Capítulo 17

DESPUÉS de la cena, Cedric se quedó sentado en el gran salón aguardando a que Raven volviera de la cámara de Vachel. Tras haberse enterado del dilema al que se enfrentaba su hijo, esperaba lo mejor, y dado que lo conocía bien, no dudaba de que sabría afrontar la situación con aplomo y determinación. Había oído los rumores que corrían por el castillo en boca de siervos y de caballeros, y había aprendido hacía mucho a dejar que los chismorreos le resbalaran por sus anchos hombros. Y se enorgullecía de saber que su hijo tenía una espalda fuerte para hacer lo propio.

Por fin apareció Raven con expresión resuelta, como Cedric preveía.

—¿Te gustaría dar un paseo por el patio conmigo, hijo? —le propuso poniéndole una mano en el hombro—. Hace una buena noche.

Raven asintió. Ya en el exterior, oyeron los sonidos lejanos de los soldados acomodándose en sus barracones, los relinchos de los caballos y los chirridos de los insectos. Era un instante apacible, pero Cedric sabía que Raven sentía todo menos paz y que su hijo hablaría en el momento y los términos que considerara oportunos.

Cuando finalmente lo hizo, Cedric notó un tono de orgullo y resolución en su voz.

—Al fin la he conseguido, pero no como yo lo había imaginado. Debo afirmar que ella y su honor han puesto en duda el nuestro, y aunque los rumores no son ciertos, he conseguido que llegue a ser mía oficialmente. Pero no tengo la menor duda de que logrará hacerla mía por completo, en cuerpo y alma. Juro que será mía de verdad.

 

 

 

Abrielle se había puesto el camisón para acostarse cuando oyó que llamaban a la puerta. Sorprendida, atravesó la antecámara preguntándose si su madre acudía a prestarle su apoyo una vez más. No quería mandarla de vuelta a su dormitorio, pero no había nada que Elspeth pudiera hacer, y hablar con ella solo serviría para removí i los sentimientos de rabia y rencor de Abrielle, lo que a su vez afectaría más aún a su madre.

—¿Quién es? —preguntó.

—Raven —le contestaron con brusquedad.

Ahora sí que tendría que contener sus sentimientos, pensó antes de cerrar los ojos y respirar hondo, tratando de reprimir una ráfaga de furia, duda y desesperación. Por mucho que no quisiera que su sufrimiento se sumara a la angustia de su madre, aún le atraía menos la idea de dar a Raven la satisfacción de verla así.

—Marchaos —le ordenó sin abrir la puerta.

—Necesito hablar con vos, milady —repuso él.

—No es lo más apropiado.

—Es demasiado tarde para preocuparse por lo que es apropiado y lo que no.

Presa del despecho, abrió la puerta de golpe con tal fuerza que esta golpeó contra la pared.

—Sí, así es, ¡y todo gracias a vos!

Raven asintió con aire de gravedad.

—Tenéis todo el derecho a estar enfadada. Y yo también.

—¡Oh! Estoy mucho más que enfadada —repuso, luego le cogió de la manga, lo metió en la habitación de un tirón y cerró la puerta detrás de él.

. Por un momento se limitaron a mirarse. Era como si ahora que divisaban un futuro muy diferente al que ambos habían imaginado, ninguno de los dos supiera qué decir. Finalmente Raven se puso derecho y se aclaró la voz.

—Esta noche he hablado con vuestro padrastro.

Abrielle cruzó los brazos sobre el pecho y lo fulminó con la mirada.

—Ya lo he visto.

—Seguro que sabéis de qué hemos hablado.

Abrielle no dijo nada; si creía que ella le allanaría el camino, se equivocaba de medio a medio. Raven tensó los músculos de la mandíbula, borrando todo rastro de suavidad de su apuesto rostro, y cuando habló el tono bajo de su voz distó mucho de resultar tranquilizador.

—Se ha decidido que… debemos casarnos.

Raven, consciente de lo orgullosa y valiente que era la mujer que tenía delante, se disponía a hincar la rodilla en el suelo para proponerle formalmente matrimonio cuando ella echó hacia atrás su reluciente cabellera y, apretando los dientes, dijo:

—Me casaré con vos, pero nunca tendréis mi respeto. Os dije que nunca me casaría con vos, y habéis hecho lo necesario para que no me quedara más opción.

—Y yo os digo que nunca he traicionado mi honor ni el de mi familia. —Su voz traslucía algo que Abrielle no había oído antes y, de repente, pese a la impetuosidad de los Harrington, supo que tenía que andarse con cuidado, pues era un hombre peligroso.

