Capítulo 15

NUBES cada vez mayores comenzaron a tapar la luna y las estrellas, lo que desconcertó sobremanera a Abrielle en cuanto a la dirección que habían tomado. Lo que más le preocupaba era lo poco que tal vez les quedaba de vida si no se les ocurría la forma de huir. Teniendo en cuenta las capas en las que iba envuelta, le costaba imaginar que pudieran escapar de sus captores antes de que llegaran a su destino.

Se preguntó si a aquellas alturas su madre se habría percatado de su desaparición y habría dado la voz de alarma. Imaginó la frenética escena, con Vachel dispuesto a salir con una partida en su búsqueda. Sin pretenderlo, sus pensamientos se desviaron entonces hacia Raven; algo le decía que el escocés no esperaría a formar parte de una batida organizada, era demasiado terco e independiente. En las últimas horas lo había imaginado saliendo en su rescate a lomos de su caballo, con su pelo negro revoloteando a su espalda, con el cuerpo inclinado hacia delante en la silla, forzando al máximo al animal. Aquella imagen era grata, incluso en sueños y aun cuando verse rescatada de nuevo por Raven le hiciera estar más en deuda con él. En ese momento, con los músculos entumecidos y la garganta reseca, no le importaba quién las encontrara con tal de que Nedda y ella salieran de aquello sanas y salvas.

Aunque les hicieron falta grandes dosis de perseverancia implacable y obstinada tenacidad, Abrielle y Nedda consiguieron finalmente desatarse las muñecas, congratulándose ambas de la despreocupación con la que el bruto grandullón las había atado, Abrielle movió el cuerpo para volverse hacia su sirvienta y se llevó el índice a los labios amordazados para advenirle que guardara silencio.

Le bastó un gesto de asentimiento con la cabeza para tener la seguridad de que Nedda le había entendido. Abrielle deslizó entonces los brazos dentro de la colcha en la que iba envuelta, se cogió el camisón y tiró de él hacia arriba hasta llegar al dobladillo, desde donde empezó a arrancar tiras estrechas de tela. El sonido de loi desgarrones quedaba amortiguado por la colcha, pero cuando el cochero miró hacia atrás por encima del hombro y ladeó la cabeza un tanto desconcertado, como si tratara de determinar lo que oía, Nedda comenzó a simular un suave ronquido bajo el borde de la colcha, ante lo cual el hombre resopló con desprecio y volvió la vista al frente.

Instantes después, el primer retazo de tela ribeteado de encaje salió revoloteando por un lateral del carro, al que se sumó otro retal más sencillo lanzado por Nedda unos segundos más tarde. Tenían la esperanza de que sus rescatadores se dieran cuenta de que habían tirado aquellos jirones para guiarlos hasta su destino.

Arrojaron varios trozos más de tela con la intención de que cayeran cerca unos de otros mientras avanzaban por caminos colindantes que llevaban a casas lejanas, bañadas por la luz plateada de la luna. Cuando la ruta pareció enderezarse, dejaron pasar un buen rato sin lanzar retazos, y volvían a ello con prontitud cuando el cochero tomaba un desvío. La noche se hizo día y los campos abiertos y los pastos dieron paso a una vegetación cada vez más boscosa cerca del camino.

Cuando a mediodía el carro se detuvo frente a una casa destartalada, los camisones de ambas mujeres les llegaban muy por encima del tobillo, pero las batas eran lo bastante largas para ocultar los guiñapos en los que se habían convertido. Abrielle y Nedda se apresuraron a atarse las manos mutuamente. Los hombres no parecían haberse percatado del rastro que habían ido dejando a su paso, pues cargaron a las mujeres a hombros y las llevaron de inmediato al interior de la vieja construcción.

