EVA

—¿Qué? —le pregunté con los ojos cerrados, sin pensar, volviendo a sumergirme en su boca. Me volvían loca sus besos, siempre lo habían hecho y, sobre todo, la forma que tenía de fundirse contra mí, de encajar en mis espacios mientras se entregaba a mis caricias. Lo que no podía confesarle es que el cuerpo que ahora poseía aún me ponía más frenética.

—Que no viene sola —amenazó una voz profunda desde el interior de su garganta, al tiempo que su mano se acoplaba firmemente a mi cuello y comenzaba a apretarlo como si fuese una garra acerada. Yo no entendía nada, pero lo que sí sabía es que me estaba asfixiando contra la misma puerta donde yo, hacía tan solo un segundo, la había acorralado con mi lujuria. Me agarré a su brazo con fuerza queriendo zafarme del estrangulamiento, pero poseía una fuerza descomunal. En aquel instante, aumentando todavía más el desconcierto y el terror que sentía, el aparato de música del salón se puso solo en marcha y las notas de Mitternacht comenzaron a desgarrar el aire con un estruendo ensordecedor.

La mirada maligna que tenía ante mí, tan ajena a los ojos de Patricia, me rebeló la naturaleza del ser que se había apoderado de su cuerpo. ¿Dónde estaba María?, gritó mi mente. Sentí que el miedo me paralizaba los miembros y el oxígeno empezaba a escasear en mis pulmones a causa del garfio asesino en que se había convertido su mano. Sin ninguna posibilidad de luchar, fui consciente de que, poco a poco, todo se oscurecía alrededor mientras oía cada vez más lejos la música aterradora…