Minos[1]

SÓCRATES — UN AMIGO

SÓCRATES. —¿Cómo definiremos la ley?

EL AMIGO. —¿De qué ley quieres hablar?

SÓCRATES. —Pues qué; ¿una ley difiere de otra ley en tanto que ley? Fíjate en lo que te pregunto. Si te preguntase qué es el oro, y me respondieses que de qué oro hablaba, me parece que tu pregunta no estaría en su lugar; porque el oro en nada difiere del oro, en tanto que oro, ni la piedra de la piedra en tanto que piedra. Pues de igual modo la ley no difiere en manera alguna de la ley, y todas las leyes son de la misma esencia; cada ley es igualmente ley y no ésta más y aquella menos. Y así lo que yo te pregunto es: ¿Qué es la ley en general? Si tienes una respuesta preparada, dímela.

EL AMIGO. —¿Y qué puede ser la ley, Sócrates, sino lo que es legítimo?

SÓCRATES. —Entonces, ¿te parecerá que la palabra es lo que es hablado? ¿O la vista lo que es visto? ¿O el oído lo que es escuchado? ¿O acaso la vista es una cosa y lo visto otra, el oído una cosa y lo escuchado otra, y lo mismo la ley una cosa y lo que es legítimo otra? Veamos qué dices a esto.

EL AMIGO. —Ahora me parece que son cosas diferentes.

SÓCRATES. —¿Luego la ley no es lo que es legítimo?

EL AMIGO. —No me parece que lo sea.

SÓCRATES. —¿Pues entonces qué es la ley? Procedamos a examinar esta cuestión del siguiente modo. Si alguno, valiéndose de los ejemplos que acabamos de citar, nos dijese: Puesto que aseguráis que por la vista se ve lo que es visto, ¿qué es esta vista que nos hace ver? Nosotros responderíamos que es un sentido que, por el ministerio de los ojos, nos revela los colores. Y si nos volviese a preguntar: puesto que es por medio del oído como se oye lo que es oído, ¿qué es este oído? Nosotros responderíamos, que es un sentido que, por el ministerio de las orejas, nos revela los sonidos. De la misma manera si se nos preguntase: puesto que es por medio de la ley como se establece lo que es legítimo, ¿qué es la ley? ¿Es una especie de sentido que nos revela lo que es legítimo, así como aprendemos lo que naturalmente puede ser aprendido por medio de la ciencia, que nos lo revela? ¿Es un descubrimiento como aquellos mediante los que descubrimos todo lo que nos es dado descubrir? Por ejemplo, nosotros descubrimos lo que es sano y lo que es insalubre por la medicina; y lo que piensan los dioses, como dicen los adivinos, por la adivinación; porque el arte es propiamente un descubrimiento; ¿no es así?

EL AMIGO. —Ciertamente.

SÓCRATES. —Pues bien, ¿por medio de cuál de estas ideas definiremos la ley?

EL AMIGO. —Las resoluciones del gobierno y sus decretos: esto me parece que es la ley. ¿Que otra cosa puede ser? Nada se arriesga por tanto respondiendo a tu pregunta, que la ley en general es la resolución del Estado.

SÓCRATES. —Al parecer dices que la ley es una opinión del Estado.

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —Quizá tienes razón en decirlo, pero sabremos mejor a qué atenernos procediendo de esta manera. ¿Hay hombres a quienes llamas sabios?

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —Los sabios ¿no son sabios a causa de la sabiduría?

EL AMIGO. —Sin duda.

SÓCRATES. —Los justos ¿son justos a causa de la justicia?

EL AMIGO. —Seguramente.

SÓCRATES. —Los observadores de la ley ¿no son observadores de la ley a causa de la ley?

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —Y los infractores de la ley ¿son infractores de la ley a causa de la ilegalidad?

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —¿Pero los infractores de la ley son injustos?

EL AMIGO. —Injustos.

SÓCRATES. —¿No son cosas bellas la justicia y la ley?

EL AMIGO. —En efecto.

SÓCRATES. —¿Y cosas muy feas la injusticia y la ilegalidad?

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —Las unas son la salud del Estado y de todo lo que existe; las otras son su ruina y su trastorno.

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —Luego es preciso considerar la ley como una cosa realmente bella y buscarla como un bien.