En algún momento del pasado los ventanucos de la casa habían sido tapados con tablas de madera, la mayoría de las cuales colgaban ahora torcidas y permitían que la luz del sol del mediodía pe-mi rara por las rendijas. De unos clavos remachados en las esquinas superiores colgaban lo que quedaba de unas pieles de animal acartonadas que por su aspecto no parecía que bastaran para protegerse de los fríos vientos que azotaban la casa incluso en aquel momento.

Llevaron a Abrielle y Nedda a una sala contigua y dejaron a cada una en un camastro de tosca talla formado por un colchón de paja pestilente parcialmente torcido sobre una vieja red de esparto duro que había sido tejida hacía años para servir de soporte a la estructura de las camas. Después de entregarles sus fardos de ropa, las desataron y les ordenaron que permanecieran en aquella habitación. De lo contrario, si sus captores percibían el más mínimo movimiento que pudiera hacerles sospechar que trataban de escapar, las atarían a las camas.

—¿Y si tenemos que ir al excusado? —tuvo la audacia de preguntar Nedda, presa de la desesperación.

Dunstan se volvió hacia ella con un gruñido en los labios y la sirvienta agarró la colcha que tenía sobre los hombros como si fuera una coraza capaz de protegerla contra el más feroz de sus golpes y de soportar su amenazadora mirada. Ambos permanecieron con los ojos clavados en los ojos del otro durante un largo momento, hasta que Nedda tuvo el coraje de levantar el mentón con aire imperioso.

—Os he preguntado qué deberíamos…

—¡Ya te he oído! —gritó el rufián.

Si Dunstan pretendía asustarla, se llevó una desilusión, pues Nedda se mantuvo impertérrita y persistente. La criada levantó una ceja cual una reina que exigiera una respuesta de un súbdito.

—En ese caso, si sois tan amable de responder a mi pregunta, mi señora y yo os estaríamos muy agradecidas.

El hombre miró atónito a aquella mujer armada de valor; no podía dar crédito a su tenacidad. Luego levantó un brazo y señaló un orinal rudimentario que había en un rincón.

—Si tú y tu señora tenéis una necesidad, más os vale que no arméis mucho lío o yo o alguno de los otros vendremos a ver que trastada estáis haciendo.

—¿Y qué trastada pensáis hacer vosotros mientras nosotras estemos durmiendo? —inquirió Abrielle, tratando de ponerse a la altura de la valentía de Nedda—. Si creéis que podéis entrar aquí y propasaros con nosotras, os aseguro que…

Dunstan soltó un gruñido y se acercó tanto a ella que Abrielle tuvo que inclinar la cabeza hacia arriba para mirar sus ojos centelleantes.

—¿Qué haréis, milady?

Abrielle comenzó a temblar de arriba abajo, le costó mantenerse en pie y tuvo que contener el impulso de tragar saliva ante el pánico que sentía, pero después de presenciar un ejemplo modélico de coraje inquebrantable, copió el gesto de Nedda y levantó el mentón con aire imperioso.

—Gritaré hasta que tú y tus compañeros salgáis huyendo de este cuchitril para no quedaros sordos.

Riendo a carcajadas ante la amenaza de Abrielle, Dunstan apoyó sus fornidos puños en su voluminosa cintura y la miró a los ojos.

—Tenéis agallas, milady, eso no os lo niego. Nuestras ordene. son que os dejemos tranquilas hasta que llegue quien nos ha con tratado… a menos, claro está, que se os ocurra escapar. En ese casi I podremos hacer con las dos lo que queramos. Así que mientras os portéis bien, Fordon y los demás os dejaremos en paz. ¿Os ha que dado claro, milady?

—A pesar de tu terrible dicción, te he entendido perfectamente —replicó Abrielle; luego levantó una mano y chasqueó los dedos para mandar al sicario a la sala contigua—. Y ahora, si no te importa, nos gustaría tener algo de intimidad. Y asegúrate de cerrar la puerta al salir.

Dunstan la fulminó con la mirada mientras su boca se abría poco a poco ante la osadía de Abrielle. A pesar de que les había asegurado que no les harían daño a menos que intentaran escapar, el hombre levantó un puño como si realmente se dispusiera a sacudirle.

