Capítulo 18

CUANDO Abrielle abrió los ojos lentamente mientras los rayos del sol de la mañana caían sobre ella, tuvo la sensación de que algo estaba mal, pero no recordaba el qué, hasta que para su horror y consternación se dio cuenta de que estaba desnuda. Con un grito ahogado, se incorporó y se tapó el pecho con la colcha, pero estaba sola. Las prendas que habían caído al suelo de cualquier manera estaban perfectamente dobladas y apiladas en una silla. Con un quejido, volvió a tumbarse. Era una mujer casada, ya no era virgen. Raven había tomado la decisión por ella.

Abrielle echó atrás la ropa de cama y su furia creció al ver la mancha de sangre en las sábanas. Tras taparla de nuevo, se puso la bata y se levantó. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo se enfrentaría a Raven? Ahora era su marido de verdad, en todos los sentidos; él se había asegurado de eso.

Pero no podía descargar su ira contra él. ¿Qué conseguiría con ello, aparte de amargar a todos los implicados, incluyendo a sus padres? No, lo hecho estaba, tendría que vivir con ello. Eran muchas las mujeres que se casaban con hombres a los que no habían elegido. Ella era solo una más. Sonreiría y fingiría que todo iba bien. Eso no incluía, por supuesto, el ámbito de su dormitorio, pero ya se plantearía eso cuando fuera necesario. En aquel momento llamaron a la puerta con un toque vacilante y, dado que Abrielle sabía que el descarado de su marido entraría con aire arrogante por su condición de nuevo amor, dijo a quien fuera que entrara.

Nedda asomó la cabeza,

—¿Milady?

Abrielle sonrió, y la sirvienta entró ya más relajada.

—Sir Raven me ha dicho que os dejara dormir—comentó Nedda—, pero os he oído moveros. ¿Os apetece un baño?

—Oh, eso sería fantástico —respondió Abrielle. Era conciente de que Nedda la observaba casi con recelo, pero recordó el voto que había hecho de comportarse como una esposa más.

Y como una esposa más se bañó, se vistió y bajó al gran salón. De nuevo detestó sentir semejante alivio al no ver a Raven. Encontró a su madre hablando con los sirvientes, que estaban plegando las mesas de caballetes para apoyarlas contra la pared después del desayuno.

Su madre corrió hacia ella y tras darle un abrazo la miró a la cara con preocupación.

—Abrielle, ¿te encuentras bien?

Abrielle se recordó a sí misma que era una esposa más y, forzando una sonrisa, respondió:

—Sí, madre, estoy bien. Simplemente ahora soy una esposa, lo cual no es nada raro.

—Humm —fue todo lo que dijo su madre, pues conocía bien a su hija y dedujo de inmediato que no se encontraba bien por mucho que afirmara lo contrario.

Abrielle miró alrededor del salón con más alegría de la cuenta.

—Veo que he llegado tarde para el desayuno. Disculpad que no viniera antes.

—No digas tonterías. El día de ayer tuvo que ser duro para ti —Sin hacer quedó la pregunta de si podía decirse lo mismo de la noche de bodas, pero Abrielle fingió no darse cuenta. Elspeth dejó escapar un suspiro—. Te traeré algo de pan y un plato de potaje.

—No, ya voy yo a la cocina.

Estaba claro que su hija no era ella misma, lo cual era comprensible.

—¿No preguntas dónde está tu esposo? — inquirió Elspeth lentamente.

—Supongo que estará por ahí, disfrutando de su nueva condición de amo del castillo. —Abrielle torció el gesto; su resentimiento se había filtrado a través de la máscara—. Perdonadme, madre —dijo antes de que Elspeth tuviera tiempo de hablar—. Con el tiempo se me dará mejor mi nuevo papel, os lo prometo.

Elspeth le puso una mano en el brazo.

—Toda mujer debe aprender a asumir su papel de esposa, querida. Adaptarse no es fácil ni siquiera cuando una está profundamente enamorada de su marido.

