Capítulo 5
NO fue decepción lo que sintió, sino otra cosa, algo que no sabía cómo describir con palabras, cuando se dio cuenta de que se trataba de Raven, cuya silueta llegó a distinguir por el pálido brillo de la luz de la luna que lo iluminaba entre las sombras pero no le brindaba la claridad suficiente para que pudiera ver la expresión de su rostro. Así pues, el intruso que la acechaba no era su prometido ni ningún desconocido, y aunque sabía que debía sentirse aliviada por ello, no era así.
La precaución y el decoro le dictaban huir de su presencia al instante, pero algo más, algo que le resultaba desconocido, la mantenía anclada en el sitio. Era como si la húmeda niebla de la noche hubiera penetrado en su mente y hubiera conseguido que olvidara todo y a todos salvo al apuesto escocés que la miraba de nuevo con atrevimiento, sin disimular su interés. ¿Qué extraño poder ejercía aquel hombre sobre ella para que una simple mirada o un atisbo de sonrisa en sus labios alterara sus sentidos de aquella manera? Su imagen habría bastado para que una mujer prometida saliera corriendo a refugiarse en sus aposentos; sin embargo Abrielle se sentido más atraída que nunca por él, y su cuerpo reaccionaba como una mujer respondía ante un hombre desde el principio de los tiempos. Raven cargó despacio el peso en el otro pie y un rayo de luz nacarada iluminó la holgada camisa blanca de manga larga que llevaba con su falda y sus suaves botas de piel.
—¿Y bien? —dijo en voz baja—. ¿Es así?
¿Que si era así? ¿El qué? Abrielle, consternada, frunció el ceño. Trató de recordar las últimas palabras de Raven, pero no era fácil concentrarse con el corazón acelerado y una legión de mariposas revoloteando en el estómago.
—¿Estáis decepcionada? —apuntó Raven antes de que ella se viera obligada a preguntarle—. Suponiendo, naturalmente, que hayáis abandonado la seguridad de vuestro cálido lecho para reuniros con vuestro prometido en este… —Raven miró alrededor— este rincón oscuro, frío y húmedo… el lugar ideal para una cita. Confieso con franqueza que no soy el sustituto idóneo del hombre que esperabais; acaso sea el menos indicado que pueda hallarse en este mundo. Tal vez habréis reparado en qué poco tengo en común con el hombre de vuestros sueños. —Al ver que Abrielle pestañeaba confundida, Raven añadió—: Nuestro gentil anfitrión.
Abrielle sacudió la cabeza y su largo cabello le cayó sobre la espalda.
—Me temo que el decepcionado seréis vos, señor—respondió.
—¿De veras? —Raven avanzó unos pasos hacia ella mirándola con descaro—. No veo la razón cuando el cielo que nos protege ha tenido a bien recompensar mi paseo nocturno con la fugaz imagen de la criatura más hermosa que existe sobre la tierra.
Aunque aquellas palabras la confundieron, fingió mantener el control y puso los ojos en blanco en un gesto aparentemente jocoso.
—No podéis negar que sois hijo de vuestro padre, un Seabern hasta la médula. Pero en vista de que no hay nadie aquí a quien queráis impresionar, podéis ahorraros vuestras bonitas palabras. Me refería a la decepción que os llevaréis cuando sepáis cuánto os equivocáis, pues esta noche no tengo ninguna cita planeada con nuestro gentil anfitrión ni con ninguna otra persona.
Raven avanzó un paso más, y Abrielle se dio cuenta de que cuanto más se acercaba, más dulce y grave era su voz, y al verlo tan cerca sintió que un escalofrío aterciopelado le recorrió la espalda,
—¿Estáis segura de que me conocéis lo bastante para saber a quién quiero impresionar? —preguntó Raven
—Estoy segura de que no necesito conoceros mejor de lo que os conozco —respondió ella.
—Ah —dijo Raven con un dejo inequívoco de diversión—. En ese caso, milady, admito que me he equivocado, y no puedo menos que preguntarme qué os habrá llevado a vagar por el castillo tan escasa de ropa y a unas horas a las que las novias felices duermen plácidamente, sumidas en sus dulces sueños.
Abrielle se abrazó como si tuviera frío, y agradeció al cielo que Raven no notara lo mucho que le había acalorado su presencia.
—Me maravilla lo mucho que sabéis sobre novias, señor. Sin embargo, por lo que a mí respecta, os diré que no podía dormir y pensé que el aire fresco de la noche me vendría bien para conciliar esos dulces sueños a los que os referís. En mi agitación, he vagado más de lo que pretendía.
