MEL

No supe exactamente lo que había ocurrido ni quién tomó el mando desde dentro de Fran, pero el final se desató muy rápido. Solo sé que la música cesó de golpe en cada rincón de la casa y, a partir de ese momento, todos reaccionamos como Dios nos dio a entender. Fran parecía bastante desconcertado, pero en cuanto vio a su compañero hundirse en el agua se lanzó hacia él para sacarlo del estanque. Contemplé a Patricia arrodillarse ante Sara, abrazándola como si le diera pánico que alguien se la arrebatara de nuevo. Eva y yo corrimos al lado de nuestro amigo para ayudarle, y entre los tres extrajimos del agua con gran esfuerzo a Iván, que estaba sin sentido. El resto comenzó a acercarse cautelosamente a nosotros, imagino que con miedo a lo que podría suceder en el caso de que volviera en sí, y depositamos en el suelo su cuerpo hermoso y empapado. Yo estaba muy preocupada por su aspecto; sin embargo, él abrió los ojos a los dos segundos y comenzó a expulsar la pequeña cantidad de agua que había entrado en sus pulmones.

—¿Qué… ha pasado? —dijo con un hilo de voz en cuanto la tos se lo permitió.

—¿No te acuerdas? —le preguntó Fran, todavía más confuso.

—¿Qué hago aquí? —inquirió, mirando los rostros a su alrededor con extrañeza—. Recuerdo que estábamos en nuestra habitación, tú habías entrado en el baño y… no sé nada más.

—¡Menudo susto nos has dado!, ¡atacaste a Sara! —exclamó Fran.

—Que yo… —comenzó a replicar Iván, pero se calló al observar a Sara hecha un ovillo en brazos de Patricia; ella ni siquiera fue capaz de levantar la cara para devolverle la mirada.

—Déjalo, Fran. Mel y yo os lo explicaremos todo —dijo Eva, agarrando a nuestro amigo del brazopara alzarlo del suelo.

—¿Alguien me puede contar qué ha sucedido aquí? —intervino Álex nerviosa. Marcello se acercó aella y la cogió por la cintura, como adhiriéndose a su pregunta.

—Díselo tú, a mí no me quedan fuerzas… —contestó Eva lacónica, pasándome la pelota.

Fui consciente de que estaba en el centro del círculo y de que todos los ojos se dirigían a mí exigiendouna explicación. Gracias, amiga, pensé, lanzando a Eva una mirada elocuente.

—Bien —empecé carraspeando—, es bastante increíble lo que voy a contar, hasta el punto de que vais a pensar que Eva y yo estamos locas, pero todos me conocéis y sabéis que no voy a mentiros. El que haactuado así con Sara no fue Iván; fue tan solo su cuerpo poseído por el hombre que mató a María. Su fantasma ha estado acosando a Eva desde entonces, y lo sé muy bien porque yo también he sufrido su ataque —expliqué, desviando la vista involuntariamente hacia Carla, que seguía mi discurso con la boca abierta.

—Mel, deja ya de decir barbaridades, esto no tiene gracia —dijo Álex, aprensiva.

Aunque el tono era firme, el vello de sus brazos revelaba el impacto de lo que acababa de oír.

—No voy a tratar de convencerte, Álex, pero Eva y yo sabemos que estoy diciendo la verdad.

—¿Y dónde está ahora ese «supuesto espíritu»? —preguntó Carla estremecida mientras cruzaba los brazos fuertemente en torno a su cuerpo, protegiéndose.

—Se lo ha llevado el yayo Víctor.

Todos nos volvimos hacia donde partía la voz infantil. Alejandra, con los pies descalzos y cubierta con un pijamita blanco salpicado de animales coloridos, acababa de aparecer desplegando su sonrisa desde la puerta de la habitación de Álex. El pelo le caía graciosamente despeinado sobre la frente y sus grandes ojos reflejaban la luz de la farola más cercana convirtiéndose en dos estrellas rutilantes.

—¿Qué has dicho, cariño? —dijo su abuela con el vello ya totalmente erizado.

—Que el yayo Víctor se ha llevado al hombre malo —repitió, acercándose a ella para agarrarla de la mano.

—¿Tú… has visto al yayo Víctor? —preguntó Álex intentando disimular el temblor de su voz.

—Claro, está aquí conmigo.

El silencio se hizo denso durante los segundos en los que mudas preguntas se agolparon en todas las mentes. Y se volvió más profundo todavía cuando la pequeña garganta comenzó a emitir el discurso propio de un adulto.

—Álex, Carla, tan solo vengo a deciros que os quiero. No os asustéis de lo que estáis viendo, ya comprenderéis. Deseo que sepáis que nunca os he abandonado y que volveremos a encontrarnos. Ahora debo irme.

La niña, sin conceder tiempo a la reacción, se soltó de su abuela aproximándose a Eva y volvió a hablar como una persona mayor, pero con un matiz distinto en la voz, más femenino.

—Eva, prométeme que serás fuerte, amor mío. Acuérdate de lo que hemos hablado, no debes seguir sola. Por cierto, cariño, te he dejado un regalo en el estudio. La niña se alejó un poco de Eva volviéndose hacia nosotros, y María siguió hablándonos a través de sus labios.

—Y perdonadme todos si os he causado algún dolor. Os quiero.

La pequeña dejó de hablar y mostró una sonrisa tan enorme como el mar. En los rostros de todos podían verse reflejadas las emociones más dispares, pero cuatro de nosotros presentábamos un denominador común: un reguero de lágrimas descendiendo mejilla abajo: Álex, Carla, Eva y yo. En el resto la perplejidad no había dado paso todavía a la emoción. Carla y su madre se fundieron en un abrazo; Eva, sin decir palabra, se agachó ante la niña y, apretándola contra su pecho, dejó aflorar el llanto sin consuelo. Al poco rato Alejandra se apartó suavemente de ella, depositó un cariñoso beso en su mejilla y volvió a hablar con voz infantil mirándonos a todos.

—Se han ido.

Me pasé el dorso de la mano por el pómulo humedecido despidiéndome mentalmente de María. Todo había terminado. Era hora de enfrentarnos con nuestras vidas, pensé con cansancio.