Capítulo 35
Una semana más tarde me encontraba sentada en el patio de mi casa en Charlotte, con treinta y seis exámenes apilados a mi derecha y el que hacía el treinta y siete en una mesa baja situada delante de mí. El cielo era azul en Carolina, y el prado tenía un color verde intenso. En la magnolia que había junto a mí, un ruiseñor se afanaba por ofrecer su mejor actuación musical.
—Un trabajo realmente brillante —dije trazando una C+ en la cubierta azul de la libreta y un círculo a su alrededor. Birdie alzóla cabeza, se estiró y se deslizó al suelo desde su sillón.
Mi rodilla herida evolucionaba bien. La fina fractura de la rótula no había sido nada comparada con las heridas que había sufrido mi psique. Después del terror vivido en Ange Gardien, pasé dos días en Quebec, estremeciéndome ante cada sonido y cada sombra, especialmente ante los ladridos de los perros. Luego regresé a Charlotte para terminar lo que quedaba del semestre. Llené los días con una actividad frenética, pero las noches eran otra cosa. En la oscuridad, mi mente se dejaba ir, liberando visiones que durante el día permanecían celosamente guardadas. Algunas noches dormía con la luz encendida.
El teléfono comenzó a sonar y descolgué el auricular. Era la llamada que estaba esperando.
—Bonjour, doctora Brennan. Comment ça va?
—Ça va bien, hermana Julienne. Pero lo que es más importante, ¿cómo está Anna?
—Creo que la medicación la está ayudando. —Su voz se tornó en un susurro—. No sé nada acerca de los desórdenes bipolares, pero el doctor me proporcionó abundante material, y estoy aprendiendo. Nunca he comprendido su depresión. Pensaba que Anna era una chica taciturna porque eso era lo que decía su madre. En ocasiones, estaba muy baja de moral y luego, de pronto, parecía estar llena de energía y se sentía bien consigo misma. Yo ignoraba que eso fuese, ¿cómo se llama?…
—Una fase maníaca.
—C’est ça. Anna parecía subir y bajar demasiado de prisa.
—Me alegra saber que se encuentra mejor.
—Sí, alabado sea Dios. La muerte de la profesora Jeannotte la afectó mucho. Por favor, doctora Brennan, por el bien de Anna, debo saber lo que le ocurrió a esa mujer.
Respiré profundamente. ¿Qué podía decir?
—Los problemas de la profesora Jeannotte estaban relacionados con el amor que sentía por su hermano. Daniel Jeannotte se pasó la vida organizando un culto tras otro. Daisy creía que sus intenciones eran buenas y que la sociedad se equivocaba al juzgarlo de aquella manera. Su carrera académica se vio comprometida por las quejas presentadas en la universidad por los padres de aquellos alumnos que ella había orientado hacia las conferencias y los talleres que organizaba su hermano. Dejó de dar clases para dedicarse a investigar y escribir, y reapareció en Canadá. Durante años, siguió apoyando a su hermano.
»Cuando Daniel se unió a El, Daisy comenzó a perder la confianza en su hermano. Pensaba que El era una psicópata y entre las dos mujeres se desató una lucha feroz por conseguir la fidelidad de Daniel. Daisy quería proteger a su hermano, pero temía que se produjera una catástrofe.
»Jeannotte sabía que el grupo de Daniel y El era muy activo en el campus, si bien las autoridades universitarias habían tratado de deshacerse de ellos; de modo que cuando Anna se relacionó con el grupo, Daisy quiso controlarlos a través de ella.
»Daisy nunca actuó como reclutadora para el grupo. Descubrió que algunos miembros de la secta se habían infiltrado en el centro de asesoramiento para reclutar estudiantes. Mi hermana fue reclutada de ese modo en una universidad de Texas. Toda esta situación alteró aún más a Daisy, quien temía que la culpasen por aquel episodio en su pasado.
—¿Quién es El?
—Su verdadero nombre es Sylvie Boudrais. Lo que sabemos de ella es muy poco. Tiene cuarenta y cuatro años, nació en Baie Comeau, de madre inuit y padre quebequés. Su madre murió cuando ella tenía catorce años; su padre era alcohólico. El viejo le pegaba regularmente y la obligó a prostituirse al poco de fallecer su madre. Sylvie nunca acabó el instituto, aunque sus pruebas de inteligencia situaban su cociente intelectual en la estratosfera.
