Capítulo 16

MIENTRAS el caballo echaba a andar por un camino que se adentraba en el bosque, Abrielle volvió la vista y vio a Cedric arrastrar la cama de Nedda por un sendero distinto cercano a la casa y desaparecer. En aquel momento deseó haber podido quedarse con ellos; en vez de eso, estaba compartiendo una silla de montar demasiado pequeña con Raven Seabern. Sentada a horcajadas, se sentía indecentemente cerca de él. Para evitar el contacto en lo posible, intentó no agarrarse a él, pero se vio botando de un lado a otro por el movimiento del caballo, además de lo incómodo de estar los dos juntos en una misma montura.

Raven miró por encima de su hombro.

—Si no os agarráis, acabaréis con el trasero en el suelo.

Abrielle apretó los dientes y se aferró a los pliegues de la capa de Raven.

—Eso está mejor, milady.

El tono jocoso de Raven siguió resonando en la- cabeza de Abrielle, que no soportaba ser su fuente de diversión. Necesitaba distraerse de aquella extraña tensión.

—¿Cómo nos habéis encontrado tan pronto?

—Un siervo llamado Siward puso sobre aviso a sir Vachel después de ver cómo cargaban un carro con colchas y cojines junto a la entrada posterior del castillo. Se quedó observando para averiguar qué metían en él, pensando que quizá Mordea os estaba robando de nuevo. Y entonces vio salir a vuestra sirvienta, antes de que la ataran y la lanzaran al carro, el siervo sospecho lo que podría haber en la colcha que habían cargado antes, y le contó a sir Vachel lo que acababa de ver.

—Le expresaré personalmente mi gratitud y le daré una recompensa apropiada por dar la voz de alarma—afirmó Abrielle—. Nedda y yo temíamos que nadie advirtiera nuestra ausencia hasta la mañana siguiente.

—Siward afirmó que vos salvasteis probablemente la vida de su hijo al proporcionar mejores vituallas para los niños. El pequeño apenas tenía posibilidades de sobrevivir, pero cuando empezasteis a mandar comida a los siervos, pudo alimentarse. Siward dijo qui aunque los villanos lo mataran no podía guardar silencio ante la posibilidad de que os hubieran apresado.

—Pero ¿dónde están mi padrastro y sus caballeros? —inquirió Abrielle.

—Después de que Siward hablara con él, sir Vachel encontró rastros de sangre en el suelo a la salida de vuestros aposentos y en su interior. Entonces envió a varios jinetes a hablar con los caballeros que vivían más cerca para que acudieran a toda prisa al castillo Como previmos que tardarían bastante en llegar, mi padre y yo decidimos ponernos en camino para seguir el rastro de los bellacos v señalárselo a sir Vachel, algo que hicisteis muy bien con los retazos que fuisteis dejando por el camino; eso nos dio esperanzas de encontraros con vida.

—Me alegro —dijo Abrielle en voz baja, tratando de pensar en la seguridad de Nedda y no en la ancha espalda y los cálidos muslos de Raven.

—¿Y cómo habéis conseguido someter a tres hombres fornidos? Tenéis que haber contado con alguna ayuda…

—Solo Nedda y yo y nuestras inteligentes mentes —respondió Abrielle con un leve dejo de sarcasmo.

Raven volvió la cabeza para mirarla con sus intensos ojos azules.

—Nunca he dicho que no fuerais inteligente.

Abrielle frunció el ceño, estaba a punto de decir que solo parecía interesado en tener una esposa hermosa y adinerada, cuando recordó que estaba llevándola a casa sana y salva y dio gracias a Dios. En vez de eso le contó cómo habían logrado derrotar a sus captores.

—Estoy impresionado —dijo Raven tras escuchar el relato—. Sin duda nos habéis hecho las cosas más fáciles, pues pensábamos, pobres de nosotros, que tendríamos que enfrentarnos al peligro para rescataros.

Abrielle no pudo reprimir la pequeña sonrisa que dibujaron las comisuras de sus labios. Durante un rato cabalgaron en silencio a través del bosque que ocultaba la puesta de sol a medida que comenzaba a notarse el frío procedente de la tierra. De repente, reparó en el camino que habían tomado.

