MEL
Intenté centrarme en ayudar a Eva, ya que la presencia imponente de Carla me llevaba a un estado contradictorio de excitación y rechazo que me consumía. Cuando la vi salir con aquel vestido del cuarto de baño de la habitación, noté que se formaba un nudo en mi estómago que amenazaba con quedarse para siempre. Por suerte Eva estaba necesitando que le echara una mano. En aquel momento el sonido de unos pequeños pies correteando provocó que todos nos volviéramos hacia la puerta. Alejandra hizo su aparición como un hada, luciendo un precioso vestido blanco y el pelito suelto ondeando al viento. Fue trotando hasta Carla, que la alzó en el aire dejando que se abrazara a ella.
—Hola, mami —dijo alegre, apoyando la mano en su cara sin manifestar señal alguna de la pesadilla de la noche anterior. Sus ojos eran el reflejo de la felicidad suprema.
Enseguida se volvió hacia mí y me echó los bracitos al cuello, consiguiendo que casi se me cayera la baba. Me di cuenta de que todos esperaban su turno para besarla, así que la cedí sin muchas ganas. En aquel momento descubrí que Marcello venía unos pasos tras la pequeña, impresionantemente vestido con un chaqué gris claro.
—¡Cuando te vea mi madre le va a dar algo! —exclamó Carla, agarrándolo del brazo para depositar un beso en su mejilla.
—Estás guapísimo, Marcello —dije con sinceridad, acercándome también para saludarlo—. ¿Y la novia?
—Estará acabando de vestirse, supongo. Ha insistido en que me fuera con Alejandra a mi habitación para arreglarme; imagino que querrá hacer su aparición estelar en solitario —dijo haciéndome un guiño.
En medio de las felicitaciones de todos los amigos, Marcello se volvió hacia la entrada al escuchar hablar en italiano. Una mujer de talante refinado se acercó a él utilizando un tono falsamente recriminatorio en la voz, ya que sus ojos delataban afabilidad y cariño. Comprendí quién era en cuanto vi cómo se fundían en un abrazo.
—Os presento a mi hermana Claudia.
—Mi dispiace, io non hablo molto español… —se disculpó ante nosotros, intentando hacerse entender mientras exhibía una sonrisa espléndida que ya conocíamos: la misma sonrisa de Marcello.
Uno por uno, fuimos acercándonos a la hermana pequeña de nuestro anfitrión para saludarla. Era una mujer atractiva de edad aproximada a la de Álex. Al verla de cerca intuí que bajo su capa de amabilidad y elegancia se escondía un gran carácter, y pensé de inmediato que se llevaría a las mil maravillas con su futura cuñada.
—Y esta es mi sobrina Nicoletta —añadió el novio, alargando el brazo hacia una joven de unos veinte años con un aspecto frágil inducido por sus ojos azules y su delgadez. La primera impresión fue totalmente engañosa, como pude comprobar enseguida.
Llevaba un corte de pelo asimétrico, con media melena a un lado y muy corto al contrario. En su oreja izquierda conté cuatro piercings, aunque lo que llamó más mi atención fue que me observara desde los mismos ojos de su tío, pero con un brillo de desfachatez que él no manifestaba. Constaté el peligro al advertir su mirada provocadora en cuanto me tocó el turno de besarla y cómo consiguió que pasara desapercibida para los demás la forma en que posó la mano en mi cintura, presionando con descaro, mientras acercaba sus labios peligrosamente a la comisura de los míos. Solo me faltaba lidiar con una jovencita rebosante de hormonas, pensé.