»Boudrais desapareció después de abandonar la escuela. Luego apareció en Quebec City a mediados de los años setenta, ofreciendo curación psíquica por un precio razonable. Consiguió reunir a un grupo de seguidores y, finalmente, se convirtió en la líder de un grupo que se estableció en una cabaña de caza en las proximidades de Ste. Anne-de-Beaupré. Pero el grupo tenía muchos apuros económicos y hubo problemas debido a la presencia de menores de edad. Una chica de catorce años se quedó embarazada, y sus padres acudieron a las autoridades.
»El grupo se desintegró, y Boudrais continuó su camino. Permaneció en Montreal una temporada con una secta llamada el Sendero Celestial, pero se marchó. Al igual que Daniel Jeannotte, fue de un grupo a otro y apareció en Bélgica en 1980 aproximadamente, donde predicaba una especie de chamanismo combinado con espiritualismo new age. Formó un nuevo grupo de seguidores, que incluía a un hombre muy rico llamado Jacques Guillion.
»Boudrais había conocido a Guillion cuando estaba con el Sendero Celestial y vio en él la respuesta a los problemas económicos del grupo. Guillion cayó bajo el hechizo de Boudrais y finalmente lo convenció para que vendiese todas sus propiedades y cediese sus bienes.
—¿Y nadie se opuso?
—Los impuestos estaban pagados, y Guillion no tenía familia, de modo que nadie hizo preguntas.
—Mon Dieu.
—A mediados de los ochenta el grupo abandonó Bélgica y viajó a Estados Unidos. Establecieron una comuna en el condado de Fort Bend, en Texas, y Guillion estuvo viajando entre Europa y América durante varios años, probablemente transfiriendo dinero. Entró en Estados Unidos por última vez hace dos años.
—¿Qué pasó con él?
La voz de la religiosa era débil y temblorosa.
—La policía cree que está enterrado en algún lugar del rancho.
Oí el crujido de la tela.
—El hermano de Daisy Jeannotte conoció a Boudrais en Texas y quedó fascinado por ella. Para entonces, se hacía llamar El. En esa época también Dom Owens entró en escena.
—¿Es el hombre de Carolina del Sur?
—Sí. Owens era un aficionado al misticismo y la curación orgánica. Visitó el rancho de Fort Bend y se enamoró de El. La invitó al complejo de Saint Helena en Carolina del Sur, y ella se hizo con el control de su grupo.
—Pero todo eso suena inofensivo. Hierbas y encantamientos y medicina holística. ¿Cómo llegaron a la violencia y la muerte?
¿Cómo se explica la locura? No quería discutir la evaluación psiquiátrica que tenía sobre mi mesa o las vagas notas de suicidio encontradas en Ange Gardien.
—Boudrais leía muchísimo, especialmente textos de filosofía y ecología. Estaba convencida de que la Tierra sería destruida y, antes de que eso sucediera, se llevaría a sus seguidores. Se creía el ángel guardián de aquellas personas consagradas a ella, y la cabaña en Ange Gardien era el punto de despegue.
Se produjo una larga pausa.
—¿Realmente creía esas cosas? —preguntó la hermana Julienne.
—No lo sé. No creo que El confiase exclusivamente en el poder de su oratoria. También confiaba en las drogas.
Otra pausa.
—¿Cree que tenían suficiente fe como para desear la muerte?
Pensé en Kathryn y en Harry.
—No todos ellos.
—Es un pecado mortal organizar la pérdida de la vida humana, o incluso secuestrar el alma de otro ser humano.
Un puente perfecto.
—Hermana, ¿ha tenido tiempo de leer la información que le envié respecto de Élisabeth Nicolet?
La pausa al otro lado de la línea fue más larga de lo habitual. Acabó con un profundo suspiro.
—Sí.
—He llevado a cabo una exhaustiva investigación sobre Abo Gabassa. Era un respetado filósofo y disertante, y lo conocían en Europa, África y América del Norte por sus esfuerzos para acabar con el comercio de esclavos.
—Lo entiendo.
—Eugénie Nicolet y él zarparon hacia Francia en el mismo barco. Eugénie regresó a Canadá con una hija recién nacida. —Ahora hice yo una pausa—. Los huesos no mienten, hermana Julienne. Y no son materia opinable. Desde el primer momento que vi el cráneo de Élisabeth, supe que se trataba de una persona mulata.
