan especial, como has visto en la carta del Comité, pero te aseguro, director Jiang, que estoy dispuesto a hacer uso de mi espada imperial sin contemplaciones. Tenlo en cuenta. Piensa que puedo hacer llegar esas fotos a los más altos responsables del Partido, y piensa también que puedo enviarlas al Shanghai Morning… Estarían encantados de publicarlas.
—Te aseguro una vez más, inspector jefe Chen, que no sé mucho acerca de los negocios de esos hermanos, Ming y Xiang —comenzó a decir Jiang con un tono de voz menos altivo que el de antes—. ¿Cómo no colaborar contigo? Todo lo que sé es que Ming contrató a An como encargada de relaciones públicas y que además lo hizo de forma taimada, engañándola… En cuanto a lo de An, puedo decirte que su matrimonio estaba acabado, realmente… En occidente se hubieran divorciado, pues no en vano llevaban mucho tiempo separados. Y te puedes hacer una idea de cuál es mi vida matrimonial, ya has visto a mi esposa…
—No me dices mucho, director Jiang.
—Si crees que el visto bueno recibido por esos proyectos de Ming tuvo algo que ver con la relación que manteníamos An y yo, te equivocas, Chen… Repito que cuando toda esa documentación llegó a mi mesa, ya había pasado por las dependencias pertinentes, tanto en Shanghai como en Beijing, yendo y viniendo tanto por las puertas principales como por las traseras, entrando y saliendo de despachos al más alto nivel.
—Hablas de contactos al más alto nivel —dijo Chen, pensando que Jiang no sería más que un eslabón de la cadena, y acaso de los menos importantes, como realmente suponía. Pero también estaba seguro el inspector jefe de que, a fin de minimizar sus responsabilidades, Jiang seguiría dispuesto a hablar—. Muy bien —añadió Chen—: Háblame de esos contactos…
—Sí, creo… creo que sé de algunos que podrían tener relación con todo eso —dijo Jiang muy nervioso y dubitativo—. Pero ten en cuenta que se trata de un caso de importancia capital, en el que además hay un asesinato. No quisiera hablar sin antes haberme cerciorado, tendría que hacer algunas averiguaciones por mi cuenta. Lo haré para borrar toda sombra de sospecha sobre mí.
—Bien, puedo esperar, siempre y cuando me des esos nombres para contrastarlos con los que tengo en la documentación que poseo…
—¿Una documentación como la que tienes sobre mí? —dijo Jiang con una sonrisa amarga—. No me llevará más de dos días hacer las averiguaciones que quiero… Te llamaré en cuanto tenga algo.
—No hace falta que inquieras detalles superfluos —dijo Chen, preguntándose si en el fondo no pretendería Jiang ganar tiempo—. El camarada Zhao me pide informes muy claros y concretos.
—Si no puedes esperar un par de días, haz lo que consideres oportuno, camarada inspector Chen. Pero soy un cuadro del Partido desde hace muchos años, y he visto muchas injusticias… He visto cómo destruían la carrera y la vida de muchos cuadros del Partido, como yo, acusándoles de cosas que no habían hecho.
Las fotos en poder de Chen bastarían para destruir la carrera política de Jiang, pero en cuanto el inspector jefe se deshiciera de ellas, en el supuesto de que las entregara a los mandos del Partido, perdería un as fundamental para jugar su partida. Jiang podría ser un cerdo despreciable, en ese caso, pero el agua en que cocieran su carne no salpicaría a otros más importantes. Los tabloides, por lo demás, se disputarían con uñas y dientes unas fotos así de impresionantes, como se disputarían unas declaraciones de Jiang sobre su historia con An, pero eso no era lo que Chen quería leer en los periódicos. Como le había dicho Jiang, los negocios de Ming, realmente, no dependían sólo de su aprobación. Había muchos otros antes. Tenía que seguir siendo cauto y astuto, pues le resultaba cada vez más claro que los contactos en la red de corrupción se producían «al más alto nivel».
De la planta inferior se dejó sentir una fuerte tos que atacaba a la esposa de Jiang.
—Te doy un par de días —dijo Chen mientras se levantaba—. Pero no más. Lo siento, no tengo otra opción.
En ese tiempo, el inspector jefe Chen tendría que poner vigilancia a Jiang, pues, como An, a buen seguro intentaría entrar en desesperado contacto con otros.