Abrielle se limitó a levantar aún más su fina barbilla y mirarlo con lo que confiaba que fuera una expresión hierática. No le convenía que el bellaco viera lo asustada que estaba.

Pensaba que habías dicho que no nos haríais daño a menos BUS intentáramos escapar —se atrevió a recordarle—. Ten por seguro que si me pones la mano encima, gritaré con todas mis fueras, así que ten cuidado.

—¿Por qué debería tenerlo? —preguntó Dunstan incrédulo. Luego se agachó sobre ella de nuevo y, entrecerrando sus ojos redondos y brillantes con una expresión iracunda, añadió—: Más vale que os deis cuenta de quiénes están retenidas aquí en contra de su voluntad, milady.

—Es evidente que, por el momento, soy vuestra cautiva. Sin embargo, si tú o los otros perdéis el control y os deshacéis de mí antes de haber cumplido con vuestro cometido, te aseguro que todo lo que he heredado personalmente del señor De Marlé irá a parar a las arcas de mis padres. Sir Vachel cuenta con el apoyo de numerosos caballeros que correrán en su ayuda si intentáis intimidarle. Y si nos matáis, de forma intencionada o no, el miserable que os ha contratado probablemente enviará a hombres más capacitados para eliminaros.

Aunque el rufián la fulminó con la mirada como si pensara en el placer que le produciría estrangularla, la amenaza de Abrielle debió de hacerle reflexionar sobre la precariedad de su situación, pues finalmente retrocedió unos pasos, hasta quedar a una distancia prudencial.

—Será mejor que te marches antes de que nos hagas algo que puedas lamentar —le aconsejó Abrielle—. Mi sirvienta y yo estamos exhaustas después de ese brusco despertar, por no mencionar el calvario que hemos pasado en ese viejo carro desvencijado. Así pues, agradeceríamos gozar de cierta intimidad. —Abrielle levantó su fina mano y le hizo gesto de que se marchara—. Y ahora vete antes de que me ponga a gritar.

El grandullón, incrédulo, se quedó mirándola boquiabierto y luego salió desconcertado por la puerta para reunirse con sus compañeros en la sala contigua.

Aunque Abrielle sabía que ella y su sirvienta carecían de la fortaleza y el aguante necesario para frustrar el malvado propósito de sus captores y hacer valer su voluntad cuando lo tenían todo en contra, se negó a dar la batalla por perdida sin oponer resistencia. Quitó una colcha raída de uno de los camastros y obstruyó con ella la parte inferior de la puerta a modo de improvisada barrera por si los hombres se veían tentados de invadir la habitación.

—¿Qué creéis que harán con nosotras, señora? —preguntó Nedda, visiblemente preocupada.

Abrielle suspiró temblorosa.

—Lo que más le interesa a Thurstan de Marlé es obtener las riquezas y tesoros que poseía el señor. Tal vez intente conseguir su objetivo obligándome a casarme con él. —Abrielle se estremeció al pensar en lo que podría suceder si se negaba a acceder a su deseo—. Así pues, propongo que tratemos de escapar antes de qui llegue. No me cabe la menor duda de que está lo bastante desesperado para emplear cualquier tipo de coacción para lograr su propósito.

—Pero ¿cómo vamos a vencer a esa pandilla de brutos? Son unos salvajes, mi señora. Si empezaran a pegarnos, no tendríamos ninguna posibilidad de sobrevivir a sus golpes. Y si nos vigilan de noche, no habrá forma de escapar.

Pese a tener que aceptar todas las objeciones de su sirvienta, Abrielle se inclinaba a mostrarse más optimista.

