22

A la mañana siguiente, me desperté recuperada, aunque el Inquirer que habían dejado a mi puerta tenía los titulares que me había temido:

SE ESPERA DIMISIÓN DE JUEZ EN PLENA BATALLA JUDICIAL.

Leí por encima el artículo, que era un refrito de la conferencia de prensa, incluyendo numerosas citas moralistas de Julicher. Fiske, sabiamente, estaba «ilocalizable por el momento», aunque todos sabíamos dónde estaba. El socio director de Averback, Shore & Macklin, mi jugador favorito de blackjack, se las había ingeniado para aportar su granito de hipérbole, calificándome de «una de las abogadas más prominentes del país». Supuse que hablábamos de al menos treinta y cinco mil dólares de prominencia en mi nuevo contrato, pero Mack no podía pagarme todo lo que este caso estaba costando en mi vida.

Me tragué el café y el bollo complementarios y me di una ducha usando el champú, el jabón, el secador y el humidificador del hotel. Tras haber consumido todo lo que era gratis, me dispuse a llamar a Fiske.

—Rita, ¿dónde estás? —preguntó.

—Estoy en el centro. ¿Cómo estás tú? Y no me des una cita teatral.

—¿Has visto las noticias?

Parecía tenso.

—Por supuesto. ¿Quieres un consejo legal?

—Te escucho.

—No dimitas.

—Me llamó el presidente del Tribunal. Me rogó que lo considerara para bien de la magistratura. Quiere mi respuesta para mañana.

—Bien. Llámalo mañana y dile que lo has considerado y que no renuncias.

—Kate piensa que lo debo hacer. Quitaría leña al fuego y todo eso.

—Los Hamilton no salen corriendo, ¿eh, Fiske? No abandonan. Tienes que defender el buen nombre de tu familia, ¿o no? —Casi me lanzo a explicarle lo de los principios generales.

—Soy inocente, maldita sea.

Trabaja para mí.

—Entonces, haz tu trabajo. Mantente alejado de la prensa. Deja el resto para mí.

—Tu tono es diferente, Rita.

—¿Lo es?

—Sí, mejor. ¿Estás progresando en la investigación?

—Tengo la dirección del motociclista y estoy sobre la pista de los Jaguar negros de la zona.

—¡Buen trabajo!

—Y también he perdido algo de peso. —Unos ochenta y cinco kilos a nombre de Paul. Pero tal vez se deba a los potingues de belleza. Nada como una buena crema para darle confianza a una muchacha. Y una piel sedosa.

Cam blandió la ruidosa podadora eléctrica de setos describiendo un suave arco desde su escalón en la escalera de tijera. Sobre él brillaba el sol despejado e inmisericorde del mediodía. Tenía sucias sus botas de trabajo, la camiseta que decía Banana Republic se veía sudada y sus pantalones caquis de cincuenta dólares tenían manchas de grasa en las rodillas. Camille Lopo era el imitador de jardinero con un solo brazo mejor vestido de Wayne.

—¿Te sientes cansado, Cam? —grité por encima del estruendo que hacían los dientes grasientos de la podadora.

—¿Eh?

—¿Estás bien ahí arriba?

—¿Qué? —me contestó a gritos.

—¿Seguro que no estás cansado?

Miró el reloj.

—¡Casi mediodía!

Únicamente los italianos insisten en seguir hablando con una podadora eléctrica de por medio. Hace falta algo más que una Black & Decker para hacernos callar, incluso cuando uno de nosotros es medio sordo.

—¿Seguro que no estás cansado? —grité a todo pulmón.

—¡Hay muchos brotes nuevos! ¡Te das cuenta porque son más verdes! ¡Verde claro en vez de verde oscuro!

—¡Hablas como un profesional! —le grité revisando el césped. Quería examinar cada centímetro cuadrado del terreno en torno al cottage y a la casa de la señora Mateer. Y el recién incorporado jardinero Cam era el único medio para hacerlo libremente y sin la vigilancia de la policía de Radnor o de sus normativas sobre la escena del crimen.

—¡Éste es nuestro tercer seto, nena! ¡Soy un profesional!

Sentí un ataque de culpa. Estaba obligando a un septuagenario a hacer trabajos pesados de jardinería para conseguir mis objetivos.

—¡Te lo debo, rey!

—Nena, estoy más atareado que un pintor con un solo brazo. —Movió la podadora en un plano tan parejo y liso como una mesa de juego. Caían trocitos de seto inglés a ambos lados y aterrizaban haciendo montañitas sobre el césped.

—¿SEGURO QUE NO ESTÁS...?

—¡ME LO PREGUNTAS UNA VEZ MÁS Y TE CORTÓ UN BRAZO!

