Capítulo 10

—¿Qué haces aquí?

—Bueno, podrías fingir que te alegras de verme, hermana mayor.

—Yo… Por supuesto que me alegro de verte, Harry; sólo estoy sorprendida.

No me habría asombrado más si el guardia hubiera anunciado a Teddy Roosevelt. Harry resopló.

—Eso ha sido tan sincero como un puñetazo en el estómago.

Mi hermana estaba sentada en el vestíbulo del edificio de la SQ, rodeada de bolsas de Nieman Marcus y paquetes de distintos tamaños y formas. Llevaba botas vaqueras rojas con motivos grabados en blanco y negro, y una chaqueta de cuero con flecos haciendo juego. Cuando se levantó pude ver que sus tejanos eran tan ceñidos como para cortar el flujo sanguíneo. Todos pudimos verlo.

Harry me abrazó. Era completamente consciente, aunque sentía indiferencia, del efecto que causaba en los demás, en especial en los que tenían cromosomas Y.

—¡Dios, ahí fuera hace un frío terrible! Estoy tan helada que podría congelar tequila. —Echó los hombros hacia adelante y se abrazó el torso con fuerza.

—Sí. —No había entendido la analogía.

—Se suponía que mi vuelo debía llegar al mediodía, pero la jodida nieve nos mantuvo dando vueltas alrededor del aeropuerto. ¡Oh!, pero aquí estoy, hermana mayor.

Tensó los hombros y extendió los brazos, lo que hizo que los flecos de la chaqueta se agitaran violentamente. Harry estaba tan fuera de lugar que parecía una escena surrealista. Amarillo llega a la tundra.

—Está bien. Genial. Qué sorpresa. Bien. Yo… ¿Qué te trae a Montreal?

—Ya te lo contaré. Es increíble. Cuando lo supe no podía creer lo que estaba oyendo. Quiero decir, justamente aquí en Montreal y todo eso.

—¿De qué estás hablando, Harry?

—El seminario al que he estado asistiendo. Te hablé de ello, Tempe, cuando te llamé la semana pasada. Lo hice. Me inscribí en el cursillo de formación en Houston y ahora me lo inyecto directamente en vena. Nunca me he sentido tan cargada de energía. Superé fácilmente el primer nivel. Quiero decir que fue como una excursión. A algunas personas les lleva años comprender su propia realidad, y yo domestiqué a ese cachorro en unas pocas semanas. Estoy aprendiendo unas estrategias terapéuticas realmente poderosas y me ayudan a afianzar mi vida. Así pues, cuando me invitaron a este taller de nivel dos y justo aquí, donde vive mi hermanita mayor, bueno, metí cuatro cosas en la maleta y orienté el morro hacia el norte.

Harry me sonreía con sus ojos azul claro rodeados de trocitos de rímel.

—¿Has venido para asistir a un taller?

—Exactamente. Todos los gastos pagados. Bueno, casi todos.

—Quiero que me lo cuentes todo —dije esperando que el cursillo fuese breve. No estaba segura de que la provincia de Quebec y Harry pudieran sobrevivirse mutuamente.

—Esta mierda es increíble —repitió, aunque esa vez añadió una pizca de información adicional.

—Subamos a mi oficina y te daré algo para que entres en calor. ¿O prefieres esperarme aquí?

—¡Diablos, no! Quiero conocer el lugar donde trabaja la gran doctora en cadáveres. En marcha.

—Tendrás que presentar alguna identificación con fotografía para que te den un pase de visitante —dije señalando al guardia que estaba en el mostrador de seguridad.

El guardia observaba la escena con una media sonrisa y habló antes de que Harry o yo nos moviésemos.

Vôtre soeur? —gritó a través del vestíbulo, intercambiando miradas cómplices con los otros guardias.

Asentí. Era evidente que todo el mundo sabía que Harry era mi hermana, y lo encontraban terriblemente divertido. El guardia hizo un gesto ampuloso hacia los ascensores.

Merci —musité antes de fulminarlo con la mirada.

Merci —gorjeó Harry, obsequiando a cada uno de los guardias con una radiante sonrisa.

Recogimos sus maletas y paquetes, y subimos al quinto piso. Lo dejé todo en el corredor, fuera de mi despacho. Era imposible meter el equipaje en la oficina. El volumen de sus bultos suscitaba en mí una cierta aprensión en cuanto al tiempo de su estancia en Montreal.

—¡Cielos!, esta oficina parece haber sido asolada por un tornado.