—Pero ¿qué ocurre cuando no puedes respetarlo? —repuso Abrielle en voz baja, sintiendo una vez más el escozor de unas lágrimas tontas ante las cuales se apresuró a pasarse una mano por la cara y esbozar una sonrisa forzada—. No es más que la primera mañana. Las cosas mejorarán —le aseguró a su madre, aunque no veía cómo podrían mejorar si no confiaba ni respetaba al hombre cuyo anillo le pesaba tanto en la mano como su matrimonio le pesaba en el corazón.

Abrielle habló con los trabajadores de la cocina sobre la comida prevista para el día y dejó que su madre se encargara de examinar los alimentos almacenados en el sótano para el invierno que se avecinaba. Decidió mostrar a la gente que la transición que suponía tener un nuevo señor se realizaría sin problemas y recorrió el castillo para hablar con los sirvientes y saber de su vida y su trabajo. Al llegar al patio notó que la alegría de sus súbditos la había animado un poco. Luego examinó la cosecha en el huerto, observó a las ordenadoras en pleno trabajo y habló con los mozos de la cuadra.

Al final el sonido del choque de metales la atrajo y lo siguió por la parte posterior del castillo hasta llegar al patio de justas, donde los soldados y caballeros practicaban el arte de la guerra. Fue allí donde encontró a Raven y a su padrastro. Y fue en Raven en el que se posó su mirada, muy a su pesar. Llevaba puesto un jubón de piel sin mangas que le llegaba hasta la mitad de los muslos; bajo el sol, sus brazos desnudos y musculosos brillaban por el sudor. Raven estaba hablando con un grupo de hombres, todos ellos armados con una espada. De repente, sin dejar de hablar, comenzó a hacer una demostración práctica con Vachel, que se comportaba como cualquier otro joven.

No parecía haber animadversión ninguna entre los guerreros, algo que Abrielle agradeció. Los caballeros miraban a Raven con respeto, y vio que más de un hombre mostraba su aprobación con la cabeza ante las maniobras que ejecutaba. Tal vez Raven había sido causa de discordia en el campo, pero al menos allí, entre los hombres que tenía a su mando, era respetado.

Sin embargo, no hacía ni dos días, cuando lo encontraron con Abrielle, que aquellos mismos hombres habían mirado a Raven por encima del hombro. ¿Así de fácil satisfacía el matrimonio su sentido del honor? Ojalá pudiera reconciliarse ella tan fácilmente con su destino. Pero a ellos no les habían engañado, utilizado ni arrebatado la única opción que tenían para hacer su voluntad, imponiéndoles a su vez un sucedáneo mancillado.

De repente, la mirada de Raven se posó en ella y su ardiente intensidad la dejó petrificada. Mientras se le acercaba a grandes zancadas, con la espada aún en la mano, Abrielle vio que no podía moverse, ni soñar siquiera con escapar. Lo único en lo que podía pensar era en lo que le había hecho en la oscuridad de la noche y en el placer que la había invadido en contra de su voluntad. Incluso en aquel momento notó que su cuerpo traidor se acaloraba a medida que el rubor se expandía por toda su piel.

Para su sorpresa, Raven la rodeó con un brazo y la atrajo hacia sí. Abrielle puso las manos sobre su pecho, pero no podía apartarlo, no delante de todos los hombres que tendría a su mando. Los labios de él buscaron entonces los de ella en un beso demasiado sensual para hallarse en público. Abrielle se sintió indefensa, excitada y enfadada tanto con él como con ella, sobre todo cuando oyó resonar las aclamaciones de los hombres en el patio de justas.

—¡Eres un bruto! —dijo entre dientes cuando Raven levantó por fin la cabeza—. ¿Cómo te atreves a tratarme así?

Raven arqueó una ceja y sonrió de oreja a oreja.

—Ya no puedes hacer de virgen ultrajada, querida.

