Capítulo 2

CON la astucia de una serpiente, Desmond salió de un salto de su improvisada guarida y silenció de inmediato los gritos de Abrielle con la sudorosa palma de su mano. Arrastrándola entre sacudidas, patadas y un frenético manoteo en el intento de la muchacha de arañarle o herirle, Desmond logró meterla en una de las cámaras adyacentes al gran salón, la tumbó en un diván y la inmovilizó con el peso de su cuerpo. Cada vez más aterrorizada, Abrielle le arañó la cara y trató de apartar la suya, pero Desmond le clavó los dedos en la mandíbula y con su repugnante lengua profanó las profundidades de su boca.

Ningún pretendiente había besado antes a Abrielle, ni siquiera lord Weldon, y tampoco la habían atacado. El hecho de verse presa en contra de su voluntad por el rufián Desmond de Marlé además de aterrorizarla le provocaba una repugnancia enorme. Ante la amenaza de acabar siendo víctima de su lujuria, Abrielle luchó con Coda la determinación de la que pudo hacer acopio. Dentro del estrecho cerco que le imponían los brazos de su agresor, trató desesperadamente de recobrar su libertad con uñas y dientes.

Al pánico no tardó en sumarse un instinto salvaje en su intento por liberarse, pero el peso sudoroso de Desmond y los pliegues envolventes de la falda jugaban en su contra. Cuando por fin logró tener una pierna libre y comenzó a patalear a ciegas, De Marlé ni se inmutó, pero en ese momento Abrielle soltó su tan preciada copa, que cayó al suelo con un estrépito retumbante.

Desmond intensificó de inmediato su presión en la mandíbula, lo que provocó que Abrielle lanzara un grito de dolor.

—Silencio, tontita —le ordenó en un tono áspero y con un brillo aterrador en la mirada—. Si sabéis lo que os conviene, os quedaréis tumbada aquí y…

Sus palabras se perdieron en un repentino remolino de cuadros escoceses al tiempo que un salvaje gruñido hendía el aire y Abrielle quedaba libre de su captor con la misma presteza con que la había apresado. Por un instante vio que los redondos y brillantes ojos de Desmond se abrían con una expresión de auténtico terror mientras se separaba su cuerpo rollizo y flácido del de ella y lo giraba a un lado sin esfuerzo, como si estuviera lleno de plumas y no de grasa. No fue hasta entonces cuando Abrielle vio quién le había quitado de encima a Desmond, quién era el causante del pánico atroz de su mirada y quién estaba causándole un dolor aún mayor, a juzgar por los sonidos que emitía el atemorizado De Marlé.

Raven, con su oscura cabellera arremolinada sobre los hombros, levantó a Desmond por el pescuezo con una mano mientras con la otra le molía la cara a puñetazos, lo que suscitó en la doncella una mezcla de horror y alivio. Durante lo que le pareció una eternidad, Abrielle permaneció quieta, era incapaz de moverse, hasta que recobró el ánimo suficiente para incorporarse e intentar alisarse la falda, que se le había arrebujado bajo el cuerpo, dejando al descubierto los muslos y parte de la cadera. Abrielle logró tirar de la tela para que volviera a su sitio, pero no lo hizo lo suficientemente rápido para escapar a la mirada de Raven.

Los movimientos de la muchacha captaron la atención del escocés, que se quedó paralizado en plena paliza. Cuando desvió la mirada de Desmond a Abrielle, su expresión de furia se convirtió en algo diferente, algo igual de oscuro y peligroso, pero en otro sentido. El taimado Desmond aprovecho su distracción para zafarse de él de un tirón, pero Raven le dejo escapar y ofreció a Abrielle un chal bordado que había en una silla coreana, gesto que le valió un tímido «Gra… gracias»

El honor, el de él y el de ella, imponía que Raven apartara la mirada, y eso es lo que hizo al cabo de unos instantes, permitiendo que Abrielle se cubriera rápidamente y se levantara.

Raven, entonces, se giró y le tendió una mano con gesto vacilante, como si quisiera ofrecerle un apoyo, tranquilizarla o tocarla, pero la dejó con la duda al bajar la mano a un lado.

—¿Estáis herida, milady? —le preguntó Raven al tiempo que Abrielle se afanaba en cubrir con el chal sus enrojecidos pechos.