Al instante, una voz varonil resonó desde la puerta. El cuerpo rotundo y la sonrisa amable del que imaginé sería Giuliano hicieron acto de presencia en el salón. Iba acompañado por un joven que cargaba con una bolsa al hombro, una cámara de vídeo y un trípode. El alcalde era un hombre recio, con ojos oscuros y expresivos y pelo y barba gris que le dotaban de un aspecto distinguido. Pude ver cómo los dos amigos se abrazaban con efusividad y cruzaban unas rápidas frases en italiano. Por lo que entendí, le estaba explicando que se había tomado la libertad de llamar a un fotógrafo profesional para que hiciera un reportaje del evento; aquel sería su regalo de bodas. A continuación Marcello nos lo presentó y él se disculpó largamente por su parco dominio del idioma español. Las conversaciones mediadas por nuestro anfitrión, que ofició como natural traductor, no se extendieron más allá de cinco minutos al hacer su aparición la espectacular novia en el umbral de la puerta. Ataviada con un elegante vestido gris perla que dejaba al aire gran parte de la espalda y un recogido muy sexy en el pelo, Álex estaba impresionante. Ella y Marcello quedaron prendidos uno en la mirada admirativa del otro, hasta que el carraspeo de Carla les devolvió a la realidad de la sala que esperaba impaciente sus abrazos.
—Me alegro de verte tan feliz —susurré en su oído tras besarla. Ella me correspondió con una sonrisa brillante que pocas veces había visto en su cara.
En cuanto Álex terminó de recibir nuestros saludos y cumplidos, el novio le presentó a Claudia. Pude percibir la mirada de reconocimiento que intercambiaron aquellas dos mujeres fuertes y maduras; una corriente de admiración y respeto pareció establecerse entre ellas desde el primer momento. Tuve claro que no me había equivocado ni un ápice. A continuación observé con una sonrisa cómo el Alcalde agarraba teatralmente la mano de la novia y la aproximaba a su boca, insinuando un sutil roce de labios sobre el dorso.
—Sono davvero impressionato. Ora comprendo la veemenza di Marcello parlando di lei.
—Le has dejado impresionado —tradujo Marcello, devorándola con sus brillantes ojos azules.
—Le he entendido perfectamente, sois los dos un par de aduladores —simuló reconvenirles Álex, regalando una mirada encendida a su pareja.
Tras unos minutos de charla y superados los primeros contactos, nos dirigimos al jardín siguiendo los pasos de los protagonistas que avanzaron encabezando la comitiva agarrados del brazo. Yo intenté no separarme ni un milímetro de Carla a pesar de la alteración que me producía su cercanía, puesto que Nicoletta no me quitaba los ojos de encima. Partiendo de la parte trasera de la casa, discurrimos por un sendero cuajado de mimosas, flores de lavanda y dientes de león, hasta descubrir el pequeño claro del bosque en donde se erigía una construcción de piedra restaurada. Se trataba de un cenador de principios del siglo pasado. Maceteros de lirios y rosas blancas habían sido dispuestos primorosamente a ambos lados del camino y de la escalinata que accedía a su interior. Los novios ascendieron por ella y se situaron en el centro de aquella pérgola de ensueño, siendo rodeados de inmediato por todos, incluidos Remo y Anna, que se colocaron en un discreto segundo plano. El fotógrafo instaló el trípode con la cámara a una distancia estratégicamente estudiada para captar el acontecimiento en su totalidad. Giuliano fue el último en colocarse frente a los novios y guardó silencio unos segundos para deleitarse con la mirada brillante de ambos, encendida por el nerviosismo y la emoción. Contemplé cómo cruzaba una sonrisa cómplice con Marcello y a continuación dio comienzo a la ceremonia. Introdujo una mano en el bolsillo interior de su chaqueta y extrajo un pequeño libro del que empezó a leer unas líneas con voz grave de barítono italiano. Como todos adivinamos, se trataba de los artículos concretos del código civil, que regían la institución del matrimonio, cuya lectura era preceptiva en las ceremonias de este tipo. A pesar de la formalidad de aquellas palabras, sus frases resonaron como un mantra envolvente potenciando la influencia de las fragancias que iban elevándose desde los maceteros soliviantados por el calor. Sentí que mi pulso se aceleraba; algo embrujador se respiraba en el entorno, algo que se hizo todavía más manifiesto cuando Giuliano hizo una señal para ceder la palabra a los contrayentes. Escuché absorta cuando la novia se volvió hacia Marcello y comenzó a hablar, con tono un poco inseguro al principio, para tornarse emocionado y vibrante al momento mientras sostenía con reverencia su anilloentre los dedos. Él la observaba con el amor cosido a sus pupilas, aguardando su turno con el pequeño tesoro que pronto insertaría en el anular de Álex. Los mágicos votos, entremezclados con los aromas de Bracciano, comenzaron a resonar entre los reunidos bajo el cenador para quedar grabados de forma permanente en nuestros corazones.
