20

Tobin había elegido un restaurante con terraza en Main Street en el pueblo de Manayunk; estaba junto al río Schuylkill, en las afueras de la ciudad. Hace veinte años, Main Street era una calle arenosa llena de tiendas de calzado y textiles al por mayor que servía como telón de fondo a una colina salpicada de casas adosadas de ladrillo. Pero Manayunk, como todos nosotros, se modernizó en los años noventa, atrayendo a sus colinas una carrera anual de ciclismo, restaurantes como éste e incontables tiendas de lujo que vendían ropa negra. Ahora había Mercedes de doce cilindros aparcados en la calle y tipos con coletas vestidos como Tobin.

—Me encanta este sitio —dijo mientras arrojaba ketchup sobre una hamburguesa de diez dólares y un montón de patatas fritas—. Tengo un apartamento de estudiante al fondo de la calle, encima de la tienda de diseño interior.

—Ya no tenemos edad para esos apartamentos.

—Habla en tu nombre, maestra. —Mordió la hamburguesa con deleite y no pareció importarle estar exhibiéndose. Más de una mujer echó una mirada al pasar a su impecable traje de Armani—. Es una bonita investigación criminal la que estás llevando a cabo.

—¿La apruebas? No sabes lo que significa para mí.

—Lo sabía. ¿Cuál es el próximo paso?

—Mañana iré a tiendas de motos con Herman. Trataremos de averiguar quién compró esa BMW azul. —Pinché una ensalada verde seguramente cosechada en el arcén de la I —95. Tendría que haber preguntado qué era una ensalada Mesclum antes de pedirla.

—¿Vas en sábado con un carnicero kosher?

—No es tan kosher.

—Tampoco lo soy yo. Veamos, tienes a Herman, el carnicero; tienes a Cam con un solo brazo y tienes a tu pequeño tío Sal. Es el Dream Team.

—Cuidado con lo que dices, guapo. Estás hablando de mi familia.

—Una familia interesante.

—Yo soy quien debe calificarla, no tú.

Pescó una patata frita.

—No te enfades. No estoy criticando. Es un caso importante y acaba de empezar. Debes reunir a todo tu equipo; conseguir toda la ayuda que puedas.

—Lo hago.

—Salvo conmigo.

Lo consideré.

—Estoy aquí, ¿no?

—No te invité a cenar para ayudarte. Te invité a cenar para averiguar si te vas a casar con ese chico tan rico.

—¿Quién?

—Esa rebanada de pan blanco que trajiste a la fiesta de Navidad. Oí decir que vivías con él.

No puedo decir que me sorprendiera, dada su reputación, pero aún no estaba preparada para eso antes de la crème brúlée.

—Explícame qué tiene que ver esto contigo.

—Soy tu socio.

—Junto con otras treinta y tantas personas.

—Que hablan a tus espaldas. ¿Se va a casar con el hijo del juez? No piensan que puedas hacer algo mejor. Yo, sí.

Colegí por su sonrisa socarrona que bromeaba.

—¿Tú me defiendes de ese chismorreo malicioso?

—Constantemente.

—Pues no tienes cara de defensor del honor femenino.

Pescó otra patata frita.

—¿Y qué?

—¿Y qué qué?

—No estás comprometida. Tendrías el anillo.

Sentí un retortijón.

—Sin compromiso.

—No sólo no estás comprometida, sino que te has peleado con él.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque no le hiciste caso en la audiencia previa y se pasó todo el tiempo tratando de llamar tu atención.

No me había percatado de ello.

—No fue así.

—Además he oído decir que habíais estado siempre juntos. —Se chupó un poco de ketchup de un dedo—. Por tanto, yo pienso que el chico rico no se casará contigo o tú no te casarás con él. Y como me resulta imposible creer que un hombre se niegue a casarse contigo, hay una sola cosa que me gustaría saber.

Virgen santa.

—Mi color favorito es el rojo, pero no te diré mi edad ni cuánto peso.

Me miró directamente a los ojos.

—¿Qué estás escondiendo?

—Tienes razón. Es una tontería de mi parte. Incluso sexista. Tengo treinta y dos años. —Más o menos.

—¿Evitas comprometerte como todas las demás?

—Pues bien, te lo diré. Peso ciento veinte kilos. —O los pesaría, de proponérmelo.

—¿Acaso no le quieres lo suficiente?

Ay, quizás, sí.

—No recibes el mensaje, Tobin. No es asunto tuyo.

—¿No querrías contármelo de cualquier modo?

—¿Por qué habría de hacerlo?

—Porque pese a mi aspecto o a cómo me comporto con mis supuestos socios o de toda la mierda que hayas oído de mí, soy un tipo bastante decente. Y me gustas mucho.

