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La muerte de Nogueira los dejó aturdidos. Destruía la tesis de que aquellos que habían sobrevivido al alud estaban destinados a vivir. El escapar se hacía más urgente y los chicos se impacientaban esperando que salieran los expedicionarios, pero, a causa de los vientos fríos y las nevadas, todavía permanecieron días atrapados en el avión.
En los días que siguieron al de la avalancha, no guardaron ningún orden al ocupar las plazas para dormir; los primeros que entraran por la noche, podían ocupar los lugares más calientes. Más tarde elaboraron un plan más estricto y, al mismo tiempo, más justo. Daniel Fernández y Pancho Delgado retiraban los cojines del techo del avión, donde habían permanecido secándose al sol, y los extendían en el suelo. Cuando, cerca de las cinco y media, el sol se ocultaba detrás de la montaña y empezaba a hacer frío, los chicos se alineaban en el orden en que iban a dormir. Primero se colocaba Incíarte (pero sin Páez, que era su compañero); después Fito y Eduardo; luego Daniel Fernández y Gustavo Zerbino (si no les tocaba el turno de dormir junto a la entrada). Después de ellos, el orden no era ya tan estricto. Canessa dormía donde le parecía y Parrado lo hacia, por lo general, junto a él. François y Harley siempre juntos. Javier Methol con Mangino, Algorta con Turcatti o Delgado y Sabella con Vizintín. La última pareja era la que le tocaba dormir en el lugar más frío, junto a la entrada, pero el último en entrar era Carlitos, a quien se le había concedido la tarea de cerrar la entrada a cambio de dormir al lado de Inciarte, en el sitio más caliente del avión.
Era el «tapiador». Pero esta plaza junto a la cabina de los pilotos implicaba otra obligación; la de vaciar, por un agujero del fuselaje el recipiente de plástico que usaban como orinal. Era una tarea pesada, porque el recipiente solía tener menos capacidad que la vejiga de quien lo usaba, y a veces tenía que pasarlo dos y hasta tres veces, pero no quedaba otro remedio, ya que no disponían de una vasija más grande. Se la pedían constantemente, porque en muchas ocasiones los chicos se veían obligados a permanecer en el interior durante quince horas seguidas. La mayor parte tenían la consideración de orinar antes de entrar, o si luego sentían esa necesidad lo hacían a las nueve, cuando salía la luna y se disponían a dormir, pero había algunos, en especial Mangino, que invariablemente se despertaba a las tres o a las cuatro de la mañana y le pedía el orinal a Carlitos. En una ocasión, Carlitos se enfadó tanto que pretendió no encontrarlo y Mangino tuvo que salir al exterior. En otra, le prestó el servicio a cambio de un cigarrillo.
Un día, trataron de hacer un segundo vertedero a la entrada del avión, pero cuando se fundía la nieve, también lo hacía la orina y penetraba en el interior. Sin embargo, era muy difícil para los que dormían junto a la entrada pedir el orinal, ya que esto significaba despertarlos a todos para que lo fueran pasando. Algorta se despertó una noche con esta necesidad y no quiso molestar, por lo tanto decidió orinar contra la pared del avión. A la mañana siguiente, a la luz del día, vio que había orinado en la bandeja de grasa de alguien. No dijo nada.
El interior del avión se convirtió en un revoltijo. No sólo por la orina del suelo; había también restos de grasa y huesos por todas partes. Después de algún tiempo se acordó no dejar huesos dentro y si por la noche metían grasa en el avión, por la mañana tenían que sacarla. Así y todo, la nieve que había en los extremos continuó estando sucia y sólo las bajas temperaturas evitaban el hedor.
Era difícil dormir. Estaban tan cerca unos de otros que si alguien se movía, habían de moverse todos los demás y, por lo tanto, las mantas se deslizaban y quedaban destapados. También tenían miedo de una segunda avalancha. Estaban atentos al menor ruido del exterior, el ronroneo del volcán Tinguiririca o el estruendo de aludes en otra parte de las montañas. Se desprendían rocas que rodaban montaña abajo hacia ellos. Una golpeó el avión cuando los supervivientes intentaban dormir e Inciarte y Sabella dieron un salto pensando que era otra avalancha. Los demás siempre estaban preparados para hacer lo mismo. Methol dormía sentado, con la cabeza cubierta por una camiseta de rugby para calentar el aire que inhalaba. Cuando se quedaba adormecido, se inclinaba hacia adelante o a un lado, molestando y enfadando a quienes dormían junto a él.
Esta clase de molestias provocaban las discusiones que podían degenerar en peleas. Se maldecían unos a otros por golpearse con los pies o por quitarse las mantas, pero sólo en muy contadas ocasiones esto fue causa de golpes. Canessa y Vizintín resultaban los más temibles en este aspecto. Eran más fuertes que los demás y se aprovechaban de sus privilegios de expedicionarios para dormir como y cuando les venía en gana, aunque tenían mucho cuidado de no enemistarse con Parrado, Fernández o los Strauch. En cierta ocasión Vizintín estaba tumbado con un pie en la cara de Harley porque éste no quería hacerle sitio. Cuando le pidió que lo quitara, no quiso. Entonces Roy le empujó el pie y Vizintín le dio una patada. Roy se puso furioso y hubiera atacado a Vizintín, si no hubiese intervenido Daniel Fernández. En otra ocasión Vizintín le dio un puntapié a Turcatti, que aunque se distinguía por su carácter amable, esta vez reaccionó de otra forma y le gritó:
—¡Sos un animal y no te dirigiré la palabra mientras viva!
Inciarte se puso al lado de Turcatti y le dijo:
—¡Vos, hijo de puta, quita la pierna de ahí o te rompo la cara!
Vizintín los mandó al infierno y de nuevo tuvo que intervenir Daniel Fernández para calmarlos.
Inciarte también discutió con Canessa, que levantó la mano para pegarle, pero Inciarte le dijo:
—Si te atreves, te parto la cabeza.
Osadas palabras para alguien que se encontraba entre los más débiles, pero suficientes para que Canessa pensara mejor lo que estaba a punto de hacer. Esta pelea, como la mayor parte de las demás, terminó tan rápidamente como había empezado, con lágrimas, abrazos y la sempiterna frase de que si no permanecían unidos, nunca lograrían salir de allí.
Las disputas, amenazas, juramentos y quejas eran lo único que les permitía relajar la tensión que se creaba en su interior. Si alguien chocaba con la pierna de Echavarren, éste chillaba en proporción con el dolor que le habían causado, y esto le servía al mismo tiempo para desahogarse de la constante agonía que padecía. De la misma forma había otros muchos que se sentían más tranquilos después de llamar a Vizintín «pelotudo» o a Canessa «hijo de puta». Lo verdaderamente extraño era que algunos, sobre todo Parrado, nunca discutían.
Coche Inciarte soñó una noche que estaba durmiendo en el suelo de la casa de su tío en Buenos Aires. Mangino dormía a su lado, rozándole la pierna infectada. En sueños, Coche empezó a darle patadas. Entonces oyó gritos y se despertó: Fito y Carlitos lo estaban sacudiendo por los hombros y Mangino lloraba a su lado. El sueño se hizo realidad, excepto que no estaba en casa de su tío en Buenos Aires, sino en los restos del Fairchild en medio de la cordillera de los Andes.