—Tendréis que aceptar ciertas condiciones —se limitó a decir Abrielle—. Debéis prometerme que se destinará un elevado porcentaje del dinero a mejorar la precaria situación de los siervos. Las casitas de piedra con chimenea y tejado de paja en las que viven algunos ponen de manifiesto que lord Weldon tenía la intención de proporcionarles lo mismo a todos. Por desgracia, se mató antes de que pudiera cumplir ese sueño. Tengo la esperanza de que esas casas puedan construirse en un futuro próximo.

—Dadlo por hecho. Sabéis que lamento muchísimo la difícil situación en la que se encuentran los siervos.

Abrielle escrutó su rostro en busca de una mentira visible.

—Sois de otro país. Mi matrimonio con vos me obligará a estar siempre entre vuestra gente y la mía.

—Abrielle —repuso Raven con un semblante más tierno—, vuestra madre es sajona, y su marido, normando. Vuestro rey normando está casado con la hermana de mi rey David.

Las palabras de Raven eran del todo razonables, pero Abrielle no estaba preparada para conversar con tanta calma y levantó las manos con gesto airado.

—¡Marchaos! ¡Dejadme tranquila!

Raven respetó que Abrielle tuviera su orgullo y abandonó su aposento. Ya en el pasillo vio que la puerta de al lado se abría y que Vachel asomaba la cabeza.

—¿Ya está? —preguntó.

—Sí —asintió Raven—. Ha accedido a que nos casemos.

Vachel pareció desinflarse con un suspiro.

—Gracias a Dios.

Elspeth pasó rápidamente por delante de su marido, miró a Raven con el ceño fruncido y se dirigió a la habitación de su hija.

—La ceremonia tendrá lugar en el gran salón antes de la comida—prosiguió Vachel—. Luego podremos «celebrarlo» con un generoso festín para los presentes.

—¿Renunciaréis a la lectura de las amonestaciones?

Vachel torció el gesto.

—Habrá suficientes testigos para que la unión sea válida. Mañana por la mañana, después de desayunar, vos y yo negociaren w el contrato matrimonial.

Raven asintió con la cabeza.

—Que descanséis, Raven. Creo que tardaréis en poder volver a hacerlo —concluyó Vachel.

 

 

 

El anuncio de la inminente ceremonia de casamiento hecho tras la misa fue acogido con sorpresa. Lejos de enfrentarse a ese con día entusiasmo, Abrielle y Raven estaban serios y apagados. Vachel presentó el enlace como un motivo de celebración, pues propiciaba la unión entre un emisario real de Escocia y la viuda más rica de Inglaterra. Habló de la buena voluntad que debía guiar a los vecinos de la región fronteriza, tanto de Inglaterra como de Escocia. Pero no muchos se mostraron interesados en su optimismo. Se oyeron murmullos airados procedentes de los otros pretendientes de Abrielle, y más de un hombre se apresuró a abandonar el castillo presa de la indignación. La opinión general parecía ser que la fortuna normada iría a parar a las arcas de un escocés a través de una joven sajona. Vachel vio con tristeza que no habría paz entre vecinos. No entre marido y mujer, de una y otra generación, pensó compungido, pues aunque Elspeth no estaba exactamente enfadada con su esposo, estaba preocupada por su hija, y eso pondría a prueba su matrimonio con Vachel.

Y allí estaban Raven y Abrielle, sentados uno junto al otro en una mesa de caballetes, sin comer apenas y sin hablar. Vachel se dijo que en el debido momento Abrielle entendería que aquel matrimonio era muchísimo mejor que el que le había unido brevemente a Desmond de Marlé. Pero estaba demasiado enfadada para ver o apreciar la honda pasión que su esposo guerrero sentía claramente por ella.

Abrielle dejó escapar un suspiro de cansancio al ver que Raven y Vachel se retiraban una vez más a la cámara privada de su padrastro. Ante la mirada de aprensión de su madre, se vio obligada a sonreír. No hacía falta preocupar a su madre más de la cuenta, no en el estado tan sensible en el que se encontraba.

—Abrielle, hija mía, ven. Vamos a prepararnos para la ceremonia.

—Otra vez —musitó Abrielle mientras se levantaba para seguir a su madre—. ¿Qué sugerís que me ponga, madre? Creo que el vestido negro sería ideal para la ocasión. —Al ver que Elspeth la miraba boquiabierta, Abrielle se apresuró a aclarar—: Era una broma, madre, y muy mala por lo que veo.

Elspeth recobró la calma y lanzó a su hija una mirada concluyente.

