Capítulo 21

AL día siguiente un regimiento de Esteban formado por un centenar de hombres ocuparon el patio y el gran salón, poniendo a prueba la capacidad del castillo. Pero Raven no podía decirles que se retiraran, pues sus correos le habían hecho saber que los señores del norte se habían propuesto desafiar al rey, y habían comenzado a reunir a un ejército más numeroso en su afán por expulsar a los escoceses de Northumberland.

Cuando se iniciaron los preparativos para el gran viaje a Escocia, entre los señores de los alrededores corrió la voz de que Raven y su familia partirían en breve. Los caballeros de Vachel y sus familias no querían correr el riesgo de adentrarse en las tierras altas de Escocia, por lo que tanto el castillo de Abrielle como el de Vachel permanecerían bajo su protección. Pero Raven, suponiendo que Thurstan no habría olvidado su venganza, envió a unos hombres a vigilar su casa con la orden de que le avisaran si su pequeño ejército se movilizaba.

Thurstan aprovechó su lenta recuperación para tratar de convencer a sus aliados de tomar el castillo y no dejar que Raven Seabern se acercara a él. Pero los hombres que él suponía que compartirían sus ansias de venganza afirmaban que lo único que habían querido en todo momento era la marcha de Raven. Ante la inminente partida de la presencia escocesa, en aquellos tiempos de agitación los aliados de Thurstan prefirieron regresar y proteger sus hogares. Thurstan, sin suficientes hombres para atacar, veía ahora el castillo de De Marlé como un premio burlón que no podía ganar, la afirmación de su fracaso. Presa del dolor y la frustración, comenzó a fallarle la cordura, y en su necesidad de venganza urdió un plan para seguir la caravana de Seabern y, si le era imposible atacarla, viajar hasta la misma fortaleza de los Seabern para llevar a cabo su venganza. Thurstan consiguió la ayuda de Mordea y juntos prepararon el largo trayecto a Escocia. Pero sus heridas se inflamaron y le dio fiebre, lo que retrasó su partida.

En el castillo de De Marlé, una caravana de carros se pertrecho con todo lo necesario para llevar a las familias al norte. Un grupo de siervos que habían mostrado de buen grado su disposición a acompañar a la expedición se encargaron de conducir los carros y cuidar de los animales. A lo largo del camino, otros siervos cuyo talento estribaba en preparar sabrosos platos recogían aquí y allá todo aquello que pudiera ser comestible a fin de añadir sabor a su cocina. Por la noche encendían enormes hogueras para protegerse del frío mientras varios vigilantes hacían guardia con la orden de recelar de cualquiera que pretendiera acercarse al campamento.

Una vez atravesaron la frontera escocesa parecía que la paz reinaba en cada valle y loma por donde pasaban, pero era una sensación engañosa. En comparación con los conflictos que tenían lugar en aquel momento en Inglaterra, esas tierras parecían sin duda un remanso de tranquilidad donde podían refugiarse. Pero Raven sabía que el peligro aún podía acecharles en cualquier punto del camino, y se pasaba los días recorriendo la caravana de punta a punta en busca de indicios que pudieran evidenciar que los seguían. Cuando llevaban quince días de trayecto, su mensajero los alcanzó para informarle de que tras un retraso de una semana por la recuperación de Thurstan, su pequeño ejército se había puesto en marcha, pero nadie sabía si se unirían a él más hombres con pertrechos. Cedric envió a otro correo a que averiguara el tamaño de sus fuerzas en aquel momento.