Aunque sólo mide metro setenta y es delgada como una modelo de alta costura, Harry parecía llenar aquel pequeño espacio.

—Hoy está un poco desordenada. Dame un minuto para apagar el ordenador y recoger algunas cosas. Luego nos iremos.

—Puedes tomarte tu tiempo; no tengo prisa. Aprovecharé para hablar con tus amigos.

Harry observaba la fila de cráneos con la cabeza inclinada hacia atrás, de modo que las puntas del pelo rozaban el borde inferior de la chaqueta. Parecía más rubio de lo que yo recordaba.

—¿Qué hay, tío? —le dijo al primero—. ¿Decidiste largarte mientras aún tenías cabeza, verdad?

No pude evitar una sonrisa, pero su amigo craneal permaneció inmutable. Mientras Harry recorría todo el estante, recogí los libros y diarios que me había entregado Daisy Jeannotte. Pensaba volver a primera hora de la mañana siguiente, de modo que no cogí los informes inacabados.

—¿Y tú qué me dices? —Harry hablaba con el cuarto cráneo—. ¿No quieres hablar? ¡Oh!, eres tan sexy cuando estás taciturno.

—Ella siempre está taciturna.

Andrew Ryan estaba en la puerta del despacho. Harry se volvió y miró al detective de arriba abajo. Lo hizo lentamente. Luego los ojos azules se encontraron con los ojos azules.

—¿Cómo?

La sonrisa que mi hermana les había dedicado a los guardias de seguridad no fue nada comparada con la que le brindó a Ryan. En ese mismo instante supe que se avecinaba una verdadera calamidad.

—En este momento nos marchábamos —dije mientras colocaba la funda de plástico sobre el ordenador.

—¿Bien?

—¿Bien qué, Ryan?

—¿Compañía de fuera de la ciudad?

—Un buen detective siempre percibe lo obvio.

—Harriet Lamour —dijo mi hermana, extendiendo la mano—. Soy la hermana pequeña de Tempe.

Como era su costumbre, Harry dejó bien claro el orden de los nacimientos.

—Me parece que no es de esta parte del país —bromeó Ryan. Los flecos organizaron un baile cuando se estrecharon las manos.

—¿Lamour? —pregunté incrédula.

—Houston. Eso cae por Texas. ¿Ha estado allí alguna vez?

—¿Lamour? —repetí—. ¿Qué ha pasado con Crone?

—Una o dos veces. El paisaje es muy bonito. —Ryan seguía interpretando el papel de Brett Maverick.

—¿O Dawood?

Eso llamó la atención de Harry.

—¿Por qué diablos tendría que volver a utilizar nunca en la vida el apellido de ese retrasado? ¿Tú recuerdas a Esteban, el único ser humano en todo el planeta al que despidieron de su trabajo porque era demasiado estúpido para apilar cajas de Coca-Cola?

Esteban Dawood había sido su tercer esposo. Me resultaba imposible recordar su cara.

—¿Os habéis divorciado Striker y tú?

—No, pero he dejado atrás su culo chato y he borrado ese nombre ridículo. ¿Crone? ¿En qué estaría pensando? ¿Quién podría elegir un apellido como Crone?[3] ¿Qué clase de apellido es ése para tus descendientes? ¿Missus Crone? ¿Primo Crone? ¿Tatarabuelo Crone?

Ryan se unió a la fiesta.

—No está mal si eres un Crone solitario.

Harry se echó a reír.

—Sí, pero no me gustaría ser una vieja Crone.

—Ya está bien. Nos vamos.

Cogí mi abrigo.

—Bergeron dice que tenemos una identificación positiva —dijo Ryan.

Me quedé mirándole. Su rostro había adquirido una expresión grave.

—¿Simonnet?

Asintió.

—¿Alguna noticia de los cuerpos que aparecieron arriba?

—Bergeron piensa que probablemente son europeos también, o al menos sus empastes fueron hechos en Europa según ha podido deducir por algo relacionado con el trabajo dental. Le pedimos a la Interpol que investigara en Bélgica, dada la conexión con Simonnet, pero no encontraron nada. La mujer no tenía familia, de modo que estamos en un callejón sin salida. La RCMP tampoco tuvo suerte en Canadá, y lo mismo el NCIC. Cero en los Estados Unidos.

—El Rohypnol es un producto muy difícil de conseguir aquí, y esos dos estaban cargados. Una conexión europea podría explicarlo.

—Podría.

