Capítulo 17

Después de cenar en Steamers Oyster Bar, Katy y yo visitamos una galería de arte de Saint Helena. Recorrimos las diferentes salas del antiguo y decrépito edificio, examinando la obra de los artistas locales y apreciando una perspectiva diferente de un lugar que pensábamos que conocíamos muy bien. Pero mientras criticaba los collages, las pinturas y las fotografías, no podía olvidar los huesos, los cangrejos y las moscas danzarinas.

Katy compró una garza en miniatura tallada en un trozo de corteza de árbol y pintada de azul. De regreso al barco hicimos una breve parada para comprar helados y los comimos en la proa del Melanie Tess, mientras hablábamos y escuchábamos las cuerdas y las drizas de los veleros que resonaban en la brisa. La luna proyectaba un triángulo brillante sobre la marisma. Mientras hablábamos no podía dejar de mirar la pálida luz anaranjada que recorría la ondulada oscuridad del agua.

Mi hija me confesó su ambición de dedicarse a la criminología, especializándose en los perfiles psicológicos, y compartió conmigo sus temores de no conseguirlo. Estaba maravillada ante la impresionante belleza de Murtry y describía las travesuras que hacían los monos a los que había estado observando aquella tarde. En algún momento, consideré la posibilidad de hablarle del macabro descubrimiento que había tenido lugar en la isla, pero no lo hice. No quería mancillar el recuerdo de su visita a ese lugar.

Me fui a la cama a las once y permanecí largo rato escuchando el crujido de los cabos de amarre y haciendo esfuerzos por dormirme. Finalmente, lo conseguí; me llevé el día conmigo y lo uní como un retal más al tejido de las últimas semanas. Viajaba en barco con Mathias y Malachy, y trataba desesperadamente de mantenerlos a bordo. Apartaba cangrejos de un cadáver y contemplaba horrorizada cómo la horrible masa volvía a formarse a la misma velocidad con la que yo intentaba deshacerla. La calavera del cadáver se convertía en el rostro de Ryan, y luego asumía las facciones carbonizadas de Patrice Simonnet. Sam y Harry me gritaban, pero sus palabras me resultaban incomprensibles y sus rostros tenían una expresión de furia.

Cuando el sonido del teléfono me despertó, me sentía completamente desorientada, sin saber muy bien dónde estaba o por qué. Fui dando tumbos hasta la cocina.

—Buenos días.

Era Sam y su voz sonaba tensa y fatigada.

—¿Qué hora es?

—Casi las siete.

—¿Dónde estás?

—En la oficina del sheriff. Tu plan no dará resultado.

—¿Plan?

Mi cerebro luchaba por acceder a la conversación.

—Tu amigo está en Bosnia.

Eché un vistazo a través de las tablillas de la persiana. En la zona del muelle interno había un viejo de pelo blanco sentado en la cubierta de su velero. Cuando cerré la persiana, el viejo echó la cabeza hacia atrás y bebió una lata de Old Milwaukee.

—¿Bosnia?

—Jaffer, ese antropólogo de la Universidad de Carolina del Sur. Se marchó a Bosnia a excavar tumbas para la ONU. Nadie sabe cuándo volverá.

—¿Y quién está cubriendo el caso?

—Eso no tiene importancia. Baxter quiere que tú te encargues de la recuperación de esos restos.

—¿Quién es Baxter?

—Baxter Colker es el oficial que investiga las muertes violentas en el condado de Beaufort. Y quiere que tú lo hagas.

—¿Por qué?

—Porque yo quiero que lo hagas.

Sin tapujos.

—¿Cuándo?

—Lo antes posible. Harley ya tiene trabajando a un detective y un ayudante. Baxter se reunirá con nosotros a las nueve. Ya ha avisado a un equipo de transporte. Cuando estemos preparados para abandonar Murtry, hará una llamada y todos se reunirán con nosotros en el muelle de Lady’s Island para trasladar el cadáver al Beaufort Memorial. Pero Baxter quiere que seas tú quien se encargue de desenterrar el cuerpo. Sólo tienes que decirnos qué equipo necesitas, y nosotros nos encargaremos del resto.

—¿Colker es patólogo forense?