Abrielle se puso tensa al ver que Raven se le acercaba aún más, se dijo a sí misma que ya era hora de despedirse de él y tomó la determinación de hacerlo enseguida, pero no todavía. No tuvo más remedio que preguntarse qué le ocurría, pues si había un momento en su vida en que debía mostrarse cautelosa era entonces. Sin embargo, con todo lo que estaba en juego, no solo para ella sino también para sus seres más queridos, esa imprudencia que había heredado de su padre y que creía haber dejado atrás, o por lo menos aprendido a reprimir, de repente decidió revelarse.
—Es fácil vagar más de la cuenta en un lugar como este —dijo Raven, muy cerca ya de ella, provocando con su proximidad que el corazón le latiera aún más rápido, en contra de lo que habría creído posible.
Abrielle alzó el mentón, se juró a sí misma que no le dejaría en-i rever siquiera el miedo que sentía, y se obligó a ocultarlo.
—Sí, tenéis razón. Veo que me he alejado de mi cámara mucho más de lo que pensaba. Cada uno sobrelleva los nervios lo mejor que puede, y ya se sabe la emoción que provoca una boda…
Las palabras casi se le quedaron atravesadas en la garganta, pero no estaba dispuesta a confesarle cuan desesperada estaba su familia. Ya había perdido demasiado; su amado padre, su primer prometido, su seguridad y tranquilidad, incluso sus sueños de futuro, y pronto le quitarían mucho más, pero no renunciaría al escaso orgullo herido que le quedaba.
Raven arqueó una ceja.
—¿Emoción? Perdonad mi impertinencia, milady, pero me parece recordar que la última vez que os vi con De Marlé os estaba importunando. ¿Es eso lo que os inspira tanta emoción? ¿O también me equivoqué aquella noche en el palacio? Tal vez no necesitabais que os rescatara.
Abrielle se enfureció, sobre todo porque él parecía disfrutar en cada momento de la incomodidad de ella.
—Lo que ocurrió aquella noche fue un… malentendido entre el hidalgo y yo —repuso—. Malentendido que ya ha sido rectificado.
El semblante de Raven cambió al instante, se endureció, y también su voz. Estaba lleno de ira, y ante el tono sepulcral de su voz, Abrielle dio un paso atrás.
—¿Un malentendido, decís? Tal vez el hidalgo no entendió que aún no había pedido formalmente vuestra mano y que vuestro padrastro aún no había aceptado su petición, ni habían llegado a ningún acuerdo, ni se había establecido ningún vínculo, ni publicado ninguna amonestación. ¿También fue un malentendido que no tuviera derecho a atacaros y maltrataros, a tocaros y manosearos…?
Abrielle se esforzó en mantener la compostura, pero le costó horrores y se limitó a encogerse de hombros y musitar una respuesta con desgana.
—Creo que fue más bien un exceso de entusiasmo por parte del hidalgo.
Abrielle observó que la ira creciente que destilaba la voz de Raven se había grabado en su rostro, petrificando sus marcadas arrugas y sus facciones ya de por sí angulosas.
—Solo espero que no creáis realmente semejantes necedades, o lo que es peor aún, que penséis que ese «entusiasmo» es normal en un hombre. Un hombre honorable sabe perfectamente dónde están los límites, y obra en consecuencia por mucho que quiera… —Raven se calló de golpe—. Un hombre honorable entiende que hay cosas en este mundo por las que vale la pena esperar.
Sin motivo aparente, Abrielle notó que una placentera sensación de calidez le recorría el cuerpo. Todo en él, desde la forma obstinada de su mandíbula hasta el tono ferviente de su voz, revelaba que Raven era de aquella clase de hombres, y se le quitaron las ganas de seguir defendiendo a De Marlé ante él. En su intento por encontrar una respuesta de algún tipo, al final optó por una frase obligada dicha sin entusiasmo.
—Confío en que con ello no estéis insinuando que mi prometido no es un hombre honorable.
—Lo que yo piense de él no tiene ninguna importancia. Lo que importa es lo que penséis vos.
Abrielle lo miró a los ojos, preparada para ver en ellos un brillo de complicidad, pero en vez de eso encontró una mirada de comprensión que le resultó del todo insoportable.
—¡Por amor de Dios! —exclamó—, si tenéis tan bajo concepto de él, ¿por qué diantre habéis aceptado su invitación?
—Para ser sincero, tenía curiosidad.
—¿Sobre sus motivos?
Raven negó con la cabeza y esgrimió una sonrisa sardónica.
—No. Vuestro prometido no es tan complicado; sus motivos eran evidentes. Quería que viniera para alardear de su conquista.
Abrielle tomó aire de golpe. Ella pensaba lo mismo, pero Raven no debía saberlo.
—El castillo se halla muy próximo a vuestra tierra —le recordó Abrielle—. Tal vez solo pretendiera mostrar su buena voluntad al rey David.