—Mi madre no tardará en darse cuenta de que he desaparecido y en instar a mi padre a salir en mi búsqueda. Si encuentra el rastro que hemos ido dejando, seguro que se lanzará a nuestro rescate con aquellos que reúna para acompañarlo. Pero si nadie ve los retazos que hemos ido tirando a lo largo del camino, no podremos contar más que con nuestros propios medios de defensa.

—Pero no tenemos armas ni garrotes con los que atacar a esos animales o defendernos, milady. Y aun en el caso de que tuviéramos un palo con el que poder darles un buen garrotazo en la cabeza, solo somos dos mujeres. ¿Cómo vamos a poder imponernos a semejantes bestias?

—Está claro que tenemos que improvisar en la medida de nuestras posibilidades con lo que tengamos a mano, Nedda—dijo Abrielle—. Una de nosotras podría utilizar el atizador de hierro como arma. Y la otra…

Abrielle echó un vistazo alrededor de la estrecha habitación en busca de algo que pudiera servirles para defenderse de sus captores. 'I Vas decirle a Nedda que se colocara junto a la chimenea, se fijó en los camastros con aire pensativo y por un momento pensó en la posibilidad de emplear su rudimentario armazón de madera. Con esa idea en la cabeza se aproximó al que tenía más cerca y volcó el mugriento colchón en el suelo de tierra. Había varios listones encajados en la estructura de madera, y después de tirar de uno de ellos con ahínco logró arrancarlo.

Sujetando con firmeza la improvisada cachiporra, Abrielle observó el objeto con cierto orgullo.

—Esto debería servir para dar a esos zoquetes su merecido —dijo antes de desviar la mirada hacia su acompañante con una amplia sonrisa en los labios—. Quizá con bastante más contundencia de la que esperan de un par de mujeres bien educadas.

Nedda, ya junto a la chimenea, se echó a reír en una súbita muestra de alegría mientras consideraba el potencial del atizador de hierro.

—Cuántas veces a lo largo de mi vida he deseado romperles la crisma a unos cuantos hombres… No tendré mejor oportunidad que esta.

Abrielle estalló en una carcajada.

—Ni que lo digas, Nedda. No hay villanos que merezcan más que los que nos han raptado un severo escarmiento, con la posible excepción de quien los ha contratado.

—¿Y cuál es el plan, milady?

—Antes de intentar escapar por nuestros propios medios sería mejor que esperáramos a ver si llega mi padrastro. Esos brutos son capaces de matarnos de un manotazo.

—Si a esos tres se les unen más como ellos, no creo que tengamos posibilidad alguna de escapar con vida de este agujero. Me parece que, en vez de limitarnos a esperar a vuestro padre de brazos cruzados, sería mejor que hiciéramos algo ya mismo.

—En ese caso deberíamos poner en práctica nuestro intento de huida ahora que solo son tres. Mejor eso que intentar derrotar solas a un pequeño ejército de villanos.

—¿Y cómo haremos para coger a esos bellacos por sorpresa, milady?

—Deja que te explique mi plan —dijo Abrielle en voz baja. Al cabo de un rato, Abrielle abrió la puerta hacia dentro poco a poco, la puerta chirrió y llamó la atención de aquellos que aplacaban su hambre con voracidad en una mesa toscamente labrada En el hogar, detrás de ellos, ardía un fuego vivo, y en el suelo había varios trozos de leña que debían de haber traído de fuera hacia poco. Pensando en su propia comodidad, los hombres no se habían preocupado por tener ningún tipo de consideración hacia sus cautivas. Aun así, al desviar la vista hacia ella comenzaron a codear se ligeramente, como si hasta entonces no hubieran reparado en la lozanía y la extraordinaria belleza de la dama.

—¿Qué deseáis, milady? —preguntó Fordon.

Abrielle carraspeó nerviosa.

—Tengo mucha sed, me gustaría beber agua. ¿Puedo salir a buscarla, o no se me permite moverme de esta habitación?