—No estamos haciendo el mismo trayecto que siguieron nuestros captores.

—No —contestó Raven—. En caso de que quien los haya contratado…

Abrielle no pudo evitar interrumpirle, ansiosa por saber quién habría hecho semejante atrocidad a ella, a Nedda y a su familia.

—¿Thurstan? —preguntó.

Raven se tomó un momento para responder.

—Quizá. Si decide tomar el mismo camino que sus esbirros, vale más que vos y yo vayamos por una ruta alternativa.

Abrielle asintió con la cabeza, estaba de acuerdo, y vio que el mero hecho de cerrar los ojos le hacía dar un respingo, como si se hubiera caído del caballo. Y, de repente, oyó la voz de Raven susurrándole al oído.

—No habéis dormido mucho —le dijo—. Y no es de extrañar, dadas las circunstancias. —Su voz se volvió aún más susurrante—. Aprovechad para dormir ahora.

—¿Y cómo voy a hacerlo? —replicó Abrielle con un leve resoplido.

—No os dejaré caer, milady. Apoyaos en mi espalda y dormid. —La idea era de lo más tentadora; el balanceo del caballo la arrullaba, y aunque se resistió, al final su cuerpo se relajó, se apoyó en la espalda de él y sus brazos se deslizaron por su cintura. ¿Qué tendría de malo confiar en él por una vez? La corpulencia y el calor de su acompañante le daban tranquilidad.

Raven le puso una mano en el antebrazo.

—¿Veis? Os mantendré erguida.

Abrielle cerró los ojos por última vez y se quedó dormida.

Raven sabía que no tendría aquel problema aunque no hubiera dormido la noche anterior en su afán de encontrarla. ¿Cómo iba a entrarle sueño cuando tenía a Abrielle descansando sobre su espalda y el roce de sus suaves pechos alentaba la agonía de su pasión negada? Se hallaba entre sus muslos, donde deseaba estar… aunque los prefiriera desnudos y en la cama, pensó con sarcasmo.

Varias horas después de que se pusiera el sol comenzó a llover, lo que despertó a Abrielle y ralentizó la marcha del viaje al ocultarse la luna. Aunque Raven la acurrucó bajo su capa, ambos estaban cada vez más mojados. La notó tiritar de frío y finalmente desestimó la idea de continuar. Encontró una arboleda bajo la qui guarecerse y encendió una pequeña hoguera para que ambos se calentaran. Abrielle tenía poco que decirle y guardó una distancia prudencial, aunque compartió agradecida su ración de queso y pan El recelo que mostraba hacia él le resultaba aún más hiriente después de haber vivido la agradable experiencia de cabalgar con la cabeza de ella apoyada en su hombro y su cuerpo pegado al de él. Al ver que la lluvia amainaba, Raven extendió una manta seca junto al fuego y le pidió que durmiera.

Mientras mantenía el fuego vivo, veló su sueño; se preguntaba cuánto tardaría en vencer la desconfianza que le inspiraba. Si veía que nunca se ganaría su confianza, algo que rogaba a Dios que no fuera así después de pasarse el día apagando la ansiosa reacción de su cuerpo al contacto del de ella, la convencería de que no tenía nada que temer, que se arrancaría los brazos y se encadenaría a las puertas del infierno antes de causarle ningún daño. El mero placer de contemplarla dormir se ensombrecía al ver cómo tiritaba, a veces con tanta violencia que habría jurado oír sus dientes castañetear.

Llegó un momento en que no soportó verla sufrir de aquella manera. No tenía más mantas, y no permitiría que se expusiera a caer enferma en su estado de debilitamiento. Antes de pensárselo dos veces, levantó con cuidado la manta, se metió debajo, pecho a la espalda de ella y la rodeó con sus muslos para darle calor. Solo sería un rato, pensó para sus adentros. Hasta lograr traspasarle el calor de su cuerpo para que cayera en el sueño profundo que necesitaba. Si todo iba bien, podría apartarse de ella antes de que abriera los ojos por la mañana y ni siquiera se enteraría. No se permitiría pensar en el deseo que le invadía, en el roce de los pechos de ella contra sus brazos o en el tacto de sus delicadas manos que se aferraban con fuerza a él. Lo último que quería era darle más motivos para sospechar de él. Aquella noche su única pretensión era velar por su comodidad. Ya habría otros días para pedirle la mano. Con un suspiro de gratitud, Abrielle se sumió más aún en el sueño, y Raven hizo lo propio.