La mejor respuesta que logró darle Abrielle fue negar con la cabeza, luego echó a correr por el pasillo, en dirección a los aposentos en los que estaba instalada su madre, y no osó detenerse ni por un instante. En su ausencia, Raven vio la copa tirada en el suelo, cerca del diván hasta el que Desmond había arrastrado a Abrielle. La recogió y se encaminó hacia el descansillo en lo alto de la escalera, donde aguardó unos momentos, pues sin duda la amedrentada doncella estaría relatando a sus padres lo ocurrido; debía darles un poco de tiempo para que recobraran la calma. Tras un intervalo prudencial, golpeó suavemente la puerta con sus delgados nudillos.

—¿Quién es? —inquirió Elspeth, acercándose a la puerta.

—El escocés, Raven Seabern.

La puerta se abrió lo justo para que Elspeth pudiera verlo. La mujer le ofreció una sonrisa temblorosa, agradecida de que hubiera estado cerca para salvar a su hija de las garras del terrible monstruo al que detestaba toda su familia.

—Me temo que mi hija se siente incapaz de venir hasta la puerta para daros las gracias como merecéis, y su padre no tardará en volver, pero si sois tan amable de aceptar mi eterna gratitud, podéis contar con ella. De no haber sido por vos, mucho me temo que ese hombre malvado se habría salido con la suya.

—Encontré la copa de vuestra hija después de que se marchara— musitó Raven sosteniendo el objeto a la vista de la mujer. Elspeth abrió la puerta sin miedo y tomó la copa de manos del escoses, de hecho, le dedicó incluso una leve sonrisa, pues su hija se sentiría aliviada al saber que el preciado objeto le había sido devuelto.

—Os lo agradezco .sinceramente, amable señor, pues esta copa tiene un enorme valor tanto para ella como para mí. Era de su difunto padre, y había pasado por generaciones de Harrington hasta llegar a Berwin. Antes de su muerte prematura, su padre se la regaló, y cuando Abrielle se dio cuenta de que la había olvidado en el salón, salió corriendo a buscarla y no pensó en nada más. Por supuesto, no podía imaginar que ese depravado la atacaría. No sé qué sabéis de mi hija, pero estuvo prometida a lord Weldon de Marlé. Desde que él murió, Desmond parece decidido a perseguirla.

—¿Habéis dicho que esperáis que vuestro esposo regrese en breve, milady? Quizá debería quedarme vigilando en el descansillo hasta que vuelva y velar así por vuestra seguridad y la de vuestra hija. Si lo consideráis necesario, apuntalad la puerta por dentro con una silla.

Nerviosa aún por el incidente que había vivido su hija, Elspeth logró esbozar una trémula sonrisa de agradecimiento.

—Creo que Abrielle y yo nos sentiríamos más seguras si os quedarais vigilando hasta que mi esposo regrese… no fuera a ser que Desmond intentara entrar por la fuerza en nuestros aposentos. Al parecer se ha propuesto conseguir a mi hija a toda costa, y no hay nadie a quien Abrielle deteste más. Pero no sé cuándo volverá. Os agradezco una vez más vuestra protección… y vuestra amabilidad —dijo Elspeth en voz baja, tratando de contener unas lágrimas de gratitud—. Esta noche habéis sido un regalo del cielo, no solo por socorrer a mi hija, sino por velar por nosotras cuando apenas nos conocéis.

—Sí, es cierto que apenas os conozco, milady, pero reconozco al instante a los canallas como el que ha atacado esta noche a vuestra hija. Supe que no era un hombre de fiar desde el primer momento en que lo vi. A decir verdad, milady, tengo tendencia a defender a aquellos que se ven acosados por un hombre de su calaña. Y ahora, si me lo permitís, os diré buenas noches. Descansad si os es posible.

Tras cerrar la puerta, Elspeth entró en la cámara contigua, donde su hija se había tumbado en la cama y seguía sollozando. Incluso un individuo apuesto podía evocar un recuerdo espantoso si recurría a las viles tácticas que el hidalgo había empleado. En vista del creciente desdén que Abrielle había llegado a sentir el hombre antes de su ataque, la aversión que le inspiraba probablemente no había hecho sino aumentar.

Acariciando con dulzura la espalda de su hija, Elspeth trató de calmar su llanto.