EL AMIGO. —Necesariamente, así debe de hacerse.

SÓCRATES. —¿No hemos dicho que la ley es la resolución del Estado?

KL AMIGO. Así lo hemos dicho.

SÓCRATES. —Y qué, ¿no hay resoluciones buenas y malas?

EL AMIGO. —Las hay.

SÓCRATES. —Pero la ley no puede ser mala.

EL AMIGO. —No, ciertamente.

SÓCRATES. —Luego no es exacto responder sencillamente, como lo hemos hecho, que la ley es una resolución del Estado. BL ANICO. Así me lo parece.

SÓCRATES. —Es contrario al buen sentido, que la ley sea una mala resolución.

EL AMIGO. —Ciertamente.

SÓCRATES. —Sin embargo, a mí me parece, que la ley es una cierta opinión. Y no siendo la ley una mala opinión, es de toda necesidad que sea buena, puesto que es una opinión.

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —¿Pero qué es una buena opinión? ¿No es la que está fundada en la verdad?

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —Y la opinión fundada en la verdad, ¿no es un descubrimiento de la realidad?

EL AMIGO. —Lo es, en efecto.

SÓCRATES. —Luego la ley es el descubrimiento de la realidad.

EL AMIGO. —Siendo la ley el descubrimiento de la realidad, ¿en qué consiste, Sócrates, que no nos gobernamos por las mismas leyes en las mismas circunstancias después de haber descubierto la realidad?

SÓCRATES. —La ley siempre es el descubrimiento de la realidad. Si los hombres no se gobiernan siempre por las mismas leyes, como parece suceder, consiste en que no son siempre capaces de descubrir el objeto de la ley, la realidad. Pero examinemos ahora si debe admitirse como cierto que nosotros hemos tenido siempre la misma ley o la hemos mudado, y si todos las pueblos tienen las mismas leyes o si las tienen diferentes.

EL AMIGO. —He aquí un punto difícil de decidir, Sócrates. Es claro que un pueblo no tiene siempre las mismas leyes, y que los distintos pueblos las tienen diferentes. Así entre nosotros no hay ley que ordene inmolar hombres a los dioses, y antes por el contrario, se tendría por una impiedad. Los cartagineses inmolan víctimas de esta clase y es entre ellos una práctica piadosa prescrita por las leyes, llegando algunos hasta sacrificar sus propios hijos a Saturno, como quizá habrás oído decir.[2] Pero no son sólo los bárbaros los que tienen distintas leyes. Los habitantes de Liceo[3] y los descendientes de Atamante[4] ¡qué clase de sacrificios hacen[5] y son griegos! En nuestra misma patria no ignoras las leyes que en otro tiempo se observaban en los funerales; no se esperaba a que fuese enterrado el cadáver para inmolar las víctimas y hacer venir las mujeres encargadas de ofrecer libaciones. En una época más remota se enterraban los muertos en sus propias casas.[6] Nada de esto hacemos nosotros ahora. Podrían citarse mil ejemplos semejantes, porque es inmenso el número de las pruebas que justifican que ni los pueblos ni los individuos se gobiernan por leyes idénticas.

SÓCRATES. —Puede muy bien suceder, mi excelente amigo, que tengas razón; por mi parte lo ignoro. Pero si es cosa que vas a pronunciar largos discursos sobre tu modo de pensar en esta materia, y yo hago lo mismo, jamás nos pondremos de acuerdo, o mucho me engaño. Por el contrario, si ambos nos fijamos en un mismo punto, podremos entendernos. Y así, si lo prefieres, dirígeme preguntas, o si te parece mejor, respóndeme tú.

EL AMIGO. —Sócrates, estoy dispuesto a responder a lo que quieras.

SÓCRATES. —Pues bien; ¿qué crees tú? ¿Lo justo es injusto y lo injusto justo, o bien lo justo es justo y lo injusto injusto?

EL AMIGO. —Sin duda lo justo es justo y lo injusto injusto.

SÓCRATES. —¿No creen lo mismo todos los hombres?

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —¿También los persas?

EL AMIGO. —También los persas.

SÓCRATES. —¿Y siempre?

EL AMIGO. —Siempre.