 

 

 

Abrielle se despertó sobresaltada, preguntándose qué la habría sacado del delicioso calor que notaba en la espalda. De repente, pestañeó confusa al ver a varias docenas de hombres a caballo agrupados frente a ella. Lo primero que pensó fue que los hombres de Thurstan les habían seguido la pista y los tenían rodeados. Raven. Se incorporó y se apoyó en el codo para ver dónde estaba.

Cuando su mirada se posó en el jinete que encabezaba la comitiva y vio a su padrastro, sintió que le invadía una ráfaga de alivio. Abrielle se echó hacia delante, dio gracias a Dios en el silencio de sus oraciones, y entonces se dio cuenta de que Vachel no sonreía. Algo se movió detrás de ella y fue entonces cuando cayó en la cuenta de que lo que la había despertado no era un ruido de cascos como había supuesto, sino el repentino movimiento de Raven Seabern, que, por motivos que en aquellos momentos escapaban a su comprensión, estaba tumbado a su espalda. Sí, había pasado la noche tola con el escocés porque él la había rescatado. Pero ¿qué hacía él durmiendo tan cerca de ella y rodeándola con sus brazos? Ella no le había dado permiso para que obrara de aquel modo, ni él tampoco lo había buscado, pero era evidente que…

Un escalofrío de comprensión y terror le encogió el pecho. Se puso en pie tensa, sin tener en cuenta la mano tendida de Raven ni la ayuda que le ofrecía… ya era tarde para ello, demasiado tarde.

Pero ¿por qué habría permitido que aquel hombre la protegiera?

Notó que Vachel la observaba con una mirada sombría y vio cuchichear a varios de los caballeros que había a su espalda. Todos ellos le eran leales y no osarían sonreír descaradamente ante aquella imagen de su hijastra, pero para Abrielle sus silenciosas y mise rabies sospechas tenían el mismo efecto.

¿Y que podía esperar si no? A fin de cuentas, la habían encontrado en brazos de Raven, acurrucados bajo una misma manta como si, como si… Empezó a hacerse una idea de cómo podría haber ocurrido aquello. Con sus pensamientos hechos un amasijo de confusión, traición y tristeza, Abrielle se volvió hacia Raven, qui mirándola fijamente le dijo con franqueza:

—Temblabais de frío mientras dormíais, milady. No podía dejar que cogierais una pulmonía.

Su padrastro pasó la mirada del uno al otro.

—¿Qué ha sido de Cedric y Nedda? —inquirió.

—Mi padre se ha quedado en el lugar para averiguar la identidad del hombre que ha pagado a los villanos para secuestrar a lady Abrielle —respondió Raven—. Nedda está herida; se ha quedado con él para que yo pudiera poner a salvo a lady Abrielle llevándola de vuelta al castillo lo antes posible. —Sus palabras sonaron huecas, pues era evidente que la muchacha no estaba precisamente a salvo—. Cuando mi padre y yo llegamos al lugar donde las retenían, lady Abrielle y su sirvienta ya se habían encargado de dejar inconscientes a sus tres captores.

Aunque los labios de Vachel esbozaron un gesto divertido, se enderezó en la silla y dijo con frialdad:

—¿Y a quién se le ha ocurrido la idea de que lord Scabern quedara atrás, dejando a mi hijastra sin acompañante?

—A Cedric —musitó Abrielle, sorprendida.

Tenía a Raven tan cerca que notó que se ponía tenso y percibió su tono de afrenta cuando explicó:

—Mi padre sabía que necesitaríais conocer la identidad del hombre que había amenazado a Abrielle.

—Aun así, fue idea suya dejaros a los dos solos— señaló Vachel.

En medio del silencio se oyó murmurar a alguien:

—Esto es cosa de los escoceses.