—Baxter es un oficial elegido por el pueblo y no tiene ninguna formación médica. Dirige una funeraria, pero es un tío condenadamente responsable y quiere que esto se haga bien.

Pensé un momento.

—¿Tiene el sheriff Baker alguna idea de quién podría estar enterrado en la isla?

—Por esta zona circula mucha droga. Hablará con los oficiales de aduanas y con los tíos de la DEA que trabajan en esta parte del Estado. Y también con la gente de fauna salvaje. Harley me ha dicho que el mes pasado estaban colocando marcas para delimitar las marismas en el río Coosaw. Él cree que uno de los traficantes de drogas es nuestra mejor apuesta, y estoy de acuerdo. Esos tíos valoran la vida tanto como una compresa usada. Nos ayudarás en este caso, ¿verdad?

Acepté a regañadientes. Le dije qué clase de equipo necesitaba para hacer mi trabajo y repuso que se encargaría de todo. A las diez, ya estaba preparada.

Permanecí en el camarote durante algunos minutos pensando en qué debía hacer con Katy. Podía explicarle la situación y dejar que fuese ella quien resolviera lo que deseaba hacer. Después de todo, no había ninguna razón que impidiese que nos acompañara a la isla. O podía decirle simplemente que había surgido algo y que Sam necesitaba que le echara una mano. Katy podía pasar el día en el barco o marcharse a Hilton Head antes de lo que tenía planeado. Yo sabía que ésta era la mejor alternativa, pero de todos modos decidí explicarle lo que pasaba.

Comí una generosa cantidad de cereales y luego lavé la cuchara y el bol. Incapaz de quedarme quieta, me vestí con una camiseta y unos pantalones cortos, y salí a cubierta a comprobar los cabos y el depósito de agua. Mientras me encontraba allí aproveché para ordenar las sillas en el puente. Cuando volví a entrar, hice la cama y ordené las toallas en el baño. Acomodé los cojines en el sofá del salón y quité las pelusas de la alfombra. Le di cuerda al reloj y comprobé la hora. Eran las siete y cuarto. Katy aún dormiría algunas horas. Me puse zapatillas de correr y abandoné el barco sin hacer ruido.

Conduje por la 21 hacia el este a través de Saint Helena en dirección a Harbor Island. Luego giré hacia Hunting Island y entré en el parque estatal. La estrecha cinta de asfalto negro discurría a través de un estero de aguas tranquilas y oscuras como un lago subterráneo. Del fondo cenagoso surgían palmeras y robles perennes. Aquí y allá un rayo de sol atravesaba la cúpula vegetal, y el agua adquiría el color dorado de la miel.

Aparqué cerca del faro y crucé una pasarela hasta llegar a la playa. La marea se había retirado y la arena húmeda brillaba como un espejo. Observé a una lavandera que se deslizaba con saltos breves y rápidos entre los estanques dejados por la marea; sus largas y finas patas desaparecían en una imagen invertida de sí misma. La mañana era fresca y pequeñas gotas de transpiración aparecieron en mis brazos y piernas cuando comencé a realizar los ejercicios de calentamiento.

Comencé a correr hacia el este junto a la orilla del océano Atlántico; sentía que los pies se hundían ligeramente en la arena compactada. El aire estaba absolutamente calmo. Pasé junto a un grupo de pelícanos que hundían sus largos picos en el agua. Las juncias y las retamas miraban inmóviles desde la cima de las dunas.

Mientras corría, aproveché para estudiar las ofertas del océano: maderas arrastradas por la corriente, gastadas, descoloridas y cubiertas de percebes; algas marinas enredadas; el caparazón brillante y marrón de un cangrejo bayoneta; un barbo de mar cuyos ojos y entrañas habían sido comidos por los cangrejos y las gaviotas.

Continué mi carrera hasta notar que me quemaban los pulmones. Luego, corrí un poco más. Cuando regresé a la pasarela, las piernas me temblaban y apenas si pude subir los peldaños, pero me sentía mentalmente rejuvenecida. Tal vez fuese debido a la visión de aquel pescado muerto, o incluso del cangrejo bayoneta. Quizá había elevado simplemente mi nivel de endorfinas. En cualquier caso, ya no temía el día que me esperaba por delante. La muerte se producía a cada minuto de cada día en todos los lugares del mundo. Era parte del ciclo de la vida, y eso incluía a Murtry Island. Desenterraría ese cadáver y luego se lo entregaría a las personas que estuvieran a cargo del caso. Ése era mi trabajo.