Durante el viaje, Abrielle observó la ternura y atención que mostraba Vachel hacia Elspeth, y reflexionó sobre el hecho de que la lealtad de su padrastro a los normandos o de su madre a los sajones no afectaba a su matrimonio. Verlos juntos le hacía confiar en que ella y Raven serían capaces de hacer lo mismo y le ayudaba a disipar sus temores sobre la unión de un escocés y una sajona. Y con ellos también se desvanecieron otros miedos, la mayoría de los cuales, por lo que veía ahora, los había creado ella misma. Si alguna vez pudo creer que no era deseada, ahora sabía que Raven quería contar con una pareja igual que él, una mujer hecha y derecha, no una niña llena de fantasías frustradas sobre lo que debía ser el matrimonio. No, rodeada de hombres que hacían guardia todo el día y se turnaban para vigilar el campamento por la noche, su vida de casada no era una fantasía. Los valiosos momentos que pasaba a solas con Raven solo se daban cuando él aprovechaba para dormir unas horas entre guardia y guardia. Si sobrevivían a aquello, sin duda soportarían las adversidades que se les presentaran en los muchos años que esperaba pasar junto a él.

Raven anunció por fin que se hallaban cerca de su casa. Su padre y él apretaron al máximo el avance de la caravana aquel último día, agotando a los caballos en un esfuerzo final por alcanzar la propiedad de los Seabern antes de que Thurstan pudiera llegar. Habían visto a los correos del enemigo moverse entre los árboles, de modo que su ejército no podía andar muy lejos.

La visión del castillo de Seabern sirvió a Abrielle como una lección de humildad, y fue más que suficiente para que no sintiera la tentación de volver a sacar conclusiones precipitadas sobre su marido. Se trataba de una fortaleza enorme con numerosas torres y elevados muros de protección. En todo caso, la estructura era incluso más imponente que la que lord Weldon había diseñado y construido para sí mismo. Abrielle se quedó mirando la casa de su esposo… su casa, y qué magnífico hogar sería para la familia que podrían formar. Se sintió avergonzada al recordar que había pensado que Raven codiciaba su fortuna. Aunque se vio como una tonta al dudar de él, se acordó que le había dado razones más que suficientes para recelar de sus intenciones. Pero lo único que veía ahora era a un hombre entregado a su familia, que había velado en todo momento por su seguridad durante un viaje de varias semanas.

Al cabo de unos instantes Raven detuvo la caravana ante el puente levadizo y, después de apearse, levantó a Abrielle con brío para bajarla al suelo.

—Bienvenida a nuestra humilde morada, milady.—Aunque sus palabras intentaban ser alegres, Abrielle se percató de que su mira da fría se posaba en el bosque que se hallaba a varios centenares de metros de distancia, como si un regimiento de soldados blandiendo sus espadas en alto pudiera abalanzarse sobre ellos en cualquier momento.

—No imaginaba que la casa de tus antepasados fuera tan imponente —dijo Abrielle, tratando de ser tan valiente como su es poso—. ¿Por qué no me has hablado nunca de lo hermoso que es este valle?

Raven le dedicó una sonrisa con los labios apretados, contento por la reacción de su mujer ante la casa de su familia a pesar de la tensión que sentían ambos.

—Ven a ver el interior, querida.

Abrielle volvió la cabeza para mirar el oscuro bosque que acababan de dejar a su espalda.

—Claro —contestó ella; sabía que Raven quería que todos entraran en la fortaleza cuanto antes. Había vigías apostados en las almenas, y Abrielle vio a lo lejos docenas de siervos cargados con cestas y sacos, que recorrían campos y senderos en dirección al castillo.

Raven siguió con los ojos la mirada de su esposa.

—He mandado que avisaran a todos los nuestros para que se reúnan en el castillo antes de que cerremos las puertas a cal y canto. Abrielle asintió con la cabeza; trataba de no pensar en el miedo que aquella pobre gente debía de sentir en aquel momento. Ella los había puesto en aquella situación, pensó desesperada. Si no se hubiera casado con Raven, Thurstan no habría llevado su maldad hasta aquel valle tranquilo.