—En tal caso debería haberlo invitado a él —repuso Raven con sequedad.
—¿Lamentáis ya haber venido?
La larga vacilación de Raven hizo que entre ellos creciera una tensión nueva e inconfundible.
—No, milady, por la oportunidad de volver a veros me habría enfrentado a situaciones mucho peores.
No había duda de que aquellas bonitas frases iban dirigidas únicamente a ella, pues allí no había nadie más que pudiera oírlas. Abrielle percibió un tono íntimo en la voz grave de Raven que le resulto nuevo. El desasosiego que sentía se convirtió en un deseo anhelante al que no tardó en sumarse un violento arrebato de ira. El escocés sabía ciertamente lo que hacía al tentar a una mujer que estaba a punto de casarse.
—No me habléis así—dijo entre dientes—, o sabré quién carece de honor.
Abrielle dio media vuelta y se retiró; tenía la mente puesta en su refugio más próximo, la cámara de sus padres, y no se detuvo hasta llegar allí.
Raven la siguió a cierta distancia y esperó a la salida de la pesada puerta hasta que oyó el sonido de la tranca de madera al encajar en su sitio. La seguridad de la muchacha le preocupaba más de lo debido, sin duda más de lo que dictaba la prudencia.
Se pasó una mano por la cara y emitió un quejido en voz baja. ¿Por qué perdía toda su compostura cuando estaba cerca de Abrielle? Se había prometido que la trataría en todo momento como correspondía a un conocido lejano.
Pero entonces la vio allí sola a la luz de la luna cual princesa de un cuento de hadas, con sus rizos del color del amanecer cayéndole sobre los hombros y su grácil silueta… más tentadora con un suave camisón de algodón que cualquier mujer de cuantas hubiera visto vestidas de terciopelo y cargadas de joyas. Y eso que él había visto bastantes mujeres, vestidas y desnudas; más que suficientes como para no responder a la imagen fugaz de una grata curva o al mínimo indicio de un recoveco apetecible como un ingenuo efebo que aún no hubiera robado su primer beso. Sin embargo, el mero hecho de mirar a Abrielle le privaba de prudencia, y quizá —como ella misma le había insinuado— de una pequeña parte del honor inquebrantable del que se enorgullecía.
Raven reconoció airado que la doncella estaba en lo cierto acerca de él, y despreció su propia debilidad por lo que a ella respectaba. Si fuera la mitad de inteligente de lo orgulloso que era, actuaría como había jurado que haría antes de llegar al castillo y se mantendría lo más lejos posible de ella durante su visita. Y si aún fuera un poco más inteligente, se marcharía en aquel mismo instante, mucho antes de que se celebrase la boda, que preveía como un suplicio de principio a fin. No necesitaba ver a Abrielle ante las puertas de la iglesia ataviada con sus mejores galas para saber que su mera imagen conseguiría que le fallaran las rodillas y que su corazón latiera tan fuerte que le doliera. O que el hecho de verla desposarse con De Marlé, ante Dios y ante los hombres, le incitaría a proferir un antiguo grito de guerra y a querer arrebatársela a punta de espada.
Debería irse aquella misma noche, en aquel preciso instante, pensó, aun sabiendo que no tenía intención de seguir su propio consejo. Marcharse sería de cobardes, y Raven Seabern no era un cobarde. No, se quedaría allí y daría a aquel hidalgo llorica la nimia satisfacción que buscaba. Se quedaría allí y haría algo que requería más valor que cualquier batalla o pelea en la que hubiera participado. Él era un emisario real, educado para controlar hasta las emociones más desenfrenadas, una habilidad que en su mundo podía marcar la diferencia entre una vida dichosa y una muerte segura; así pues, permanecería en silencio y se limitaría a contemplar cómo la única mujer que había logrado llegar hasta lo más hondo de su ser, sin ponerle encima más que un dedo enguantado, se casaba con otro hombre.
El sol del nuevo amanecer asomó con luz trémula entre las ramas bajas de los árboles que cubrían las colinas situadas al este, tiñendo con su brillo sonrosado la densa neblina que se arremolinaba de forma inquietante sobre el terreno pantanoso que rodeaba en parte el castillo. En el patio cerrado de la fortificación, siervos de ojos mortecinos y mejillas hundidas corrían inquietos de un lado para otro Con bandejas cargadas de comida para los cazadores. Cuando retiraban las bandejas, eran muchos los siervos que aprovechaban el momento para llevarse rápidamente a la boca los escasos restos que quedaban.
De fondo se oía la algarabía de más de una veintena de perros de raza que gruñían y aullaban su deseo de permanecer cerca de sus amos. Tras un puntapié bien dado o un bastonazo gañían y salían corriendo en todas direcciones y no tardaban en lanzarse por los trozos de carne que hubieran caído de las rebosantes bandejas que llevaban los siervos.