—Eso no significa que fuese una prisionera.
—No, en efecto.
Otra pausa. Luego la hermana Julienne habló lentamente.
—Estoy de acuerdo en que un niño ilegítimo no hubiese sido bien recibido en el círculo de los Nicolet. Y en aquellos días un bebé mulato nunca hubiese sido aceptado. Quizá Eugénie consideró que el convento era la solución más humanitaria para la pequeña.
—Tal vez. Es posible que Élisabeth no escogiera su propio destino, pero eso no resta valor a su contribución. Según todos los informes, su trabajo durante la epidemia de viruela fue realmente heroico. Es probable que su dedicación y entrega salvaran miles de vidas. Hermana, ¿existen santos norteamericanos cuyos ascendientes directos sean nativos americanos, africanos o asiáticos?
—No estoy segura.
El tono de su voz cambió ligeramente.
—¡Qué extraordinario ejemplo podría ser Élisabeth para las personas religiosas que sufren en sus carnes el prejuicio racial porque no son caucásicos! Sí. Sí, debo hablar con el padre Ménard.
—Hermana, ¿puedo hacerle una pregunta?
—Bien sûr.
—Verá, Élisabeth se me apareció en uno de mis sueños y recitó algo que no puedo entender. Cuando le pregunté quién era, ella respondió: «Toda cubierta por el tejido más oscuro».
—«Ven pensativa monja devota y pura; Sobria inmutable y modesta; Toda cubierta por el tejido más oscuro; Flotando con un movimiento majestuoso». Es un fragmento de Il Penseroso, de John Milton.
—El cerebro es un archivo asombroso —dije, echándome a reír—. Lo leí hace un montón de años.
—¿Le gustaría oír mi favorito?
—Por supuesto.
Fue un pensamiento encantador.
Cuando colgamos eché un vistazo al reloj. Hora de marcharse.
Durante el viaje en coche encendí y apagué la radio varias veces, intenté identificar un ruido en el salpicadero y me dediqué a tamborilear el volante con los dedos.
El semáforo de Woodlawn con Billy Graham Parkway tardó un siglo en cambiar de luces.
«Fue idea tuya, Brennan».
Exacto, pero eso no la convertía en una buena idea.
Llegué al aeropuerto y fui directamente a la zona de recogida de equipajes.
Ryan se estaba colgando un bolso del hombro izquierdo. El brazo derecho lo llevaba en cabestrillo y se movía con una rigidez poco habitual, pero tenía buen aspecto; muy bueno.
«Está aquí para recuperarse. Eso es todo».
Le hice señas con el brazo y lo llamé. Sonrió mientras señalaba una bolsa de deporte que se acercaba por la cinta que no acababa nunca.
Asentí y comencé a seleccionar mis llaves para decidir cuál debía ir a otra cadena.
—Bonjour.
Le di un pequeño abrazo, de la clase que uno acostumbra a dar cuando recoge a sus parientes políticos en el aeropuerto. Ryan retrocedió, y sus malditos ojos azules me miraron de arriba abajo.
—Bonito atuendo.
Yo llevaba unos tejanos y una camisa que no se levantaba demasiado cuando usaba las muletas.
—¿Qué tal el viaje?
—La azafata se apiadó de mí y me consiguió un asiento en la parte delantera del avión.
Era seguro que lo había hecho.
En el viaje de regreso a casa le pregunté por el estado de sus heridas.
—Tres costillas fracturadas y una bala me perforó un pulmón. La otra bala prefirió el músculo. Nada grave, excepto por la pérdida de sangre.
Lo que no había sido nada grave requirió una intervención quirúrgica de cuatro horas.
—¿Te duele?
—Sólo cuando respiro.
Cuando llegamos al Anexo le mostré a Ryan la habitación de invitados, y luego fui a la cocina a servir un poco de té helado.
Unos minutos más tarde se reunió conmigo en el patio. La luz del sol se filtraba a través de las hojas de la magnolia y un grupo de gorriones cantores había reemplazado al ruiseñor solista.
—Bonito atuendo —dije alcanzándole un vaso con la bebida helada.