Los aldeanos azuzaban a sus hijos para que avanzaran delante; no sabían por qué los habían llamado, pero no les cabía duda de que lord Seabern velaría por su seguridad, fuera lo que fuese a lo que tuvieran que enfrentarse. Envuelta en una capa para protegerse del frío, una figura encapuchada se mezcló entre ellos sin que nadie se diera cuenta mientras atravesaban un bosquecillo. Llevaba una cesta, como los demás, y guardó cola pacientemente para entrar por la puerta posterior antes de adentrarse en la penumbra de un corredor sin luz y desaparecer en la oscuridad.

En el interior del gran salón, Raven y Cedric recibieron el saludo de varios caballeros y sirvientes del castillo, que con reverencias y parabienes mostraron su respeto y sus mejores deseos por el matrimonio de Abrielle y Raven. La encargada de la cocina prometió agasajarles con un banquete que los recién casados no olvidarían en mucho tiempo, pero todos entendieron que los festejos tendrían que esperar.

Abrielle, cuando por fin tuvo un momento, contempló boquiabierta lo que la rodeaba: la repisa de la chimenea, de intrincada talla, los espléndidos tapices que impedían la entrada del aire por doquier, los escudos y retratos de antepasados que cubrían varias paredes de la magnífica estancia y que revelaban un refinado linaje de hombres y mujeres de extraordinaria belleza. Una pintura atrajo su mirada: el retrato de una hermosa dama de cabellos de color castaño rojizo y porte regio que colgaba en un lugar de honor junto a un cuadro de un joven de aspecto muy parecido a su propio marido.

—Mi padre y mi madre —dijo Raven con una voz llena de amor y orgullo, acercándose a ella y poniéndole las manos en los hombros.

—Podría ser tu retrato —contestó Abrielle, sobrecogida por el gran parecido de Raven con el hombre del lienzo—. Tu madre era una mujer de una belleza excepcional.

—Mi padre la amaba como no ha amado a ninguna otra. Hasta hace poco no había visto en sus ojos un brillo de afecto por otra mujer, pero como es lógico le parece demasiado joven para un hombre tan mayor.

—Si te refieres a Cordelia —intervino Abrielle—, probablemente tu padre tenga más posibilidades de conquistar su corazón que cualquier otro pretendiente la mitad de joven que él. Por si no te has fijado, Cordelia sabe muy bien lo que quiere. Yo me la tomaría muy en serio, pues nunca ha mostrado demasiado interés ni paciencia con pretendientes más cercanos a su edad. Realmente, para ser mayor, tu padre es un hombre muy apuesto y se mantiene en plena forma.

Raven se rió entre dientes mientras agachaba la cabeza en señal de asentimiento.

—De hecho, me ha vencido un par de veces, aunque parezca mentira. Pero ¿qué crees que opinaría lord Reginald sobre semejante unión?

—Diría que le gusta tener cerca a Cedric, sobre todo después de que lo hirieran. Creo que si tu padre se casara con Cordelia, ese matrimonio estrecharía los lazos de amistad que hay entre ambos.

—¿Tú crees? —preguntó Raven con recelo.

—¿Alguna vez te he dado motivos para desconfiar de mí? —inquirió ella con fingida inocencia.

Raven tardó en esbozar una sonrisa, pero cuando lo hizo, Abrielle pensó que el sol asomaba tras los nubarrones. Por un breve instante no vio en el rostro de su esposo la carga de responsabilidad y mando que llevaba a su espalda, pero el peso de la conciencia y la seriedad volvió a instalarse en su mirada.

 

 

 

La noche cayó antes de que los hombres de Thurstan se dejaran ver, y aunque los residentes c invitados del castillo sabían que a la mañana siguiente podían despertarse sitiados, aprovecharon el momento para compartir una cena frugal con la que dar gracias por haber llegado sanos y salvos. Hablaron poco y comieron con presteza, pues les urgía reunir a sus familiares para pasar la noche.

Después de que Cedric y Raven recorrieran las tierras del castillo por última vez, Cedric se sentó delante de la chimenea para limpiar su hacha de guerra.

Lord Reginald Grayson se acercó a él y se aclaró la voz.

—Lord Cedric… —dijo.