Dunstan, que estaba atracándose de comida en la otra punta de la mesa, se levantó del taburete y, tras hundir una copa de hojalata en un cubo de agua que tenía cerca y beber de él ruidosamente, se acercó a ella con parsimonia mostrándole sus dientes negros con una sonrisa de oreja a oreja. Abrielle se dio cuenta de lo fácil que le resultaba parecer asustada, pues casi temblaba como una hoja. Con los ojos desorbitados y llenos de temor, retrocedió a trompicones. Consciente de que sus captores podrían matarlas a golpes si se irritaban, no le hacía falta fingir que no se fiaba del hombre que tenía cada vez más cerca. De hecho, por un momento aterrador, las piernas parecieron fallarle realmente mientras reculaba para meterse en

la habitación.

Al llegar al umbral, el bruto grandullón empujó con el hombro la tosca puerta, haciendo que chocara contra Nedda, que estaba de pie detrás de ella. El movimiento del tablón de madera al rebotar en los goznes de cuero pareció tan natural que el rufián ni siquiera miró atrás mientras atrancaba la puerta.

Los hombres que se habían quedado en la sala contigua intercambiaron comentarios jocosos sobre las intenciones de su compañero que acabaron en sonoras carcajadas. Mientras ellos reían, Nedda levantó el atizador por encima de su cabeza y lo dejó caer con una fuerza brutal sobre la cabeza del salvaje corpulento, que perdió el sentido antes incluso de que le fallaran las rodillas. Ambas mujeres aunaron esfuerzos para aguantar aquel cuerpo fornido en su lento descenso hasta el suelo de tierra, donde yació totalmente ajeno al mundo y a los que lo habitaban. Entre las dos lograron arrastrar al hombre inconsciente hasta detrás de la cama que había en la otra punta de la habitación. Acto seguido, levantaron el camastro y lo colocaron sobre aquel bulto enorme, procurando disponer las mugrientas colchas de tal manera que el cuerpo del rufián quedara oculto de las miradas de aquellos que pudieran verse inclinados a seguir sus pasos.

Abrielle, presa de un temor similar al que había sentido en su noche de bodas mientras aguardaba la llegada de Desmond a sus aposentos, respiró hondo. Sin embargo, apoyó el pesado listón de la cama en la pared, donde lo tendría a mano en caso de que tuviera que actuar en defensa de Nedda o quizá en la suya propia.

Siguiendo con su representación, Abrielle se puso a gritar con toda la emoción de la que pudo hacer acopio.

—¡Oh, por favor! ¡No me hagas daño, te lo ruego! —Se arrancó la manga y profirió un grito de terror fingido mientras corría hacia la puerta. Tras abrirla de golpe, sacó una mano como si con ello quisiera hacer un llamamiento desesperado, y se dirigió con voz suplicante a los dos hombres que seguían atiborrándose con avidez en la mesa—. ¡Oh, por favor! ¡Tenéis que ayudarme! ¡Os lo ruego! Mi familia os pagará con generosidad si me devolvéis sana y salva.

El cochero del carro se echó a reír mientras se ponía en pie.

—Yo os ayudaré, milady.

El hombre recorrió la sala con aire arrogante mientras se arremangaba como si se dispusiera a pelear con su compañero. Tras dar un empujón a la puerta para abrirla del todo, entró en la habitación con paso firme. Nedda empujó con suavidad la tranca de madera para que se cerrara tras él. Acto seguido, la sirvienta levantó de nuevo el pesado atizador y lo dejó caer con fuerza sobre la cabe; a di I hombre. Los ojos del cochero se quedaron en blanco y sus rodillas cedieron ante el peso de su cuerpo inanimado, que quedó tendido boca abajo en el suelo, totalmente inconsciente.

Nedda golpeó la pared con el atizador y luego cogió una silla y la arrastró por toda la habitación ante la mirada atónita de Abrielle. Tras simular un correteo con sus pies enfundados en zapatillas, la habilidosa criada se desplomó en la cama con un grito de debilidad y con la misma rapidez con la que había caído se levantó de nuevo con un sonoro bufido y comenzó a golpear repetidamente el fino colchón con el pesado hierro.