SÓCRATES. —¿Se cree en este país, que lo que pesa más es más pesado, y que lo que pesa menos es más ligero? ¿O bien sucede todo lo contrario?

EL AMIGO. —Nada de eso; lo que pesa más es más pesado, y lo que pesa menos es más ligero.

SÓCRATES. —¿Y lo mismo en Cartago y en Liceo?

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —Lo bello, a lo que parece, se encuentra bello en todas partes, y lo feo feo; y en ninguna parte se encuentra lo feo bello, ni lo bello feo.

EL AMIGO. —Sin duda.

SÓCRATES. —¿No se cree en todos los países, que lo que es es lo que es, y no lo que no es?

EL AMIGO. —Así me parece.

SÓCRATES. —Luego el que se engaña sobre lo que es, se engaña sobre lo que es legítimo.

EL AMIGO. —Conforme a lo que tú dices, Sócrates, las cosas legítimas son siempre las mismas para nosotros y para los demás países. Pero cuando considero en mis adentros, que no cesamos de hacer y deshacer nuestras leyes, no puedo persuadirme de que suceda de esa manera.

SÓCRATES. —Eso consiste quizá en que no consideras, que en medio de todas estas transformaciones la ley subsiste la misma. Pero sigue con atención mi razonamiento. ¿Has leído por casualidad alguna obra sobre el tratamiento de las enfermedades?

EL AMIGO. —La he leído.

SÓCRATES. —¿Sabes a qué arte pertenece esta clase de escritos?

EL AMIGO. —Sé que pertenece a la medicina.

SÓCRATES. —Luego llamas médicos a los versados en este arte.

EL AMIGO. —Así los llamo.

SÓCRATES. —Y los hombres versados en este arte ¿tienen todos las mismas reglas o tiene cada uno reglas diferentes?

EL AMIGO. —Yo creo que las mismas.

SÓCRATES. —¿Son sólo los griegos los que forman el mismo juicio acerca de las cosas que saben, o también los bárbaros concuerdan igualmente entre sí y con los griegos?

EL AMIGO. —Es imprescindible que los que saben coincidan en los mismos juicios, sean griegos o bárbaros.

SÓCRATES. —Bien contestado. ¿Y eso sucede siempre?

EL AMIGO. —Sí, siempre.

SÓCRATES. —¿Pero los médicos no escriben sobre la salud lo que juzgan que es verdadero?

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —Luego los escritos de los médicos sobre la medicina son las leyes de la medicina.

EL AMIGO. —En efecto.

SÓCRATES. —Y los escritos sobre la agricultura son las leyes de la agricultura.

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —¿Quiénes son los que escriben sobre la jardinería y trazan sus reglas?

EL AMIGO. —Los jardineros.

SÓCRATES. —Éstas son las leyes de la jardinería.

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —¿Emanan de gentes que entienden en esto de arreglar jardines?

EL AMIGO. —Necesariamente.

SÓCRATES. —¿Son sólo los jardineros los inteligentes en esto?

EL AMIGO. —Sin duda.

SÓCRATES. —¿Quiénes son los que escriben sobre la preparación de las viandas y trazan las reglas correspondientes?

EL AMIGO. —Los cocineros.

SÓCRATES. —Luego esas son las leyes de la cocina.

EL AMIGO. —En efecto.

SÓCRATES. —Emanan probablemente de gentes que entienden en la preparación de manjares.

EL AMIGO. —Sin duda.

SÓCRATES. —¿Pero son los cocineros los que entienden de esto?

EL AMIGO. —Son los cocineros.

SÓCRATES. —Sea así. ¿Quiénes son los que escriben sobre la administración de los Estados y trazan las reglas de la misma? ¿No emanan de los que entienden en el gobierno de lo Estados?

EL AMIGO. —Es cierto, a mi entender.

SÓCRATES. —¿Hay otros que entiendan en esto como no sean los hombres políticos y los reyes?

EL AMIGO. —No, no hay otros.

SÓCRATES. —Estos escritos políticos, que se llaman leyes, son por lo tanto escritos de reyes y de hombres de bien.

EL AMIGO. —Es verdad.

SÓCRATES. —Pero los hombres entendidos ¿pueden escribir diferentemente sobre las mismas cosas?

EL AMIGO. —No.

SÓCRATES. —Ni establecerán tampoco leyes diferentes en unas mismas circunstancias.