—¿Lord Cedric? —le interrumpió el escocés—. Reggie, ¿acaso no hemos intimado lo suficiente en estos últimos meses para tratarnos sin necesidad de mencionar nuestros títulos? Me habéis llamado Cedric casi desde que nos conocimos.

Sintiendo un ardor creciente en las mejillas, Reginald le dedicó una sonrisa forzada.

—Si, supongo que sí, Cedric. A decir verdad, ha sido mi mujer quien me ha instado a hablar con vos, y aunque este no sea el momento oportuno, no sabemos lo que nos deparará el futuro. Se trata de… nuestra hija.

El desconcierto de Cedric aumentó.

—Admiro a lady Cordelia más que a cualquier otra doncella. Si por casualidad se ha sentido ofendida por mis bromas, no dudéis de que corregiré mis modales.

—No se ha sentido ofendida —repuso Reginald—. Al contrario, se ha sentido alentada.

Cedric asintió lentamente con la cabeza, creyendo entender lo que su amigo trataba de decirle.

—Bueno, vuestra hija es una doncella muy hermosa, pero trataré por todos los medios de ser más respetuoso en su presencia para no ofenderos a vos ni a lady Isolde. Debo reconocer que ver a lady Cordelia me alegra el corazón, y supongo que en mi afán por elogiarla me he extralimitado un poco en lo que debería ser el comportamiento de un hombre decoroso.

—Tened por seguro que ninguno de los miembros de mi familia se ha sentido ofendido —contestó Reginald.

Cedric, ya completamente confundido, dejó a un lado el hacha.

—¿Qué es, pues, lo que intentáis decirme, Reggie?

—Bueno… pues que… Isolde y yo nos preguntábamos si estáis realmente interesado en tomar a nuestra hija como esposa…

Cedric carraspeó.

—Pues, la verdad es que el fuego de mi juventud todavía no se ha apagado… y no es que haya pensado que pudiera surgir algo más de mi amistad con lady Cordelia. Si fuera veinte años más joven me propondría seriamente conquistar su corazón.

—Y esa es exactamente la razón por la que he venido a hablar con vos, para aseguraros que Isolde y yo no consideraríamos descabellado el hecho de que os propusierais cortejar a nuestra hija —explicó Reginald de golpe.

Cedric ladeó la cabeza mientras lo miraba fijamente.

—¿Y eso sería también del agrado de lady Cordelia?

—De hecho, ha sido ella la que nos ha preguntado si nos parecería bien la idea. Creo que el peligro del viaje que acabamos de realizar le ha hecho meditar sobre su futuro. No sé de un pretendiente para mi hija que me complazca más. Isolde y yo queremos tener la oportunidad de disfrutar de nuestros nietos antes de dejar esta vida.

—No os voy a mentir. La mera idea de tomar como esposa a una joven tan hermosa me hace rejuvenecer. Aun así, nos llevamos muchos años de diferencia. No querría hacerle un flaco favor casándome con ella. Muchos jóvenes estarían encantados de cortejar a lady Cordelia, y ella podría llegar a lamentar nuestro matrimonio si nos precipitamos. Por mucho que me atraiga la idea de gozar de semejante honor, puede que la muchacha necesite más tiempo para pensar en ello. —Cedric hizo una pausa—. ¿Sabe ella que habéis venido a hablar conmigo?

—No, después de que le planteara la cuestión a Isolde, no tuve el valor de acercarme a Cordelia hasta haber hablado con vos. Si optarais por desestimar la idea de tomar a mi hija como esposa, no habría nada más que decir. Tened por seguro que nuestra amistad no se vería afectada.

Negando con la cabeza, Cedric estrechó la mano de Reginald con firmeza.

—En ese caso, dejemos aquí el tema hasta que pueda reflexionar sobre ello con calma y tenga la certeza de que vuestra hija no quiere a otro hombre que no sea yo como marido.