Cuando regresé al barco, Katy aún dormía. Preparé café y luego me duché. Esperaba que el sonido de la bomba de agua no la despertase. Una vez vestida, tosté dos panecillos ingleses, los unté con mantequilla y mermelada de zarzamora, y los llevé al salón. Mis amigos dicen que el ejercicio físico es un depresor del apetito, pero no es mi caso. El ejercicio hace que quiera devorar mi peso corporal en comida.

Encendí la tele, pasé de un canal a otro y elegí uno de la media docena de evangelistas que ofrecían sus consejos en la mañana del domingo. Estaba escuchando al reverendo Eugene Highwater, que describía «la infinita gracia de los justos», cuando Katy apareció en el salón y se dejó caer en el sofá. Tenía la cara arrugada e hinchada por el sueño, y el pelo se parecía a una de las algas enmarañadas que había visto en la playa. Llevaba puesta una camiseta de los Hornets que le llegaba a las rodillas.

—Buenos días. Estás encantadora.

Mi hija no contestó.

—¿Café?

Katy asintió sin abrir los ojos.

Fui a la cocina, llené una taza de café recién hecho y se lo llevé. Katy se colocó en una posición semierguida, abrió ligeramente los párpados y cogió la taza de café.

—Me quedé leyendo hasta las dos de la mañana.

Bebió un trago y luego extendió el brazo con la taza mientras se levantaba y cruzaba las piernas debajo del cuerpo al estilo indio. Sus ojos recién abiertos se posaron en el reverendo Highwater.

—¿Por qué estás escuchando a ese gilipollas?

—Estoy tratando de averiguar cómo se hace para conseguir esa gracia infinita.

—Envíale un cheque y verás cómo recibes un paquete a vuelta de correo.

La caridad no formaba parte de las virtudes de mi hija a esas horas de la mañana.

—¿Quién fue el imbécil que llamó al amanecer?

Tampoco la delicadeza.

—Sam.

—¡Ah! ¿Qué quería?

—Katy, ayer sucedió algo que no te he contado.

Sus ojos se abrieron del todo y se clavaron en mí.

Dudé un momento; después le hablé del descubrimiento que había hecho el día anterior en la isla. Evitando entrar en detalles, le mencioné el cadáver y cómo J-7 nos había llevado hasta él. Luego le conté la conversación telefónica que había mantenido con Sam.

—¿O sea que volverás a la isla hoy?

Alzó la taza para beber otro trago.

—Sí, con un equipo de la oficina del sheriff. Sam pasará a recogerme a las diez. Lamento que se nos haya estropeado el día. Puedes acompañarnos si lo deseas, por supuesto; pero lo entenderé si prefieres no hacerlo.

Katy permaneció varios minutos en silencio. El reverendo hablaba de Jesús y empleaba un tono colérico.

—¿Tienen alguna idea de quién es?

—El sheriff piensa que se trata de alguien relacionado con el tráfico de drogas. Esos tíos utilizan esta zona para traer alijos de droga. Él sospecha que algún trato se torció y alguien acabó con un cadáver entre las manos.

—¿Qué harás allí?

—Desenterraremos el cadáver, recogeremos muestras y tomaremos un montón de fotografías.

—No, no. Dime exactamente lo que harás tú. Podría utilizar ese material para un proyecto o algo por el estilo.

—¿Paso a paso?

Asintió y buscó una posición más cómoda, apoyándose en los cojines del sofá.

—Es un trabajo rutinario. Limpiaremos la zona y estableceremos una cuadrícula con un punto de referencia para los dibujos y las mediciones. —El sótano de St. Jovite destelló en mi mente—. Cuando hayamos terminado con la recolección de muestras en la superficie, abriré la tumba. Algunos equipos de recuperación excavan por niveles; examinan los diferentes estratos y buscan cualquier elemento significativo. Pero en este caso no creo que sea necesario. Cuando alguien cava un agujero, deja caer un cadáver y lo cubre de tierra, no se practica ninguna clase de estratigrafía. Pero mantendré limpio un lado de la zanja para disponer de un perfil mientras excavo la tumba. De ese modo, se puede ver si hay marcas de herramientas en la tierra.