Abrielle deseó estar en cualquier otra parte menos en aquel bosque sombrío al alba. Pero su mirada se vio atraída hacia Raven y vio su ira y su orgullo resentido.

—¿Acaso osa alguien hablar mal de mi padre en mi presencia? —inquirió.

Se oyeron murmullos de inquietud entre los caballeros, pero nadie se pronunció.

A Abrielle le pareció interesante que Raven se enfadara más por el hecho de que acusaran a su padre que a él. Le constaba que padre e hijo estaban muy unidos. ¿Podía ser que hubieran planeado ellos dos toda aquella aventura?, se preguntó con amargura. Sin duda habría quien se apresuraría a sospechar que los escoceses habían contratado a aquellos rufianes. Abrielle consideró la idea por un momento y la desechó; tenían desasido honor para cometer un acto tan ruin. Lo que no descartaba con tanta rapidez era la posibilidad de que se hubieran aprovechado deliberadamente de la situación con la que se habían encontrado. Se había sentido tan abrumada por los acontecimientos que no se le había ocurrido pensar cómo verían los demás el rescate de Raven. Quizá en el fondo el enfado del escocés se debiera al hecho de que descubrieran su participación en la estratagema. Pensar tal cosa la angustiaba, y no quería imaginar siquiera el futuro tan incierto que le esperaba.

—Ven, Abrielle —dijo Vachel con seriedad—. Este no es el lugar apropiado para mantener una conversación de tanta trascendencia. Además, tu madre necesita saber que estás bien. Ya hablaremos más tarde.

Una conversación de tanta trascendencia. Aquellas inquietantes palabras resonaron en su mente. No era para menos, pues ¿qué podría tener mayor trascendencia que el resto de su vida y la elección de la persona con la que la compartiría? ¿Sería aún aquella una decisión que le correspondería tomar a ella? ¿O acaso el destino y Raven Scabern se habían confabulado para sumirla finalmente en una confusión de la que no veía la forma de salir?

Vachel dirigió con diligencia a sus hombres, envió a media docena de caballeros con Raven para ayudar a Cedric y Nedda. Luego se agacho hacia su hijastra.

Abrielle agradecida, dejó que su padrastro le ayudara a montar detrás de él, y se abstuvo de mirar a Raven mientras el escuadrón de caballeros se alejaba, dejándolo atrás.

 

 

 

El sol había pasado su punto más alto hacía un par de horas cuan do los siervos que trabajaban cerca del puente levadizo divisaron un séquito de jinetes que se acercaban al castillo. Reconocieron 1 I estandarte de Vachel de inmediato, y como el pelo largo y rojizo que ondeaba tras la dama que iba montada detrás de él era del mismo color que el de su señora, los sirvientes atravesaron prestos el patio y el puente para verlos más de cerca. Tras estar seguros de que lady Abrielle iba sentada detrás de su padrastro, varios siervos corrieron en todas direcciones para difundir la buena nueva de una punta a la otra de la fortificación y explicaron a todo el mundo que la señora había vuelto sana y salva al castillo. La noticia hizo que Elspeth saliera volando de sus aposentos, deseosa de reunirse con su hija Sin aflojar en ningún momento el paso, llegó al patio casi sin resuello.

—¡Oh, gracias a Dios misericordioso que estáis sanos y salvo! —exclamó con un llanto de alivio mientras aguardaba ansiosa a que su esposo descabalgara.

Tras pasar su larga pierna por encima del cuello del corcel, Vachel se deslizó hasta el suelo y ayudó a Abrielle a desmontar.

Elspeth no hizo ningún esfuerzo por contener las abundantes lágrimas de gratitud que se deslizaban por sus mejillas mientras rodeaba a su hija con los brazos.

—¡Tenía tanto miedo de lo que pudieran hacerte esos bellacos! —dijo, llorando de alegría—. No saber si Vachel te encontraría viva, muerta, herida… me tenía fuera de mí. Desde que nos dijeron que te habían raptado ha pasado una eternidad. Mi mayor temor, claro, era que os hubieran matado, a ti y a Nedda. No hay duda de que tenemos una deuda de gratitud con los caballeros de Vachel por encontrarte donde quiera que os hayan llevado y traeros de vuelta.

