EVA
Durante días estuve nadando entre sentimientos enfrentados de deseo y culpa hasta el punto de provocar encuentros fortuitos con mi compañera de trabajo, como si hubiera regresado a la adolescencia, empujada por el afán de volver a contactar con María. O eso quería creer. Solo sabía que necesitaba con urgencia volver a sentir lo mismo que la última vez. Sin embargo, pese a todos mis intentos, no conseguí hallar en Patricia rastro alguno de la amante que había tenido entre mis brazos. Lo único que logré fue aumentar mi desasosiego al darme cuenta de que se mostraba esquiva, como si verme la incomodara. Lo que faltaba, pensé, ella estaba empezando a sospechar algo.
A solas en mi casa, la sensación de vacío amenazaba con hundirme en un pozo negro. La única soga ala que me había podido agarrar tras la muerte de María se estaba deshaciendo como arena. Me dediqué a vagar por las habitaciones con una pregunta obsesiva en los labios: ¿dónde estás?, grité una y otra vez contra las paredes. Pero no conseguí encontrar ni un solo signo de su presencia. En un impulso desesperado, me planté con los brazos en jarras ante la tela inacabada del estudio y mis ojos retaron a aquellas manchas de color para que se multiplicaran ante mí. ¡Pinta!, exclamé en voz alta de forma irracional, frenética, hasta que me di cuenta de que mi voz resonaba como un eco en la habitación vacía.