Ryan se había puesto pantalones cortos y una camiseta. Sus piernas tenían el mismo color que el bacalao crudo y llevaba calcetines de deporte.
—¿Has estado invernando en Terranova?
—El bronceado provoca melanoma.
—Necesitaré gafas de sol para protegerme del resplandor.
Ryan y yo habíamos repasado ya los acontecimientos de Ange Gardien. Lo habíamos hecho en el hospital y luego por teléfono cuando dispusimos de más información.
Ryan había utilizado su teléfono móvil para llamar al puesto de la SQ del distrito de Rouville mientras yo me dedicaba a quitar el hielo del cartel indicador. Cuando no dimos señales de vida, el oficial al mando envió un camión a despejar la carretera, para que una unidad pudiese investigar lo que había ocurrido. Los oficiales encontraron a Ryan inconsciente y pidieron una ambulancia y refuerzos.
—¿De modo que tu hermana ya no quiere saber nada más de curaciones cósmicas?
—Así es. —Sonreí y sacudí la cabeza—. Estuvo aquí unos días y después regresó a Texas. No pasará mucho tiempo antes de que vuelva a entusiasmarse con algún otro programa alternativo.
Bebimos el té helado.
—¿Has leído el informe psiquiátrico? —pregunté.
—Mis identificación alucinatoria con significativos componentes de paranoia y grandiosidad. ¿Qué diablos significa todo eso?
Esa misma pregunta me había enviado a investigar en los textos de psiquiatría.
—La alucinación del Anticristo. La gente se ve a sí misma o a los demás como seres demoníacos. En el caso de El, ella proyectaba esa alucinación sobre los bebés de Heidi. Había leído acerca de la materia y la antimateria, y creía que todo debía guardar un equilibrio. Decía que uno de los bebés era el Anticristo y el otro una especie de apoyo cósmico. ¿Sigue hablando?
—Como un pinchadiscos colocado. Reconoce que envió al grupo de choque a St. Jovite a matar a los niños. Simonnet trató de intervenir, de modo que le dispararon. Luego, los asesinos prendieron fuego a la casa.
Pensé en la anciana cuyos huesos había examinado.
—Simmonet debió de tratar de proteger a Heidi y Brian. Así lo indican todas esas llamadas a Saint Helena, y luego la misión de rescate a Texas, después de que Daniel Jeannotte se presentara en el hogar de los Schneider. —Mis dedos dejaban huellas dactilares ovaladas en el cristal empañado del vaso—. ¿Por qué crees que Simmonet siguió llamando después de que Heidi y Brian se marcharan de Saint Helena?
—Heidi seguía en contacto con Jennifer Cannon y Simmonet llamaba para mantenerse informada. Cuando El descubrió lo que estaba pasando, hizo que mataran a Cannon.
—El mismo exorcismo con perros, cuchillos y líquido hirviendo que había ordenado cuando Carole Comptois quedó embarazada.
La imagen aún me estremecía.
—¿Comptois seguía trabajando como prostituta?
—Lo había dejado. Irónicamente, un antiguo cliente fue quien se la presentó a El. Aunque Comptois pasaba algunas temporadas con el grupo, aparentemente mantenía intereses fuera de la secta, ya que el padre de su hijo no era miembro y, por lo tanto, no era un donante de semen aprobado por el grupo. Por esa razón, El ordenó el exorcismo.
—¿Por qué Amalie Provencher?
—Eso aún no está claro. Tal vez Amalie se encontraba en el lugar equivocado en el momento menos oportuno.
»El creía que necesitaba la fuerza psíquica de cincuenta y seis almas para reunir la energía requerida para el viaje final. No había contado con perder a Comptois, por eso necesitaba a Harry.
—¿Por qué cincuenta y seis?
—El número está relacionado con los cincuenta y seis agujeros de Aubrey en Stonehenge.
—¿Qué son los agujeros de Aubrey?
—Son pequeños hoyos que se excavan y se cubren de tierra inmediatamente después. Probablemente, los utilizaban para predecir los eclipses lunares. El incluía toda clase de elementos esotéricos en sus delirios.
Bebí un trago de té.
—Estaba obsesionada con la idea del equilibrio: materia y antimateria, apareamiento controlado. Exactamente, debían ser cincuenta y seis personas. Eligió Ange Gardien no sólo debido al nombre, sino porque se encontraba en un lugar equidistante de las comunas de Texas y Carolina del Sur: una coincidencia asombrosa, ¿verdad?