Sentados entre aquellos cuya codicia avivaba su mente con artimañas diversas para hacerse con los premios que pudieran robar había hombres de naturaleza más tranquila y sutil, que se tomaban la caza como algo serio y confiaban en sus propias aptitudes. Dejando a los primeros con sus marrulleras riñas y sus ostentosos alardes de cacerías pasadas, los otros inspeccionaban en silencio los filos de sus arpones y flechas. Dentro de aquel último grupo se hallaba la pareja de escoceses.
Raven estaba afilando tranquilamente varias lanzas para la cacería del jabalí que se celebraría al día siguiente. Como era de esperar, su padre y él no conocían a ninguno de los presentes. Sus amigos de las tierras altas habían puesto en duda sus razones para aceptar una invitación de boda de alguien que probablemente se revelaría como un peligroso enemigo, pero Raven no había olvidado a la hermosa doncella a la que había rescatado y no podía hacer caso omiso del intenso deseo que sentía por poseerla. A sus ojos era como una delicada flor de una belleza inconmensurable. Para convertirse en toda una mujer habría que cuidarla con mimo, y no era muy probable que eso ocurriera estando en manos de un bellaco como De Marlé. Raven temía que no sobreviviera a sus malos tratos.
Cedric frunció la boca mientras contemplaba la hoja que había estado afilando, luego alzó la vista y miró a su hijo.
—No hemos tenido oportunidad de hablar de esto antes, así que te lo preguntaré ahora. Te advertí que De Marlé podría estar buscando venganza, y ahora que he visto la expresión de su mirada mis sospechas son mayores.
Raven lanzó una mirada a su padre.
—¿Acaso no os parece convincente su repentina camaradería?
Cedric resopló.
—Muchacho, ¿te importaría explicarle a tu anciano padre por qué te has empeñado en meterte en esta trampa cual un mendigo ciego?
Raven dedicó a su padre una sonrisa irónica.
—Sé que no lleváis tanto tiempo viudo para no admirar un hermoso rostro como hacemos los demás, padre. Habéis visto con vuestros propios ojos lo bonita que es la doncella.
—Dime que estás hablando de lady Cordelia.
—No, es Abrielle quien ha clavado su flecha en lo más profundo de mi corazón.
Cedric suspiró y negó con la cabeza.
—Me lo temí cuando vi el interés con el que la mirabas ayer, y eso fue antes de que me percatara del modo en que ella te devolvía la mirada. ¿No corre por ahí el disparatado rumor de que la joven está comprometida? ¿Acaso no era ese el motivo que nos ha traído basta este torreón, asistir a las nupcias entre De Marlé y su hermosa dama?
Raven se encogió de hombros.
—Como ya recordaréis, padre, no pedí que me invitaran. Fue idea del hidalgo. Es cierto que habría preferido que la pobre doncella no se viera atada a un hombre como él, pero el contrato está firmado y debo aceptarlo. —Incluso en el momento en que lo decía se le revolvió el cuerpo en señal de protesta. Para evitar que tanto su padre como él siguieran pensando en ello decidió cambiar de tema—. Naturalmente, eso me lleva a preguntarme cuáles serán sus intenciones. Suponer que pretende hacernos daño tal vez sea exagerado, aunque sería interesante. Añadiría algo de emoción al acontecimiento.
—No estoy seguro de que a Abrielle le pareciera «interesante» que estallara la violencia en medio de su boda. —Cedric movió lentamente la cabeza—. Sí, muchacho, es cierto que entonces tendrías derecho a defenderte. Sin embargo, teniendo en cuenta que el pobre hombre casi te dobla la edad y el peso, y que te llega a los hombros, cualquier enfrentamiento entre vosotros no parecería del todo justo a ese atajo de víboras a los que llama amigos.
—Oh, no pretendo darle pie, padre —aseguró Raven a su progenitor—. Y la dama ha dejado claro que no quiere ayuda de nadie como yo. Pero aun así me siento… culpable.
—No tienes por qué, muchacho. Tú ni siquiera sabes las razones que le han llevado a elegir a un hombre como él.
—La desesperación, padre, ¿qué podría ser sino?
—Sea lo que sea, no nos concierne.
Raven emitió un sonido evasivo, pensando que aquellas palabras no le parecían más convincentes viniendo de su padre que cuando se las dijo a sí mismo.
