Amanecer
UN tímido rayo de sol comenzó a lamer la sábana y continuó ascendiendo, curioso, hasta acabar paseándose sobre el hombro desnudo y el largo mechón rizado y cobrizo que lo envolvía en parte. Al instante se entreabrió un ojo azul para deleitarse en la penumbra con el rostro moreno que dormía plácidamente a su lado, como un bebé. Tomó aire varias veces para tranquilizarse; todavía podía sentirla angustia atenazándole el corazón. María resistió el impulso de acariciar a Eva retirando con dulzura el pelo de su frente; no quería despertarla. Con sumo cuidado se levantó de la cama y fue hasta el estudio cerrando la puerta tras ella. Observó con mirada febril la enorme tela blanca que colgaba sujeta a la pared en el fondo de la estancia; un amago de mar se adivinaba a lo lejos, insinuándose el perfil de una mujer en primera línea del paisaje. Se quitó la camiseta húmeda por el sudor, colocándose la manchada camisa que había permanecido tirada desganadamente en una silla al lado del escritorio y se puso manos a la obra. Comenzó a pintar sumida en un trance frenético. Ahora sabía cómo terminarlo.
Mucho más tarde Eva entreabrió los párpados, cubriéndolos de inmediato con el brazo como respuesta la potente luz que entraba por la ventana. El sol debía de estar ya alto. Instintivamente se volvió hacia el otro lado de la cama, comprobando que estaba sola; la ansiedad la asaltó de repente, revolviéndole el estómago. El pijama empapado era señal de que había sudado profusamente. Se levantó luchando contra el terror a lo que podía encontrarse y fue con paso vacilante hacia el salón. Notaba todavía las piernas temblorosas, pero se obligó a asomarse a la realidad. Su mirada se topó de lleno con la de María que, sentada en el sofá, la contemplaba en silencio. Llevaba puesta su camisa de trabajo, todavía más manchada de pintura que de costumbre, y permanecía extrañamente relajada contra el respaldo con la apariencia de estar desfallecida. Los ojos de ambas supieron reconocerse como si se encontraran después de muchos años y las dos reaccionaron al unísono corriendo una hacia la otra. Hubo de transcurrir bastante tiempo hasta que fueron capaces de despegarse de aquel abrazo que expresaba un alud de emociones. Cuando consiguieron separarse, se observaron nuevamente sin acabar de creérselo.
—He tenido una pesadilla horrible… —comenzó a decir Eva, que fue interrumpida por los suaves dedos de María sobre sus labios.
—Ven —dijo, agarrándola de la mano para llevarla hasta el estudio.
La mirada de Eva se elevó hacia el lienzo, que recordaba con detalle. Contempló absorta, sin atreverse a respirar, cada línea perfecta, cada átomo de aquel retrato magnífico que volvía a reclamarla como lo había hecho en el sueño; la figura del cuadro extendía su mano hacia ella invitándola a entrar…
—¿Qué está pasando?
—No lo sé —contestó María asiéndola por la cintura—, pero me alegro de haber despertado.
La guio despacio hasta el borde del escritorio, abrió el cajón y sacó una hoja, sujetándola ante el semblante atónito de su pareja.
—¡Dios mío! —exclamó Eva con el corazón en un puño; el dibujo a carboncillo la miraba con ojos glaciales.
—¿Ha acudido ya al bufete? —preguntó María aparentemente serena.
—Tiene cita la semana que viene —dijo Eva aferrándose al borde de la mesa con fuerza.
—Pues habrá que tener cuidado… Esto parece una señal, cariño.
—Una locura, eso es lo que es. No entiendo nada, María, pero me estoy acojonando.
—No nos preocupemos por el momento. Ahora sabemos lo que hay que hacer, ¿verdad?; llevamosventaja… —dijo, poniéndole una mano en la cintura y tirando de ella para acercarla al calor de sucuerpo.
—¡Pero ese tío es un psicópata! —replicó Eva, soltándose nerviosa de su abrazo.
—Sí, cariño, pero ahora lo sabemos —insistió con suavidad, volviendo a asirla de la mano.