—Yo te sugeriría el vestido que llevabas puesto en la corte del 1 <y Enrique. Es con el que llamaste por primera vez la atención de Raven.

Abrielle apenas se molesto en contener un quejido mientras seguía a su madrea al piso de arriba para vestirse y se mordía la lengua una vez más para no alterar a su madre. Elspeth estaba decidida a tomarse la situación con alegría, y Abrielle sabía que su madre daba gracias a Dios por no tener que entregarla a un hombre como Desmond de Marlé. Y no le borraría aquella alegría haciéndole participe de la preocupación que la embargaba.

Por muy despreciable que hubiera sido Desmond y por mucho que le hubiera costado acceder a casarse con él, Abrielle temía aún más su unión con Raven. Con Desmond sabía que debía mantenerse en guardia en todo momento, así que podía controlar sus sentimientos sin necesidad de erigir un muro protector en torno a su corazón. Con Raven era muy distinto, y en todos los sentidos, pues cuando lo tenía cerca no sabía dónde estaba, cuál era la verdad o que se suponía que debía sentir. Por mucho que desconfiara de él, no podía negar o pasar por alto el hecho de que le hacía sentir cosas que no estaba bien que quisiera sentir, y las sentía con demasiada facilidad para no correr peligro, con tanta facilidad que temía que en el mundo no hubiera un muro lo bastante alto y sólido para proteger su corazón.

La última vez que se había vestido para casarse, lo que más pavor le daba era pensar en la noche de bodas; aquella vez lo que temía eran las noches que le esperaban el resto de su vida. Le aterrorizaba la idea de que si bajaba la guardia un solo instante, Raven se deslizaría hasta ella, le robaría el corazón y el alma, conseguiría que lo necesitara y después la dejaría desvalida.

 

 

 

El enlace matrimonial tuvo lugar ante los invitados que se quedaron; no eran muchos, y entre ellos había numerosos siervos y criados, pero todos parecían alegrarse por la señora. Quien no pudo asistir al acto fue su querida amiga Cordelia, lo que hizo que Abrielle se enfadara aún más con Raven, pues él era el causante de aquellas prisas.

Allí estaba de nuevo el mismo cura que había oficiado su primer casamiento… ¿Cuánto hacía de ello, dos semanas? Raven y Abrielle intercambiaron los votos matrimoniales sin un ápice de entusiasmo, y si a ella le tembló la voz, nadie lo mencionó. Raven aportó la alianza de boda de su padre, y aunque sabía que a Abrielle le quedaría demasiado grande, significaba mucho para él, pues en su familia había pasando de generación en generación.

Abrielle ni siquiera pudo mirar a Raven a la cara mientras él pronunciaba las siguientes palabras:

—Con este anillo os desposo, y con mi cuerpo os honro.

Ante la insistencia de Elspeth, Abrielle aportó la alianza de su padre. Le parecía obsceno emplearla para un matrimonio que era una farsa, pero no quería herir los sentimientos de su madre. Cuando fue su turno, repitió las mismas palabras que Raven con voz monótona.

El cura los declaró entonces marido y mujer. Si Abrielle se hubiera parado a pensar en el hecho de que había contraído dos matrimonios no deseados en tan poco tiempo, habría salido corriendo del salón entre sollozos. En lugar de eso, aceptó los buenos deseos de la gente durante el banquete. Vachel la sorprendió pidiendo a los trovadores que tocaran al final de la comida. Incluso se celebró un torneo de mesa, y Abrielle confió en que Raven se llevara a los hombres a jugar al patio de justas, lo que fuera con tal de no tenerlo delante.

Pero no, Raven desempeñó en todo momento el papel de novio atento; se quedó a su lado c incluso la retó a jugar con él. Abrielle habría jurado que la dejó ganar, pero Raven le aseguró que no fue así.

Pese a todas aquellas distracciones, el pensamiento de la noche de bodas la perseguía. De repente, sintiendo que la hora se acercaba, pensó que quizá temía aquella noche de bodas más que la primera, y aquella reflexión casi le hizo soltar una risita nerviosa presa de una histeria creciente. ¿Qué mujer no querría llevarse a la cama a Raven Seabern? Siempre lo había considerado un truhán apuesto, y su atractivo y sus dotes consumadas de seductor la habían derretido hasta los huesos, aun cuando con ello la había enfurecido.

Pero una noche de bodas significaba entrega, y Abrielle no estaba dispuesta a dar lo más preciado que tenía, es decir, ella misma, a un hombre en el que no confiaba, una idea que no le inspiraba más que pesar por aquella unión. ¿Cómo iba a entregarse a él, que parecía haberse valido de un ardid para conquistarla? Abrielle concluyó entonces que Raven no gozaría aquella noche de sus placeres viriles. Tendría que ganarse el derecho a poseerla con algo más que no fuera un mero acuerdo matrimonial.