Abrielle pasó el primer día de la cacería con las mujeres. Se habían reunido para ver partir a los hombres entre aclamaciones, gritos y gestos de afecto. Se fijó en que allí por donde pasaban los dos escoceses la multitud guardaba silencio, como si no quisieran alentar al enemigo. Los seguidores de Desmond los abuchearon con maneras deshonrosas, y lo último que quería Abrielle era que la celebración de su boda se estropeara y alguien acabara herido. Cuando Desmond por fin la miró, ella le devolvió una mirada suplicante, y el hidalgo acalló a sus escandalosos hombres con un gesto de la mano. Los dos escoceses siguieron avanzando con dignidad a lomos de sus monturas, pero Abrielle sabía que aquel silencio incómodo no presagiaba nada bueno. Y vio que Desmond la miraba de nuevo con sus pequeños ojos entrecerrados.
Aquella noche, cuando los cazadores regresaron con el botín, no había duda de que Cedric había cazado el ciervo más grande y majestuoso y que había ganado el primer premio. Tal era el tamaño del venado que Thurstan no pudo proclamar a otro ganador, aunque a Abrielle le pareció que vacilaba más de la cuenta ante los animales muertos.
Durante la cena nadie quiso compartir la mesa con Raven y su padre. Los dos hombres se entregaron a la comida como si aquello no les importara, pero ¿cómo podían obviar el tenso rencor de sajones y de normandos? Cordelia y Abrielle cruzaron una mirada de preocupación.
—Es del todo indecoroso que unos invitados reciban semejante trato —musitó Abrielle a su amiga.
—Aún no eres la señora de este lugar —repuso Cordelia, vacilante.
—Lo sé, pero estos hombres se comportan como si los Seabern en persona hubieran atacado nuestras tierras en el pasado, Vienen de las tierras altas de Escocia, no del otro lado justo de la frontera. Y si estalla una riña, ¿no lo estropeará todo?
—¿No agradecerías que la boda se retrasara?
—¡Cordelia! —exclamó lady Grayson con un grito ahogado mientras miraba alrededor, pero nadie las había oído.
—No quiero que la boda se retrase —aseguró Abrielle con firmeza; deseaba que su padrastro no tuviera un aspecto tan abatido al verlo encorvado sobre su jarra de cerveza—. Pero si este será pronto mi hogar, los amigos de Desmond deberán comportarse con educación. Parecen un grupo de perros rabiosos. Y si hay pelea, ¿no crees que nuestros padres se verán obligados a tomar partido?
Mientras Cordelia palidecía ante la idea, Elspeth se inclinó hacia su hija.
—Abrielle, haces bien en estar preocupada. Tú y yo sabemos cómo pueden comportarse los hombres cuando dejan de atender a razones. Recuerda que tu difunto padre se sintió obligado a aceptar aquel desafío que nos lo arrebató para siempre.
Abrielle se estremeció al pensarlo.
—No puedo permitir que eso se repita.
Dicho esto, se puso en pie con gracilidad y comenzó a recorrer el gran salón, pisando esteras que no se habían barrido desde hacía meses.
Raven dejó de comer cuando vio a Abrielle moverse entre la bulliciosa multitud. Era como la orgullosa proa de un barco que dejaba a su paso una estela de silencio. Tal era su belleza, que los hombres dejaban de comer para mirarla, y Raven sabía que él no era distinto.
—Muchacho, cierra la boca si no quieres que te entren moscas —le dijo su padre en tono divertido.
Abrielle se detenía en cada mesa, dedicaba a los invitados una dulce sonrisa y les hablaba con voz melodiosa. Los escoceses no alcanzaban a oír qué decía, pero vieron que más de uno les lanzaba una última mirada antes de arrellanarse en su asiento.
—¿Qué hace? —musitó Raven, desconcertado por no poder sino observar y preguntarse qué ocurría.
—Calmar los ánimos de sus invitados —se atrevió a conjeturar Cedric.
Aunque tenía la atención puesta en Abrielle, Raven se propuso observar asimismo la reacción de De Marlé. En un primer momento, cuando parecía que Abrielle iba a reunirse con él, el hidalgo es taba encantado, pero cuando vio que en su camino seguía deteniéndose en las mesas, Desmond miró hacia la mesa de Raven con creciente disgusto. Raven trató por todos los medios de desentenderse de lo que ocurría, pero no le fue fácil: el más leve movimiento de la joven y el menor atisbo de emoción que entreveía en su rostro lo fascinaban. No podía evitar mirarla, y cada vez que lo hacía deseaba tocarla, estrechar aquel cuerpo maravilloso contra el suyo y saciar su necesidad con la suavidad de Abrielle. Durante aquel último mes había sido incapaz de borrarla de su mente, y saberse en la misma estancia que ella solo sirvió para acrecentar su deseo. Dio gracias a Dios por la experiencia que le había reportado la diplomacia y que en aquel momento le permitió mantenerse impasible y no revelar los pensamientos ni sentimientos que se arremolinaban en su interior. De Marlé podía parecer un hombre ignorante, pero no era tonto. Tenía una astucia maliciosa, y Raven sabía que si la mirada de odio del hidalgo fuera una espada, su cabeza estaría rodando por el suelo del salón.