Abrielle le hubiera contestado con un comentario mordaz, pero al ver que Vachel se acercaba forzó una sonrisa, algo ya habitual en ella, y con una voz más dulce de lo necesario dijo:

—Me estás haciendo pasar vergüenza delante de tus hombres.

—Nuestros hombres. Yo creo que se alegran del éxito de nuestro matrimonio.

—¿Éxito…? —Pero al ver a Vachel demasiado cerca, Abrielle se volvió hacia él, se apartó de Raven y besó a su padrastro en la mejilla—. Buenos días, Vachel.

Extrañado ante su muestra de afecto, Vachel le dijo con recelo:

—Buenos días, querida. Esta mañana estás radiante.

«¿Acaso una noche en la cama con Raven debía suponer un cambio positivo?», pensó Abrielle intrigada.

—Veo que ambos os habéis apresurado a volver a vuestros menesteres después de la celebración de ayer.

—Era necesario —respondió Raven con semblante serio—. Debía comprobar en qué situación se encontraban las fuerzas armadas del castillo después de estar durante meses bajo el dudoso mando de Desmond de Marlé.

—Y la situación no es muy buena que digamos —añadió Vachel.

Abrielle dejó a un lado sus propias preocupaciones.

—¿Qué ocurre?

—Muchos de esos hombres llegaron con nosotros —explicó Vachel—, y cuatro con Raven. Los demás se han vuelto perezosos. Desmond se gastaba en sí mismo la riqueza que había heredado, no en sus soldados. ¿Qué incentivo tiene uno para entrenarse cuando en el mejor de los casos recibe una paga irregular?

—Qué horror. —Abrielle volvió la mirada hacia el patio de justas, donde los hombres comenzaron a practicar con espadas sin punta.

—Pero ahora saben lo que se espera de ellos —dijo Raven.

—Y la recompensa que recibirán —añadió Vachel—. Tu nuevo marido ha sido muy generoso.

«Con mi dinero», pensó Abrielle resentida antes de reprobarse a sí misma. Raven estaba cumpliendo con su deber en lo que respectaba al castillo de Abrielle y a su gente, nada más. Tenía que dejar de ver motivos innobles detrás de todas sus acciones, aunque solo fuera por el bien de todos.

—Los pertrechos reservados en previsión de un posible asedio se han visto seriamente diezmados —dijo Raven—. Hay mucho por hacer.

—Me hago cargo —respondió Abrielle—. Gracias por encargarte de ello.

—¿Y por qué no iba a hacerlo? —Luciendo su sonrisa más encantadora, Raven le pasó un brazo por los hombros y la estrecho contra sí—. Haré lo que esté en mi mano para protegerte a ti y a los tuyos.

Abrielle le dio unas palmaditas en el pecho y se apartó de el di nuevo.

—Os veré a los dos para comer.

Sin embargo, mientras servían la comida del mediodía comunicaron a Abrielle que habían avisado a Raven, Cedric y Vachel para que acudieran a una casa solariega cercana, y aunque parecía que los sirvientes trataban de protegerla, oyó murmuraciones llenas de temor que hablaban de «invasión» y de «escoceses».

A lo largo del día se dijo a sí misma que si esos rumores fueran ciertos, Raven no habría dejado las puertas del castillo abiertas ni a los soldados siguiendo con su entrenamiento, sino que les habían ordenado que ocuparan sus posiciones. Pero al caer la noche Raven no había regresado. Así pues, la segunda noche de casada acabo acostándose sola. Dormir tranquilamente en aquella cama tan grande habría sido para ella un gran alivio de no ser porque el destino y el futuro la ataban a su marido. ¿Y si la situación empeoraba? ¿Debería mandar a un contingente de hombres como refuerzo? Si Raven necesitaba ayuda sin duda enviaría a un emisario.