—Raven Seabern se quedará fuera custodiando nuestros aposentos hasta que Vachel vuelva —musitó al tiempo que se preguntaba cuándo llegaría ese momento. Dicho esto, hizo una larga pausa mientras pensaba en el protector de ambas—. El escocés da la impresión de ser un hombre digno de admiración… y es un caballero muy apuesto… más incluso que lord Weldon. Pero, claro, no debo olvidar que tu prometido rondaba los cuarenta y cinco años cuando se mató.

El recuerdo del fallecimiento del noble provocó un prolongado silencio que ninguna de las dos mujeres parecía dispuesta a romper hasta que Elspeth suspiró pensativa.

—Sé que no es propio de una dama hablar de estas cosas, pero llevo un tiempo pensando… y más desde este último incidente, que si Desmond se viera amenazado con violencia tras osar acercarse a ti, tal vez aprendería a guardar las distancias.

—No lo creo —musitó Abrielle con el rostro hundido en el cobertor—. Dejadlo estar, madre. Pronto nos iremos a Londres.

A punto estuvo de contar a su madre lo que Cordelia le había dicho sobre las sospechas de que Desmond había tenido que ver en la muerte de Weldon, pero ¿cómo iba a preocuparla aún más? No quería que Vachel se viera obligado a retarlo a un duelo a muerte. Su propio padre había perdido la vida de ese modo tan falto de sentido. Y después de todo, habían detenido a Desmond a tiempo. Abrielle se estremeció.

 

 

 

Fuera, a una distancia prudencial, Desmond se lamía las heridas y urdía un nuevo plan. Tras librarse de aquel escocés arrogante y entrometido, había echado a correr hasta la salida más cercana en un afán desesperado por ponerse a salvo. La rapidez de su huida había quedado patente por el sonido de sus ruidosos talones resonando a lo largo de los pasillos No se detuvo hasta que hubo escapado del castillo y subido a duras penas a lomos de su greñudo corcel. Incluso entonces golpeó desesperadamente los costados del animal con los talones. Aquella noche habían frustrado sus planes y lo habían dejado en ridículo, pero habría otra noche, y no olvidaría la actitud posesiva de Raven para con Abrielle.

 

 

 

Era bien entrada la noche cuando Vachel regresó al castillo y comenzó a subir lentamente la escalera que conducía a los aposentos donde se alojaba su familia. No había dejado de pensar en las limitadas opciones de su futuro y estaba de un humor de perros.

Le quedaban unos peldaños para llegar al descansillo cuando vio al escocés sentado con la espalda apoyada en la pared de enfrente.

—¿Por qué estáis aquí?

Raven se puso de pie de un grácil brinco.

—A Desmond de Marlé se le ha metido en la cabeza imponerse a vuestra hija.

El espanto heló el corazón de Vachel.

—¿Abrielle está bien? ¿Le ha hecho algo? —Aunque se resistía a preguntarlo por no ver sus sospechas confirmadas, tenía que saber la verdad—. ¿La ha… mancillado?

—Lo habría hecho de no haber estado yo allí para devolver esa rata a su agujero —contestó Raven—. Le dije a vuestra esposa que me quedaría vigilando hasta que volvierais. Tal vez penséis que esto no es de mi incumbencia, pero mientras ese villano ande por la zona debéis cuidar de vuestra familia… velar por su seguridad.

Vachel no necesitaba que nadie, y menos un forastero, le dijera que había cometido un grave error al dejar sola a su familia. El desconsuelo que había sentido durante la noche había crecido hasta un grado intolerable al ver que los mismos nobles que habían cortejado a Abrielle iban tras el aroma de presas más acaudaladas. El sentimiento de culpa que le embargaba por no estar allí para protegerla le llevó a preguntarse si no merecería la situación en la que se encontraba. Aun así, tan malhumorado estaba que le costo aceptar el consejo del escoses.

—Puedo cuidar perfectamente de mi familia sin vuestra intromisión.

En respuesta a aquel comentario tan poco cortés por parte del padrastro de Abrielle, Raven se limitó a arquear una ceja, se inclinó ante Vachel y se marchó.

Profundamente avergonzado por no haber velado por el bienestar de su familia, Vachel se volvió y abrió la puerta de sus aposentos.