Para gran alivio de Raven, Abrielle, en vez de acercarse a su mesa, se dirigió a la de su prometido y le dedicó la más dulce de sus sonrisas. Raven deseó poder retar al hombre por el derecho que tenía de mirar aquellos preciosos ojos verdeazulados. Su padre, que parecía haber percibido su inquietud, le tocó el muslo en señal de advertencia, y Raven, aún nervioso, fingió que volvía a concentrarse en su plato.
Desmond tomó encantado la mano de su hermosa prometida, la sostuvo en alto y le plantó un beso. El gesto provocó afables comentarios sobre la noche de bodas, y Desmond vio aparecer un rubor virginal en el rostro de Abrielle.
Pero no podía olvidar la forma en que Abrielle había calmado los ánimos de los invitados, y todo por los escoceses. Su plan de vengarse de Raven Seabern alardeando de su prometida ante él no estaba saliendo como había planeado. Cierto era que el escocés aún la deseaba, pero lo mismo sentían todos los hombres presentes en el salón, y Raven se esforzaba mas que la mayoría en reprimir su deseo.
Lo peor era ver cómo Abrielle evitaba deliberadamente dirigir la vista hacia Raven, como si temiera mirarlo de cerca por miedo I lo que pudiera sentir.
Y eso Desmond no podía consentirlo. Había que cambiar de planes. Su sobrino Thurstan contaba con hombres de reserva por si re revelaba necesaria una demostración de fuerza. Había llegado el momento de pasar a la acción. Un ataque perpetrado por ladrones seria más creíble que hacer que dos hombres sanos sucumbieran de repente envenenados.
Casi había anochecido cuando Raven y su padre detuvieron los caballos junto a la orilla opuesta del río que serpenteaba a cierta distancia del torreón, muy cerca de un tramo rocoso y poco profundo donde el agua fluía con rapidez. En aquel lugar, el segundo día de la cacería, padre e hijo habían visto varios jabalíes, ninguno de los cuales mereció el esfuerzo de la persecución, si bien Cedric había comentado que cualquier jabalí recién cazado mejoraría la comida que se servía en el castillo. Había tantos cazadores deambulando por aquí y por allá, y en su avance hacían tanto ruido, que los animales corrían a esconderse, y encontrar una pieza digna de elogio se había convertido en una empresa harto ardua.
Raven y su padre habían decidido aventurarse por parajes más lejanos en la dirección contraria, no solo para buscar la presa en la zona hacia la que los otros conducirían a los animales sin querer, sino también para tratar de mantenerse lejos de la trayectoria de una flecha o una lanza errada. La combinación de terreno accidentado y corrientes rápidas no suponía una dificultad para quienes se habían criado en las tierras altas de Escocia. Los que intentaron seguir su rastro no tardaron en desistir de su empeño y retirarse a una zona más llana y cercana a la fortaleza.
El sol se ocultaba ya tras las copas de los árboles más altos chupando padre e hijo seguían el rastro de un jabalí que prometía batir todas las marcas. Momentos antes habían descendido hasta un paraje cercano a un tramo de aguas rápidas y Raven había visto al animal adentrarse en una zona de matorrales protegida del sol por árboles imponentes. En silencio, hizo gestos a su padre para que se fijara en las huellas del animal y en una rama recién partida que había cerca de la base de un alerce. Se inclinó a un lado de la montura y, valiéndose de su lanza, apartó las ramas más bajas del árbol y dejó al descubierto un jabalí enorme, con sus inmensos colmillos curvos, que se había guarecido junto al tronco. De repente, un chillido iracundo rompió el silencio, el animal salió corriendo de su refugio y provocó un movimiento frenético de hojas en su huida. Al notar el contacto de las ramas en su piel hirsuta, el jabalí saltó a un lado y rasgó el aire con los colmillos en el intento de dar con su enemigo fantasma.
El animal, lleno de furia, se abalanzó hacia el claro entre chillidos. Al verlo venir, Raven rozó con las espuelas los costados de su semental para que girara sobre sí mismo y pudiera enfrentarse a su presa cara a cara. El jabalí clavó los ojos en la intimidatoria presencia que se alzaba ante él y, resoplando amenazadoramente, comenzó a rascar el suelo con los colmillos, arrojando densas matas de hierba a diestro y siniestro. Luego tomó impulso con las patas traseras y se lanzó hacia el caballo en una carrera enérgica.