EL AMIGO. —No, ciertamente.

SÓCRATES. —Y si vemos a algunos obrar de esta manera ¿qué diremos que son al hacerlo así, sabios o ignorantes?

EL AMIGO. —Ignorantes.

SÓCRATES. —Por consiguiente ¿diremos que todo lo que es exacto es legítimo cualquiera que sea el arte de que se trate, medicina, arte de cocina o jardinería?

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —Diremos que todo lo que no exacto es ilegítimo.

EL AMIGO. —Necesariamente.

SÓCRATES. —Y así en los escritos sobre lo justo y lo injusto, y en general, sobre la organización y el gobierno de los Estados, lo que es verdaderamente es una ley regia, pero jamás lo es lo que no es verdadero; esto puede parecer una ley a los ignorantes, pero no lo es, sino que siempre es ilegítimo.

EL AMIGO. —Conforme.

SÓCRATES. —Luego con razón estamos de acuerdo en que la ley es el descubrimiento de la realidad.

EL AMIGO. —Al parecer.

SÓCRATES. —Para acabar de ilustrarnos, consideremos lo siguiente. ¿Quién es el que sabe distribuir la semilla en la tierra? El agricultor.

SÓCRATES. —¿No sabe distribuir en cada especie de tierra la semilla que conviene?

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —El agricultor es por lo tanto un excelente legislador de semillas; son verdaderas sus leyes y sus distribuciones.

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —¿Y quién es buen legislador en el arte de combinar los sonidos para formar la melodía? ¿De quién proceden en este caso las verdaderas leyes?

EL AMIGO. —Del tocador de flauta y del tocador de lira.

SÓCRATES. —En estas cosas, el mejor legislador es, por consiguiente, el mejor tocador de flauta.

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —¿Y quién es el que sabe mejor distribuir el alimento a los hombres teniendo en cuenta su salud? ¿No es el que sabe mejor lo que les conviene?

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —Sus distribuciones y sus leyes son por lo mismo las mejores leyes en estas materias, así como él será el mejor legislador.

EL AMIGO. —Seguramente.

SÓCRATES. —¿Y quién es?

EL AMIGO. —El que dirige los ejercicios de los jóvenes.

SÓCRATES. —Con respecto al cuerpo, ¿no es el que mejor sabe gobernar el gran rebaño de los hombres?

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —¿Y quién es el que sobresale en gobernar los rebaños de corderos? ¿Cómo se le llama?

EL AMIGO. —El pastor.

SÓCRATES. —Las leyes del pastor son, por consiguiente, las mejores para los ganados.

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —Y las del boyero para los bueyes.

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —¿Y de quién emanarán las mejores leyes para las almas humanas? ¿No será del rey? Responde.

EL AMIGO. —Del rey.

SÓCRATES. —Perfectamente. ¿Podrías decirme cuál es entre los antiguos el que ha sido buen legislador en el arte de tocar la flauta? Quizá no lo sabes; pero, si quieres, yo te lo recordaré.

EL AMIGO. —Con mucho gusto.

SÓCRATES. —¿No es Marsias, según se cuenta, y su querido discípulo Olimpo el Frigio?[7]

EL AMIGO. —Es cierto.

SÓCRATES. —Sus composiciones musicales son verdaderamente divinas; sólo ellas encuentran el camino del corazón y nos hacen sentir hasta qué punto estamos bajo la dependencia de los dioses; gracias a su protección, son las únicas que subsisten aún hoy.

EL AMIGO. —Todo eso es exacto.

SÓCRATES. —Y bien, ¿quién pasa entre los antiguos reyes por un excelente legislador, y cuyas leyes subsisten aún hoy gracias a su perfección?

EL AMIGO. —No lo sé.

SÓCRATES. —¿No sabes cuál es el pueblo griego que tiene las leyes más antiguas?

EL AMIGO. —¿Quieres hablar de los lacedemonios, o de Licurgo, su legislador?

SÓCRATES. —Esas leyes no tienen más que trescientos años, o quizá un poco más. Pero las mejores de esas leyes ¿de dónde proceden? ¿Lo sabes?

EL AMIGO. —Se dice que vienen de Creta.

SÓCRATES. —Los cretenses son, pues, entre todos los griegos, los que tienen las leyes más antiguas.