La podadora iba y venía zumbando en mis oídos. Yo simulaba ser la asistente de Cam con idéntica vestimenta, salvo la gorra Eagles, las gafas de sol y la cámara Canon. Hice otra foto del seto. Quería fotos aumentadas de la zona para el jurado. Y sacadas desde mi propia perspectiva primorosamente distorsionada.

—¡No te olvides de mirar el terreno! —gritó Cam—. ¡Busca pruebas!

Así era nuestro trabajo secreto. Bajé la vista, pero únicamente vi la superficie perfecta del césped recién cortado de la señora Mateer.

—Estás haciendo un buen trabajo, ¿sabes?

—¿Qué? —Apagó la podadora y se secó el sudor de la frente. El cabello color de acero estaba tan empapado que había vuelto a ser oscuro—. Tal vez ésta sea una nueva profesión para mí.

—Haces más en las carreras.

—No lo sé. Me gustó esa máquina cortacésped con asiento. Me gustó mucho. —Cam había cortado el césped con un toro alquilado, mientras yo estaba fuera de la vista. Él fue quien se acercó a la puerta de la señora Mateer porque a mí me podría haber reconocido, pese a mi disfraz—. Fue como un paseo a caballo.

—¿Y cómo sabes cómo es un paseo a caballo, chico de la ciudad?

—¿Bromeas? Yo iba en coche de caballos con el repartidor de hielo. Me montaba en la parte de atrás y me llevaba los pedacitos.

Saqué otra foto de la casa en la distancia. Luego una de Cam cuando bajaba de la escalera. Para divertirnos.

—Míralo de esta manera, nena —dijo levantando la escalera—. No tendremos problema en conseguir trabajo. Hicimos tres parcelas en un santiamén.

—Porque lo estamos haciendo gratis, Cam. Y tú tienes tus encantos...

—Es el muñón. Siempre me pasa. —Agitó su manga vacía—. Teresa se casó conmigo por el muñón, lo juro. Decía que le daba lástima. Cuando nos peleábamos, yo le decía que sentía unos dolores imaginarios y, entonces, se acababa la bronca.

Me reí, pero yo había apostado a que saldría bien. ¿Quién no aceptaría una limpieza gratis de jardín hecha por un anciano disminuido que intentaba empezar un nuevo negocio, su propia compañía Lawns R Us? ¿En especial cuando ya había hecho los dos jardines de enfrente y tenían un aspecto maravilloso?

—¿Y cuál ha sido la cosecha hasta ahora? —me preguntó.

—¿Te refieres a pruebas para la defensa? —Metí la mano en la mochila destinada a guardar el estuche de maquillaje, dorado y de marca Lancome, que era el recipiente de mi colección oficial de pruebas. Había recogido cada objeto del suelo con unas pinzas Revlon, lo había metido en una bolsita de plástico en la que había escrito la identificación con un lápiz de ojos Clinique—. Veamos, la Prueba A es la envoltura de unos chicles Fruit Stripe. La prueba B es una colilla de cigarrillo. Tenemos una figurilla de plástico de Garfield, el gato, sin usar, como Prueba C. Apuesto por el gato, Camille. Tal vez aclare este caso.

—¿El juguete es de casa de los Donovan?

—Sí.

Hizo un gesto de desilusión.

—Ese chico Donovan es un malcriado. Nunca había visto en mi vida tantos juguetes. ¿Y ese castillo con el tope verde y una rampa para deslizarse? ¿Llegaste a verlo?

—Un monstruito. —Yo me había tropezado con uno de sus juegos—. Una basura de chico.

Se rió.

—Cuando era chico tuve un camión. Un camión rojo. Eso fue todo.

—Los ricos se hacen más ricos, Cam.

—No es verdad.

Volvió a subirse a la escalera y continuó cortando el seto. Empezó el zumbido mientras yo revisaba las trece bolsitas que había coleccionado. Cada una contenía una aparente basura de jardín. Reanudé mi búsqueda del tesoro caminando por el lado del seto al fondo de la propiedad de la señora Mateer, los ojos puestos en el terreno. Al final del seto había hojas secas, sucias y marrones y un montoncito de valioso estiércol canino.

El sonido de la podadora se hacía más lejano. Tardé cinco minutos en llegar al límite de la propiedad, donde el seto era contiguo al terreno igualmente extenso del vecino de la señora Mateer. Final del camino. Tal vez estaba perdiendo mi tiempo. Y el del pobre Cam, que sudaba la gota gorda con un solo brazo. Me podía llevar un terrible disgusto.

Pensé en llamar a Price, el motociclista, una vez más, pero ya le había dejado tres mensajes en su contestador. Llevaba un teléfono portátil en el bolsillo por si me devolvía la llamada. Si no lo hacía, entonces yo le haría una visita inesperada una vez terminada la tarea de las pruebas.

