Argumento de El político[1]
por Patricio de Azcárate
Definido el sofista, falta hacerlo mismo con el político, para pasar después al filósofo, que es lo que Platón había ofrecido tratar por medio de tres diálogos, el último de los cuales no llevó a efecto. ¿Qué es el político? Un hombre de ciencia.
Pero hay dos órdenes de ciencias: las que no van más allá del puro conocimiento, y las que se refieren a los actos; las primeras se llaman especulativas, las segundas prácticas. La ciencia de la política pertenece a las especulativas.
Entre las ciencias especulativas, unas juzgan simplemente; por ejemplo, el cálculo, que se limita a hacer declaraciones sobre la diferencia en cuanto a los números; las otras mandan; por ejemplo, la ciencia de la arquitectura, que, conociendo lo que es preciso hacer, ordena a los obreros su ejecución. La ciencia del político pertenece al rebaño de las que mandan u ordenan.
Las ciencias de mandato se dividen en dos clases, según que el que manda trasmite sólo las órdenes de un tercero, como el heraldo, el intérprete; o impone las suyas, como el arquitecto. La ciencia del político se refiere a las ciencias de mandato directo.
Las ciencias de mandato directo se dirigen a seres inanimados o a seres animados; la ciencia del político es de las que se dirigen a seres animados. Las ciencias que mandan a seres animados se dirigen a individuos o a rebaños; la ciencia del político es de las que se dirigen a rebaños. Las ciencias que mandan a rebaños, se dirigen a rebaños acuáticos o terrestres: la ciencia del político es de las que se dirigen a rebaños terrestres. Las ciencias que mandan a rebaños terrestres, se dirigen a los que vuelan o a los que andan: la ciencia del político es de las que se dirigen a rebaños que andan. Las ciencias que mandan a rebaños que andan, se dirigen a rebaños con cuernos o sin cuernos; la ciencia del político es de las que se dirigen a rebaños sin cuernos. Las ciencias que mandan a rebaños sin cuernos, se dirigen a rebaños que se mezclan con otras especies para engendrar, o que no se mezclan; la ciencia del político es de aquellas que se dirigen a rebaños que no se mezclan. Las ciencias que mandan a rebaños que se mezclan, se dirigen a rebaños de cuadrúpedos o de bípedos; la ciencia del político es de las que se dirigen a rebaños de bípedos. En fin, la ciencia que manda a rebaños de bípedos se dirigen a bípedos con pluma o a bípedos sin pluma, es decir, a hombres; la ciencia del político es la que se dirige a bípedos sin plumas, es decir, a hombres.
Tal es la ciencia política: una ciencia especulativa, de mandato, de mandato directo, que tiene por objeto seres animados, que viven en rebaños, terrestres, andadores, sin cuernos, que no se mezclan, bípedos, sin plumas, hombres. El que posee esta ciencia es el verdadero político, el verdadero rey.
Ésta es en verdad una definición del político, pero no es completa ni profunda. No basta decir que el político es el pastor de los hombres, puesto que el labrador que le suministra trigo y víveres, el médico que cuida de su salud y muchos otros pueden aspirar al mismo título. Es preciso separarle de todo lo que es él y presentarle en toda la pureza de su esencia.
Los demás pastores procuran alimento a sus rebaños, por ejemplo, el vaquero a sus bueyes; el político tiene que inquietarse por el alimento de los hombres. Su deber y su función se reducen sólo a vigilarlos y mirar por ellos. Este arte de mirar por ellos es doble, según que es ejercido con violencia o libremente aceptado. Ejercido con violencia, es el arte del tirano; libremente aceptado, es el arte del político y del rey. De donde se sigue que el político es el que gobierna a buenas a los hombres reunidos en sociedad.
El político gobierna a buenas los hombres reunidos en sociedad; ¿pero cómo lo hace?
No lo hace fabricando como los artesanos instrumentos para producir, o vasos para conservar, o asientos para descansar, o carruajes para trasportar, o adornos para agradar, etc. Ni como esa clase de servidores, que se llaman esclavos, obedeciendo a sus dueños; ni como los mercaderes, servidores también, cambiando objetos por objetos o por dinero; ni como los mercenarios, trabajando por un salario; ni como los magistrados, redactando sentencias; ni como los adivinos, anunciando a los hombres la voluntad de los dioses; ni como los sacerdotes, ofreciendo nuestros dones a la divinidad y reclamando sus favores; ni tampoco, para agotar la lista de los servidores de todas clases, tratando en los asuntos públicos a la manera de ese grupo compuesto de mil especies diversas, semejantes los unos a leones y a centauros, los otros a sátiros y a animales débiles y astutos, y que por otra parte mudan sin cesar entre sí de formas y de cualidades.