—¿Marcas de herramientas?

—Una pala, una azada o un pico dejan una huella en la tierra. Nunca he visto una, pero algunos de mis colegas juran que sí. Ellos afirman que se pueden tomar impresiones, y luego hacer moldes y compararlos con las herramientas sospechosas. Lo que sí he visto muchas veces son impresiones de calzado en el fondo de las tumbas, especialmente si hay arcilla y cieno. Yo buscaré esa clase de huellas.

—¿Del tío que cavó la tumba?

—Sí. Cuando el hoyo alcanza cierta profundidad, la persona que está cavando puede saltar dentro y continuar desde allí. Si es así, el calzado deja huellas. También tomaré muestras del suelo. En algunas ocasiones, la tierra de una tumba puede ser comparada con la suciedad que se encuentre en un sospechoso.

—O en el suelo de su armario.

—Exacto. Y también recogeré algunos bichos.

—¿Bichos?

—Esa sepultura estará llena de bichos. Para empezar, es una tumba poco profunda, y los gallinazos y las mofetas se han turnado para dejar el cuerpo parcialmente expuesto. Las moscas se están dando un festín en esa parte de la isla. Nos serán muy útiles para determinar el IPM.

—¿El IPM?

—El intervalo post mortem, es decir, el tiempo que lleva muerta una persona.

—¿Cómo?

—Los entomólogos han estudiado los insectos que se alimentan de carroña, sobre todo las moscas y los escarabajos. Descubrieron que diferentes especies llegan al cadáver siguiendo una secuencia regular; luego cada una desarrolla su ciclo vital de la manera prevista. Algunas especies de moscas llegan en cuestión de minutos. Otras aparecen más tarde. Los adultos dejan sus huevos y de los huevos salen las larvas. Eso son los gusanos: larvas de mosca.

Katy hizo un gesto de repugnancia.

—Después de un tiempo, las larvas abandonan el cuerpo y se encierran en un caparazón exterior duro, llamado capullo. Finalmente, se convierten en adultos y echan a volar para volver a comenzar el ciclo.

—¿Por qué no llegan todos los bichos a la vez?

—Cada especie tiene un plan de juego diferente. Algunas vienen a comer directamente del cuerpo en descomposición, mientras que otras se comen los huevos y las larvas de sus predecesoras.

—Obsceno.

—Hay una relación funcional de cada organismo con el medio ambiente.

—¿Qué harás con los bichos?

—Recogeré muestras de las larvas y los capullos, e intentaré atrapar algunos ejemplares adultos. Según sea el estado de conservación, también puedo utilizar una sonda para tomar lecturas térmicas del cuerpo. Cuando se forman las colonias de gusanos, puede aumentar considerablemente la temperatura interna de un cadáver. Ese dato también es muy útil para el IPM.

—¿Y luego qué?

—Conservaré todos los ejemplares adultos y la mitad de las larvas en una solución de alcohol. Colocaré el resto de las larvas en frascos con hígado y vermiculita. El entomólogo las criará hasta que maduren y después podrá identificarlas.

Me preguntaba dónde diablos podría conseguir Sam redes, recipientes de helados, vermiculita y una sonda térmica siendo domingo por la mañana. Y lo mismo podía decirse de los cedazos, los desplantadores y otro equipo de excavación que le había pedido. Pero ése era su problema.

—¿Qué pasa con el cuerpo?

—Eso depende del estado en que se encuentre. Si está razonablemente intacto, lo sacaré y lo meteré en una bolsa para cadáveres. Un esqueleto llevará más tiempo, ya que tendré que hacer un inventario óseo para asegurarme de que no falta nada.

Katy pensó en esto último.

—¿Cuál es la mejor previsión para un caso?

—Todo el día.

—¿Y la peor?

—Más tiempo.

Katy frunció el entrecejo. Se pasó los dedos por el pelo y luego se lo ató a la nuca con una cinta.

—Tú vete a Murtry. Creo que yo me quedaré por aquí y después me iré a Hilton Head.

—¿A tus amigos no les importará recogerte antes de lo previsto?

—No. Les queda de camino.