Me di media vuelta y contemplé el cottage a distancia. Estaba rodeado de letreros amarillos de la policía, precintado pero sin guardia. Aun así, yo debía tener cuidado en mi espionaje, por los vecinos y por los curiosos que detenían sus Land Rovers para echar un vistazo a la casa en la que habían degollado a una mujer.

Regresé al lado de Cam con la nariz pegada al terreno como una perra de caza con título de abogada y con un rastrillo azul y esmaltado de marca Ames en la mano. Lawns R Us no sólo era el fraude más de moda de Main Line, sino el mejor equipado. Evité pensar qué haría más tarde con este estúpido equipo y me concentré en rastrillar los bordes del seto; hacía montoncitos que empujaba en dirección al cottage.

Miraba todo mientras rastrillaba y embolsaba la basura que iba encontrando. Una hora más tarde, Cam había llegado casi al borde del seto que daba a la entrada de coches de la casa de Mateer y yo tenía la camisa empapada de sudor. En el jardín, delante de mí, ya había distintos montones de seto recién podado. Había encontrado dos envolturas más de chicles, ambas Doublemint, y otra colilla. Se trataba de un jardín lleno de suciedades o el asesino era una persona con una importante fijación bucal.

Hora de tomar fotos. Miré en derredor para asegurarme de que no había nadie observándome, pero todos se habían ido a comprar más cosas que no necesitaban. Saqué varias fotos de la casa de Mateer vista desde el cottage. Disparaba la cámara como un frenético agente inmobiliario. Cuando miraba por el visor de la Canon, vi a Cam que me hacía señas con el brazo.

Qué tipo. Le saqué la foto que me estaba pidiendo y volví a enfocar intentando conseguir una mejor vista de la casa de Mateer. Cam seguía moviendo el brazo. Era una buena foto, pero pensé que no convencería al jurado. Tomé otra foto de la casa de Mateer demostrando que los árboles obstruían en parte la visión desde la ventana de la cocina.

—¡June! ¡June! —oí que me llamaba Cam. Era el alias que habíamos convenido para mí ya que, después de todo, era el mes de junio. Además me gustaba como sonaba—.¡June!

Volví a mirarlo con la cámara. Cam agitaba el brazo, pero había algo extraño en el movimiento. Como sacudidas. O había encontrado algo o tenía un ataque de dispepsia. Miré a través de los lentes y puse el zoom en marcha para poder verle el rostro. Lo tenía lleno de suciedad y con expresión de ansiedad. Señalaba, excitado, algo a sus pies.

Ay, ay, ay. Me apresuré a ir lo más rápido posible con la cámara bailoteando alrededor de mi cuello. Cam estaba al lado del camino asfaltado de la señora Mateer, donde el seto alcanzaba el estuco blanco de la casa.

—Rita, mira —dijo en voz baja.

Miré. En medio de restos de seto, una pelota de tenis verde, empapada, y una saludable begonia rosada, había un cuchillo.

Cerré y abrí los ojos y aún estaba allí. Yo había usado unos cuantos cuchillos en la carnicería de mi padre, pero no sabía de qué clase de cuchillo se trataba. Tenía una empuñadura marrón oscuro y la hoja, de un bronce deslustrado, estaba llena de manchas pardas. Las manchas podían ser de cualquier tipo de suciedad, pero me pareció que lo más posible era que se tratase de sangre. No pude creer lo que veían mis ojos. Cam, tampoco. Allí estábamos, contemplando el cuchillo como dos niños que hubiesen encontrado una serpiente en el patio de su casa. Demasiado asustados para tocar, pero demasiado fascinados para alejarse.

—Vaya sorpresa, Camille —dije.

—Hoy estoy de suerte, nena. Quizá tendría que haber ido a las carreras.

—Entonces te hubieras perdido jugar al joven detective.

—Querrás decir al detective veterano. —Sonrió y los dos miramos el cuchillo—. ¿Qué hacemos?

Una pregunta oportuna. ¿Debía guardarlo en una bolsa? ¿Tenía que llamar a la policía? ¿Se puede recoger un cuchillo con mis pinzas para las pestañas?

—No lo sé. Puedo manipular un juguete, ¿pero esto?

—No podemos llevarlo, ¿o sí?

Hmmm.

—Déjame pensarlo. —En el ínterin, cogí la cámara y lo fotografié desde todos los ángulos posibles. De cerca, de lejos, gasté todo un carrete nada más que en el cuchillo. Y cuanto más lo miraba a través del visor blanco de la cámara, más convencida estaba que Cam había encontrado lo que ni siquiera me había arriesgado a imaginar que encontraríamos. El cuchillo que mató a Patricia Sullivan.

Pero necesitaba saber algo más sobre este cuchillo para poder sacar alguna conclusión sobre su propietario.

Y resultó que yo conocía bastante bien a un experto en cuchillos.