Elspeth caminaba preocupada de un lado al otro de la estancia aguardando su llegada. Al verlo atravesar el umbral, se lanzó a sus brazos entre sollozos de alivio.

—¡Pensaba que no volverías nunca!

—Cuéntame lo que ha ocurrido —le pidió Vachel, notando el temblor que sacudía el cuerpo de su esposa.

Y ella lo hizo, con voz entrecortada, y terminó con las siguientes palabras:

—Cuánto agradezco que el escocés se quedara custodiando nuestra puerta hasta tu llegada… Quién sabe lo que Desmond habría hecho si nos hubiera encontrado aquí solas.

—No hay duda de que la vileza de ese canalla te ha alterado, Elspeth, y con razón, pero no creo que ese cobarde de Desmond tenga el valor suficiente para forzar…

Elspeth montó en cólera.

—¿Crees que doy demasiada importancia a la agresión que ha sufrido mi hija? —inquirió con la mirada encendida por una ira repentina—. Te digo que ese canalla no descansará hasta que haya deshonrado a Abrielle. De hecho, estaba decidido a hacerlo esta misma noche. De no haber sido por la intervención del escocés, la Habría violado.

—Te pido perdón por haberos dejado solas —respondió Vachel en tono humilde—. Por supuesto, este incidente jamás habría ocurrido de haber estado yo aquí, pero nada de lo que pueda decir o hacer ahora enmendará esa cuestión. —Vachel suspiró con esfuerzo—. Si no te importa, he dormido muy poco desde que llegué aquí y estoy muy cansado. Quizá podamos continuar esta discusión mañana.

Al ver tan vivida muestra del abatimiento de su esposo, Elspeth se apiadó de él.

—No nos peleemos —dijo pasándole la mano por el brazo—. Estoy segura de que más pronto que tarde nos saldrá al paso algo mejor. Solo tenemos que esperar.

 

 

 

Abrielle yacía en su cama escuchando las voces apagadas de sus padres. No oía lo que decían, pero entendía lo que sentían porque ella también experimentaba una amargura intensa. Aunque por fin había dejado de temblar, no podía evitar revivir una y otra vez en su mente el terrible ataque y recordar el tacto repulsivo de la mano de Desmond en su inocente piel.

Y luego el sentimiento de alivio y gratitud cuando Raven irrumpió en la cámara con un semblante dominado por la ira. Le agradecería eternamente que hubiera acudido en su auxilio en el momento oportuno, y nunca dejaría de sorprenderle la facilidad con que había sometido al detestable Desmond. Pero en su interior, muy adentro, también sentía algo más, algo que le hacía desconfiar de sus propios sentimientos, pues su gratitud se parecía mucho al deseo.

Y es que cada vez que veía a Raven Seabern una parte de ella lo deseaba. ¿Qué le estaba pasando? ¿Acaso la angustia y la desesperación la habían hecho vulnerable a sus más bajos impulsos? ¿Por qué no podía ver a Raven y sentir simplemente gratitud? Al fin y al cabo, no había hecho nada más que rescatarla y custodiar sus aposentos porque había considerado que ese era su deber. La había evitado durante toda la noche, salvo cuando se vieron obligados a bailar juntos, como si no mereciera su atención una vez que sus circunstancias familiares habían cambiado. Era escocés, por el amor de Dios; todas las personas que ella conocía lo miraban con recelo, y aun así su cuerpo traicionero lo deseaba, como una mujer desea a un hombre.

 

 

 

Había transcurrido un mes desde el acto de homenaje a los héroes sajones de las Cruzadas celebrado en el castillo de Westminster. En ese tiempo, los pensamientos de Abrielle habían vuelto con frecuencia a Raven Seabern y a las perturbadoras emociones que había despertado en ella. Pero por mucho que sus brillantes ojos azules, su nariz finamente cincelada y su encantadora y caprichosa barbilla hubieran captado el interés de Abrielle, no podía pasar por alto la angustiante situación en la que se hallaba su pequeña familia. El panorama que tenían ante sí la obligaría probablemente a tomar una decisión que despreciaría durante toda su vida. No podía culpar a su padrastro por la preocupación que había mostrado por sus hombres y su propio padre cuando regresó de los tumultuosos conflictos en tierras extranjeras. Willaume había faltado a su palabra al no devolver a su hijo el dinero que este había tenido la gentileza de prestarle antes de su muerte ni dejar constancia de dicho préstamo en su testamento. Vachel seguía negándose a condenar a su padre, lo excusaba diciendo que Willaume no tenía la mente clara antes de su muerte. Por desgracia, el hecho de que el anciano no hubiera recordado o no hubiera tenido en cuenta el préstamo que Vachel le había concedido para tratar de activar su menguada riqueza había llevado al hijo a la ruina. La única posibilidad de Vachel de escapar de la pobreza se hallaba en manos de Abrielle; su decisión afectaría a la vida de los tres, pero en especial a la de la muchacha.