EL AMIGO. —Sí.

SÓCRATES. —¿Sabes quiénes han sido sus mejores reyes? ¿No son Minos y Radamanto, hijo de Júpiter y de Europa, autores de las leyes de que hablamos?

EL AMIGO. —Se dice, Sócrates, que Radamanto fue un hombre justo; pero de Minos se dice que fue feroz, malo e injusto.

SÓCRATES. —Ésa es una fábula o una tragedia de Atenas, mi querido amigo.

EL AMIGO. —¿Cómo? ¿Pues no es esto lo que se cuenta de Minos?

SÓCRATES. —Por lo menos, no hablan así de él Homero y Hesodo, y son ciertamente más dignos de fe que todos esos forjadores de tragedias de quienes has tomado esa idea.

EL AMIGO. —¿Y qué dicen Homero y Hesíodo de Minos?

SÓCRATES. —Voy a contártelo, para que no incurras, como la mayor parte, en semejante impiedad; porque nada más impío y que se deba evitar con mayor cuidado, como ofender a los dioses mismos con palabras o con acciones. Además, es una falta gravísima no guardar el respeto debido a los hombres divinos, y toda precaución es poca para no engañarse cuando se trata de alabar o censurar. Por eso es conveniente aprender a distinguir los buenos de los malos; Dios se indigna cuando se censura a los que se parecen a él y cuando se alaba a los que están en oposición con él, y el que se le parece es el hombre de bien. No creas, te lo suplico, que las piedras, las maderas, los pájaros, las serpientes, sean cosas santas, y no el hombre; lo más santo que hay en el mundo es el hombre de bien; lo más impío es el malo. Ahora, volviendo a Minos, voy a repetirte el elogio que de él hacen Homero y Hesíodo, a fin de que, siendo tú hombre e hijo de hombre, no te atrevas a hablar mal de un héroe, hijo de Júpiter.

Homero, hablando de Creta, de sus numerosos habitantes y de sus noventa ciudades, dice:

Entre ellas esta Cnosa, la gran ciudad, donde Minos.

Reinó nueve años en familiaridad con él gran Júpiter.[8]

He aquí el elogio que en pocas palabras hace de Minos Homero, elogio que no dispensó a ningún otro de sus héroes. Que Júpiter sea un maestro de sabiduría, y que este arte sea el más precioso de las artes, es cosa que demuestra en mil parajes, y particularmente en éste. En efecto declara, que Minos trató a Júpiter por espacio de nueve años, oyó y recibió sus lecciones como se reciben las de un sofista. El hecho de que Homero no haya concedido a ningún otro de sus héroes este honor de ser instruido por Júpiter, constituye un elogio admirable. En la bajada a los infiernos en la Odisea, Minos es el que Homero presenta juzgando con un cetro de oro en las manos, y no a Radamanto.[9] En este pasaje, no sólo no hace a Radamanto juez de los infiernos, sino que en ninguna parte lo presenta como discípulo de Júpiter. Por todas estas razones me atrevo a decir, que Minos es el héroe que Homero ha alabado más. Hijo de Júpiter, educado por él mismo ¿No es esto el colmo del elogio? Este verso:

Reinó nueve años en, familiaridad con el gran Júpiter,

significa claramente que Minos fue el discípulo de Júpiter; porque la familiaridad consiste en las conversaciones, y vivir en familiaridad con alguno es escucharle. Minos frecuentó durante nueve años el antro de Júpiter, ya para instruirse él mismo, ya para enseñar después a los demás lo que hubiere aprendido de Júpiter en este espacio de los nueve años. Algunos suponen, que familiar de Júpiter quiere decir compañero de mesa y de juego. Pero he aquí una excelente prueba de la falsedad de esta suposición. Entre tantos hombres como hay que se llaman griegos y bárbaros, sólo los cretenses y los lacedemonios, que lo han tomado de los cretenses, son los que se abstienen de los placeres de la mesa y de todas las diversiones en las que el vino hace algún papel. En Creta, entre las leyes de Minos, hay una que prohíbe beber en sociedad hasta embriagarse. Es evidente que Minos no ha prescrito en sus leyes a sus conciudadanos nada que considere bueno, porque seguramente no ha imitado a esos hombres despreciables que imponen a los demás reglas que ellos mismos no observan. Su trato con Júpiter, como decía, consistía en conversar con él y en el estudio de la virtud. He aquí cómo le fue posible dar a sus conciudadanos estas leyes, que han hecho en todo tiempo la felicidad de Creta, y hacen hoy la de Lacedemonia desde que han comenzado a adoptarlas como reglas divinas. En cuanto a Radamanto era un hombre de bien; y se educó, en efecto, cerca de Minos. Aprandio no sólo el arte real de gobernar en general, sino también bajo éste el arte de administrar justicia en los tribunales; y este es el origen de su nombradía como excelente juez. Minos le nombró guardador de las leyes en el interior de la ciudad, y revistió a Talos de las mismas funciones en el resto de toda la Creta. Talos recorría tres veces al año los pueblos de la isla, velando por la ejecución de las leyes, que llevaba grabadas en tablas de bronce, lo cual le granjeó el sobrenombre de Bronce.[10]