Le parecía que acababa de quedarse dormida cuando la luz del alba la despertó. De repente se sintió atrapada y se dio cuenta de que Raven estaba en la cama y de que tenían sus cuerpos entrelazados; su cabeza descansaba sobre el hombro de él y ante sus ojos se extendía, desnudo, el ancho pecho de Raven. Por fortuna, ella se había acostado con camisón. Una mano de él reposaba sobre su espalda con naturalidad y, para su estupor, ella tenía una rodilla encima de él. Abrielle estaba pensando en la mejor manera de escapar sin despertarlo cuando alzó la vista y vio que la miraba con una expresión divertida.

—Que maravilloso despertar—dijo Raven con voz retumbante antes de incorporarse y apoyarse en un codo, alzándose sobre ella como una amenaza.

Abrielle se apresuró a escabullirse de sus brazos y salir de la cama.

—Me alegra ver que has vuelto sano y salvo. Tengo mucho que hacer, y estoy segura de que tú también tienes que hacer lo que sea con… esos soldados perezosos —acabó sin convicción.

Raven se arrellanó de nuevo en los cojines y apoyó la cabeza en un brazo para contemplarla mejor. Al ver lo nerviosa que se había puesto al encontrar a un hombre en su cama, y al recordar su llanto, decidió dejarla escapar… de momento. Pero la paciencia de un hombre recién casado no da mucho más de sí, y ella tendría que aceptarlo.

Abrielle se quedó temblando en la alfombra que había delante de la chimenea, donde el fuego que él se había ocupado de mantener encendido a última hora de la noche había quedado reducido a unas cuantas brasas. Raven percibió su vacilación; sabía que quería vestirse pero que no lo haría delante de él. Y él no pensaba ponérselo fácil.

Abrielle se abrazó y se frotó los brazos.

—¿Qué fue lo que te retuvo tanto tiempo ayer fuera del castillo?

Abrielle ni siquiera sabía si él accedería a hablar de algo que algunos hombres considerarían restringido al ámbito masculino, pero vio que la sonrisa se desvanecía de su cara y que fruncía el ceño al empezar a hablar.

—Un mensajero nos comunicó que la casa de Thornton había sido «atacada» por un contingente de escoceses.

—¡Dios mío! —exclamó Abrielle; un miedo repentino la paralizó. ¿Qué sería de ella y de los suyos si estallaba una guerra ahora que tenían a un «enemigo» como señor?

Las facciones de Raven se relajaron.

—No hay nada que temer, querida. No se trataba de un ataque, sino de un puñado de pobres escoceses que de vuelta a su castillo no se dieron cuenta de lo cerca que estaban de la frontera y la cruzaron sin querer.

Abrielle cerró los ojos, aliviada, y dio gracias a Dios.

—Naturalmente, no era a mí a quien pretendían avisar. El mensajero no se dio cuenta de que no debía alertar a todos los que vivían en la zona. Mi llegada casi empeoró las cosas, como si yo estuviera en connivencia con esos escoceses. Tuvimos suerte de que Thurstan de Marlé no se hallara en casa y no acudiera a la llamada de auxilio. Tu padrastro mantuvo la calma, y la jovialidad de mi padre sirvió para que nadie perdiera los estribos. Al final los escoceses quedaron libres y pudieron regresar a su casa.

Abrielle se dejó caer en el borde de la cama y se tapó la cara con las manos.

—Esto no va a terminar, ¿verdad?

Al notar la mano de él en su espalda se puso tensa y Raven la retiró.

—¿Te refieres a la desconfianza que reina aquí hacia los míos?

No solo a eso, sino a la desconfianza que sentía ella hacia él, al hecho de que su condición de escocés lo enfrentaría siempre a los suyos. ¿Cuándo se pondría él en su contra? ¿Cuándo pondrían a prueba su lealtad como esposa?

—¿Abrielle?

Al oír su nombre dio un respingo y, levantándose con brío, fue a elegir la ropa que se pondría.

—¿Crees que te llamarán a menudo, especialmente tu rey?

