31

Mi secretaria Janine temblaba cuando cerré la puerta.

—¿Estás preparada? —me preguntó con los ojos pintados y exultantes.

—Preparada —dije, y tomé un sorbo de una taza de café humeante. Me sentí bien de volver a estar en el despacho. Mi sofá gris estaba recubierto de papeles legales, grandes paquetes de pruebas se amontonaban entre el armario y la silla, y la correspondencia se desplegaba sobre el escritorio como nieve recién caída. Todo en desorden. Me sentí de lo más contenta.

—¿Seguro que estás preparada?

—Muestra lo que tengas que mostrar, nena.

—Muy bien, aquí va. —Caminó hasta delante del escritorio y se subió la blusa negra hasta el sostén naranja. Pues allí, atravesando el tierno pliego rosado de su ombligo, había un arete dorado—. Bonito, ¿eh? —balbuceó.

No era algo que alguien hubiera adivinado fácilmente. Me acerqué y sentí olor a talco de bebés y aceite de vainilla del Body Shop.

—¿Te lo pusiste este fin de semana?

—Sí, es el sexto agujero que tengo.

—Pareces un campo de golf. —Le observé el ombligo. El nuevo agujero tenía aspecto inflamado y rojizo.

—Tengo tres en una oreja, dos en la otra. Y éste hace seis.

Sin contar el que tenía en la cabeza.

—¿Te pusiste algo para limpiarlo? ¿Un antibiótico o un ungüento?

—El hombre me puso una cosa, como una grasa.

¿Grasa? Sería aceite de motor.

—¿Y esta mañana te has puesto algo?

—Nada más que saliva.

Virgen santa. Pasaría por la farmacia al mediodía.

—¿Te dolió?

—Apenas.

—¿Quieres decir que apenas te dolió?

—Correcto.

—Eres valiente, nena —dije con convicción, y Janine resplandeció contemplándose el vientre perforado.

—No tan valiente como tú. Sabes, yo pensaba que eras un poco aburrida. Siempre con el trabajo y todo eso.

Oh.

—Pero ahora me pareces, no sé, como más marchosa. Y valiente. Me has inspirado.

Quedé sorprendida tanto por la forma como por la substancia.

—Janine, ¿has oído eso?

—¿Qué?

—El modo en que dijiste lo que dijiste.

Asintió.

—Se debe bajar el tono de una oración al final. Tal como me enseñaste.

Estaba a punto de felicitarla cuando la puerta se abrió de pronto con tal fuerza que rebotó en la pared. Janine abrió la boca y se cubrió el ombligo. Mi socio-director, Mack, estaba allí jadeando como un boxeador veterano. Esperaba tener noticias suyas, pero no hasta mi segunda taza de café.

—Siempre se aprecia que llamen a la puerta —comenté.

—Tenemos que hablar, Rita —dijo Mack con tono severo, y echó una mirada a Janine—. En privado.

—Oh, déjala estar. Es más dura que nosotros dos juntos. Confía en lo que te digo.

—En privado —repitió, pero una asustada Janine ya pasaba a su lado y cerraba la puerta tras de sí.

—No ha sido muy amable de tu parte —dije cuando estuvimos a solas.

—No me siento muy bien.

—Tú nunca te sientes bien, Mack.

—Estás equivocada. Me siento bien cuando gano.

—Yo también.

Dobló sus gruesos brazos sobre el pecho y se acercó. El olor de Mack por las mañanas no era tan agradable como el de Janine; hedía a altas finanzas y negociaciones tramposas.

—Parece que no vas a conceder entrevistas acerca del caso Hamilton. Cancelaste tu participación en Good Morning América esta mañana y en la televisión de la Audiencia. ¿Qué pasa?

Puse la taza de café sobre el escritorio.

—Estoy atareada. Tengo que ocuparme de mis casos y llamar a mis clientes. Algunos me esperan desde hace dos semanas. Y tengo que ir a comprar Neosporin para Janine.

—Nada de eso es tan importante como las entrevistas.

—¿Para quién? ¿Por qué?

—Para mí.

—Ya veo. Para mí, son más importantes mis clientes. De hecho, el ombligo de mi secretaria es más importante para mí.

—No me hace ninguna gracia, Rita.

—A mí tampoco me hace gracia. Dicho sea de paso, ¿sabes que no había ningún aumento en mi paga del mes pasado? Abrí el sobre esta mañana y era exactamente igual que el anterior. ¿No se me concedió, Mack?

—No.

—Teníamos un trato, según recuerdo.

—No había trato.

Hijo de puta.

—¿Qué dices?

—No aceptaste mi oferta aquella mañana. El comité hizo la distribución según creyó más justo.

—¡Hice que mi secretaria te lo comunicara esa misma mañana!

—No recibí ningún mensaje tuyo ni de tu secretaria al respecto.

—Pero tú ordenaste que me reemplazaran en mis casos.

—Tu secretaria no mencionó nada del aumento.

Estupendo. Se acordaba de su ombligo y se olvidaba de mi aumento.

—¿Y qué? Veías que mantenía mi representación, ¿o no? Me veías cada día en los periódicos; conseguiste la publicidad que querías. No juegues conmigo, Mack. Me merezco el aumento.

Entrecerró los ojos.

—Comprendo. ¿Sin aumento no hay entrevistas?

—Hago lo que puedo. ¿Estás impresionado? —Negarme el aumento ahora no es juego limpio, ¿o sí?—. Todo depende de ti, Mack.

—Esto es ridículo.

—Tú eliges, jefe.

Se apoyó en la silla de tela delante de mi escritorio.

—¡Por Dios! ¿Qué pretendes, Rita? A ti no te importa el dinero. No lo necesitas.

—Es una cuestión de principios. Figura en el Código de Estados Unidos. ¿Tienes el índice?

—No entiendo lo que dices.

—¿No entiendes de principios, Mack? El primero es «Mantén tu palabra». Dijiste que me darías un aumento; hazlo. Otro principio general es «No renuncies». El tercero es «No traiciones a tus amigos». Y luego está mi favorito: «Levántate y consíguelo por ti mismo». ¿Continúo?

Parpadeó.

—Si te consigo el aumento, ¿harás las entrevistas?

—¿Es una palabra?

Se rió abruptamente.

—De acuerdo.

—Entonces nos entendemos perfectamente.

—No eches las campanas al vuelo. Tengo que hacerlo aprobar por el comité. Eso llevará su tiempo.

—Mi entrevista en la Audiencia es para hoy a las tres. Puedo hacer que la anulen si me das noticias de inmediato. De otra manera, Dios dirá cuándo podré tenerla, con la agenda que tengo...

—Ya basta —refunfuñó—. Entonces, ¿estamos de acuerdo?

—Si la cantidad es la correcta. ¿Por qué no me llamas y me haces una oferta? No quiero hacerte quedar con el culo al aire.

Mack se dirigió a la puerta meneando la cabeza.

—Tendría que haber sabido que saldrías con una triquiñuela como ésta.

—Es curioso. Yo pensé lo mismo cuando vi mi paga.

—Estás aprendiendo, nena —dijo cuando abrió la puerta.

—¿Es eso bueno?

—¿En una palabra? —Sonrió y yo le devolví la sonrisa. Para lo que yo tenía en mente era mejor que se diera prisa.

—¿Mack? —le llamé—. Quiero un ordenador de primera.

—¿Para qué?

—Por el espectáculo. Quiero ponerlo sobre el escritorio y no usarlo, como los tipos importantes.

—No —dijo secamente. Lo consideré un quizás.