—LaManche dice que en los cadáveres que encontramos en la construcción del jardín no había rastros de alcohol o de drogas. Simonnet estaba demasiado quemada y no se le pudieron hacer esas pruebas.

Ryan sabía todo eso. Yo sólo estaba pensando en voz alta.

—Por Dios, Ryan; ya ha pasado una semana y todavía no sabemos quiénes eran esas personas.

—Así es.

Ryan le sonrió a Harry, que escuchaba atentamente nuestra conversación. Su coqueteo comenzaba a irritarme.

—¿No han encontrado ninguna pista en la casa?

—¿Tal vez ha oído algo acerca de un altercado que se produjo en West Island el martes? Los chicos de Rock Machine dispararon a dos ángeles del infierno. Los ángeles respondieron al fuego y dejaron a uno de los Machine muerto y a otros tres heridos de gravedad, o sea que he estado bastante ocupado.

—Patrice Simonnet recibió un balazo en la cabeza.

—Esos jodidos motoristas también se cargaron a un crío de doce años que se dirigía a su entrenamiento de hockey.

—¡Oh, Dios! Mire, no estoy sugiriendo que se esté tomando las cosas con calma, pero seguramente alguien debe de echar de menos a esas personas. Estamos hablando de toda una jodida familia, además de otras dos personas. En esa casa debe de haber algo que nos dé una pista.

—La recuperación de los cuerpos supuso llenar cuarenta y siete cajas de desechos. Estamos investigando todo ese material, pero hasta ahora no hemos encontrado nada: ninguna carta, ningún cheque, ninguna foto, ninguna lista de la compra, ninguna agenda con direcciones. Las facturas de servicios y del teléfono las pagaba Simonnet. El combustible para la calefacción se reparte una vez por año, y ella pagaba por adelantado. No hemos encontrado a nadie que haya estado en esa casa desde que Simonnet alquiló la propiedad.

—¿Qué hay de los impuestos sobre bienes?

—Guillion. Fueron pagados con un cheque autorizado contra una cuenta de Citicorp en Nueva York.

—¿Se ha recuperado alguna arma? —pregunté.

—No.

—Son muchas cosas las que descartan la posibilidad de un suicidio.

—Así es. Y no parece probable que la abuelita se haya cargado a la familia.

—¿Algún antecedente de problemas en esa casa?

—Negativo. Jamás llamaron a la policía.

—¿Tiene el registro de las llamadas telefónicas?

—Está de camino.

—¿Qué hay de los coches? ¿Estaban registrados?

—Ambos a nombre de Guillion, en la dirección de St. Jovite. También paga los seguros con cheques autorizados.

—¿Simonnet tenía carnet de conducir?

—Sí. Era belga y estaba limpio.

—¿Cartilla de la Seguridad Social?

—No.

—¿Algo más?

—Nada.

—¿Quién se encargaba de las reparaciones de los coches?

—Aparentemente, Simonnet los llevaba a un taller en la ciudad. Las descripciones coinciden. Pagaba en metálico.

—¿Y la casa? Una mujer de su edad no podía encargarse personalmente de las reparaciones.

—Obviamente, había otras personas viviendo allí. Los vecinos dicen que la pareja con los bebés estaba en la casa desde hacía algunos meses. En varias ocasiones también vieron otros coches; a veces, en gran número.

—Tal vez tenía pensionistas.

Ambos nos volvimos hacia Harry.

—Ya sabéis. Tal vez alquilaba habitaciones. —Ryan y yo dejamos que siguiera hablando—. Podrían comprobarse las secciones de anuncios en los periódicos o los boletines de la iglesia.

—No parece que Simonnet haya sido una devota.

—Quizá dirigía una red de tráfico de drogas con ese tío Guillion. Por eso, la mataron; por eso, no hay registros ni nada por el estilo. —Tenía los ojos muy abiertos por la excitación. Se estaba metiendo en harina de otro costal—. Tal vez esa mujer se escondía en la casa.

—¿Quién es Guillion? —pregunté.

—No tiene antecedentes policiales ni aquí ni en Bélgica. La policía belga lo está buscando. Es un tío muy reservado, de modo que nadie sabe mucho acerca de él.

—Igual que la vieja.

Ryan y yo la miramos. «Buena observación, Harry». Se oyó el sonido de un teléfono, lo que indicaba que todas las líneas habían sido conectadas al servicio nocturno. Ryan miró su reloj.

—Bueno, espero verlas a las dos esta noche. —Maverick había regresado.

—Probablemente no. Tengo que acabar el informe sobre Nicolet.