—No lo sé. Ahora que debo ocuparme de una propiedad en ambos países, no tendré mucho tiempo para dedicarme a los asuntos del rey. Lo entenderá.

Abrielle lo miró sorprendida; realmente había muchas cosas de la vida de su marido que ignoraba por completo.

—No sabía que tuvieras otra propiedad.

—Nunca me lo has preguntado —respondió Raven con sequedad—. Tengo una propiedad contigua a la de mi padre en las tierras altas, y algún día la suya también será mía.

Abrielle asintió pensativa y, aunque tenía curiosidad, no siguió haciéndole preguntas por miedo a que la malinterpretara. Pensó que si él quería hablarle de su casa, lo haría, pero en vista de que no se había dignado mencionar el tema hasta aquel momento, y dado lo ansioso que se había mostrado por adquirir la propiedad de ella, sospechó que sería modesta. Tampoco quería interesarse más de la cuenta por sus tierras, no era asunto de su incumbencia.

—¿La visitaremos… algún día?

—Sí, quiero enseñarte todo lo que ahora es también tuyo.

Abrielle asintió, permaneció allí de pie indecisa, y se alisó el camisón con la mano. Se dijo que no sería la primera vez que se mudara, ya lo había hecho primero a raíz del matrimonio de su madre con Vachel y luego por su compromiso matrimonial con Desmond. Aceptaría lo que tuviera que aceptar, y seguiría siendo fuerte.

—Supongo… —comenzó a decir con voz vacilante— que no tienes intención de abandonar la habitación en breve.

—No, ayer fue un día largo y duro, y todavía estoy muy cansado.

Cuando Abrielle echó un vistazo por encima de su hombro, él estaba estirándose lánguidamente, y vio con los ojos como platos cómo sus músculos parecían tensarse sobre sus huesos. Nunca lo había visto con barba de un día; le daba un aspecto de rufián libertino, de hombre acostumbrado a obtener placer en la cama siempre que quería, y por lo que ella había notado antes de salir de la cama, en aquel momento quería.

Se sintió un tanto confusa, pues Raven acababa de compartir con ella un asunto militar y Abrielle no esperaba que él se abriera a ella con tanta facilidad, como si realmente confiara en ella. Raven poseía sus propias tierras, y seguro que había recibido una generosa retribución por parte de su rey. Se preguntó si en realidad la desearía más a ella que a su riqueza, pero no sabía qué pensar.

No podía quedarse en camisón todo el día. Gracias a Dios que se había bañado la noche anterior, pues no concebía hacerlo delante de él. Bastante mal lo pasó ya cuando se vio obligada a darse la vuelta y quitarse el camisón por la cabeza. Buscó a tientas el sayo con desesperación, consciente de su desnudez, temiendo que Raven se le acercara por la espalda y le exigiera que se sometiera a él de nuevo.

Pero al final se tapó con el sayo y se sintió un poco menos asustada cuando se puso encima la túnica y el cinturón trenzado colgando por debajo del talle. Estaba cubriéndose el cabello con un velo cuando oyó que Raven se acercaba. Ante su proximidad, Abrielle se puso tensa y volvió la cabeza.

Raven le cogió el pelo, lo extendió sobre sus hombros y comenzó a acariciarlo. Abrielle tembló.

—¿Es necesario que cubras semejante belleza? —musitó Raven, que para sorpresa de Abrielle hundió la cara en su pelo e inspiró—. Cuando te huelo solo anhelo estar contigo en la cama, en tus brazos. Pienso en ello todo el día.

Incluso sus palabras conseguían que algo dentro de ella si removiera con vacilación.

—Tengo… tengo que llevar velo. Ahora soy una mujer casada. Tú te has encargado de que así sea.

Ahí estaba el conflicto que había entre ellos, lo que se veía obligada a recordarse a sí misma: el hecho de que él había propiciado aquel matrimonio y a ella no le había quedado más remedio qui aceptarlo como esposo.