Raven se apresuró a apartar a su montura a un lado y dejó que el animal pasara de largo. Un instante después, el jabalí terminó su furiosa arremetida bajo el extenso follaje de otro alerce situado a un tiro de piedra de donde se hallaba Raven. Las ramas más bajas del árbol se sacudieron de un lado a otro cuando el animal se abrió paso entre ellas con ferocidad.
Cuando emergió de nuevo con ímpetu de entre las ramas bajas se encontró con que el hombre le aguardaba lanza en mano. Con todas sus fuerzas, Raven arrojó el arma hacia su objetivo, y la lanza atravesó al animal. El jabalí comenzó a retorcerse entre chillidos de agonía en un intento desesperado por librarse de la lanza. Poco a poco, sus movimientos se ralentizaron y se hicieron cada vez más torpes mientras se tambaleaba a un lado y a otro en errática retirada, hasta que finalmente se derrumbó sobre sus cortas patas.
Raven se levantó sobre los estribos con la intención de desmontar, pero una lanza salida de la nada le pasó zumbando por la rara y le abrió un tajo en la mejilla. Manaron gotas de sangre de la herida sin que él se diera cuenta. Guiándose por el instinto y las enseñanzas transmitidas por su padre a lo largo de los años, siguió la trayectoria del arma hasta el tronco en el que se había clavado su punta irregular. A su espalda oyó un chapoteo que indicaba que unas monturas estaban cruzando la corriente y se apresuró a tirar de las riendas para dar media vuelta y enfrentarse a los jinetes. Ansiaba luchar contra un enemigo que había atacado sin previo aviso ni provocación por su parte.
Raven volvió la mirada de nuevo hacia el árbol y espoleó suavemente al caballo para que corriera en aquella dirección. Sin frenar su montura, agarró el asta desgastada de la lanza de su atacante, la arrancó del tronco y, tras arrojarla un instante al aire para cogerla mejor, tiró de las riendas para volver al punto de partida. Su padre también se volvió y juntos se enfrentaron a los dos jinetes con yelmo y capa que espoleaban a dos enormes y greñudos caballos hacia ellos.
El ruido atronador de los cascos resonaba en el claro del bosque mientras uno de los jinetes echaba la mano a la espalda para alcanzar una pesada hacha de guerra y la blandía por encima de su cabeza. Aunque sus oscuros ojos apenas se veían bajo la visera de su rudimentario y abollado yelmo, se clavaron sin vacilación en el más joven de los escoceses.
Raven echó hacia atrás la lanza por encima de su hombro y aguardó el momento oportuno con la mirada fija en los dos adversarios que avanzaban hacia ellos. Cedric espoleó su montura para salirles al paso y evitar que pudieran herir a su hijo. Al verlo, el bandolero más próximo giró su caballo y se dispuso a arremeter directamente contra el anciano. Sus ojos grises, brillantes a través de los agujeros de la máscara, no se apartaron en ningún momento de su objetivo, y bajo el tosco casco una sonrisa de dientes negros portaba una sombría promesa de muerte mientras el salteador alzaba lentamente la pesada maza sobre su cabeza.
Cedric desenvainó y su reluciente espada silbó en el aire. Mirando directamente a su adversario, el anciano espoleó los flancos de su caballo. Trozos de tierra con hierba y hojas volaron por los aires mientras los dos caballos corrían el uno hacia el otro a través, de la estrecha extensión de tierra que los separaba. Profiriendo un grito de guerra que sorprendió a su adversario, Cedric hizo girar su espada por encima de su cabeza mientras guiaba a su caballo con la simple presión de sus rodillas. Cuando los dos corceles se encontraron, el más pequeño pasó sin esfuerzo junto al enorme caballo de batalla del bandolero mientras el anciano se alzaba sobre los estribos. Un instante después, en un golpe certero, la espada de Cedric zumbó con una claridad letal: chocó brevemente contra el rudimentario yelmo y luego separó del cuerpo la cabeza del malhechor.
La pesada maza cayó de una mano sin vida, pero Cedric no vio desplomarse el cuerpo decapitado, pues giró su caballo y acudió en auxilio de su hijo. Si se hubiera demorado un instante, no habría visto cómo Raven traspasaba al desconocido con su lanza.
Cedric recorrió a su hijo con la mirada en busca de posibles heridas y, al no ver ninguna, le habló en el tono crítico propio de un padre.
—Has tardado lo tuyo en acabar con ese villano, muchacho. ¿No te he dicho siempre que hay que ser rápido ante el peligro?
Raven alzó una ceja con aire receloso y le respondió tan bien como pudo.
—No quería avergonzaros acabando con él antes de que vos hubierais terminado con el otro. Además, no sé si recordáis que, para poder enfrentarme a él, antes he tenido que recuperar su arma.
