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El C-47 de la Fuerza Aérea Uruguaya despegó de Santiago en dirección a Montevideo a las dos de la tarde del miércoles día 20 de diciembre, pero cuando sobrevolaban Curicó informaron a los pilotos que hacía mal tiempo, así que regresaron a Santiago. Los tres pasajeros, Canessa, Harley y Nicolich, esperaron en el aeropuerto hasta las cinco, y a esa hora les dijeron que el tiempo había mejorado y que el aparato podía salir. El avión despegó, voló hacia el sur de Curicó, después al Este, hacia Planchón, pero cuando estaban llegando a Malargüe en la Argentina, oyeron el ruido familiar que les indicaba fallos en uno de los motores.
Los pilotos no tenían otra alternativa que hacer un aterrizaje forzoso en el aeropuerto de San Rafael, a unos trescientos kilómetros al sur de Mendoza. Los pasajeros pasaron la noche en esta pequeña ciudad argentina. A la mañana siguiente les dijeron los pilotos que el avión no se podía reparar sin recambios procedentes de Montevideo. En este trance, los tres hombres se sintieron inclinados a procurarse otro medio de transporte, pero había algo que les hacía dudar: los dos pilotos uruguayos que estaban a cargo del C-47. Ambos hombres habían sido amigos de Ferradas y Lagurara y, aunque habían perdido toda esperanza de encontrarlos con vida, creían que descubriendo la causa del accidente podían salvar su honor. Estaban desesperados por los continuos fallos del C-47, y para darles ánimos, Harley y Nicolich decidieron quedarse hasta que reparasen el avión. Por otra parte, Canessa había prometido estar en casa para la Navidad y descubrió que, por la tarde, salía un autobús de San Rafael con destino a Buenos Aires.
Mientras esperaban, los tres hombres decidieron ponerse en comunicación con sus esposas a través de la red de radio de Rafael Ponce de León. Una vez más encontraron al radioaficionado que siempre encontraban a dondequiera que fuesen. Tuvieron alguna dificultad en sintonizar la onda, porque había interferencia de otros radioaficionados de Chile, y entre los silbidos y ruidos de la radio los cuatro hombres oyeron parte de una conversación entre otros dos radioaficionados.
«… Increíble, pero han encontrado el avión…».
Tan pronto como oyeron esto, perdieron el contacto.
Los tres uruguayos se miraron unos a otros.
—No puede ser… —comenzó a decir uno de ellos.
Los otros movieron la cabeza, negando. Habían despertado sus esperanzas muy a menudo para borrarlas poco después por cualquier insignificancia como ésta.
Un momento más tarde se pusieron en contacto con Rafael. Le contaron lo que había pasado, que el avión había tenido que efectuar un aterrizaje forzoso y que saldrían para casa tan pronto como pudieran. Ponce de León les prometió informar a sus familias.
Los tres hombres vagaron por las cálidas y secas calles de San Rafael hasta que a Canessa le llegó la hora de tomar el autobús. A las ocho, el doctor abrazó a sus dos amigos y partió para Buenos Aires.