—No hemos sufrido ningún daño, madre —dijo Abrielle echándose un poco hacia atrás pero sin romper el abrazo. Sabía que Vachel aguardaba sus palabras con gravedad, pero aquel no era el momento de reanudar la conversación que habían dejado pendiente. No quería pensar en otra cosa que no fuera en el alivio de volver a estar en casa, que en cierto modo era en lo que se había convertido aquel castillo para ella—. Os gustará saber que Nedda y yo golpeamos a los mentecatos que nos raptaron casi hasta dejarles la cabeza medio colgando.

Elspeth cogió la cara de Abrielle entre sus manos, miró con los ojos llenos de lágrimas el rostro de su única hija y depositó un beso maternal en su frente.

—No sabes el alivio que siento de tenerte aquí de vuelta, hija mía. No habría podido soportar tu pérdida si te hubieran encontrado muerta. ¿Quién lo hizo?

—No sabemos quién contrató a esos desalmados. —Abrielle se imaginó mirando por última vez al escocés mientras este avanzaba al fondo del escuadrón—. Lord Cedric se quedó allí para averiguar la identidad del responsable, escondido junto a la buena de Nedda, que resultó herida por mi culpa.

—¡Válgame Dios! —exclamó Elspeth—. Una mujer tan bondadosa y leal… —dijo frunciendo el ceño con preocupación—. Cuando no teníamos riquezas, nada suponía una amenaza para tu vida, desde luego no lo eran los hombres que se disputaban tu mano. No creo que esta nueva amenaza desaparezca hasta que los responsables de tu secuestro sean apresados o castigados con la muerte.

Vachel pasó un brazo sobre los hombros de su esposa.

—Puede que el máximo responsable sea Thurstan de Marlé, o puede que no. Ya veremos; no podemos más que esperar.

Elspeth asintió con la cabeza y se volvió hacia su hija.

—¡Debes de estar helada, querida! Ven adentro a resguardarte del frío, ya hablaremos luego de esta cuestión.

Abrielle fue con su madre, se bañó y se puso ropa seca y limpia, pero seguía sintiendo el desasosiego que llevaba atenazándola todo el día, y no quería dejar que los rumores se extendieran por el gran salón durante mucho más tiempo. Cuando acudió a cenar, vio que ya era demasiado tarde para poner freno a las habladurías, pues era evidente que todo el mundo sabía que había estado a solas con Raven. Vio rostros murmuradores y ojos muy abiertos que se pasaban entre ella y Raven, que estaba sentado solo. Abrielle hizo un gesto de disgusto, lamentaba que Cedric y Nedda no hubieran vuelto todavía, pero sabía que no había nada que hacer, pues los hombres de Vachel habían sido enviados en su ayuda.

Su madre la esperaba en la mesa presidencial; no se molestó en ocultar su preocupación.

—Abrielle, tu padrastro me ha informado de lo que ocurrió anoche y esta mañana —dijo en tono de reproche pero sin alzar la voz—. ¿Por qué no me has hablado de ese tiempo que estuviste a solas con Raven?

—No hay nada de que hablar, madre —replicó Abrielle dejan do escapar un suspiro—. Y si lo hubiera, no me gustaría contarlo aquí.

—Claro que hay mucho de que hablar—repuso Vachel con gravedad—. Hazte a la idea, querida. Ya se habla de ello, y demasiado. Los demás pretendientes no tardarán en enterarse.

Abrielle se puso erguida.

—No he hecho nada malo. Soy inocente.

—Lo sé —afirmó Vachel—, pero eso no disculpa lo que puedan creer los demás. Tu reputación ha resultado dañada, Abrielle, aun que todos deseemos que no sea así. Prepárate para la idea de que deberás casarte con el joven Raven.