—Con este anillo me comprometo… —comenzó Álex.
—Con questo anello mi comprometto… —la siguió Marcello.
—… a compartir contigo las realidades y los sueños…
—… a condividere con te le realtà ed i sonni…
—… a dar alas a tu fuego y enredarme en tus llamas…
—… a dare ali al tuo fuoco e complicarmi nelle tue fiamme…
—… a impulsarte hacia arriba desde las aguas más profundas…
—… a spingerti verso l’alto dalle acque più profonde…
—… a respirar a tu lado respetando tu oxígeno…
—… a respirare al tuo fianco rispettando il tuo ossigeno…
—… y, sobre todo, a amarte, si tú quieres.
—… e, soprattutto, ad amarti, se tuo vuoi.
—Sí, quiero.
—Sì, voglio.
Todos los presentes contuvimos instintivamente la respiración mientras Álex y Marcello juntaban sus manos e intercambiaban las alianzas. Segundos antes, en el preciso instante en que Álex nombraba el fuego, contemplé cómo Patricia giraba la cabeza al percibir en medio de la quietud general un leve movimiento a su izquierda; se dio cuenta demasiado tarde de que era Eva retirándose el flequillo hacia atrás en un gesto nervioso. Fue significativa la rapidez con la que retiró la mirada al encontrarse con los ojos de Eva clavados en ella. Sentí la mano de Carla buscando la mía de forma automática, lo que me obligó a enfrentarme a su rostro emocionado. Hacía rato que estaba luchando contra un nudo en mi garganta, por lo que le di un leve apretón y retiré la mano a punto de desmoronarme. Demasiados sentimientos encontrados. Por fin intervino Giuliano, volviendo a romper aquel silencio conmovedor con su voz profunda y ceremonial.
—E dietro questi voti che vi siete arresi, per la potestà che mi è stato conferita, io vi dichiaro marito e donna. Potete baciarvi.
No hubo necesidad de traducir aquella frase; ambos obedecieron sin dudar fundiéndose en un beso que todos admiramos cautivos de su belleza, hasta que los vítores y los abrazos quebraron aquella entrega que se prolongaba ajena a todo. Concluidas las felicitaciones, volvimos a la casa y Remo y Anna reaparecieron con dos bandejas repletas de copas de champán que comenzaron a ofrecer a los invitados.
Nos fuimos dividiendo maquinalmente en grupos dispersos a lo largo del jardín anexo a la piscina. En la distancia, elevándose desde el interior del edificio, el magnetismo de Ornella Vanoni se fue apoderando del ambiente «… senza fine, tu sei un attimo senza fine, non hai ieri, non hai domani…».
Eva, a mi lado, acababa de agarrar la enésima copa de champán de la bandeja que portaba Remo.
—Controla —le dije en voz baja.
Estábamos relativamente a solas en ese momento. Carla se encontraba a unos metros con Alejandra en brazos, departiendo con su madre en el grupo que formaban Giuliano, Marcello, Claudia y Nicoletta. Un poco apartadas de la gente, Patricia y Sara hablaban con cara de circunstancias mientras Iván y Fran, no muy lejos de nosotras, parecían mantener una charla bastante animada y gesticulante con el fotógrafo.
