Epílogo
VECINOS de a lo largo y ancho de la región acudieron al castillo de lord Seabern a disfrutar de un suculento banquete en compañía de sus numerosos huéspedes con motivo de la celebración del matrimonio de su hijo. Varios jóvenes escoceses miraban con atención a la única doncella libre entre los visitantes; era imposible no ver la alegría que irradiaba aquella hermosa criatura. Sus padres se mostraban especialmente afables, pero por mucho que los esperanzados pretendientes trataran de conocer a la dama e impresionarla con los relatos de sus hazañas, la joven, para sorpresa de todos ellos, parecía preferir la compañía del anciano anfitrión y escuchar sus historias. Poco más de un mes después, aquellos mismos escoceses asistían perplejos a las nupcias que se celebraron en la pequeña iglesia de la cañada entre la bella muchacha y el noble de avanzada edad. Pero si le dobla la edad, susurraban entre ellos, anonadados. Se dijeron que en caso de tratarse de una boda concertada, cuando la novia tuviera que ofrecer sus votos matrimoniales su dicha se vería empañada por las sombrías circunstancias que rodeaban su unión. Pero no vieron indicio alguno de pesar o arrepentimiento en su reacción. En todo caso, la muchacha parecía eufórica, y durante gran parte de la velada no mostró ningún deseo de separarse de su esposo, mayor pero aún apuesto. El novio, por su parte, demostró tener la energía suficiente para bailar al son de las gaitas mientras muchos de los hombres más jóvenes que se habían propuesto dejarle sin resuello pasaban apuros para seguirle el ritmo.
Reginald demostró la alegría que sentía por el matrimonio de su hija entregando una dote que dejo estupefactos a tos escoceses casaderos que asistieron a la boda. Igual de pasmados se quedaron ante la viudedad que el novio ofreció a su suegro, una propiedad vitalicia contigua a sus tierras lo bastante extensa para construir en ella una casa señorial.
—Por si os plantearais ser mis vecinos en un futuro no muy lejano —anunció Cedric, riéndose entre dientes.
Los labios de Reginald dibujaron una amplia sonrisa mientras ladeaba la cabeza con un gesto de agradecimiento.
—Isolde se pondrá contentísima de poder fundar un hogar en el que criar a nuestros nietos.
Las sonoras carcajadas de los dos hombres llenaron el salón mientras los solteros más jóvenes se miraban entre sí cada vez más desconcertados. Pensaban que el anciano sería incapaz de tener descendencia; a fin de cuentas, en todos los años que había estado casado con su primera esposa solo había engendrado un hijo.
—Nuestro primogénito se llamará Reginald —anunció Cedric, alzando una jarra de cerveza para brindar por su amigo—. Y si es niña le concederé ese honor a lady Isolde.
Todos levantaron su copa para unirse al brindis.
En un rincón tranquilo del gran salón. Abrielle y Raven descansaban del baile, contentos de estar sentados juntos y observar lo que ocurría sin más. Vachel y Elspeth se sentaron con ellos; todos estaban de buen humor, en paz con el mundo.
Elspeth sonrió a su hija con afecto.
—Me complace verte feliz. Recé tanto por ello…
—Entonces —dijo Vachel, dirigiéndose a su esposa—, ¿puedo confiar en que, cuando tengamos que volver a casa en los próximos meses, no se te partirá el alma al separarte de tu hija, por poco tiempo que sea?
—No habléis de marcharos —dijo Abrielle, apretando la mano de su madre—. Acabamos de llegar, y me prometisteis que no os iríais hasta que naciera el bebé y pudierais viajar sin correr riesgos.
—Y cumpliremos la promesa, por supuesto —contestó Vachel—. Y tendremos que quedarnos también para ver nacer a nuestro nieto.
Las mujeres se miraron sonrientes.
Vachel lanzó entonces una rápida mirada a Raven y se aclaró la voz.
—Hija, tendremos que hablar de la gestión de tu propiedad durante tu estancia en Escocia.
Abrielle agitó la mano en el aire.
—Podéis hablar de eso con mi marido, no creo que me moleste. Confío en él para que se encargue de ello.
Raven frunció el ceño y miró a Vachel moviendo ligeramente la cabeza en señal de negación, pero Abrielle, que tenía su atención en su esposo, captó el gesto al vuelo.
—¿A qué ha venido eso? —preguntó, mirando a uno y a otro.