Buena elección. Hablaba en serio.

El procedimiento de recuperación del cuerpo enterrado en la isla se desarrolló tal como se lo había descrito a Katy, pero con una variación muy importante. Aplicamos el método de la estratigrafía. Debajo del cuerpo con la cara de cangrejo había un segundo cadáver, un hallazgo que me puso los pelos de punta. Yacía en el fondo del hoyo de menos de un metro de profundidad, boca abajo, con los brazos doblados debajo del vientre y en un ángulo de veinte grados con respecto al cuerpo que tenía encima.

La profundidad tiene sus beneficios. Aunque los restos superiores habían sido reducidos a huesos y tejido conectivo, los que estaban debajo conservaban una cantidad considerable de carne y vísceras enfangadas. Trabajé hasta que comenzó a anochecer. Examiné escrupulosamente cada partícula del suelo, tomé muestras de tierra, insectos y flora, y trasladé los cuerpos, o lo que quedaba de ellos, a grandes bolsas de plástico con cierres herméticos. El detective de la oficina del sheriff grabó un vídeo y tomó numerosas fotografías durante todo el procedimiento.

Sam, Baxter Colker y Harley Baker observaron mi trabajo desde una distancia prudente; hacían comentarios ocasionales o avanzaban unos pasos para echar un vistazo. El ayudante del sheriff inspeccionó los alrededores con un perro especialmente entrenado para reaccionar ante el olor de la carne en descomposición. Kim buscaba alguna prueba física.

Todo fue en vano. Excepto por los dos cuerpos, no encontramos nada. Las víctimas habían sido desnudadas y enterradas después de haber sido despojadas de cualquier cosa que pudiese relacionarlas con las vidas que habían tenido. Y a pesar de todos mis esfuerzos, ni la posición en que se encontraban las víctimas ni nada que pudiese observar en el contorno de la tumba o en su contenido indicaban si ambas habían sido enterradas de forma simultánea o si el cadáver superior había sido enterrado en una fecha posterior.

Eran casi las ocho cuando observamos que Baxter Colker cerraba con llave la puerta trasera de la camioneta de transporte.

El sheriff, Sam y yo estábamos reunidos junto al camino asfaltado, encima del muelle donde habíamos amarrado las embarcaciones.

Colker parecía una figura envarada con su corbata de lazo, su traje perfectamente planchado y los pantalones ajustados por encima de la cintura. Aunque Sam me había advertido acerca de las peculiares características de Colker, no estaba preparada para un atuendo de negocios en medio de una exhumación. Me pregunté qué se pondría para ir a una fiesta.

—Bueno, ya está —dijo limpiándose las manos con un pañuelo de hilo. Cientos de venas diminutas habían estallado en sus mejillas, y el rostro tenía una coloración azulada. Se volvió hacia mí.

—Supongo que la veré mañana en el hospital. —Era más una afirmación que una pregunta.

—Espere un momento. Pensaba que estos casos se remitían al patólogo forense en Charleston.

—Bueno, puedo enviar estos casos al investigador médico, señora, pero sé perfectamente lo que me dirá ese caballero. —Colker me había estado llamando señora todo el santo día.

—¿Es Axel Hardaway?

—Sí, señora. Y el doctor Hardaway me dirá que necesito un antropólogo porque no sabe nada de huesos. Eso es exactamente lo que me dirá. Y tengo entendido que el doctor Jaffer, el antropólogo titular, no está disponible. Ahora bien, ¿en qué lugar deja eso a estos pobres tíos?

Hizo un gesto hacia la camioneta.

—No importa quién se haga cargo del análisis de los huesos, aun así es necesaria una autopsia completa del segundo cadáver.

Algo se movió en el río, y la luz de la luna se desintegró en miles de pequeños fragmentos. Se había levantado una brisa fresca y la lluvia podía olerse en el aire.

Colker golpeó el costado de la camioneta y un brazo apareció en la ventanilla; saludó y el vehículo se alejó. Colker se quedó observándolo durante un momento.

—Esos dos pasarán la noche en el Beaufort Memorial, ya que hoy es domingo. Mientras tanto, me pondré en contacto con el doctor Hardaway y veré cuáles son sus preferencias. ¿Puedo preguntarle dónde se aloja, señora?