Ha lugar, en efecto, a distinguir el gobierno de uno solo, el del pequeño número y el de la multitud, como igualmente en el primero el tirano y el rey, en el segundo la oligarquía y la aristocracia. Ninguno de estos gobiernos es el verdadero gobierno.
En efecto, como ya se ha dicho, el verdadero gobierno supone una ciencia, a saber, la ciencia de mandar a los hombres. Esta ciencia, la más difícil de todas, necesariamente está lejos del alcance de la multitud y de la generalidad; se encuentra difícilmente en uno solo; más difícilmente en muchos. El verdadero gobierno es el de uno solo o de muchos que posean la ciencia de mandar; y poco importa que los que manden sean ricos o pobres, que gobiernen en pro o en contra de la voluntad general, con o sin leyes escritas o no escritas. La ley por la fuerza de las cosas es siempre imperfecta, puesto que se aplica a hombres del todo diferentes y a casos sin cesar variables. El gobierno de un rey, que prescribiera a cada individuo lo que le conviniera, sería muy superior al que gobierna conforme a leyes generales. ¿Y por qué el legislador ha de mudar las leyes para hacerlas mejores, aun sin el consentimiento del pueblo, aun contra la voluntad del pueblo? ¿Se ha criticado nunca al médico que cura al enfermo contra su voluntad?
Repito, el verdadero gobierno es el de uno solo o el de muchos; pero mejor el de uno solo, que gobierna, no según la voluntad general, no según las leyes, sino según la ciencia. Los demás gobiernos no son otra cosa que imitaciones de éste, más o menos imperfectas.
Leyes más o menos conformes a la ciencia de mandar: uno solo, un pequeño número, o la multitud encargados de la aplicación y de la ejecución de estas leyes; he aquí lo que constituye esencialmente estos gobiernos. Y como en cada uno de ellos las leyes pueden ser fielmente observadas o indignamente infringidas, es preciso distinguir en el gobierno de uno solo el reinado y la tiranía; en el gobierno de un pequeño número, la aristocracia y la oligarquía; y en el gobierno de la multitud o democrático, dos formas análogas.
Notad que de estas tres especies de gobiernos, el mismo es a la vez el mejor y el peor. ¿Hay un gobierno mejor que la monarquía sometida a leyes sabias, es decir, que la institución real? ¿Hay un gobierno peor que la monarquía sin leyes, es decir, que la tiranía? El gobierno del pequeño número, término medio entre los otros, no puede ser ni muy bueno cuando es bueno, ni muy malo cuando es malo. En cuanto al de la multitud, como en él la autoridad está desparramada entre tantas manos, es la debilidad misma, es la misma incapacidad. De aquí nace que si los demás gobiernos obedecen a las leyes, entonces éste es el peor; así como es el mejor, si las violan.
Ahora bien, ninguno de cuantos toman parte en estos gobiernos imperfectos es un verdadero político. Son facciosos, revestidos de vanas apariencias; son imitadores mágicos y sofistas por excelencia.
El verdadero político es el que está a la cabeza de un gobierno perfecto, del gobierno de la ciencia. No hay que confundirle con el orador, ni con el general, ni con el magistrado, por más que la retórica, el arte militar y la jurisprudencia tengan estrechas relaciones con la política.
Por cima de la retórica hay una ciencia maestra, que decide si debe emplearse la fuerza o la persuasión, o si es preciso abstenerse de ambas. Ésta es la ciencia del verdadero político, que, sin ser orador, manda a la retórica y se sirve de los oradores.
Por cima del arte militar hay una ciencia maestra que discierne si es preciso hacer la guerra o llevar a cabo una alianza. Ésta es la ciencia del verdadero político, que, sin ser general, manda al arte militar y se sirve de los generales.
Por cima de la jurisprudencia hay una ciencia maestra que prescribe lo que conviene y lo que no conviene. Ésta es la ciencia del verdadero político, que, sin ser magistrado, manda a la jurisprudencia y se sirve de los magistrados.