Cuando escuchó aquellas palabras pronunciadas en voz .di i, Abrielle sintió que el corazón se le hacía añicos y que los ojos le escocían por las lágrimas que no podía derramar en público. Si hubieran estado solos, habría montado en cólera y habría gritado todas las excusas que le impedían casarse con aquel hombre. Pero tal vez Vachel había elegido deliberadamente aquel lugar para hacerle ese anuncio, pues sabía que ella solo podría protestar en voz baja y escuchar. Elspeth le puso una mano en el hombro con dulzura, pero Abrielle no estaba de humor para aceptar de buen grado el consuelo de su madre.

Quería elegir al que sería su marido, y ahora su padrastro le comunicaba que se le impondría otro hombre. Si bien no se trataba ciertamente de otro Desmond de Marlé, tras su rostro atractivo y sus finos modales se ocultaba un hombre que solo había mostrado su devoción cuando ella se había convertido en una mujer rica. Había flirteado con ella estando ya prometida, otro punto en su contra. Y además era escocés, todos sus vecinos lo miraban con malos ojos por los pecados que habían cometido sus compatriotas. Se preguntó si, en el caso de negarse a aceptarlo como marido, Raven desvelaría finalmente el secreto que compartían sobre la noche en que Desmond había muerto. Se sintió humillada y abatida. ¿Cómo era posible que se hallara en semejante situación? Acababa de librarse de las garras de un villano y se encontraba atrapada por otro.

No podía mirar a Raven; no quería preguntarse si vería el triunfo en sus ojos, un sentimiento que, aunque de momento ocultara, no dudaba que albergaba en su interior.

La llegada del resto de los caballeros de Vachel, junto con Cedric y Nedda, le ahorró tener que seguir hablando del tema. Lanzando un grito de alegría, Abrielle corrió hacia la camilla en la que transportaban a la sirvienta.

—Nedda, ¿cómo estás? —le preguntó con verdadera preocupación.

Pero la mujer tenía buen color y sonrió, aunque le habían salido arrugas de dolor alrededor de la boca.

—Bien, milady. Tal vez ni siquiera tenga la pierna rota.

Abrielle alzó la vista hacia Cedric y sintió una punzada de desilusión, pero no podía permitirse pensar en lo que se avecinaba. Cuando se llevaron a Nedda para que la viera un médico, todos los presentes se congregaron en torno a Cedric para escuchar su relato. El escocés explicó que un pequeño grupo de hombres a caballo se dieron cita en la casa después de buscar por todas partes a las mujeres y a los tres captores. Cedric se arrastró con cautela hasta la ventana para ver si reconocía a alguien. Tras esconderse detrás de una pila de leña cortada que con los años se había convertido en poco más que un montón de pasta, espió por una rendija que había entre los dos postigos con los que habían condenado una ventana. A pesar de sus esfuerzos, solo vio las sombras de los villanos, y eso cuando se ponían delante del farol que los iluminaba por detrás. Sin embargo, los había oído discutir y había reconocido dos délas voces: la de Thurstan y la de Mordea. Dos de los villanos se mostraron a favor de poner fin a esa búsqueda infructuosa y defendieron con ahínco su postura, pero Thurstan no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer. En vista de que su plan había fallado, tramaría otro para conseguir a Abrielle. Todos se marcharon juntos por el mismo camino por donde habían llegado.

Aunque entre la partida de los malhechores y la llegada de los caballeros de Vachel solo transcurrió una hora, un repentino aguacero borró toda prueba del rastro que Thurstan pudiera haber dejado. Varios hombres peinaron la zona en círculos cada vez más amplios en el intento de encontrar alguna señal que indicara la dirección que habían tomado los responsables del secuestro, pero sus esfuerzos resultaron inútiles tras aquel chaparrón.

—Tampoco podríamos haber hecho mucho contra Thurstan —dijo Vachel con un suspiro.

—¿Por qué lo dices? —inquirió Elspeth.

—Thurstan es un caballero acaudalado, querida —explicó Vachel con paciencia—. Y, aunque quiera una esposa rica, ha elegido una vía que muchos hombres han empleado antes que él. Poseer .1 la mujer para que esta se vea obligada a casarse con él.