—¿Pritchard? ¿Dunstan? —gritó Fordon desde la sala contigua mientras se apresuraba a ponerse en pie y volcaba con las prisa el pesado banco en el que estaba sentado—. ¿Qué pasa ahí dentro? Más os vale que no estéis incordiando a la señora.

—¡Oh, no, por favor! ¡Dejad de pelearos! —exclamó Abrielle, haciendo lo posible por parecer histérica. Se le ocurrió que un grito podría servir para dar credibilidad a su actuación y sin pensárselo dos veces emitió uno que hizo que Nedda se tapara los oídos con las manos y alzara los ojos al ciclo como si rogara el perdón divino. Abrielle abrió la puerta de golpe y sin traspasar el umbral se dirigió a Fordon:

—¡Detenlos, por favor! —le suplicó en tono angustiado—. ¡Tienes que hacer algo! ¡Se están matando!

Su ardid resultó lo bastante convincente para que el hombre se acercara corriendo a ella. Respirando con dificultad, atravesó el umbral con andares de pato y, una vez dentro, se quedó parado presa de la confusión mientras miraba alrededor en busca de sus compañeros. Nedda no esperó ni un instante para dar a aquel zopenco su justo merecido, como ya había hecho con sus dos compinches. Mientras su víctima caía al suelo, se volvió hacia la sirvienta incrédulo, con los ojos vidriosos y su voluminoso cuerpo cerniéndose peligrosamente sobre ella. El hombre se desplomó hacia delante, cual árbol gigantesco al que le hubieran quitado un trozo considerable de su inmenso tronco, y aterrizó sobre la mujer.

—¡Nedda! — gritó Abrielle al ver que su querida criada caía al lucio derribada por el hombre y permanecía allí quieta.

La sirvienta no reaccionó. De pecho para abajo estaba aplastada bajo la mole inmóvil de Fordon. Abrielle se arrodilló y trató de quitarle el cuerpo de encima, pero no pudo moverlo.

—¡Nedda, despierta! —Si la mujer sufría algún tipo de lesión a causa de su plan de rescate nunca se lo perdonaría.

Entonces oyó horrorizada que la puerta de entrada de la casa se abría de golpe. ¿Habría llegado finalmente Thurstan?

—¡Abrielle! —gritó una voz afortunadamente familiar.

La muchacha salió de la habitación con paso tembloroso y vio a Raven entrando en la casucha con aire resuelto y espada en mano; la sensación de alivio que le invadió hizo que le fallaran las rodillas y los sentidos. Un instante después apareció Cedric Seabern: avanzaba de espaldas mientras blandía con destreza un hacha de doble filo sin dejar de mirar a diestra y siniestra por si había algún enemigo acechando cerca. A juzgar por las armas que llevaban en los cinturones, era evidente que padre e hijo habían acudido preparados para luchar contra un pequeño ejército de villanos.

—¡Oh, gracias a Dios! —exclamó Abrielle—. Nedda está herida. Venid a ayudarme, por favor.

Raven la siguió mientras su padre se quedaba vigilando la puerta. Abrielle se arrodilló y empujó el cuerpo de Fordon mientras Raven tiraba de él y lo apartó de Nedda. La sirvienta emitió un quejido y parpadeó varias veces seguidas.

—¡Traed agua, por favor! —pidió Abrielle, volviendo la cabeza hacia atrás.

Un instante después, Raven le puso una taza de hojalata en la mano, y ella la acercó a los labios de Nedda. Parte del líquido le cayó por la barbilla, pero luego comenzó a beber con avidez.

Abrielle sintió un alivio infinito.

—¿Nedda? ¿Qué tienes, Nedda querida?

—La pierna, milady —respondió la mujer con un quejido—. Me duele horrores.

