MEL
Pude registrar el anhelo que desprendían sus ojos, gritándome una y otra vez una súplica muda: ¡por favor!, me rogaban, no pares… Reconocí en aquel instante a la Carla de siempre y me di cuenta de sus esfuerzos por no herirme con su fogosidad, con la furia desatada de su deseo. Entonces descendí hasta su vientre comenzando a acariciar la zona que se insinuaba hinchada a través del raso, capturando la colina sobresaliente, provocadora, entre mis labios. Aquel simple roce por encima de la tela, que me estaba haciendo perder el control a mí misma, fue el detonante que la empujó hasta el éxtasis. Convulsionó arqueando su cuerpo, emitiendo un sonido largo, enronquecido, amortiguado por el temor de despertar a Alejandra, mientras yo la sujetaba entre mis brazos sin soltar la presa de mi boca ávida. En ese momentome embargó una sensación de liberación al ser consciente del placer completo de Carla. Sabía que habíadado un paso enorme, aunque no tenía claro si sería el definitivo. Ella fue recuperándose aferrada a micuerpo; yo busqué sus ojos y me embriagué con su mirada velada por el goce.
—Te amo —me susurró.
—Y yo a ti.
Recobrado el resuello, empezó a recorrerme despacio la línea del cuello donde se percibía el latido, descendiendo por mi hombro con exquisita dulzura, utilizando tan solo las yemas para trazar el contorno de mi brazo y resbalar por el codo hasta alcanzar el dorso de la mano que descansaba sobre el abdomen.
Cerré los párpados sabiendo lo que ella quería de mí, aunque no estaba segura de poder dárselo. Me concentré en absorber las sensaciones placenteras dejando la mente en blanco para intentar no bloquearme; temía que en cualquier momento la música terrible comenzara a atronar en mi cabeza. La voz de Carla susurraba al oído mi nombre repitiendo una y otra vez que me amaba. Supe apreciar la forma en que se demoraba en la siguiente caricia, tanteando mi reacción. Me besó levemente en los labios mientras sus dedos se deslizaban perezosos por la cadera sin llegar a rozar mi sexo. Agradecí su esfuerzo; ella esperaba a que yo se lo pidiera, no quería arriesgarse. Se apartó un poco, tomó sutilmente el borde de mi camisola y la subió hasta el cuello, dejando al descubierto mis senos, que sentía involuntariamente erectos, punzantes. Entonces se inclinó sobre mí echándose el pelo hacia adelante para comenzar a acariciar mi carne sensible con su melena sedosa. Aquello no me lo esperaba; su improvisación había desactivado momentáneamente mis defensas y ella se vio recompensada con los primeros estremecimientos de mi piel, que empezaba a dejarse llevar apartando a un lado los temores. Sus hebras suaves fueron sensibilizando mis terminaciones nerviosas desde el pecho hasta la cintura, descendiendo por los muslos para regresar en un paseo lento, voluptuoso, que llegó a su fin cuando nuestras bocas volvieron a encontrarse, entregadas a una sensualidad hambrienta. Tras aquel beso, Carla no apartó sus ojos de los míos, pidiéndome en silencio permiso para continuar. Esta vez las yemas de sus dedos fueron más allá, introduciéndose bajo el pantalón de raso para alcanzar el centro de mi placer con delicadeza.
—¿Te duele? —me preguntó en un susurro.
—No —respondí tragando saliva. Sentía mis nervios alerta, pero me estaba volviendo loca de deseo; mi cuerpo se moría por alcanzar el final.
—Mírame, cariño, soy yo, y te quiero —insistía Carla con voz acaramelada, mientras continuaba acariciándome sabiendo que me hacía olvidar el resto del mundo. Me dejé arrastrar por el ritmo de sus dedos, por la cadencia de su voz, hasta que todo se nubló alrededor obligándome a aferrar su espalda entre sollozos ahogados por el placer. Finalmente había conseguido entregarme a ella. Mi dolor se derramó sobre su hombro mojándole la piel y me vacié para siempre de mi infierno interior. Carla me mantuvo abrazada hasta que el llanto fue apagándose y pasó, poco a poco, a convertirse en un sonido sofocado, en una respiración cada vez más relajada que comenzaba a sumergirme en un sueño sanador.