Raven notó que todas las miradas se volvían hacia él, y el hecho de que lo equipararan con Thurstan consiguió que le hirviera la sangre, pues se consideraba un hombre de honor, pero sabía que poco podía hacer para rebatir las ideas de aquellos que lo rodeaban. Vio que su padre lo miraba con ojos extrañados y comprendió su curiosidad; tendría que explicárselo más tarde. De momento lo único que podía hacer era mirar a Abrielle, que lo veía con los mismos ojos que a hombres de la calaña de Thurstan y Colbert, hombres sin honor. Y sintió que la rabia o, mejor dicho, la ira se apoderaba de él.

—Y la única prueba que tenemos—dijo entonces uno de los caballeros— de que Thurstan sea el culpable procede de un escocés.

Muchas cabezas asintieron y se oyó un murmullo de voces. Raven cerró los puños, pero antes de que pudiera hablar en defensa de su padre, Vachel dijo:

—¡Basta! Lord Cedric es un hombre estimado en su país. Él y su hijo cuentan con el respeto de nuestro rey Enrique. No quiero oír ninguna otra afrenta contra un apreciado invitado en casa de mi hijastra. —Luego se acercó a Raven y añadió—: Tenemos que hablar en privado.

Raven lanzó una mirada a Abrielle y vio que lo observaba con verdadera preocupación. Por un momento su semblante expresó resentimiento, pero enseguida apartó la vista y no volvió a mirarlo. Raven siguió a Vachel a la sala privada de los hombres. Una vez que estuvieron solos, Vachel comenzó a caminar de un lado a otro, como si no supiera cómo empezar. Finalmente, dijo:

—Me habéis puesto en un grave dilema, Raven Seabern.

—No era mi intención —respondió Raven, con las manos en la espalda—. Solo quería ver a vuestra hija a salvo. Todo se confabuló para que me quedara a solas con ella.

—¿Y para que durmierais abrazado a ella? —dijo Vachel en tono adusto.

—Os doy mi palabra de que mi única intención era darle calor. No traté de tocarla con ningún otro propósito.

Vachel sabía que el escocés era un guerrero noble y orgulloso, un hombre digno de la confianza de reyes. Era peligroso poner en duda el honor de un hombre como él, y .decidió no hacerlo.

—Sabéis que tendréis que casaros con ella —dijo con calma.

Raven se plantó ante Vachel y asintió con la cabeza.

—Sabéis que lo haré. Protegeré a vuestra hija de Thurstan y sus secuaces. Ella será la única dueña de las propiedades y posesiones que le corresponden.

Vachel lo miró boquiabierto, no entendía los entresijos del hombre con el que Abrielle se desposaría en breve.

—¿No queréis nada para vos?

—Tened por seguro que nunca he necesitado ni codiciado nada délo que ella ha heredado —respondió Raven sin vacilar—. Si hubiera venido a mí en harapos, la habría querido igual. Si Abrielle diera su consentimiento, la llevaría conmigo a Escocia, donde estaría a salvo, pero no querría obligaros a soportar su ausencia hasta que pase el susto de su frustrado secuestro. En cuanto a sus riquezas, que haga con ellas lo que le plazca. Solo tengo una petición.

—¿Cuál es? —preguntó Vachel entrecerrando los ojos.

—Que no le habléis de nuestro acuerdo.

—¿No queréis que sepa que habéis rechazado su dote? —Vachel no podía estar más sorprendido; Raven Seabern era un enigma para él.

—No os pido que mintáis, pero si no surge el tema, no se lo digáis. Ella cree que la quiero por su riqueza en vez de por la mujer que es. Quiero que llegue a ver por sí misma la clase de hombre que soy y que confíe en mí.

Vachel respiró hondo y le tendió la mano.

—Me tranquilizáis, Raven. —Se estrecharon la mano—. No puedo garantizaros que Abrielle no os guardará rencor por este matrimonio durante mucho tiempo.

—Confío en que al final la conquistaré —afirmó Raven con firmeza.

—Si hay un hombre capaz de demostrarle su valía, ese sois vos. Tenéis mi bendición. Pero por lo que respecta a la bendición de su madre…

—Lady Elspeth será tan difícil de conquistar como su hija — dijo Raven con una sonrisa adusta—. Pero haré lo posible por conseguirlo.