—Puede que la tengas rota —dijo Raven con seriedad—. Necesitas un médico.

—Debéis llevar a milady de vuelta al i altillo repuso la sirvienta con los labios apretados por el dolor—. Si me lleváis con vos, retrasaré vuestro regreso.

—¡Nedda, no podemos dejarte aquí sola! —exclamó Abrielle, que volviéndose hacia Raven preguntó—: ¿Contáis con más hombres?

—Vienen de camino con vuestro padrastro, pero de momento solo estamos nosotros.

Cedric apareció por la puerta.

—Hay que sacar a las mujeres de aquí, hijo. —Dicho esto, dio un puntapié a uno de los captores, que no se movió—. A saber cuándo se despertarán estos. ¿Ellos son los únicos?

—Estaban esperando la llegada de alguien más, sin duda el hombre que ha contratado sus servicios —explicó Abrielle, dejando que Nedda le apretara la mano—. Aunque todavía no tengo pruebas que lo demuestran, Thurstan podría estar detrás de todo esto. Creo que le molestó el hecho de que mi acuerdo con Desmond me dejara en herencia el castillo y la mayor parte de la fortuna que pertenecieron en su día a lord Weldon.

—Pero no podemos darlo por seguro —repuso Cedric—. Hay muchos petimetres a los que se les podría haber metido en la cabeza la idea de teneros solo para ellos. Así que me quedaré aquí y me esconderé en el bosque. Cuando conozca la identidad de los culpables de esta vileza me reuniré con sir Vachel y regresaré al castillo llevando conmigo a estos bellacos.

—Yo me quedaré con vos, lord Cedric —afirmó Nedda con un hilo de voz.

—Pero necesitas que te curen —replicó Abrielle.

—Y vos necesitáis estar a salvo, milady. Mi vida no corre peligro; puedo esperar unas horas.

—Me encargaré de que repose cómodamente mientras esperamos —se ofreció Cedric.

—Que los villanos vayan en ese carro destartalado —dijo Nedda con una débil muestra de determinación—. Ya tengo bastantes moretones del viaje.

—¿Estás segura? — preguntó Abrielle mirando primero a la sirvienta y luego a los dos hombres.

—Es lo mejor, milady —respondió Nedda en tono afable.

—Deberíamos meter ya a estos rufianes en el carro, muchacho dijo Cedric—. Si no, como nos pillen por sorpresa los que han de llegar, se armará la de Dios es Cristo.

Después de atar y amordazar a los tres hombres, Cedric se cargó uno al hombro y su hijo hizo lo propio con otro. Mientras salía en primer lugar, Cedric no pudo reprimir una carcajada.

—Hijo mío, si alguna vez olvido lo que he visto hoy aquí, sé tan amable de recordar a tu viejo padre que no se enzarce en una pelea con estas dos mujeres. Creo que mi pobre cabeza no podría resistir semejante maltrato.

Nedda lanzó una mirada al anciano y dijo fríamente:

—No tenéis por qué preocuparos, milord. Solo me dan ganas de tumbar a los brutos miserables.

—En ese caso agradezco haber tenido la suerte de que no nos confundierais con unos de esos indeseables —respondió Cedric divertido mientras Abrielle se adelantaba para abrirles la puerta de entrada. Volviéndose hacia su hijo, el anciano añadió—: Que te sirva de advertencia, muchacho. Trata a las mujeres con amabilidad o no se detendrán hasta abrirte la cabeza a palos.

Abrielle se retorció las manos con inquietud, consciente de que los hombres solo trataban de levantarle el ánimo. Pero lo único en lo que podía pensar era en la seguridad de su sirvienta, después de todo la mujer no se hallaría en tan grave situación de peligro si no fuera por su señora.