—Mira, yo lo único que sé es que voy a anular inmediatamente la cita con mi clienta. No quiero ver aese animal.
—Espera, Eva. En el caso de que esto sea un aviso, no creo que podamos eludir nuestro destino, aunque sí podemos intentar modificarlo.
—Pues yo creo que la mejor forma de modificarlo es evitar todo contacto con ellos.
—¿Sabes qué vamos a hacer? Arreglarnos ahora mismo e ir a la comida que tenemos con Álex y Marcello. Ya hablaremos de esto con más tranquilidad —sentenció María, pretendiendo dar un tono desenfadado a sus palabras. Depositó un rápido beso en los labios de Eva y se dirigió al cuarto de baño, dando por zanjada la conversación.
María cerró la puerta y apoyó la espalda contra ella apretando los párpados. El pánico le contraía el estómago provocándole náuseas, pero no podía dejar que Eva se diera cuenta. No tenía ni idea de cómo se iba a librar de aquello.
A la hora convenida de ese sábado, las dos entraron en el restaurante de Fabrizio para encontrarse con Álex y Marcello. Las habían invitado a comer junto con el resto de sus amigos para comunicarles algo importante. Fueron aproximándose a la mesa donde ya estaban sentadas Patricia, Sara, Mel y Carla, que sostenía a Alejandra en su regazo. En cuanto la niña descubrió a la pareja, se escurrió de los brazos de su madre y corrió hacia las dos trotando de júbilo, para acabar fuertemente abrazada a las piernas de María.
Esta sintió que el corazón le daba un vuelco: Alejandra nunca la había recibido tan efusivamente. Alzó un momento la mirada para descubrir las caras de estupor de las personas sentadas a la mesa. Incluso pudo ver cómo Mel observaba el vello erizado de su brazo con aprensión.
—¡Estás aquí! —gritó la pequeña con toda la ternura del mundo, procurando abarcar sus piernas con los bracitos diminutos.
—No me digáis que todos… —comenzó a decir María, sin poder terminar la frase.
El silencio fue la respuesta más elocuente, acompañado por las miradas de incredulidad que compartieron unos con otros.
María confirmó en ese momento que la señal no había sido enviada únicamente a ellas dos: allí había ocho personas contemplándose visiblemente turbadas. Sus semblantes revelaban lo que nunca se habrían atrevido a contar. Levantó a la niña en brazos y la apretó contra su pecho, besándola con afecto.
—Cariño, todo ha sido un sueño —le dijo, paseando la vista de manera pausada por los rostros conmocionados de sus amigos, al tiempo que sentía un escalofrío recorriendo su espina dorsal.
—¿Quieres decir que… todos hemos soñado lo mismo? —preguntó Sara con voz temblorosa.
—Eso parece —dijo Eva mirando a Patricia instintivamente, para apartar de inmediato la cara con un sonrojo inusual en las mejillas.
Fabrizio apareció en aquel momento con su energía de siempre interrumpiendo la extraña escena.
—¿Ya están todos, señores?
—No, Fabrizio, aún faltan dos —contestó María con una sonrisa.
—No hay problema, unos minutos más —dijo, y volvió hacia la cocina.
—¿Qué está pasando? Todo esto me da pánico… —exclamó Álex mirando a Eva en busca de una respuesta. Marcello le agarró la mano con gesto protector.
—No lo sé, Álex —contestó, apartándose de forma nerviosa el flequillo.
—Bueno, lo mejor será que pongamos en común lo que hemos soñado todos aunque sea un poco incómodo, pero habrá que encontrar alguna explicación —terció Mel mirando a María.
Antes de que esta pudiera intervenir, la voz de Fran desde la puerta hizo que todos se volvieran hacia allí. Iván y él se acercaron a la mesa con una expresión de asombro en el rostro.
—No vais a creer lo que nos ha pasado esta noche. Los dos hemos tenido la misma pesadilla horrorosa.
Eva soltó un taco sin poderse controlar.
