PATRICIA

Sara y yo trabajábamos prácticamente hasta la misma hora, aunque a veces ella se demoraba un poco más dependiendo del trabajo en la consulta. Esa tarde llegué a casa antes que Sara, me cambié de ropa e hice una infusión que comencé a disfrutar a sorbos cortos recostada en una hamaca de la terraza. Mientras paladeaba el amargo té negro sujeto entre las manos, mi cabeza no podía parar volviendo una y otra vez a lo que había ocurrido por la mañana. Desperté de la ensoñación cuando oí el golpe de la puerta al cerrarse y la voz inconfundible de mi pareja llamándome desde el salón.

—¿He tardado mucho? Ha habido una urgencia de última hora. ¡Menos mal que fue una falsa alarma! —me explicó, al tiempo que se sentaba al borde de la hamaca y se inclinaba para besarme en los labios.

Fui consciente de que respondí a su beso con menos ardor del que ella esperaba.

—¿Te pasa algo? —preguntó apartándose para mirarme a los ojos.

—No lo sé —dije titubeante—. Me están sucediendo cosas extrañas…

—¿Qué clase de cosas? —inquirió Sara preocupada.

—En casa de Eva tuve algo parecido a una ausencia y después me sentí mareada y ha vuelto a ocurrirme esta mañana en el despacho.

Omití deliberadamente lo relacionado con el olor de mis dedos y la fuerte sensación de estar excitada sexualmente.

—Cariño, deberías ir al médico. Por lo que dices, me da la impresión de que se trata de estrés, pero será mejor que pidas cita y te quedes tranquila —me dijo con dulzura al tiempo que echaba hacia atrás un mechón de pelo que tapaba parcialmente mi cara. La miré en silencio unos segundos contemplando mi propio reflejo en el iris casi negro de Sara. Penseque esa mujer bella y exótica había traído a mi vida el equilibrio que necesitaba.

—De acuerdo, mañana mismo pediré hora —respondí, mientras deslizaba lentamente la yema del dedo índice por sus labios carnosos.

Acabé sometiéndome a una revisión exhaustiva que en principio no reveló nada irregular. Mi médico dijo que habría que esperar a los resultados de las pruebas, pero de las conversaciones mantenidas ya se podía deducir que los síntomas eran reflejo del cansancio o el estrés; estaba convencido de que se trataba de algo psicosomático. Considerando la persona que había estado presente las dos veces que me había ocurrido, era posible que todo fuera consecuencia de la pérdida traumática de una amiga y la empatía con el dolor de su pareja. Me explicó que en ocasiones la mente recorre pasadizos que no nos imaginamos y que nuestro cuerpo reacciona ante ello.

La verdad es que salí bastante más tranquila de la consulta y me prometí a mí misma olvidar todo el asunto. Al fin y al cabo era normal que la repentina muerte de María hubiera dejado una honda impresión en todos nosotros. Sin embargo no podía evitar que volviera una y otra vez a mi cabeza la sensación incómoda ajena al mareo y, sobre todo, lo que no había comentado con nadie: la parte oculta y sensual agazapada tras cada ausencia.