Evité su mirada oscura y miré cómo titilaba la vela en el candelabro de cristal. Sus palabras me causaban cierto efecto; mi ego femenino debía de arder más de lo que yo me pensaba.

—No quiero seguir con esta conversación.

—Pero la estás teniendo.

—No, no la tengo. —Desvié la mirada pero la gente pasaba tan cerca de la mesa que podía identificar la ambrosía de mi ensalada—. Dejémoslo así, ¿de acuerdo?

—¿Me lo dices en una cena tan formal como ésta?

—Exactamente.

—¿Colegas profesionales? ¿Ni siquiera amigos? Como en la escuela, ¿no estamos juntos en un club de ajedrez o en alguna mierda por el estilo?

—Lo has entendido.

—Qué alegría. —Terminó su cerveza directamente de la botella verde y buscó con la mirada a la camarera—. Necesito otra cerveza.

—Ya te has bebido tres. Espero que no vuelvas a casa conduciendo esta noche.

—Son Clausthaler, mamá.

—¿Y eso qué es?

—Cerveza sin alcohol. No alcohólica, como yo. No siempre fue así.

No lo hubiera sospechado.

—¿De verdad?

—De verdad. —Dejó de buscar a la camarera y me miró. De repente pareció cansado, lo que le hizo un poco más humano, débil—. Pues entonces, ¿cuál es la situación de la investigación hasta el momento?

—Tengo algunas sospechas, pero más interrogantes que todo lo demás. No hay nada verdaderamente lógico.

—El asesinato nunca es lógico. Es emocional.

—Pero puedes usar la lógica para resolverlo.

—No, no puedes. Para pensar como un asesino tienes que pensar emocionalmente. El asesinato es reactivo; es una reacción emocional ante algo. Tienes que imaginarte qué fue lo que lo provocó.

Recordé a Paul y su fe en el razonamiento deductivo.

—¿Cómo lo sabes, Tobin? Los tipos que defendiste eran de baja estofa. Cometieron los asesinatos drogados o borrachos, ¿no es así?

—No seas tan esnob. La gente inteligente también asesina. También lo hace la gente blanca.

—¿Acaso he dicho que no?

—El asesinato es una reacción irracional ante unas circunstancias determinadas. Se puede planear, premeditar o suceder en un instante, pero es emocional. Y las emociones son más fuertes cuando se trata de una relación amorosa. Chico conoce chica y chico mata a la chica cuando ésta empieza a devanear por ahí.

Volví a pensar en Paul, esta vez con un estremecimiento, y reconsideré lo que estaba haciendo allí. Si Tobin me iba a ayudar y parecía poder hacerlo, entonces tendría que confiar en él. Algo en mí se rebelaba a hacerlo, pero otra parte quería correr el riesgo. Entonces, respiré hondo y le conté toda la historia sobre la aventura de Fiske con Patricia y, debido a que escuchaba con tanta atención, también la de Paul y Patricia. Se la conté con la mayor calma posible y cuando terminé, cogí la copa de vino con una mano que temblaba sólo ligeramente.

—Por todos los santos —dijo Tobin.

—Lo has entendido. Por tanto, supongo que lo que tengo es Kate, Paul y quizá Fiske con motivos para la carnicería y sin coartadas creíbles. Luego tengo que cazar al motociclista, el otro amante en cuestión y ninguna arma homicida.

—Ésa es una manera de ver las cosas. Si eres ciega. Voluntariamente.

—Y eso, ¿qué significa?

—Significa que tienes a un sospechoso principal al que no quieres investigar. El chico rico.

No.

—¿Paul?

—Vamos, Rita, mira los hechos. Liquidar a esa chica resuelve todos sus problemas. La silencia, el juicio de acoso desaparece y él se libra del asunto.

—¿Por qué motivo habría querido Paul que desapareciese la querella?

—Porque podía ponerle al descubierto. Anunciar a todo el mundo que se follaba a la amante de su papá. ¿Cómo caería eso en las altas esferas a que pertenece? Tiene su propia carrera, ¿no? Una reputación que defender.

—Pero ¿por qué matarla?

—Le devuelve el favor de engañarlo. De destruirle la vida. Mira, te perdió a ti, ¿verdad?

Es verdad.

—Aun así, Paul está muy ligado a su padre. No iba a hacer un montaje para que lo acusaran de asesinato.

—¿Ni cuando su papá se follaba a su amiguita y ponía los cuernos a su mamita? Además, puede pensar que tú podrás salvar a su papá de los grilletes. Despierta y huele un poco la realidad.

No me lo podía creer.

—Tobin, yo vi lo que le hicieron a esa mujer. Paul es incapaz de algo así. Es imposible.

—Casi todos son capaces de hacerlo en ciertas circunstancias. ¿Dónde estaba el chico rico ese día?

—Haciendo recados.