Desmond de Marlé se había dirigido a Vachel para pedirle la mano de Abrielle, y en aquel momento ella se hallaba en la cámara privada de su padrastro, ante las dos personas a las que amaba por encima de todo, consciente de que ellas la amaban y sufrían por la decisión que había de tomar, pero la dejaron tranquila mientras cavilaba dando vueltas por la estancia.

Desmond había ofrecido por la mano de Abrielle un estipendio considerable que pagaría en el momento en que se ejecutara el acuerdo; además, se comprometía a hacer constar en su testamento que ella heredaría gran parte de sus posesiones, salvo por el pago de otro estipendio al padrastro de Abrielle y al sobrino de Desmond. Aunque Desmond era el hermanastro de Weldon y apenas lo conocía, fue su único heredero. Así, al morir el noble, se convirtió en un hombre inmensamente rico, tan rico que podía permitirle el lujo de ser generoso sí con ello conseguía lo que anhelaba desde que viera a Abrielle por primera vez, a escondidas, en compañía de sus padres en la torre del homenaje de Weldon. Abrielle no podía evitar preguntarse por qué razón ese sobrino no había heredado nada de Weldon, quien se caracterizaba por su generosidad.

Lo que menos imaginaba Desmond cuando ofreció comprar a la novia era que Vachel se hallaba tan cerca de la ruina. Tal como estaban las cosas, lo único que tenía que hacer el padrastro de Abrielle para reponer sus arcas era aceptar la petición de matrimonio de Desmond. Pero, por desgracia, la proposición del hidalgo no consiguió disipar las crecientes dudas que asaltaron de inmediato a los tres miembros de la familia, y en especial quizá a Vachel, pues la muchacha habría de renunciar a la esperanza de casarse con alguien a quien amara por salvar a la familia de algo de lo que solo él era responsable. No podía ser él quien le arrebatara su futuro.

Las elegantes cejas de Elspeth se fruncieron en una expresión de preocupación mientras observaba a su esposo caminar de un lado al otro de la estancia.

—Vachel, sé que estamos en una situación desesperada… —comenzó a decir, pero el semblante de su marido la llevó a interrumpir su arrebatada súplica. Se acercó a él y le acarició el brazo con delicadeza. Aunque le constaba que Vachel podía ser muy terco, no tenía la menor duda de que había hecho bien al aceptar su propuesta de matrimonio. En cuanto a la tendencia de Vachel a tomar decisiones contrarias a los deseos y preferencias de su esposa, en los últimos tiempos Elspeth había caído en la cuenta de que prefería verse retada por el modo de ser y pensar tan varoniles de su esposo a morir de aburrimiento con otro que hubiera estado dispuesto a complacer hasta la última de sus peticiones. Aunque Berwin solía tener en cuenta sus consejos, no siempre los seguía, como demostró el día de su muerte. Elspeth necesitaba creer que había otro modo de salir del apuro en el que se encontraban sin que la solución recayera sobre su hija. Cargar a una joven con un hombre como Desmond de Marlé le parecía un golpe de lo más cruel.

Irguiéndose cuan alto era, Vachel adelantó el mentón con una barba meticulosamente recortada, en un gesto airado. Normalmente sus ojos ámbar brillaban con un resplandor cautivador, pero en aquel momento los tenía clavados en el otro extremo de la estancia y parecían tan fríos y apagados como una piedra. No podía abrigar esperanza alguna en el futuro; sabía que su familia tenía ante sí un panorama sombrío a menos que aceptara la oferta de Desmond.

Elspeth se arrodilló en la estera que cubría el suelo, junto a la silla de Vachel, y unió las manos sobre su regazo mientras observaba el rostro ceñudo de su esposo.