—¿Para qué? —me soltó Eva con la voz algo pastosa.
—Para poder hablar conmigo de forma racional, por ejemplo.
—Estoy harta de hablar, Mel.
—¿Y qué es lo que pretendes emborrachándote ahora?
—No pensar, dejar de verla —me contestó desviando la vista hacia Patricia.
—Bebiendo no lo conseguirás.
—Pues yo creo que sí —replicó tozuda mirando al suelo.
Cuando se ponía así era imposible hacerla razonar; yo sabía lo terca que podía llegar a ser. En nuestra época de la facultad había manifestado de múltiples formas su rebeldía, y una de ellas era beber sin freno hasta olvidar su nombre. Infinidad de veces me había tocado cuidar de ella, llevarla a casa y acostarla.
Ahora tenía ante mí a la misma Eva de aquellos lejanos años, pero esta vez con una auténtica razón para abandonarse a la bebida. Dejé de insistir y aparté la mirada un instante para encontrarme con la expresión felina de Nicoletta, que, de improviso, me lanzó un guiño provocador jugando con el piercing de su lengua. Esta vez no tuvo tanto cuidado; Carla la pilló y se volvió hacia mí con verdadero furor en los ojos. Decidí volverme de nuevo hacia Eva fingiendo que no había visto el gesto de ninguna de las dos. Lo que menos necesitaba en esos momentos era el acoso de una veinteañera, y mucho menos otra escenita de celos sin fundamento. Por suerte, al poco rato Marcello anunció nuestra salida hacia el restaurante.
Al Fresco fue el sitio elegido por los novios para disfrutar de la comida tras la ceremonia. Habían reservado la romántica terraza colgada sobre el lago Bracciano, en la que maceteros desbordados de vida convivían con mesas rústicas trayéndonos el sabor de la vieja Italia. Un techado de madera nos protegía de las inclemencias del tiempo y creaba un ambiente íntimo. Decenas de plantas trepadoras en flor inundaban las balaustradas induciendo a la voluptuosidad y, para rematar ese escenario idílico, nos encontrábamos rodeados por unas vistas privilegiadas.
Aunque el alcalde disponía de poco tiempo, se quedó a comer por petición del novio, que continuó ejerciendo de intérprete para nosotros. Los comensales fuimos colocándonos en torno a la mesa con tal fortuna que Eva, sentada entre Fran y yo, se encontró de pronto con la cara de Patricia ante ella. La observé atentamente, pero el hecho no parecía incomodarle en absoluto; pensé que la intoxicación etílica comenzaba a hacer su efecto. Yo no tuve mejor fortuna, pues me tocó en frente la díscola sobrina, aunque tenía la esperanza de que sus avances quedaran anulados bajo la mirada controladora de Carla, que no le había quitado ojo desde que la pillara ofreciéndome su piercing juguetón.
Silverio, dueño del restaurante, era un hombre atractivo y afable de pelo claro que iba ataviado con un delantal blanco impecable como corresponde al chef. Se acercó de inmediato a la mesa a saludar, intercambiando unas palabras con Marcello y Giuliano, a los que ya conocía, y a continuación nos contó pormenorizadamente el menú que había preparado para nosotros. Terminó su disertación prometiéndonos que tras la comida nos invitaría a conocer la fantástica bodega del restaurante, famosa por albergar celosamente más de doce mil botellas. Silverio estuvo de acuerdo con el alcalde en regar el inicio del banquete con un blanco excepcional, Gaia y Rey, un Chardonnay concentrado y profundo que, nos explicó el chef haciendo salivar todas la bocas, encerraba ricos aromas de vainilla, mantequilla fresca y sutiles notas de praliné, convirtiéndolo en un vino intenso, largo, cálido y expresivo. La primera aproximación de aquel líquido a los labios hizo que cerrara los ojos y emitiera involuntariamente un ruidito de placer.