Finalmente, su madre la dejó sola en su dormitorio, ataviada con un vaporoso camisón que Elspeth le había cosido aquel mismo día a toda prisa. Abrielle esperó a que su madre se hubiera ido para ponerse encima la bata cual armadura para una batalla.

Poco después, Raven entró en la estancia y, tras cerrar la puerta, se apoyó en ella. No esperaba encontrarla esperándolo en la cama, y no fue así. Abrielle estaba sentada en una silla mullida frente al fuego que ardía en la chimenea; tenía la vista fija en el fuego, como si meditara.

Sin embargo, a Raven casi se le cortó la respiración al verla. La luz titilante de las velas de un candelabro de madera profusamente tallada iluminaba la larga y espléndida cabellera de color rojo cobrizo que caía alborotada sobre sus finos hombros, creando una imagen de una belleza sin par. La mirada de Raven la recorrió en una prolongada caricia y consiguió que la dama se ruborizara hasta tal punto que sus mejillas adoptaron casi un tono tan sonrosado como sus suaves labios. La bata de terciopelo color granate que llevaba puesta solo sirvió para que Raven se muriera por ver lo que escondía debajo.

—Casi pensaba que fingirías estar dormida —dijo acercándose a ella.

Abrielle volvió la cabeza lentamente.

—Me lo planteé, pero no quería empezar nuestro matrimonie con una mentira, al menos no por mi parte.

Las facciones de Raven se endurecieron y su voz adoptó un tono grave e intenso.

—Yo no te he mentido.

Abrielle no dijo nada, consciente una vez más de que estaba provocándolo demasiado y que a aquel hombre le podía el orgullo.

—¿Y cómo pretendes empezar nuestro matrimonio? — inquirió él.

—Diciéndote que no te has ganado mi confianza— respondió Abrielle con firmeza, mientras se ponía en pie delante de él, con las manos en jarras cual ángel vengador— y que no me llevarás a la cama.

De repente, Raven la agarró del brazo con fuerza en un movimiento de pantera que la sobresaltó, y la mirada de estupor de Abrielle se cruzó con la suya.

—Pero hasta entonces —dijo Raven con voz suave— sigues siendo mi esposa. No permitiré que ningún hombre insinúe que no estamos legalmente casados.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Abrielle, presa de repente de unos sentimientos que no sabía cómo describir.

Con un temor creciente, notó que las manos de él le desabrochaban el cuello de la bata y se la abrían pese a su intento de pararlo. Vio sus ojos brillar con intensidad ante el camisón de seda transparente, que con su sencillez envolvía el cuerpo de ella como si fuera un regalo, pegándosele al pecho y los muslos. Abrielle contuvo la respiración cuando la mano de Raven le rozó la mejilla, descendió lentamente por su piel, se posó un instante en su cuello y siguió bajando por la clavícula y entre los pechos. No podía moverse, gritar ni detenerlo. Era como si el mundo se hubiera reducido hasta quedar limitado al lento respirar de ambos y al calor y la ilusión que le inspiraban sus caricias. Raven le puso una mano en el pecho, arrancándole un grito ahogado mientras ella le clavaba sus ojos desesperados. Él la miró a la cara mientras sopesaba su pecho en toda su plenitud.

—Por favor, para —gimió Abrielle.

La expresión de aquellos ojos azules se suavizó.

—No puedo, Abrielle. No me rechaces, te deseo desde el primer momento en que te vi.

Había sensualidad en su voz. Era como si se hubiera perdido su barniz de hombre civilizado, dejando al descubierto al hombre de verdad, un hombre de carne y hueso, de instintos y deseos sinceros, un hombre que no ocultaba lo que era y lo que quería. Ojalá pudiera estar segura de que aquel era el verdadero Raven que tanto la deseaba.

Entonces sus dedos dieron con su pezón y comenzaron a acariciarlo, y por primera vez vio lo vulnerable que era ante él, pues la excitación que le produjo aquel roce estuvo a punto de dar al traste con su determinación. Trató desesperadamente de apartarse, pero Raven la atrajo hacia sí mientras seguía acariciando su delicada piel.

Y entonces posó su boca sobre la de ella, que tuvo que echar la cabeza hacia atrás mientras la lengua de él se abría paso entre sus labios y buscaba la suya. Abrielle se sentía tan impotente ante el deseo creciente que la consumía como se había sentido la primera vez que Raven la había besado. El sabor a vino de su boca embriagó sus sentidos. Raven aumentó la presión de las caricias en su pecho mientras deslizaba la otra mano por su espalda hasta cogerle las nalgas y estrecharla contra él con más fuerza.