—Vachel, si tuvieras en cuenta la reputación de Desmond, verías que no es un marido apropiado para Abrielle.

—Por lo más sagrado, mujer, ¿acaso crees que soy un monstruo? —inquirió, consternado ante la idea de que Elspeth pensara que él cambiaría a su hija por mantener a la familia—. Si obligara a Abrielle a aceptar semejante unión viviría amargada para siempre. La decisión de aceptarla o rechazarla le corresponde únicamente a ella, pero piensa que Desmond posee ahora toda la fortuna y las tierras que un día pertenecieron a Weldon, lo suficiente para garantizar que a sus hijos nunca les faltarán riquezas ni posición. Eso es más de lo que puede decirse de esa pequeña liga de pretendientes que no han dejado de ofrecerse como posibles candidatos desde que se enteraron en la corte de la baja estima en que el rey me tiene. He visto sabuesos famélicos babear menos ante un hueso carnoso que esos bufones lujuriosos que persiguen a tu hija. Antes de que nos I asáramos ocurrió lo mismo, ya lo viste con tus propios ojos, así que no necesito explicarte el entusiasmo que han mostrado por ella MIS admiradores.

—Vachel, entiendo lo atribulado que te sientes ante el dilema que se nos plantea —dijo Elspeth en voz baja. No menos afligida que él, trató de encontrar un rayo de esperanza en un futuro del todo sombrío—. ¿Se te ocurre algo más que podamos hacer para salir del infortunio en el que nos hallamos?

Vachel dejó escapar una carcajada breve y dura.

A menos que ocurra un milagro, querida mía, me temo que 110 hay esperanza. —Al ver que los ojos de su esposa se llenaban de lágrimas suspiró y se lamentó de inmediato su crudeza—. Entiendo perfectamente la aversión de Abrielle hacia Desmond—aseguró—. No es mayor de la que yo siento. Sin embargo, su oferta parece ser nuestra única esperanza. Aunque trate de encontrar un pretendiente que nos resulte más aceptable a todos, me temo que ninguno es tan rico como Desmond. Ojalá tuviéramos otra opción.

Al oír el sollozo de desesperación que dejó escapar su madre, a Abrielle se le encogió el corazón y se dio la vuelta para tratar de ocultar las lágrimas que brotaron al instante en sus propios ojos y que rodaron después por sus mejillas, obligándola a enjugárselas con disimulo. Por mucho que despreciara a Desmond, en aquel momento no veía más opción que aceptar su propuesta de matrimonio. Era eso o ver sufrir a sus seres queridos. Aun así, si tanto la deseaba Desmond, habría de estar dispuesto a ampliar su oferta en términos mucho más generosos que los que había expuesto en un primer momento. Si le esperaba una existencia desdichada, al menos tendría que verse generosamente compensada por soportar a aquel ser repulsivo.

A fin de cuentas, sin dote no tenía ninguna garantía de encontrar a un hombre respetable que la amara. Y se estremecía al pensar que, sin los caballeros de Vachel y la protección que les ofrecían, tal vez algún hombre ni siquiera considerara necesario tomarla como esposa.

Abrielle se acercó a sus padres y consiguió esbozar una sonrisa temblorosa para reclamar la atención de su padrastro. En un intento por ocultar el hecho de que sus esperanzas por tener un futuro lleno de dicha con un hombre al que amara parecían desvanecerse bajo el gravoso peso de la situación en la que se encontraban, trató de hablar aparentando entusiasmo.

—La decisión me corresponde a mí tomarla, y haré lo que deba para ayudar —afirmó, lamentando el temblor que entorpecía la fluidez de su voz—. No puedo… no permitiré que nuestra familia viva en la pobreza…

—¡No! —exclamó Elspeth, destrozada por las palabras de su hija—. ¡Encontraremos otra salida! ¡Por favor…! ¡Oh, por favor… no!

—Es obvio que no se puede hacer otra cose contestó Abrielle, haciéndose fuerte para no ceder a la desesperada suplica de su madre

Ya frente a Vachel, cuyo semblante abatido mostraba su desconsuelo, Abrielle se apresuró a exponer sus intenciones. Ignoraba la causa real de la muerte de Weldon, si verdaderamente había sido un accidente, como se había supuesto, o se debía a un plan concebido por quien había heredado su fortuna. Sin embargo, le parecía de recibo la premisa de que si tanto la deseaba Desmond, estaría dispuesto a pagar una suma considerable para conseguirla… quizá incluso una parte importante de lo que antaño perteneció a su prometido.