Una vez que los tres villanos estuvieron en el carro, Raven escondió el vehículo detrás de una cabaña en ruinas a la que Vachel y sus caballeros podrían acceder fácilmente. Tras borrar las huellas con una rama, se reunió con su padre para improvisar un cómodo lecho con las colchas y el armazón de uno de los camastros. Raven, acostumbrado a viajar con su padre al servicio del rey de Escocia, se resistía a dejarlo atrás. Cedric siempre había sido un noble guerrero, pero desde la muerte, tres veranos atrás, de la beldad que había tomado como esposa hacía más de cuarenta años, tenía tendencia a poner su vida en peligro de forma innecesaria. Raven pensó que su padre le animaría el hecho de que aún no hubiera perdido su atractivo en lo que al bello sexo se refería, y que sería más cuidadoso con su propia vida.

Al ver que Abrielle estaba dando de comer un poco de queso a la sirvienta, Raven dijo a su padre:

—He oído que lady Cordelia habló muy bien de vos a una prima suya en el funeral del hidalgo.

Cedric arqueó una ceja poblada de canas mientras miraba a su hijo con cara de asombro.

—¿De mí?

—Creo que la dama ha puesto su corazón en vos, padre.

El anciano se pasó una mano por el bigote, como si intentará borrar una sonrisa cada vez más amplia.

—¿Es verdad lo que dices? No será una travesura tuya…

—Si os desposarais con una mujer tan joven, en poco tiempo mi vería con una prole entera de hermanos y hermanas. Ya me los imagino correteando entre mis piernas y pidiéndome que les arregle sus muñecas y caballos rotos.

Cedric carraspeó mientras miraba a su hijo levantando una ceja con aire socarrón.

—¿No tendrías celos de ellos?

—Un poco, quizá… al principio —bromeó Raven—, pero seguro que con el tiempo les cogería cariño.

El anciano se echó a reír.

—Sí, yo también podría cogerles cariño. Tu madre no pudo tenerte más que a ti, hijo, pero puedes estar seguro de que siempre le fui fiel. Era mi único amor.

—Tened cuidado, padre —le pidió Raven en un momento de sinceridad—. Quiero veros de vuelta en el castillo cuando todo esto acabe. Si algún día Dios me bendice con hijos propios, querrán tener un abuelo que les cuente historias.

Cedric miró a Abrielle levantando una ceja.

—Los polluelos no se cuentan hasta que no salen del cascarón, hijo. Esa dama no parece tenerte mucho cariño.

—Dadle tiempo —repuso Raven sonriendo.

Una vez que la cama estuvo hecha, acomodaron en ella a Nedda.

—Y ahora coged el caballo y marchaos de aquí antes de que esos bellacos nos cojan desprevenidos—dijo Cedric—. Si voy a luchar, preferiría tener la seguridad de que os halláis a salvo antes de que empiece a hacer una escabechina con esos miserables. —Cedric sonrió de oreja a oreja—. De lo contrario, lady Abrielle pensará que soy un salvaje despiadado.

Abrielle le sonrió después de arropar a Nedda hasta la barbilla con la colcha.

—Creo que sois el héroe que me ha salvado.

Raven se puso derecho con aire orgulloso.

—¿Y yo, milady?

Abrielle se encogió de hombros.

—Os agradezco que hayáis venido a acompañar a vuestro padre.

Raven hizo una mueca de dolor y se tambaleó como si lo hubieran herido, pero Abrielle no relajó el gesto en una sonrisa. El escocés montó en su negro corcel entre suspiros y acarició el cuello del animal con unas palmaditas para que no tuviera miedo mientras su padre levantaba a Abrielle del suelo y la ayudaba a sentarse detrás de él. Tras acomodarse a horcajadas, la dama se tomó un momento para arreglarse la falda de la bata y el camisón, luego levantó la vista y se encontró con la mirada de Raven vuelto de espaldas.

—¿Estáis lista, milady?

Aunque asintió con la cabeza, justo en aquel momento cayó en la cuenta de que ella y Raven viajarían solos. Si quería sobrevivir, no le quedaba más remedio que confiar en él.