Esta ciencia del verdadero político, semejante al arte del tejedor, reuniendo las cosas que convienen y desechando las que no convienen, forma, en interés del Estado, un verdadero tejido regio. Por lo pronto, se desembaraza de los que no pueden contraer costumbres buenas ni adquirir hábitos virtuosos, condenándolos a muerte, al destierro, a penas infamantes; y reduce a la condición de esclavos a los que se arrastran en la extrema ignorancia y abyección. Con todos los demás forma una maravillosa mezcla. Une, mediante un lazo divino y mediante lazos humanos, la fuerza, que hay necesidad de contener, a la moderación; y la moderación, que necesita ser excitada, a la fuerza. El lazo divino es la opinión verdadera y fundada en razón acerca de lo bello, de lo justo y del bien: lo cual, produciendo un efecto contrario, dulcifica las almas fuertes y da energía a las almas moderadas. Los lazos humanos son la unión de los sexos y el matrimonio. Si el matrimonio une caracteres semejantes, ligando caracteres moderados a caracteres moderados, fuertes a fuertes, resultará un doble exceso, el de la fuerza, es decir, la violencia; el de la moderación, es decir, la debilidad; un doble peligro para el Estado. Pero la ciencia del verdadero político, cruzando, por el contrario, los caracteres, casando la fuerza con la moderación, da a los Estados jefes excelentes y excelentes ciudadanos.
Tal es la ciencia del verdadero político, tal es la verdadera política.
Este resumen, fiel si sólo se atiende al fondo, tiene el inevitable defecto de despreciar los detalles, que constituyen la variedad y una parte del interés de este diálogo. Platón ha derramado en él picantes alusiones al gobierno de su país, y bajo el trasparente emblema del médico y del piloto se descubre una delicada crítica y una mordaz ironía. Y sin embargo, a pesar de su imperfección, el análisis que precede deja ver desde luego el doble carácter, el doble objeto del Político. El método y la doctrina marchan a la par, en buen acuerdo, lo cual es uno de los rasgos del genio de Platón.
El método del Político es el método del Sofista, aunque con menos rigor y aridez. Platón, al emplearle por segunda vez, podía disimularle más, y parecía invitarle a ello el título mismo del diálogo, puesto que el político es un personaje menos abstracto y sutil que el sofista. Pero no por ser de menos valor quiso darle menos importancia. Y para que el lector en este punto no se engañe, hay un pasaje en que, poniendo esta pregunta en boca del extranjero: «¿Estas indagaciones sobre el político tienen por objeto enseñarnos qué es la política, o el hacernos más hábiles dialécticos respecto de todas las materias?», pone luego en la del joven Sócrates la respuesta siguiente: «Evidentemente el hacernos más hábiles dialécticos en todas las materias».
La doctrina es ya la verdadera y definitiva doctrina política de Platón, la misma de la República y de las Leyes. Por lo pronto, contiene la distinción capital que ha dado lugar a estos dos diálogos: de un lado, un gobierno perfecto, que es el de la ciencia; y de otro, una serie de gobiernos más o menos imperfectos, según que se aproximan o se alejan más del primero. En seguida traza el gobierno de la ciencia, que en los términos en que lo presenta en el Político, es, aunque en limitadas proporciones, el original del cual el gobierno de la República no es sino una copia, si bien agrandada y desenvuelta. En la República ¿no está el mando en manos de un pequeño número de sabios, formados muy de antemano en el arte difícil de la dialéctica; conducidos por grados de las ciencias abstractas, la geometría, la astronomía, la música, a la ciencia ideal de lo bello, del ser, del bien; encargados de hacer que las cosas, los sucesos, las costumbres, las almas y los hombres sean a semejanza de los modelos divinos que ellos contemplan? Los magistrados ¿no presiden a la unión de los sexos, atentos a engrandecer los caracteres y a suavizarlos mediante la mezcla de los contrarios? Y si la teoría de las diversas formas de gobierno no es idéntica, ¿no son tratadas con la misma severidad la tiranía y la democracia? En fin, ¿cuál es el objeto de las Leyes, sino trazar la imagen del gobierno mejor después del perfecto, es decir, el que más se le parezca? En vista de estos rasgos y de muchos otros, ¿no es fácil reconocer el mismo pensamiento en camino de formación y de desarrollo?
El Político contiene el germen que se ha de desarrollar en la República y en las Leyes; y esto es lo que constituye su principal interés.