—¿A qué te refieres?
—Mi hermana vive en Texas. Yo trabajo en Quebec y tengo vínculos de toda la vida con los estados de Carolina. Allí donde iba encontraba la influencia de El. Su alcance era impresionante. ¿A cuántas vidas crees que afectan estas sectas?
—Imposible decirlo.
La música de Vivaldi llegaba claramente desde el patio de mis vecinos.
—¿Cómo tomó tu amigo Sam la noticia de que uno de sus empleados llevaba cadáveres a Murtry?
—No se mostró fascinado precisamente. —Recordé el nerviosismo de Joey junto al camión cisterna cuando Sam y yo aparecimos ante él después de haber descubierto la tumba—. Joey Espinoza había estado trabajando con Sam desde hacía casi dos años.
—Así es. Era uno de los seguidores de Owens, pero vivía en la casa de su madre. Ella fue quien llamó a Servicios Sociales. Bueno, también descubrimos que es el padre de Carlie. Por eso Kathryn fue a refugiarse en su casa cuando las cosas se pusieron feas. Aparentemente ella no sabía absolutamente nada acerca de los asesinatos.
—¿Dónde están ahora?
—Ella y el bebé se encuentran en casa de unos primos de Kathryn. Joey está discutiendo su pasado reciente con el sheriff Baker.
—¿Han presentado cargos contra alguien?
—El y Daniel han sido acusados de tres cargos de asesinato en primer grado por las muertes de Jennifer Cannon, Amalie Provencher y Carole Comptois.
Ryan recogió una hoja de magnolia y la paso por el muslo.
—¿Qué otra cosa había en la evaluación psiquiátrica?
—Según el psiquiatra asignado por el tribunal, El sufre una compleja psicosis multialucinatoria. Está convencida de que muy pronto se producirá el fin del mundo en forma de un gigantesco desastre medioambiental y que ella está destinada a proteger a la humanidad llevando a sus seguidores muy lejos del apocalipsis.
—¿Adónde pensaban ir?
—No lo ha dicho, pero tú no apareces en su manifiesto.
—¿Cómo es posible que la gente se meta en semejante basura? —Ryan repitió la pregunta que yo le había hecho a Red Skyler.
—El grupo reclutaba gente que se sentía desilusionada con su vida y su entorno. Resultaba gratificante ser aceptado por otras personas, sentirse querido e importante, obtener respuestas simples a todas las preguntas con la ayuda de una pequeña terapia alucinógena.
Una ligera brisa agitó las ramas de la magnolia y trajo con ella el olor a hierba húmeda. Ryan no dijo nada.
—Es posible que El esté loca, pero es inteligente y extraordinariamente persuasiva. Incluso en este momento sus seguidores se mantienen fieles a ella. Mientras ella pontifica, ellos permanecen mudos.
—Sí. —Se estiró, alzó el brazo vendado y volvió a apoyarlo sobre el pecho—. Es astuta, no hay duda. Nunca intentó formar un grupo grande. Sólo quería una banda pequeña, pero leal. Eso y el dinero de Guillion le permitieron conservar un perfil bajo. Hasta que el asunto empezó a írsele de las manos, El había cometido muy pocos errores.
—¿Qué hay del gato? Eso fue brutal, pero estúpido.
—Fue idea de Dom Owens. El le ordenó que hiciera algo para que dejaras de meter las narices en sus asuntos. Él le dijo que no estaba de acuerdo en causar daños físicos a las personas, de modo que les dijo a algunos seguidores de Charlotte que hicieran algo para asustarte. Entonces, se les ocurrió el truco del gato. Buscaron al pobre gato en el refugio para animales.
—¿Cómo me encontraron?
—Uno de ellos cogió una factura o algo parecido de tu oficina. Tenía la dirección de tu casa.
Ryan bebió otro trago de té helado.
—Por cierto, tu aventura del día de San Patricio en Montreal también tuvo inspiración estudiantil.
—¿Cómo lo supiste?
Sonrió y levantó su vaso con té.
—Aparentemente, esa actitud protectora funcionaba en ambos sentidos entre Jeannotte y sus estudiantes. Uno de ellos vio que ella estaba muy preocupada y llegó a la conclusión de que tus visitas eran la causa. Entonces, el muchacho decidió actuar por libre y entregarte un mensaje personal.
