Capítulo 22
Barry se acercó al mirador. Fuera estaba diluviando, las gotas de lluvia arreciaban como guijarros, oscureciendo las tejas del campanario de enfrente y empapando a aquellos miembros de la congregación que corrían hacia sus coches. La mayoría de ellos se alejaba a pie, dando la impresión —desde el sitio preferente en el que se encontraba— de ser simples paraguas con piernas. Vio a Kinky cruzar la calle y escuchó la puerta cerrarse cuando entró en casa.
Oyó el teléfono en el piso de abajo. Los timbrazos cesaron. Kinky debía de haber cogido la llamada. Esperaba que si alguien le necesitaba, se tratara de un caso sencillo. O’Reilly se había marchado hacía más de una hora.
—Doctor Laverty. —Él se acercó a la puerta—. Un caballero extranjero dice que quiere hablar con usted, así es.
—Está bien. —Bajó y cogió el auricular—. Aquí el doctor Laverty.
—Dios mío. ¿Es usted el mismísimo sahib sanador? —La voz amortiguada del hombre tenía la melodiosa cadencia del inglés con acento hindú—. Creo mucho gustaría consultar con hombre de medicina, doctor Lavatory[22].
—Es Laverty.
—Eso he dicho, Lavatory, y sé que es usted, sahib. Todo tiempo digo a mí, mi pregunto cómo estará haciendo el portador del higiene y curación de los intocables de Ballybucklebo.
Barry rompió en carcajadas.
—Deja de hacer el tonto, Mills. No eres Peter Sellers.
—Pero creo ser muy buena imitación de señor Banerjee, ¿no es cierto?
—Para. Déjalo ya.
—Está bien, colega. ¿Cómo demonios te va?
—Bastante bien.
—¿Qué planes tienes para hoy?
—Estoy de guardia.
—Yo no… por una vez. Había pensado en acercarme a verte.
—Eso sería genial. Espera un momento. —Se giró hacia Kinky—. ¿Sería posible preparar el almuerzo para dos?
—Claro que sí.
—Ven y quédate a comer.
—Perfecto. ¿Cómo llego hasta ahí? —Barry le dio las indicaciones—. Creo que con eso llegaré. Te veré dentro de una hora aproximadamente.
—Si no estoy aquí porque he tenido que salir a una urgencia, el ama de llaves, la señora Kincaid, te abrirá la puerta.
—Te esperaré. —Volvió al acento hindú—. Debo dar prisa y conducir como rebaño de veloces machos cabríos corriendo por las montañas Hindu Kush, ¿no es así? Namaste, sahib.
Colgó. Barry se rió.
—Jack Mills es un viejo amigo —le explicó a la señora Kincaid—. Estará aquí dentro de una hora aproximadamente. ¿Le importaría atenderle si tengo que salir, Kinky?
—Claro que no, así lo haré. —Desapareció rápidamente en dirección a la cocina, deteniéndose para preguntar—: ¿Les gustaría tomar esos pescados para comer?
—Sí, por favor. —Se dirigió al piso de arriba. Cogió el Sunday Telegraph de la mesa del café, buscó el crucigrama y se sentó con el ceño fruncido, analizando la primera pista. Uno horizontal: «Los trapos hacen una ropa interior muy deslucida». ¡Es de lo más serio!
Qué forma tan estúpida de pasar el tiempo, pensó, pero se había hecho adicto a ellos desde que su madre le enseñó a resolverlos años atrás. Y por cierto, eso le recordaba algo. Les debía una carta a sus padres. Tal vez la escribiera esa noche después de que Jack se hubiera ido. Se acomodó en el sillón y dio la bienvenida a Lady Macbeth cuando ésta saltó en su regazo. ¿Trapos deslucidos? ¿De lo más serio? Mortaja. ¡Bingo! Escribió como pudo la palabra en la cuadrícula, pues la gata quería jugar con el lápiz.
* * *
Dejó el periódico a un lado. Con excepción de la seis vertical: «Negarse a alardear sobre la edad que uno tiene», había conseguido completar el crucigrama.
—Sal de aquí, gata. —Se levantó y dejó que Lady Macbeth se deslizara hasta el suelo. Fuera, la lluvia se había convertido en una llovizna. Ballybucklebo yacía gris y melancólico bajo su húmeda mortaja. Ciertamente tenía mejor aspecto cuando brillaba el sol, pero, y maldita sea si podía recordar quién lo había dicho: «En toda vida debe caer un poco de lluvia». Todavía no había señales de Jack Mills.