Nicoletta me premió con un levantamiento de ceja que por fortuna Carla no llegó a ver. Al momento comenzaron a desfilar por la mesa platos a cuál más exquisito: degustación de fiambres de la tierra, anguilas del lago preparadas al «estilo Silverio», pescados al horno o cocinados con sabrosas salsas, gambas al vapor, tartar de salmón… toda una orgía para el paladar.
Haciendo honor a su nombre, Eva añadió unos grados más a su estado evanescente; Iván y Fran brindaron entrecruzando un guiño íntimo; Marcello y Álex se lo dijeron todo con los ojos; Sara alzó la copa ante Patricia regalándole una mirada que adiviné interrogante, insegura; y Alejandra bebió de su refresco ajena a todo lo que pudiera enturbiar su felicidad natural. Yo dejé deslizar los delicados sabores por mi boca y busqué conscientemente los ojos de Carla recreándome en la pasión que me provocaba.
Estaba intentando con todas mis fuerzas olvidar los terrores de la noche vivida. Ella me correspondió estudiando mi rostro, anhelando leer en él la superación del infierno interior.
La comida fue transcurriendo en armonía, entremezclándose en un abrazo incestuoso el idioma italiano con el español, hasta que Carla puso su mano sobre mi muslo en el mismo instante en que a la insensata Nicoletta se le ocurrió aventurar su pie descalzo entre mis piernas. El corazón me dio un vuelco. Si Carla desplazara la mano un centímetro, se encontraría de lleno con el empeine de la niñata provocadora. Yo no me atrevía a respirar y, para mejorar las cosas, la joven impertinente comenzó a moverlo de manera inequívoca contra mi entrepierna. El bocado que acababa de introducirme en la boca se negaba a bajar por mi esófago. Sin embargo, de forma providencial, el Destino vino a echarme una mano: Patricia se disculpó y se alejó de la mesa para ir al baño. En ese momento Eva se levantó con cierto esfuerzo y comenzó a andar en la misma dirección tambaleándose, visiblemente ebria; había faltado poco para que derribara la silla. Yo me puse en pie de golpe, aprovechando para zafarme de la situación con gran alivio, y me lancé discretamente al rescate. Mientras daba la vuelta a la mesa, percibí cómo Carla intentaba desviar la atención de Sara preguntándole por el plato que estaba degustando, aunque los ojos de esta permanecían clavados en el lugar por el que acababan de desaparecer las dos. Pensé que debía darme prisa si no quería que sucediera un desastre en plena celebración de la boda.
Distinguí a Patricia al fondo del pasillo entrando en el baño sin percatarse de la presencia de Eva a su espalda, que, con un brusco movimiento, la empujo hacia dentro con su propio cuerpo. Eché a correr aunque sabía que era demasiado tarde; me encontré con la puerta en las narices. Agarré el pomo y tiré de él un par de veces con fuerza, pero Eva debió de cerrarla por dentro. Aquello se estaba convirtiendo en una pesadilla. Comencé a golpear suavemente la madera con los nudillos llamando a Eva, procurando serlo más cauta posible; no quería que ninguno de los que estaban en la terraza, a unos metros al final del pasillo, se enteraran de lo que estaba ocurriendo.
—¡Eva, abre la puerta! —dije intentando no elevar excesivamente la voz.
Para acabarlo de arreglar, vi a Nicoletta avanzando hacia mí por el corredor con una sonrisa malvada en la cara. Lo que faltaba, pensé, poniéndome realmente nerviosa.
—¡Lárgate ahora mismo! —le grité, apuntando hacia ella con un dedo intimidatorio.
El tono de mi frase debió de ser efectista, porque ella puso cara de sorpresa y, dándose la vuelta, emprendió el regreso de inmediato. Me dije que bastante tenía con intentar parar lo que estaba pasando alotro lado de la puerta.