Cambié de tema.
—¿Crees que Owens estuvo implicado en los asesinatos de Jennifer y Amalie?
—Él lo niega. Afirma que después de haberse enfrentado a Jennifer por ese asunto de las llamadas telefónicas, habló con El y le explicó lo sucedido. Dice que El le dijo que Daniel y ella se encargarían de llevar a Jennifer y Amalie de regreso a Canadá.
—¿Por qué no estaba Owens en Ange Gardien?
—Owens había decidido largarse. Tuvo miedo de lo que El pudiera hacerle porque había perdido la pista de Joey, Kathryn y Carlie, o bien no tenía la fe suficiente en ese viaje cósmico al otro mundo. En cualquier caso, Owens tenía doscientos mil dólares del dinero de Guillion, de modo que los cogió y se marchó hacia el oeste mientras el resto del grupo se dirigía al norte. Los federales norteamericanos lo detuvieron en una comuna naturista en Arizona. El no hubiese tenido sus cincuenta y seis almas aun contando con Harry.
—¿Tienes hambre?
—Comamos.
Preparamos ensalada, luego pollo y verduras en brocheta para los shish kebabs. El sol se había puesto detrás del horizonte y la creciente oscuridad cubría de sombras los prados y los árboles. Cenamos en el patio, hablando y contemplando la lenta invasión de la noche. La conversación, inevitablemente, volvió a centrarse en El y los asesinatos.
—Supongo que Daisy Jeannotte pensó que podía enfrentarse a su hermano y obligarlo a acabar con aquella locura.
—Sí, pero El sorprendió a Daisy primero e hizo que Daniel la eliminase y la arrojase en ese sótano donde luego te metieron a ti. Tú eras una amenaza menor y se limitaron a golpearte en la cabeza y arrojarte en aquel agujero. Cuando respondiste liberándote y provocando más problemas, El se puso furiosa y decidió someterte al mismo tipo de exorcismo mortal que había acabado con Jennifer y Amalie.
—Daniel ayudó a El a matar a Jennifer y a Amalie, y es el principal sospechoso del asesinato de Carole Comptois. ¿Quiénes fueron los asesinos en St. Jovite?
—Tal vez nunca lo sabremos. Nadie ha querido hablar de esa historia todavía.
Ryan acabó de beber su té helado y se reclinó en el respaldo de su sillón. Los grillos habían reemplazado a los pájaros. Se oyó una sirena a lo lejos. Permanecimos en silencio durante largo rato.
—¿Recuerdas la exhumación que hice en Lac Memphrémagog?
—La santa.
—Una de las monjas de esa orden religiosa es tía de Anna Goyette.
—Gracias a las monjas aún tengo un uso limitado de mis nudillos.
Sonreí. Otra desigualdad de género. Le hablé de Élisabeth Nicolet.
—Todos eran prisioneros de un modo u otro: Harry, Kathryn, Élisabeth.
—El, Anna. Las prisiones asumen formas muy diversas.
—La hermana Julienne compartió una cita conmigo. En Los miserables, Victor Hugo se refiere al convento como un artilugio óptico por el cual el hombre tiene una fugaz visión del infinito.
Los grillos redoblaron los esfuerzos de su orquesta.
—No es el infinito, Ryan, pero nos dirigimos hacia el final del milenio. ¿Crees que hay otros grupos ahí fuera predicando el fin del mundo y organizando rituales de muerte comunitaria?
Ryan permaneció en silencio durante un momento, Las hojas de la magnolia susurraban por encima de su cabeza.
—Siempre habrá fanáticos místicos que se aprovecharan de la desilusión, la desesperación, la escasa autoestima o simplemente el miedo para llevar adelante sus propios programas, Pero si alguno de estos chiflados se baja del autobús en mi ciudad, el recibimiento será rápido y contundente. La revelación según Ryan.
Observé una hoja que caía sobre el sendero de lajas.
—¿Y qué me dices de ti, Brennan? ¿Estarás allí para ayudarme?
La silueta negra de Ryan se recortaba contra el cielo nocturno. No podía ver sus ojos, pero sabía que estaba mirando fijamente los míos.
Me incliné hacia él y le cogí la mano.