Hesíodo dice poco más o menos lo mismo de Minos. Después de haber citado su nombre, añade:

Era el rey más de verdad entre todos los reyes mortales.

Reinó sobre la multitud de los hombres que le rodeaban.

Con el cetro de Júpiter en la mano.

Y con este cetro gobernaba los Estados.[11]

El cetro de Júpiter no es otra cosa, en el pensamiento de Hesíodo, que la educación que Minos recibió de este dios, y que le permitió gobernar a Creta con tanta sabiduría.

EL AMIGO. —Pero entonces, Sócrates, ¿cómo se explica esa tradición tan universal, que nos representa a Minos como un hombre ignorante y cruel?

SÓCRATES. —Esto debe servirte de advertencia, mi excelente amigo, si te precias de hombre prudente, y lo mismo que a ti a cual quiera otro que estime su reputación, para procurar no enemistarse nunca con un poeta, cualquiera que él sea. Los poetas tienen un gran poder sobre la opinión, ya distribuyan a los hombres la censura o el elogio. Cometió una gran falta Minos cuando hizo la guerra a esta ciudad[12] donde florecían tantos sabios y poetas de todos géneros, especialmente los autores de tragedias. La tragedia es muy antigua entre nosotros; no comienza, como se cree generalmente, ni en Téspis ni en Frínico,[13] sino que si fijas bien la atención, verás que fue descubierta en esta ciudad en una época mucho más remota. Entre todos los géneros de poesía, la tragedia es el más popular y el más acomodado para hacer impresión en los espíritus. Haciendo aparecerá Minos en la escena, nos hemos vengado así de los tributos que nos obligó a pagarle. Tal fue el error de Minos, el enemistarse con nosotros; y he aquí, para responderte, la causa de su mala fama. Pero de que fue hombre de bien, sabio, y, como dijimos antes, excelente legislador, hay una prueba evidente, y es que sus leyes han permanecido inalterables, como las de un hombre que ha sabido descubrir en toda su verdad el arte de gobernar Estados.

EL AMIGO. —Todo lo que acabas de decir, Sócrates, me parece perfectamente verosímil.

SÓCRATES. —Si lo que digo es exacto, ¿no crees que los cretenses, conciudadanos de Minos y de Radamanto, son, entre todos los pueblos, los que tienen leyes más antiguas?

EL AMIGO. —Lo creo.

SÓCRATES. —Son entre los antiguos los mejores legisladores, guías y pastores de los hombres, a la manera que Homero llama a un buen jefe de ejército pastor de los pueblos.

EL AMIGO. —Sin duda.

SÓCRATES. —Y bien, ¡por Júpiter, protector de la amistad!, si alguno nos preguntara cómo debería arreglarse un buen legislador del cuerpo para poner y mantener a éste en el mejor estado posible, nosotros le responderíamos bien y en pocas palabras, diciendo que semejante legislador distribuiría en justa proporción los alimentos y el trabajo, aquellos para alimentarle y éste para ejercitarle y fortificarle.

EL AMIGO. —Perfectamente.

SÓCRATES. —Luego si se nos preguntara en seguida cómo debe arreglarse un buen legislador para poner y mantener el alma en el mejor estado posible, ¿qué deberemos responder para no tener vergüenza ni de nosotros mismos ni de nuestra edad?