—Abrielle —musitó con sus labios pegados a los de ella—, Abrielle, bésame.

Pero lo que Abrielle hizo fue apartar la cara cuanto pudo. Sin embargo, el orgullo le impedía escapar de él, así que cuando Raven dio un paso atrás y se quitó la larga túnica que llevaba puesta, ella lo observó paralizada. A la túnica le siguieron la camisa, los zapatos y las calzas. Lo único que le separaba de la desnudez eran los calzones, la prenda de pretina baja que le tapaba las partes pudendas. Pero al final también se desprendió de ellos y Abrielle se volvió de espaldas ante la amenazadora masculinidad de Raven.

Con todo, no podía negar que se estremecía con solo pensar en su rostro y su cuerpo, y el deseo que él parecía sentir por ella le hacía preguntarse hasta qué punto la querría de verdad. Abrielle $4 topó con la cama, como si se sintiera impelida hacia aquel rincón de la estancia, lo que solo sirvió para despertar su ira. Pero él se le echa encima, la empujó de espaldas a la colcha mullida y la cubrió con su cuerpo largo, caliente y musculoso. Raven la besó de nuevo, esa vez con fuerza e intensidad, y Abrielle sintió que una corriente de aire fresco le corría por las piernas mientras él le subía el camisón

—No dejaré que nada se interponga entre nosotros esta noche —le susurró Raven con los labios pegados en su cuello.

Abrielle notaba la presión desús manos por todas partes, como si su cuerpo traidor ya no le perteneciera. Sus muslos y sus caderas quedaron entonces al descubierto y él se instalo entre ellos, con todo su calor y su dureza. Abrielle ahogó un grito y se retorció, pero Raven, lejos de entrar en ella por la fuerza, se limitó a inmovilizarla con su cuerpo mientras le bajaba las mangas de la bata. Luego la levantó sin esfuerzo de la cama para quitarle la prenda y, aunque Abrielle opuso resistencia, Raven consiguió sacarle el camisón por la cabeza.

Así fue como acabaron los dos desnudos, uno sobre el otro. Abrielle se quedó quieta, sentía la excitación de él a las puertas de su feminidad. Pero Raven, en lugar de abrirse paso en su interior, le musitó palabras ininteligibles con la boca pegada en su cuello para luego ir bajando y atrapar su pecho con los labios. Abrielle sintió que una intensa llama de calor la envolvía, perdió el control de sí misma y lo puso en manos de él. Ante la exquisita tortura, gimió y contoneó sus caderas bajo el peso de él, que le impedía moverse. Raven se deslizó por fin en su interior, y Abrielle se estiró de dolor mientras llegaba al fondo de ella.

—Tranquila —susurró, rozando sus labios antes de tomar su boca con otro beso mortificador.

Raven sabía que era virgen, pero estaba fuera de sí y solo podía entregarse a la necesidad de moverse, de entrar en lo más hondo de ella para salir después. Al percibir que los gritos de Abrielle no eran de dolor sino de placer se dejó ir, la embistió una y otra vez hasta que notó la tensión de su cuerpo y un temblor liberador. Raven apenas duró un momento más: el clímax se apoderó de él con una fuerza hasta entonces inimaginable para él.

Cuando su pasión se calmó, cuando pudo recordar cómo respirar, se apoyó en los codos y miró a Abrielle, que clavó sus ojos en él, sonrosada y sudorosa.

—Ahora eres mía —le dijo, y ella rompió a llorar.

Con un quejido Raven se quitó de encima de ella y trató de atraerla hacia sí, pero Abrielle no quería su consuelo. Se sentía traicionada por su propio cuerpo, pues el placer que le había proporcionado Raven no había estado bajo su control. Él había ganado aquella primera batalla. Abrielle rodó por la cama y se apartó de el; sus finos hombros temblaban entre sollozos silenciosos que le sacudían todo el cuerpo

Raven se quedó mirando el techo mientras se preguntaba si habría cometido un terrible error casándose con una mujer que no confiaba en él y que no quería confiar. ¿Acaso la lujuria habría superado su buen juicio? ¿Cómo había pensado que aquel matrimonio podría funcionar? Pero entonces se recordó a sí mismo que aquella era solo la primera noche de todas las que tenían por delante, y decidió que a partir de entonces solo un pensamiento guiaría su matrimonio: no renunciaría a su esposa.