—Teniendo en cuenta la vasta fortuna que Weldon poseía, os insto a que exijáis mucho más de lo que Desmond está dispuesto a ofrecer. En absoluto me importa el hecho de que Weldon pudiera ser pariente suyo. Desmond no merece nada de lo que una vez perteneció al señor de De Marlé.

—¿Y qué pasará si Desmond accede a todas tus exigencias? —preguntó Vachel, mostrándole su plena conformidad. Aun así, la idea de que un hombre tan ruin pudiera desposarse con tan delicada doncella le hacía sentir náuseas. Por desgracia, en aquel momento no parecía haber otra alternativa para la supervivencia de la familia.

—Entonces me casaré con él —respondió Abrielle sin ningún entusiasmo.

Elspeth gimió desesperada mientras se tapaba la boca con un pañuelo y miraba a su hija con los ojos llenos de lágrimas.

Ante la consternación cada vez mayor de su esposa, Vachel preguntó de nuevo a Abrielle hasta qué punto estaba comprometida a hacer semejante sacrificio.

—Tu matrimonio con Desmond puede ser más horrible de lo que imaginas. He oído rumores que me han llevado a creer que se ha portado de un modo infame con los criados que ha heredado de Weldon. Una vez que hagas los votos, no podrás sacarlo de tu vida. Se convertirá en parte de ti… en tu cónyuge. Tendrás que avenirte a su modo de vida, a sus gustos, a sus exigencias, y debo advertirte seriamente de que puede ser peor de lo que imaginas o de lo que serás capaz de soportar en el futuro.

—Por lo que a mí respecta, la decisión está tomada —contestó Abrielle, armándose de valor para hacer frente a los temores que había evocado su padrastro. — Desmond me quiere como esposa, y eso es lo que tendrá… por un precio considerable. Si me caso con él, no será por menos de lo que exijo, así que absteneos de hacerle creer que puede conseguir mi mano regateando. Cuando el precio sea lo bastante generoso y estéis ultimando las negociaciones, antes de cerrar el trato deberéis contar con mi aprobación, pero no permitáis que él sepa que lo hablaréis conmigo. Por lo que a Desmond respecta, yo no tendré nada que ver en las negociaciones y la cuestión dependerá únicamente de vuestra decisión.

—Sabio planteamiento —contestó Vachel, frunciendo los labios y asintiendo con la cabeza en señal de aprobación. Era evidente que Abrielle había sacado provecho de la estrecha relación que tenía con su difunto padre, quien le había permitido estar presente cuando dirigía sus negocios—. Realmente sabio. De ese modo quedarás absuelta de toda culpa en el caso de que empiece a sentirse contrariado por el precio que pagó por ti.

En cualquier otra ocasión Abrielle habría sonreído complacida ante el elogio de su padrastro, pero temía que el trato que planeaban hacer con Desmond fuera como hacer un pacto con el mismísimo diablo, y la idea la aterrorizaba.

—Puede que me arrepienta en cuanto acabe de hacer los votos —admitió, tratando de contener un escalofrío ante la idea de permitir que aquel hombre detestable la tocara o, peor aún, tuviera relaciones íntimas con ella—. Y si podéis rezar por mí, más vale que empecéis ya, no sea que sienta la tentación de huir y esconderme.

Si bien Vachel sabía que su esposa estaba sumamente afligida por la decisión de Abrielle, la predisposición de la muchacha a sacrificar su propia felicidad por el bienestar de la familia lo abrumaba. Aunque sus hombres habían arriesgado su vida para luchar a su lado en numerosos conflictos, los cuales parecían repetirse con encono en aquellas mismas tierras lejanas, alimentaban la esperanza de que sobrevivieran y de que aquella experiencia sería provechosa. En cambio, lo que Abrielle estaba dispuesta a hacer para salvarlo de la pobreza equivalía a atarse de por vida a un ser despreciable que solo pensaba en su propia satisfacción

Sabía que lo que Abrielle le había exigido no era del agrado de Elspeth y, aun así, ante la voluntad de su hijastra de sacrificar su propia felicidad por ellos, se sentía como si le hubieran quitado de encima una pesada carga. Dado el afán con el que había tratado de encontrar una salida viable al empobrecimiento al que se enfrentaban, la propuesta de Abrielle era para él tan refrescante como una bocanada de aire fresco para un hombre al borde de la asfixia.