—A mí no me parece nada claro —dijo abruptamente; luego observó el tráfico.

Se había ido el sol y la multitud se había dispersado. Los paseantes habían sido reemplazados por parejas con vasos de papel con agua fría mirando las tiendas arriba y abajo de Main Street. Manayunk, al estar a orillas de un río y tener su propio canal, era razonablemente fresco de noche. La llama de la vela sobre la mesa bailoteó en su candelabro de cristal.

Tobin se dio la vuelta y me miró a los ojos.

—Me temo que estás metida en un buen lío, guapa.

—¿Por qué? Aún faltan meses para el juicio.

—No me preocupa el juicio; lo tienes bien cubierto. Si pruebas lo que me contaste sobre el Jaguar y presentas el interrogante del motociclista, consigues dudas razonables. Yo podría ganar este caso. Es probable que tú también.

—No tomo en consideración tu arrogancia.

—Todas lo hacen.

—Quiero encontrar al motociclista e interrogarlo.

—No, no te conviene encontrarlo. Déjalo dondequiera que esté. Utilízalo como el gran interrogante en el juicio para alimentar el asunto de la duda razonable. ¿Un negro en motocicleta y desaparecido? Te es más útil perdido que encontrado, en especial con un jurado blanco de Main Line. Es un regalo. Felices fiestas.

—Pero ¿y si él fue el asesino?

—No es tu problema. Eres la abogada defensora del juez. Salva al juez.

Ya está bien de tanta justicia.

—Escucha, Rita, el mayor problema es que intentas dar con el asesino y estás demasiado implicada personalmente.

—Puedo manejarlo.

Se apoyó sobre los codos y los gemelos dorados brillaron como medias lunas salidas de sus mangas.

—No me refiero a si puedes controlarlo. Estoy hablando de si corres peligro.

—¿De qué?

—Supongamos que el chico rico armó el tinglado para acusar a su padre sabiendo que su novia abogada estaría a cargo de la defensa. Sabe que la novia tiene el talento suficiente para probar la inocencia de su papá y que está demasiado enamorada de él como para sospechar. Lo consigue todo y se salva del crimen. Ese tío es un genio.

Sentí palpitaciones en el corazón.

—¿Y el Jaguar? ¿La cuestión del volante?

—Tal vez consigue el coche para una prueba de conducción, tal como tú piensas. Quizá se lleva prestado el coche de mamá cuando ella está allí jodiendo con las rosas. Se olvida del volante a la derecha, pero sólo es un detalle. Lo único que quiere es vengarse de la chica. ¿Acaso no insistió en que te contratasen para el caso de acoso?

Paul había presionado a Fiske para que me contratara.

—Apuesto a que estaba interesado de verdad en el caso.

Casi había salvado nuestra relación.

—Quiso también que continuaras con el caso de homicidio, ¿verdad?

Verdad.

—Y sabía cuando aceptase el caso de acoso que lucharías contra su amante. ¡Qué miserable!

—Vete a la mierda. —Me levanté para irme.

Tobin se rió.

—Oh, sí, ya veo, puedes controlarlo, pero no quieres discutirlo.

Volví a sentarme en la incómoda silla y crucé los brazos.

—Pues bien, discutamos.

—Creo que el chico rico te ha engañado. Y creo que si llegas a descubrir que ha sido él, te matará a ti también.

Parecía imposible. ¿Que Paul me hiciese daño?

—De modo que pienso mantenerme cerca por un tiempo.

—¿Qué quiere decir eso de mantenerse cerca?

—Ser tu socio, pasar a ver cómo están las cosas de tanto en tanto. El club de ajedrez es así. ¿No te alegra que seamos miembros?

Me sentí incómoda. Lo más probable es que Paul estuviera tomando la fresca en el porche de casa. ¿Cuál sería su próximo paso?

—¿Juegas al ajedrez, Tobin?

Sonrió y las arrugas se le hicieron más profundas.

—¿Bromeas? Soy un desastre. No puedo pensar dos jugadas por adelantado.

—¿Juegas a las cartas?

—No, no soy jugador.

—Salvo con las mujeres.

—Te equivocas. No juego a nada.

—Muy bien.

—Es la verdad. Siempre que juego no se trata de una partida —dijo, y esta vez no sonreía—. Y ahora pidamos un par de helados.

Después de los postres, Tobin me acompañó hasta un estacionamiento al lado del canal. Cuando entré en el coche, me dio una palmadita cariñosa en la espalda. En el corto trayecto a casa, pensé en lo que había dicho tratando de profundizar. Sólo podía parecer posible si no se conocía a Paul. Siempre había sido pacífico, intelectual y rara vez perdía los estribos. Pero yo nunca le había dado motivos para estar celoso. Hasta esta noche.

Cuando llegué, el Cherokee me estaba esperando.