Vachel suspiró hondo.
—Vamos, Raven, no tiene sentido seguir ocultándoselo.
—¿Ocultarme el qué? —inquirió Abrielle, cada vez más tensa.
—Lo único que conseguiréis ocultándole la verdad será disgustarla —prosiguió Vachel. Al ver que Raven negaba con la cabeza, dándose por vencido, Vachel se volvió hacia su hijastra—. Querida, eres tú quien tiene que tomar las decisiones respecto al castillo de De Marlé, pues tú eres su propietaria.
—Pero si era la única dote que podía ofrecer a Raven…
—Y él la rechazó —dijo Vachel.
Abrielle miró a Raven boquiabierta y cada vez más avergonzada.
—Pero… yo pensaba que… Raven, todo hombre debería recibir una dote por parte de su mujer.
—Pero yo no la necesitaba —respondió él—. Si la hubiera aceptado, siempre te habría quedado la duda de que esa era la razón por la que me había casado contigo.
—Oh, Raven, me siento como una tonta —dijo Abrielle, agarrando la cabeza.
—No, amor mío. Tú habla con tu padre y dile lo que hay que hacer con tu propiedad.
Abrielle respiró hondo y tomó la palabra.
—Vachel, con tal de que los siervos aprendan lo necesario para que tanto el castillo como ellos mismos se beneficien de ello, mi complacerá cederos ese cometido a vos, junto con gran parte de mí fortuna, hasta que la necesite para mi propia familia. Mientras tanto, espero recibir un informe completo del estado de las encinas al menos cuatro veces al año. Podréis quedaros con el porcentaje de Las ganancias que consideréis conveniente en pago por vuestros ser vicios. ¿Estáis conforme?
Vachel y Raven se miraron sorprendidos ante el saber que demostró Abrielle con su respuesta, pero a Elspeth no le sorprendió, y no pudo evitar dedicar una sonrisa de suficiencia a su marido.
Vachel había hecho lo propio con las riquezas que había cedido a su padre y no había cosechado ningún beneficio a cambio, pues su hermano mayor había heredado la fortuna familiar a la muerte del anciano.
—Me conformaría con cinco de cada cien que consiga ganar sobre el total actual.
—Que sean diez —repuso Abrielle de inmediato; quería demostrarle que podía esperar un trato más justo por parte de ella que por parte de sus familiares directos.
Tras aclararse el nudo de emoción que se le había formado en la garganta, Vachel dijo:
—Eres demasiado generosa, Abrielle. Me honras con tu confianza. No te decepcionaré.
Abrielle miró a Raven; se sentía pletórica de paz y felicidad. Atrás quedaban los mayores errores que habían cometido el uno con el otro… aunque eso no significaba que no fuera a haber discrepancias en el futuro entre dos personas tan testarudas.
Ella estaba mirándolo a los ojos, dejándole ver su amor, cuando Raven dijo:
—Acompáñame a nuestros aposentos, amor mío. Tengo algo que mostrarte.
Abrielle, ruborizada, se excusó ante sus padres, divertidos, y, tras despedirse con la mano de una Cordelia llena de gozo, siguió a Raven. Al entrar en sus aposentos se detuvo de repente: delante de la chimenea había una pequeña cuna de madera.
Respiró aguadamente, sintiendo lágrimas temblorosas en las pestañas.
—Oh, Raven —susurró.
Corrió hacia la cuna para tocar la madera suave y ver de cerca las intrincadas tallas en forma de sol, luna y estrellas de la cabecera.
—La he hecho en secreto para nuestro hijo —dijo él en voz baja, poniendo una mano en el hombro de su esposa—. Quería que fuera una sorpresa. Pero ahora ya puedo sacarla a la luz del día, como tú has sacado mi amor, donde florece. No puedo imaginar mi vida sin ti, Abrielle.
Ella esbozó una tímida sonrisa. Juntos se arrodillaron al lado de la cuna, el fuego los iluminaba con suavidad, y pensaron en el bebé que Abrielle llevaba en su vientre y en el amor con el que lo traerían al mundo.
Fin
Por siempre es la despedida de Kathleen Woodiwiss a sus
millones de lectores en todo el mundo. Una historia de amor
ambientada en la turbulenta Inglaterra del siglo XII que
permitirá a sus seguidores disfrutar, por última vez, de un
momento de complicidad con su autora favorita.
«Una leyenda del género romántico.» Library Journal