 

 

 

Aquella noche, en un pequeño oratorio ornamentado que había pertenecido en su día a la madre de Raven, Abrielle suplicó con fervor protección para aquellos que se habían quedado atrás para vigilar el castillo. En un mundo que parecía sumido en el caos más absoluto, no había ninguna garantía de que la vida volviera a ser como lo era durante el reinado de Enrique. Aunque de origen humano, muchos lobos voraces seguían merodeando por ahí, sedientos de sangre y ansiosos por hacerse con un suculento botín.

Al ver que Raven no volvía, Abrielle decidió ir buscarlo, aceptando la ayuda del capitán de la guardia, que la guió por la estrecha escalera que conducía a las almenas. El viento azotó su capa alrededor de sus piernas y Abrielle se tapó el cuello con la prenda de abrigo. La luna estaba alta, y gracias a su luz y a la de las antorchas consiguió ver la figura de Raven, de pie allí solo, escrutando la oscuridad que se extendía ante él. El capitán de la guardia la protegió mientras recorría las almenas hasta llegar al lado de Raven, que la rodeó con un brazo y le dedicó una sonrisa reconfortante.

Cuando se quedaron solos él le dijo:

—¿Acaso no está contenta mi esposa en sus nuevos aposentos?

—Sabes que son preciosos —musitó Abrielle, acurrucándose contra el cuerpo de Raven y con la cabeza bajo su barbilla—. Todos nuestros invitados y sus familias se han instalado, y aunque necesitas descansar, aquí sigues todavía.

—No puedo evitarlo —respondió él, encogiéndose de hombros.

La voz tranquilizadora de su marido retumbó en su interior allí donde sus cuerpos estaban en contacto.

—Confío en los míos sin reservas —prosiguió Raven—, y sé que todo se ha hecho como mi padre y yo deseamos. Sin embargo… De Marlé está ahí, en alguna parte, esperando el momento oportuno.

—¿Sería tan insensato como para atacar de noche?

—No, no le serviría de mucho, pues contamos con la protección de los muros del castillo.

—Pues entonces ven a la cama.

Raven tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para rehuir la tentación que Abrielle representaba para él por el mero hecho de estar allí respirando y mirando la oscuridad del campo.

—Enseguida iré.

—No había pensado tener esta conversación en un lugar tan extraño —dijo Abrielle con voz vacilante—, pero quizá necesites oírlo en estos momentos. ¿Y si te digo que espero un hijo?

Raven dio un respingo antes de cogerla por los brazos y mirarla fijamente como si todo lo que necesitara o quisiera saber fuera a encontrarlo en aquellos ojos llenos de ternura. Por un momento dudó que le saliera la voz con aquel nudo que le oprimía la garganta.

—Un hijo —dijo en voz baja—. Mi hijo.

—Entonces, ¿estás contento?

Raven se echó a reír, le dio un beso rápido y la estrecho entre sus brazos.

—¿Contento? No sabes lo feliz que me has hecho, dulce Abrielle.

—Pues bienvenido a casa —musitó ella.

Raven posó su enorme mano en el estómago de su esposa, y ella suspiró. Con un nuevo motivo para la esperanza, Abrielle quiso pensar en la dicha que les reportarían sus hijos. Se dijo que su matrimonio no se hallaría siempre bajo la tensión de asedios y ataques. Raven y ella tenían que vivir pensando en el futuro… y en el pequeño que crecía en su interior.

 

 

 

Antes del alba un toque de cuerno alertó a los ocupantes del castillo, que ya estaban levantados y preparándose para el nefasto día. Los que no se hallaban en el patio se apresuraron a salir, pero vieron que los soldados, con el rostro endurecido por el miedo, corrían hacia ellos haciéndoles señas para que volvieran al interior de la fortaleza.

La primera lluvia de flechas en llamas iluminó el cielo, compitiendo con la inminente salida del sol, y cayó en el patio, de donde Abrielle y el resto de las mujeres acababan de retirarse a toda prisa.