—Menuda excusa—repuso Cedric. Aunque por su tono de voz parecía alegre, aquel intento de acabar con la vida de su hijo consiguió que la sangre le hirviera de odio al pensar en el hombre que les había invitado con tan diabólico propósito—. ¿Por casualidad conoces los nombres de estos pobres diablos a los que acabamos de dar muerte? ¿Y puedes decirme quién crees que está detrás de todo esto?
Raven desmontó de su caballo y procedió a atar los dos enormes corceles de guerra a un par de árboles; luego quitó el yelmo al hombre al que había matado y se encogió de hombros, y negó con la cabeza.
—Supongo que son simples soldados. Lo que debemos averiguar es quien los ha abocado a tan estúpida muerte… acaso haya una remota posibilidad de que el culpable no sea el señor de De Marlé.
Cedric movió la cabeza con gesto triste mientras contemplaba la carnicería.
—Entre tú y yo, muchacho, diría que no hay duda de que ha sido ese astuto canalla quien ha mandado a estos dos a matarte. De Marlé no tenía razón alguna para invitarnos, salvo para servirnos como comida para sus perros.
—Sí, eso y su vanidosa arrogancia. —Raven entrecerró los ojos—. Aun así, me cuesta creer que un hombre como De Marlé tenga una lamentable excusa para planear un asesinato un día antes de desposarse con una mujer tan bella y encantadora como Abrielle.
—Tú lo avergonzaste, hijo, y lo hiciste no solo al salvar a la hermosa joven de sus viles propósitos, sino al demostrar que era tan cobarde que hasta su propia madre lo habría repudiado.
Raven sonrió.
—Supongo que el ver a su prometida calmando los ánimos del salón entero en nuestra defensa durante el banquete de anoche no sirvió para que se congraciara conmigo.
—Vi cómo te miraba y no me gustó —admitió Cedric.
—Pero ¿cuestiona la lealtad de la dama hasta el punto de contemplar la idea del asesinato?
—Yo más bien cuestionaría el criterio de la dama —replicó su padre—. La idea de que una doncella tan hermosa vaya a casarse con ese hombre haría llorar a una piedra.
—¿Convenís entonces en que tomó esa decisión porque estaba desesperada? Si es que la decisión fue suya… Creo que detrás de ese acuerdo hay más de lo que nadie sabe; algo tan espantoso, que Vachel no ha tenido más remedio que aceptar la unión.
—¿Y qué pretendes, que nos quedemos como invitados de un asesino? —inquirió Cedric, escudriñando a su hijo con la mirada. Luego señaló con la mano la sangrienta escena que tenían alrededor—. Si nos quedamos, tendremos que vérnoslas con más como esta.
—Y el final será el mismo. Solo hablo por mí, padre. Me quedaré hasta que se celebre la boda. Si algo sale mal, la dama necesitara protección.
—Eso no significa que seas tú quien deba protegerla —señaló Cedric.
Raven acalló cualquier otra protesta con una mirada de soslayo.
—Yo me quedo.
—Ten por seguro que De Marlé no tardará en encontrar otra oportunidad para matarte —le advirtió Cedric—. Cuando regresemos con estos hombres, su deseo de verte muerto crecerá.
Raven ladeó la cabeza y reflexionó en silencio durante largo rato, luego miró a los ojos a su padre y dijo:
—Pase lo que pase, pienso llevar al castillo a estos hombres para que De Marlé sepa que hacen falta más de dos soldados para librarse de nosotros. Tal vez la visión de estos pobres diablos le revuelva las tripas o le haga temer por su vida. Después de eso, aguardaré el momento oportuno, pero de un modo u otro acabaré viéndomelas con él. Puede que lo que haya entre su prometida y él no sea asunto mío —dijo, lanzando otra rápida mirada a los hombres muertos—, pero sin duda esto sí lo es,
Cedric se pasó un nudillo bajo su poblado bigote.
—Cuando vea lo que hemos cazado le dará un ataque.
Raven resopló con desdén.
—Ojalá… ojalá le diera un ataque que lo llevara a la tumba. Así lady Abrielle quedaría libre.
—¿Quieres decir libre para poder elegir a otro? —dijo Cedric, levantando una ceja con curiosidad mientras observaba a su hijo.
Raven sonrió poco a poco mientras miraba los ojos azules del anciano.
—¿Sabéis, padre? Siempre me habéis leído tan bien el pensamiento que a veces me pregunto por qué me molesto en expresarlo.
—Tal vez tú tengas la misma capacidad dentro de unos años. —Cedric carraspeó como si tratara de aclararse la voz—. Hasta entonces, sigue mi ejemplo si crees que el asunto merece la pena, si no arréglatelas tú solo.
—Así lo haré —dijo Raven; ya no había diversión en su voz.