Vachel tendió la mano para entrelazar sus delgados dedos con los de su esposa mientras la miraba con ojos escrutadores y trataba de encontrar una razón que le hiciera ver la unión con optimismo.

—Casándose con Desmond de Marlé, Abrielle se convertirá en una mujer muy rica —aseguró en un tono de voz apagado. Ante la falta de una reacción alentadora, lo intentó otra vez—: Si Desmond fallece, Abrielle podrá elegir a otro que esté a la altura de sus admirables cualidades. No me sorprendería que tuviera la posibilidad de acceder a un título nobiliario si asilo quisiera. Teniendo en cuenta lo rica que será, podrá dictar su futuro como pocas mujeres han podido hacerlo. No le faltará de nada.

Elspeth estaba tan abatida ante la idea de que su hija se desposara con aquel hombre repulsivo que no pudo dar mejor respuesta que un leve movimiento con los labios. Aun así, sabía que, si no hubiera sido por Vachel, Abrielle habría sufrido probablemente las consecuencias de tener una belleza excepcional y carecer de la protección necesaria.

La muerte de Berwin había dado origen a una difícil situación. Muchos de los nobles normandos de mayor edad habían empezado a apostar por el vividor que consideraban lo bastante apuesto y encantador para alzarse con la victoria final entre la colección cada vez mayor de solteros decididos a arrebatar a Abrielle su inocencia sin necesidad de un compromiso o unos votos matrimoniales. A muchos de ellos se les había oído decir entre risas que a fin de cuentas la joven era de linaje sajón y contaba con una dote insuficiente, y que por tanto era una presa apropiada para los héroes conquistadores, aquel selecto grupo de jóvenes normandos que habían nido al mundo mucho después de que sus padres y abuelos llegaran a las costas inglesas. Y cuando Abrielle respondió con una vehemente negación a las insinuaciones de un ansioso galán, las apuestas se elevaron de forma repentina, El juego demostró ser sumamente entretenido para el grupo de nobles que apostaban por un candidato u otro, pues provocaba numerosas carcajadas y despertaba el interés de otros en la competición, hasta que muchos llegaron a prever un sustancioso premio que se repartiría entre los ganadores una vez que el libertino responsable de la desfloración de la doncella presentara muestras aceptables de su acto.

Elspeth, para evitar que un número al parecer cada vez mayor de jóvenes compitieran por llevarse la virginidad de su hija, consideró beneficioso aceptar la propuesta de matrimonio de Vachel de Gerard. Desde entonces, su presencia como cabeza de familia había bastado para contener a los lujuriosos nobles, además de frustrar merecidamente la codicia de aquellos que habían apostado elevadas sumas en el juego que habían inventado.

Echando la vista atrás, Abrielle estaba absolutamente convencida de que Vachel la habría defendido hasta la muerte si se hubiera dado el caso, pues en numerosas ocasiones se había mantenido firme ante nobles prominentes que le habían advertido que no interfiriera dada la cuantiosa suma que estaba en juego. Pero lo que más le importaba a ella era el hecho de que Vachel parecía estar locamente enamorado de su madre y dispuesto a hacer lo que fuera para evitar verla afligida. En vista de la gran estima en que tenía a su madre y a ella misma, ¿cómo no iba a sacrificar ella una parte de su propia felicidad para ayudarlo, y con ello ayudar a su madre?

Elspeth miró a su hija con expresión compasiva. Un desconocido que observara aquellos ojos verdeazulados de pestañas sedosas jamás habría imaginado que bajo aquel suave pecho femenino latía un corazón tan leal a su familia y a su rey como el de cualquier ferviente caballero del reino. Por desgracia, parecía que aquellas cualidades servían de bien poco a uña joven doncella. No obstante, Abrielle demostraba desinteresadamente la nobleza de espíritu con su voluntad de sacrificar su propia felicidad para sacar a su pequeña familia de la precaria situación en la que se veía atrapada. ¿Cómo no iba a provocar semejante acto de valor el llanto de una madre?