Barry husmeó en la colección de discos de O’Reilly. Beethoven, los Beatles, Bix Beiderbecke, Glenn Miller, Las bodas de Fígaro, Frank Sinatra. Sopesó si poner el disco «This Is Sinatra» en la caja negra, pero se dio cuenta de que la voz del viejo de ojos azules cantando The Gal That Got Away le recordaría demasiado a su casa, y desde luego I’ve Got The World On A String difícilmente describía lo que sentía por Patricia. Las bodas de Fígaro. Sin duda ésa era la ópera que había estado sonando el viernes por la noche, ¿no? Cogió la funda y leyó el contenido buscando Voi che… algo así. Allí estaba. Puso el disco en el plato y colocó la aguja sobre la línea ancha que separaba las canciones.
Las notas agridulces llenaron la habitación ajustándose perfectamente a su estado de ánimo. Quizá la telefonearía esta noche.
—Si alguien deja de pisar la cola del gato, tal vez éste dejaría de aullar.
Se dio la vuelta y vio a Jack Mills en el umbral de la puerta.
—Tu ama de llaves me ha dejado pasar. Jesús, qué día tan horrible. —Jack sacudió la cabeza, esparciendo gotas de agua de su cabello oscuro. Se pasó los dedos por las greñas, se sentó en una silla, cruzó las piernas y, sacando un cigarrillo, lo encendió—. Me alegro de verte, compañero.
—Lo mismo digo.
—¿Podrías apagar esa cosa?
—Claro. —Barry pulsó el botón y el aria enmudeció—. Es una obra muy bonita.
—Me ha parecido como el maullido de un gato loco.
Barry se rió.
—No tienes cultura, Mills.
—Sí la tengo, pero es agricultura. —Echó un vistazo al aparador—. ¿Alguna posibilidad de beber algo?
—¿Qué te apetecería?
—Ese John Jameson tiene buena pinta.
Barry le sirvió una copa.
—Aquí tienes.
—¿Tú no tomas nada?
Barry negó con la cabeza.
—Los clientes te miran mal si apareces oliendo a alcohol.
—Exactamente igual sucedería en casa en Cullybackey —comentó Jack, dando un sorbo a su bebida—. A nada que lo notaran te tomarían por un borracho. —Miró alrededor de la habitación—. Parece que tu jefe sabe cuidarse bien.
—Es un hombre decente. Y un médico condenadamente bueno.
—Eso es lo que se comenta en el Royal. Los neurocirujanos han reconocido que tuvo reflejos llevando al hospital ese caso de aneurisma la otra mañana. Dos horas más y… —Jack se pasó el pulgar de un lado a otro del cuello.
Barry apretó los labios.
—De hecho fue culpa mía. Cometí un error al diagnosticar al mayor Fotheringham.
—¿A quién?
—Al tipo con el aneurisma.
—No seas absurdo.
—No, es verdad. La noche antes le visité porque tenía rigidez de cuello. No se me pasó por la mente que pudiera tener una hemorragia cerebral. Podría haber muerto.
—Yo no me preocuparía por eso. No siempre podemos curarlos.
—Eso dice Fingal.
—Un tipo sensato. —Jack se levantó y se acercó a la ventana—. ¿Te acuerdas del día que entré en una sala de espera atiborrada con un libro de humor médico en el bolsillo de mi bata blanca? Aquello causó un revuelo tremendo. Todas esas personas pudieron leer el título.
Barry se rió. Recordaba perfectamente el incidente. El pobre Jack se ganó una bronca del profesor de cirugía, un hombre de Yorkshire.
El acento de Jack cambió.
—«Le digo, Mills, que no consentiré que vuelva a hacer el payaso de nuevo, no delante de mis pacientes».
—Fuiste un poco descuidado.
—No habría pasado nada si el maldito libro hubiera sido el manual del cirujano.
—Pero no lo era.
—Imagino que dejar que los pacientes me vieran con una bata blanca y un libro que decía Mata cuantos menos pacientes puedas asomando por el bolsillo no fue muy delicado.
—Ciertamente.
—Sin embargo es lo mejor que podemos hacer: matar a los menos posibles. Yo he tenido tres o cuatro que se han ido al otro barrio en las últimas dos semanas. Pensé que íbamos a perder también aquel apéndice vuestro.
—¿Jeannie Kennedy?
—Nunca vi tanto pus como en ese absceso. Gracias a Dios que alguien ha inventado esos nuevos antibióticos de tetraciclina. Estará caminando y fuera de la clínica en un santiamén.
—¿Te habría preocupado?
—¿Que hubiera muerto? —Jack removió su vaso de whiskey—. ¿Sinceramente?
—Sinceramente.
—No lo creo. Me hubiera molestado mucho que la operación no saliera como estaba planeado, pero cuando están dormidos bajo la sábana esterilizada no los ves como personas. No puedes hacerlo.
—¿Por qué no?
—Porque sería condenadamente difícil clavar el escalpelo y hurgar en sus entrañas como si estuvieras limpiando un pescado.
Barry tuvo una vivida imagen de la noche anterior cuando limpió los intestinos de las truchas, con las resbaladizas entrañas desapareciendo por el desagüe del fregadero.
