MEL

Carla se acercó a la cama intimidada por el tono de mi voz; nunca antes me había oído gritar de aquella forma ni me había visto tan alterada. Al fin se había dado cuenta de que algo extraño acababa de ocurrir. Sin volver a decir ni una palabra, comenzó a desatar con bastantes problemas los nudos en torno a mis muñecas, dejando al descubierto las marcas rojizas que habían provocado las ligaduras. Una vez libre, moví los brazos con dificultad y me vi asaltada de inmediato por el aguijonazo de miles de punzadas en los músculos al retornar la sangre a su lugar. A pesar del dolor, comencé a frotarlos repetidamente hincando las agujas lacerantes en mi carne para hacer regresar más deprisa la maltrecha circulación a las manos. Por fortuna la sensación de hormigueo fue alejándose poco a poco. Durante todo el proceso permanecí de espaldas a Carla; en esos momentos no me sentía con fuerzas para mirar hacia el cuerpo que poco antes me había arrastrado desde el deseo al terror provocándome una tortura insoportable. Me levanté sin decirle nada, cogí el pijama y me encerré en el baño para lavarme. Cuando volví al dormitorio, retiré la sábana manchada de la cama. Ni siquiera alcé la vista hacia ella, aunque sabía que me observaba aguardando mis palabras. Al final Carla se decidió a hablar ante mi actitud, pero esta vez en un tono totalmente cauteloso.

—¿Me vas a contar qué…?

Los gritos del exterior interrumpieron bruscamente su pregunta. Nos quedamos quietas mirándonos durante un instante para, acto seguido, salir corriendo hacia la puerta. Inclinadas sobre la barandilla del primer piso pudimos contemplar atónitas lo que estaba sucediendo en mitad del patio. Iván, mediodesnudo y sentado al borde del estanque, mantenía aprisionada a Sara entre sus brazos. A escasadistancia de los dos, Patricia mostraba un aspecto amenazante con cada uno de los músculos en tensión, como una tigresa a punto de saltar sobre su víctima. La piel de sus hombros torneados brillaba perladapor una pátina de sudor.

—¿Pero es que nos hemos vuelto todos locos? —dijo Carla en voz baja, casi para sí misma.

—Vamos —contesté sin dudar, echando a correr hacia la escalera más próxima.

No habíamos alcanzado ni la mitad del recorrido cuando nos vimos arrolladas por una frenética Eva, que pasó a nuestro lado como una exhalación. Descendía saltando los escalones de dos en dos como si la persiguiera el diablo, aunque pensé que realmente iba a su encuentro. A pesar de que tan solo pude verla durante una décima de segundo, reconocí de inmediato las letras blancas en el frontal de la camiseta que llevaba colocada de forma desmañada: NO VOY A DISCULPARME. Inevitablemente, un estremecimiento me recorrió el cuerpo al intuir que esa vez no iba a ser tan fácil deshacernos de él.