—Creo que podemos hacernos una idea bastante clara, Fran —dijo Mel con tono de cansancio mientras se sujetaba la cabeza entre las manos con los codos apoyados en la mesa.
El lenguaje corporal que acompañó a sus palabras hizo que la pareja enmudeciera durante breves segundos. No entendían qué había querido decir su amiga.
—¿Qué pasa? —preguntó Fran con preocupación, observando sus semblantes.
—¡Que todos hemos tenido el mismo maldito sueño! —soltó Eva con un bufido.
—No puede ser… —balbuceó Iván, poniéndose todo lo blanco que su piel le permitía.
—Pues parece ser que sí, incluso Alejandra —dijo Patricia señalando con la barbilla a la niña mientras se echaba hacia atrás en su asiento.
—No nos pongamos histéricos. A ver, Eva, ¿conoces al hombre del sueño? —intervino Mel.
Eva se dejó caer pesadamente en su silla. María la imitó, y subió a la niña sobre sus piernas.
—Sí —contestó al cabo de unos segundos.
—¿Y?
—Su mujer es clienta mía; la semana que viene tenemos una reunión con su abogado para llegar a un acuerdo.
—Esto no me gusta —dijo Iván con cierto temblor en la voz—. Un amigo tuvo un sueño igual de extraño y luego…
Calló de repente.
—¿Y luego qué? —le apremió Eva.
—Se cumplió todo.
El silencio en la mesa se hizo denso como alquitrán; ninguno de ellos se atrevía a decir en voz alta lo que estaba pensando. De improviso, la persona que menos podían sospechar intervino rompiendo el clima claustrofóbico que se había formado: Alejandra se volvió hacia María, agarró con la manita el borde de su mentón y la miró sonriente.
—No te pongas triste, ¡el teléfono va a sonar! —soltó, como si fuera la cosa más natural del mundo.
El asombro de todos ante las palabras de la niña se tornó en auténtica perplejidad cuando la música de un móvil rasgó el silencio con estridencia. Eva observaba el aparato sin atreverse a tocarlo mientras este se desplazaba por la mesa a causa de la vibración.
—¡Contesta! —gritó Mel, ansiosa.
Agarrándolo como si quemara, lo colocó aprensiva junto a su oído y susurró un débil «diga». Todos estaban pendientes de las reacciones de su rostro. Mientras Eva escuchaba a su interlocutor y a medida que transcurrían los segundos, sus ojos parecían salirse de las órbitas.
—Lo siento, el lunes hablaremos —dijo por fin con un hilo de voz antes de colgar.
Se dio cuenta de que varias miradas expectantes la atravesaban, pero estaba tan conmocionada que no era capaz de articular palabra.
—¿Quién era? —preguntó Carla sin poder esperar.
Eva tardó unos instantes en asimilar lo que acababa de oír. Sabía que tenía que contarlo, pero estaba decidiendo por dónde empezar. Todavía no se lo podía creer.
—¡Eva! —gritó Mel.
—Era la clienta de la que os he hablado —contestó, por fin, tomándose unos segundos antes de continuar—. Ayer el marido intentó matarla pero llegaron a tiempo. Parece ser que tuvieron una discusión por teléfono y ella avisó a la policía temiendo lo que podía ocurrir.
Eva volvió a hacer una pausa, todavía incrédula.
—¡Continúa! —insistió Mel.
—Cuando él llegó a casa, la policía le estaba esperando. Hubo un tiroteo y… está muerto.
Un silencio revelador se esparció por la mesa. Todos parecían estar preguntándose si aquello sería realmente el final, cuando la voz de Fabrizio volvió a interrumpir el insólito momento.
—¿Ya están todos? —preguntó.
—Todos menos uno, pero ese no va a venir —contestó María con los ojos brillantes. Alejandra sonrió haciendo un gesto de negación con la cabeza—. Puedes sacar tu mejor vino siciliano, Fabrizio, tenemos mucho que celebrar.
María se volvió hacia Álex y Marcello sin poder ocultar la emoción en la voz.
—¿Nos vais a contar ya el motivo de esta reunión? Aunque creo que todos lo conocemos…
FIN