EL AMIGO. —Yo no puedo decirlo.

SÓCRATES. —Es una vergüenza para nuestras almas parecer ignorar en qué consisten su bien y su mal, al mismo tiempo que ellas conocen perfectamente el bien y el mal del cuerpo y de todo lo demás.

Obras completas
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
Facsimil.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
Section0101.xhtml
Section0102.xhtml
Section0103.xhtml
Section0104.xhtml
Section0105.xhtml
Section0106.xhtml
Section0107.xhtml
Section0108.xhtml
Section0109.xhtml
Section0110.xhtml
Section0111.xhtml
Section0112.xhtml
Section0113.xhtml
Section0114.xhtml
Section0115.xhtml
Section0116.xhtml
Section0117.xhtml
Section0118.xhtml
Section0119.xhtml
Section0120.xhtml
Section0121.xhtml
Section0122.xhtml
Section0123.xhtml
Section0124.xhtml
Section0125.xhtml
Section0126.xhtml
Section0127.xhtml
Section0128.xhtml
Section0129.xhtml
Section0130.xhtml
Section0131.xhtml
Section0132.xhtml
Section0133.xhtml
Section0134.xhtml
Section0135.xhtml
Section0136.xhtml
Section0137.xhtml
Section0138.xhtml
Section0139.xhtml
Section0140.xhtml
Section0141.xhtml
Section0142.xhtml
Section0143.xhtml
Section0144.xhtml
Section0145.xhtml
Section0146.xhtml
Section0147.xhtml
Section0148.xhtml
Section0149.xhtml
Section0150.xhtml
Section0151.xhtml
Section0152.xhtml
Section0153.xhtml
Section0154.xhtml
Section0155.xhtml
Section0156.xhtml
Section0157.xhtml
Section0158.xhtml
Section0159.xhtml
autor.xhtml
notas1.xhtml
notas2.xhtml
notas5.xhtml
notas6.xhtml
notas8.xhtml
notas9.xhtml
notas11.xhtml
notas12.xhtml
notas14.xhtml
notas15.xhtml
notas17.xhtml
notas18.xhtml
notas20.xhtml
notas21.xhtml
notas23.xhtml
notas24.xhtml
notas26.xhtml
notas27.xhtml
notas29.xhtml
notas30.xhtml
notas32.xhtml
notas33.xhtml
notas35.xhtml
notas36.xhtml
notas38.xhtml
notas39.xhtml
notas41.xhtml
notas42.xhtml
notas45.xhtml
notas46.xhtml
notas48.xhtml
notas49.xhtml
notas51.xhtml
notas52.xhtml
notas54.xhtml
notas55.xhtml
notas57.xhtml
notas58.xhtml
notas60.xhtml
notas61.xhtml
notas63.xhtml
notas64.xhtml
notas66.xhtml
notas67.xhtml
notas70.xhtml
notas71.xhtml
notas73.xhtml
notas74.xhtml
notas76.xhtml
notas77.xhtml
notas79.xhtml
notas80.xhtml
notas82.xhtml
notas83.xhtml
notas85.xhtml
notas86.xhtml
notas88.xhtml
notas89.xhtml
notas90.xhtml
notas91.xhtml
notas92.xhtml
notas93.xhtml
notas94.xhtml
notas95.xhtml
notas96.xhtml
notas97.xhtml
notas98.xhtml
notas100.xhtml
notas101.xhtml
notas102.xhtml
notas103.xhtml
notas104.xhtml
notas105.xhtml
notas106.xhtml
notas107.xhtml
notas108.xhtml
notas110.xhtml
notas111.xhtml
notas112.xhtml
notas115.xhtml
notas116.xhtml
notas118.xhtml
notas119.xhtml
notas121.xhtml
notas122.xhtml
notas124.xhtml
notas125.xhtml
notas127.xhtml
notas128.xhtml
notas130.xhtml
notas131.xhtml
notas133.xhtml
notas134.xhtml
notas136.xhtml
notas137.xhtml
notas139.xhtml
notas140.xhtml
notas142.xhtml
notas145.xhtml
notas146.xhtml
notas149.xhtml
notas152.xhtml
notas154.xhtml
notas155.xhtml
notas157.xhtml
notas158.xhtml