Mientras se lo decía, el sheriff se acercó a nosotros.

—Doctora Brennan, quiero volver a agradecerle lo que está haciendo. Realmente, ha llevado a cabo un buen trabajo en la isla.

Baker era bastante más alto que los otros dos hombres, y Sam y Colker juntos no igualaban su masa corporal. Debajo de la camisa del uniforme, el tórax y los brazos del sheriff parecían haber sido forjados en hierro. El rostro era anguloso y tenía la piel del color del café bien cargado. Harley Baker parecía un boxeador de peso pesado y hablaba como un licenciado por Harvard.

—Gracias, sheriff. Tanto su detective como su ayudante fueron de gran utilidad.

Cuando nos estrechamos las manos, la mía parecía descolorida y muy delgada dentro de la suya. Sospechaba que Baker era capaz de triturar granito si se lo proponía.

—Gracias otra vez. La veré mañana con el detective Ryan. Y cuidaré de sus bichos.

Ya habíamos hablado de la cuestión de los insectos con Baker, y yo le había dado el nombre de un entomólogo. Además le había explicado con todo detalle la forma de transportarlos y cómo guardar las muestras de tierra y plantas. Entonces todo ese material estaba de camino hacia el centro del gobierno del condado y al cuidado del detective de la oficina del sheriff.

Baker estrechó la mano de Colker y le propinó a Sam un suave puñetazo en el hombro.

—Sé que volveré a ver tu triste cara —le dijo a Sam al mismo tiempo que se alejaba. Un minuto más tarde el coche-patrulla pasaba junto a nosotros de camino a Beaufort.

Sam y yo regresamos en coche al Melanie Tess. En el camino, nos detuvimos para comprar algunas cajas de comida. No hablamos mucho. Yo podía oler la muerte impregnada en la ropa y el pelo, y sólo quería ducharme, comer y caer en un coma de ocho horas. Sam probablemente quería que saliera de su coche.

A las nueve cuarenta y cinco mi pelo estaba envuelto en una toalla y mi cuerpo olía a crema hidratante. Estaba abriendo la caja de mi comida cuando recibí una llamada de Ryan.

—¿Dónde está? —pregunté mientras bañaba las patatas fritas en ketchup.

—En un lugar encantador llamado Lord Carteret.

—¿Qué tiene de malo ese lugar?

—No tiene campo de golf.

—Tenemos que reunirnos con el sheriff mañana a las nueve.

Inhalé con fruición el olor a frito.

—A las cero novecientos, doctora Brennan. ¿Qué está comiendo?

—Pizza de salami con patatas fritas.

—¿A las diez de la noche?

—Ha sido un día muy largo.

—Mi día no ha sido un paseo por el parque precisamente. —Oí el chasquido de una cerilla y luego una larga exhalación—. Tres vuelos, luego el viaje en coche desde Savannah hasta Tara[7] y después ni siquiera he podido contactar con el paleto del sheriff. Ha estado fuera todo el día ocupándose de no sé qué maldito asunto y nadie sabía dónde se encontraba o qué era lo que estaba haciendo. Todo muy secreto; es seguro que la tía Bee y él trabajan como agentes encubiertos para la CIA.

—El sheriff Baker es un hombre de confianza.

Tragué una cucharada de ensalada de col.

—¿Le conoce?

—Pasé todo el día con él.

—Eso que está masticando suena diferente.

—Hush puppy.

—¿Qué es un hush puppy?

—Si lo pagamos a medias, le conseguiré uno para mañana.

—¿Qué es?

—Harina de maíz frita.

—¿Qué estuvo haciendo con Baker todo el día?

Le hice un resumen de la recuperación de los cuerpos.

—¿Y Baker sospecha de los traficantes de drogas?

—Sí, pero yo no estoy de acuerdo.

—¿Por qué no?

—Ryan, estoy agotada, y Baker nos espera mañana temprano. Se lo contaré entonces. ¿Podrá encontrar la marina de Lady’s Island?

—Mi primera elección será Lady’s Island.

Le di un par de direcciones y colgué el auricular. Luego acabé la cena y me metí en la cama sin preocuparme por el pijama. Dormí desnuda y como un tronco durante ocho horas. No soñé absolutamente nada que pudiese recordar.