—No creo que esté cortado para ser un cirujano.
—Eso es buenísimo. «Cortado para ser un cirujano». —En su cara apareció una gran sonrisa, y Barry no pudo evitar reírse con su amigo.
Oyó que Kinky les llamaba.
—La comida está lista, doctores.
—Ya vamos, Kinky. —Se dirigió hacia la puerta—. Coge tu bebida. Kinky puede volverse un poco gruñona si dejamos que su comida se enfríe.
—No lo permitiré. —Jack se levantó—. Me vendrá bien un poco de rancho decente. La comida del hospital no ha mejorado.
* * *
—Esas truchas —declaró Jack con acento de los muelles de Belfast— estaban de rechupete, así es. De muerte. Condenadamente buenas.
—¿Entiendo entonces que las apruebas? —sonrió Barry. Jack Mills no había cambiado desde que se conocieron hacía once años. Sólido. Responsable. Incapaz de permanecer serio durante mucho tiempo.
—¿No es eso lo que acabo de decir?
—Las pesqué ayer.
—Entonces has podido tener un poco de tiempo libre.
—Un poco.
—¿Y has visto a esa pájara de la que me hablaste?
La sonrisa de Barry se desvaneció.
—¿Patricia?
—¿Se llama así?
—Sí, y no creo que le hiciera mucha gracia oír que la llamas pájara.
—Oh.
—Es estudiante de ingeniería.
—¡Buen Dios! ¿Adónde vamos a ir a parar? Dentro de poco las mujeres estarán jugando al rugby.
—Lo dudo. Fíjate, está muy volcada en la carrera de ingeniería.
—Ya se le pasará.
Barry sacudió la cabeza.
—A Patricia no. El viernes por la noche me dijo que no quería que fuéramos en serio, que su carrera era demasiado importante. —Miró de reojo a Jack.
—¿Y qué querías? ¿Empezar una relación en serio?
Barry asintió.
—Oh, Jesús. Te ha dado fuerte, compañero.
—Un poco.
Jack pasó el canto de su mano izquierda por el labio superior.
—¿Cuántas veces la has visto?
—Tres.
—¿Y es para tanto?
—Sí.
—Ingeniero o no, debe de ser alguien muy especial.
—Mucho.
—Pobre pardillo. —Jack se levantó—. ¿Y qué piensas hacer entonces?
—No estoy muy seguro. Me pidió que la telefoneara. He pensado que tal vez lo haga esta noche.
—Yo no lo haría.
—¿No?
—Deja las cosas como están. O te está dando calabazas, en cuyo caso ya vas servido, colega, o tal vez sea cierto que quiere que la llames y se está haciendo la dura.
—Entonces ¿por qué esperar?
—¿Te acuerdas cuando intentaste enseñarme a pescar con mosca?
—Sí.
—Me dijiste que las truchas se asustarían si corríamos por la orilla, que teníamos que acecharlas, movernos sigilosamente, saber esperar.
—¿Quieres decir que debo esperar con Patricia?
—Sin duda. Deja que se «cocine» durante un tiempo. Si va en serio y no quiere verte más, no volverás a saber de ella. Pero si quiere verte, te llamará.
—¿De veras lo crees?
—A mí me funcionó con la enfermera rubia. ¿Te acuerdas?
Barry lo recordaba.
—¿Todavía la sigues viendo?
—Qué va. Salí con ella un par de meses. Era una tía muy sexy, pero empezó a soltar indirectas sobre el matrimonio y ya me conoces. ¿Por qué comprar una vaca cuando puedes conseguir un litro de leche en la tienda?
—No cambiarás nunca, Mills.
Jack se rió.
—Todavía me quedan cuatro años más de residente. Ya sabes lo que pagan a los recién titulados. Estaría loco si pretendiese ser esa clase de soltero «a mayor gloria del sacerdocio de la cirugía». Y, desde luego, aún no estoy preparado para sentar la cabeza. ¿Me imaginas con una flauta y zapatillas seguido de un puñado de ratas?
—No exactamente.
—Ni por asomo. Si quieres ver tus calzoncillos anudados alrededor de una mujer, no puedo detenerte, pero habría mucho que decir sobre no involucrarse demasiado.
—A veces es inevitable —contestó Barry con tranquilidad—. Simplemente sucede.
—No hay esperanza para ti, Laverty. Para empezar, pareces creer que tienes que tomarte cada uno de tus pacientes a pecho. Y no puedes mirar a una mujer de soslayo sin que pienses que es una mezcla entre la Venus de Milo y Raquel Welch.
—Venga, Jack.
—Venga, nada. Eres un romántico incorregible. Por eso me caes bien. —Se levantó y le tendió a Barry el vaso de whiskey, ahora vacío—. Y me gustarías aún más si me sirvieras otra copa. Un pájaro no puede volar con una sola ala.