Haciendo caso omiso de su desafiante comentario, Raven susurró:

—Entonces no lleves el pelo trenzado bajo el velo. Deja que imagine que me paso el día tocándolo.

La desnudez y las dulces palabras de Raven la confundían sobremanera. Así pues, se apresuró a ponerse el velo, lo sujetó con una cinta en la frente y salió corriendo del dormitorio.

 

 

 

Abrielle deseó que otra situación de emergencia reclamara la presencia de Raven todo el día, pues parecía estar allí donde ella iba. Cuando visitó el poblado de los siervos, se apresuraron a contar que su nuevo marido iba a verlos todos los días, que acababa di marcharse, y que qué buen hombre era. Cuando fue a hablar con las mujeres que lavaban la ropa en el patio, vio a los niños reuní dos alrededor de Raven mientras examinaba a los caballos. Uno de los crios más pequeños, flaquísimo pero lleno de energía, se empeñó en seguir a Raven durante el resto del día, como si hiera su sombra en miniatura, y su marido no mostró en ningún momento su impaciencia. De hecho, cuando Abrielle se acercó a ellos sin que se dieran cuenta, oyó que Raven decía al muchacho que podría tomarlo como segundo escudero y que comenzara a entrenarse al día siguiente.

Durante la cena incluso su madre elogió a su nuevo yerno. Abrielle se sentía atacada desde todos los flancos. Vachel, Cedric y Raven sostenían su jarra de cerveza en alto para brindar por alguno de sus logros del día, mientras varios caballeros se acercaban solos o de dos en dos, como deseosos de unirse a ellos. No hacía ni dos días que se habían casado y Raven ya se había ganado a todo el mundo…, salvo a ella, insistió en recordarse a sí misma antes de retirarse pronto a sus aposentos y hacerse la dormida.

Raven observó la silenciosa partida de Abrielle, y aunque siguió respondiendo a su padre, tenía la mente puesta en su joven esposa. Aquella mañana la había dejado escapar de la cama, y ahora ella se batía en retirada, como confiando en que él no se diera cuenta. ¿Acaso no sabía aún que él se daba cuenta de todo lo que tenía que ver con ella? Era difícil concentrarse en sus obligaciones cuando lo que quería era seguirla todo el día como un caballero enfermo de amor. La ternura de Abrielle hacia los siervos lo conmovía, y la lealtad hacia su padrastro y su disposición a ayudarlo, pese a que ello podría haberle costado la cordura, lo dejaban atónito. Se había enamorado de ella de una forma tan natural y absoluta que no podía imaginar la vida sin Abrielle. Y quería que ella sintiera lo mismo por él. Pero el miedo, la duda y la desconfianza que le inspiraba eran muy fuertes, y sabía que le costaría mucho vencer aquellos sentimientos. Abrielle vería su amor como una carga, así que decidió no hablarle de ello.

Haciendo acopio de todo su dominio, esperó a que a Abrielle le diera tiempo de acostarse. Luego dejó la jarra de cerveza en la mesa y, bostezando exageradamente, se puso en pie.

Vachel lo miró divertido, pero fue Cedric quien dijo:

—Hijo mío, después de ocuparte durante todo el día de los caballos y las gallinas, debes de estar agotado.

Varios hombres rieron con descaro, reacción que Raven interpretó como una señal de que empezaban a aceptarlo.

—Bueno, padre, alguien tenia que ocuparse de que estuvieran bien pertrechados y alimentados. Buenas noches a todos.

Raven abandonó el salón entre las afables risas de los presentes y, contagiado de aquella alegría, se encaminó a sus aposentos. Al llegar a la antecámara vio que habían dejado las velas encendidas para que le sirvieran de guía, y fue apagándolas una a una a su paso. Ya en el dormitorio, cerró la puerta rápidamente para que no se escapara el calor del interior. Contemplar a su esposa, que dormía i n terrada bajo el edredón, iluminada por la titilante luz del hogar, le produjo una profunda satisfacción. Raven se desvistió rápidamente, dobló la ropa y la dejó a un lado. Cuando levantó la sábana y se metió en la cama, sintió que el calor y la fragancia de Abrielle lo invadían todo y la deseó aún más, si eso era posible, con un anhelo doloroso.

Abrielle no se movió, pero Raven notó que se ponía ligeramente tensa y supuso que no estaba dormida. Poco a poco se deslizó hacia ella y avanzó una mano para tocarla. Rozó la curva de la palma inferior de su espalda y se dio cuenta de que estaba tumbada boca abajo, como si quisiera protegerse. Raven comenzó a tirar del camisón hacia arriba y se preguntó cuánto duraría su farsa.

Abrielle siguió con los ojos cerrados y la cabeza girada hacia el otro lado, concentrada hasta en la última fibra de su ser en mantenerse relajada, como si durmiera. Pero eso no pareció importar a Raven, que pegó su cuerpo caliente al de ella; estaba desnudo. Al notar que le subía el camisón, apretó los dientes para reprimir el impulso de tirar de la prenda hacia abajo y revelar así que estaba despierta. Seguro que si lograba resistir lo suficiente, al final desistiría.

Raven se deslizó entonces bajo el edredón y Abrielle se mordió el labio para no gritar. La cama subía y bajaba mientras él se arrastraba lentamente hacia los pies. De repente, Abrielle notó horrorizada el roce de sus labios en una corva y la mezcla de estupor y excitación que sintió casi le provocó una sacudida. Pero consiguió dominarse, incluso cuando la humedad de la boca de Raven fue subiendo por la parte posterior de su muslo hasta la base de las nalgas. ¿Cómo podía seguir tumbada sin moverse con él a punto de…?

Su boca dejó de mortificarla, pero el alivio de Abrielle duro poco, pues notó que sus besos le subían por la otra pierna y comenzaban a escalar los montículos de su cuerpo. No pudo evitar estremecerse fruto de la tortura y del lánguido calor que sentía, y percibió la risa queda de él con los labios pegados a su espalda.

Raven se puso entonces encima, con sus partes pudendas en contacto con las nalgas de ella, y hundió el rostro en su pelo. El peso de él la habría asfixiado de no ser porque Raven yacía sobre ella con delicadeza.

—Vaya, te has dejado el pelo sin trenzar para mí —musitó.

Maldición, con las prisas de acostarse y fingir que dormía lo había olvidado.

Raven comenzó entonces a frotarse lentamente contra su cuerpo y deslizó una mano bajo ella para cogerle un pecho. La nube de sensualidad que la envolvió le hizo olvidar incluso el motivo por el que se resistía a él. Lo único que veía era su ternura y su afecto, y cuando finalmente la tumbó de espaldas y la besó, no pudo sino corresponder a su beso, aferrarse a él, separar los muslos y dejar escapar un gemido cuando los dos se fundieron en uno solo con una embestida de Raven. Una vez más le proporcionó el máximo placer que podía alcanzar una mujer antes de llegar él mismo al clímax.

Pero después, cuando Raven se acostó a su lado y Abrielle se encontró ante la fría realidad de lo que había hecho, se echó a llorar de nuevo. Lo deseaba, pero le daba demasiado miedo confiar en él, confiar en que permanecería a su lado como su esposo aunque Escocia reclamara sus servicios. Y si bien aquella desconfianza antes solo le había causado ira y resentimiento, ahora conseguía que le doliera el corazón de un modo que no sabía que fuera posible. Dios santo, ¿estaría enamorándose de él?, se preguntó, y enseguida se respondió a sí misma con un no rotundo, y para mayor seguridad lo repitió. No, no estaba enamorada de su marido, en absoluto, y se negaba a estarlo. Puede que él fuera capaz de reducir su cuerpo hasta la sumisión, pero nunca le entregaría su corazón, y esa idea le hizo llorar aún más.