Harry abrió la boca, pero, al ver la expresión de mi rostro, volvió a cerrarla.

—Gracias de todos modos, Ryan.

Enchanté —le dijo a Harry. Luego se volvió y se alejó por el corredor.

—Es un vaquero muy guapo.

—Te aconsejo que no apuntes en esa dirección, Harry. Su agenda tiene más entradas que las páginas amarillas de Omaha.

—Sólo estaba mirando, querida. Sigue siendo gratis.

Aunque eran sólo las cinco de la tarde, cuando Harry y yo salimos del edificio nos envolvió una profunda oscuridad. Los faros de los coches y las luces de la calle brillaban a través de una cortina de nieve. Subimos al coche y encendí el motor; luego pasé varios minutos limpiando las ventanillas y el parabrisas mientras Harry trataba de decidirse por alguna emisora de radio. Cuando volví a meterme en el coche, mi habitual Vermont Public Radio había sido reemplazada por una estación local que emitía música roquera.

—Es genial —dijo Harry, mostrando su aprobación por Mitsou.

—Es una cantante quebequesa —dije cambiando la marcha adelante y atrás para sacar el Mazda del surco de nieve—. Hace años que es famosa por aquí.

—Me refiero al rock en francés. Es una verdadera pasada.

—Sí.

Las ruedas delanteras encontraron el asfalto y me uní al flujo de tráfico.

Harry escuchaba la letra de las canciones mientras nos dirigíamos hacia el oeste, hacia el centro de la ciudad.

—¿Está hablando de un vaquero? ¿Mon vaquero?

—Sí —dije girando hacia Viger—. Creo que le gusta ese tío.

Perdimos contacto con Mitsou cuando entramos en el túnel Ville-Marie.

Diez minutos más tarde abría la puerta de mi apartamento. Le enseñé a Harry la habitación de invitados y fui a la cocina para echar un vistazo a mi provisión de víveres. Como había planeado hacer una visita al Atwater Market el fin de semana, no había muchas cosas. Cuando Harry se reunió conmigo, yo estaba revolviendo en el interior del pequeño armario que llamo despensa.

—Te invito a cenar, Tempe.

—¿De verdad?

—En realidad, Inner Life Empowerment es quien te invita a cenar. Ya te lo dije: ellos pagan todos mis gastos. Bueno, al menos hasta los veinte dólares para la cena de esta noche. La tarjeta Diner de Howie se encargará del resto.

Howie era su segundo esposo y probablemente la fuente de todo lo que hubiese en las bolsas de Nieman Marcus.

—¿Y por qué te paga este viaje Inner Life no-sé-qué-más?

—Porque lo hice muy bien. De hecho, se trata de un acuerdo especial. —Hizo un guiño exagerado, abriendo la boca y arrugando el costado derecho del rostro—. No suelen hacer estas cosas, pero querían que yo asistiera a esta reunión.

—Bueno, si estás segura. ¿Qué prefieres?

—¡Acción!

—Me refería a la comida.

—Cualquier cosa menos carne a la brasa.

Pensé un minuto.

—¿Indio?

—¿Shawnee o paiute?

Harry se puso a dar gritos. Le encantaban sus propios chistes.

—El restaurante Étoile des Indes está a pocas manzanas de aquí. Y preparan un khorma para chuparte los dedos.

—Muy bien. Creo que nunca he comido en un restaurante indio. Y sé que jamás he comido en un restaurante indio francés. En cualquier caso, no creo que el karma se pueda comer.

Sólo pude sacudir la cabeza.

—Tengo aspecto de haber recorrido sesenta kilómetros de carretera en mal estado —dijo Harry, inspeccionando algunos largos mechones de pelo rubio—. Creo que haré un par de reparaciones.

Me fui a mi habitación, me puse unos tejanos, luego cogí un bolígrafo y papel, y me recosté contra las almohadas de la cama. Abrí el primer diario y apunté la fecha de la primera inscripción: 1 de enero de 1844. Después elegí uno de los libros que había sacado de la biblioteca, busqué la sección que hablaba de Élisabeth Nicolet y comprobé la fecha de su nacimiento: 18 de enero de 1846. Su tío había comenzado a escribir ese diario dos años antes de que ella naciera.

Aunque Louis-Philippe Bélanger escribía con mano firme, el paso del tiempo había desteñido sus anotaciones. La tinta era de color marrón claro y, en algunos lugares, las palabras estaban demasiado borrosas para resultar legibles. Además, el francés era antiguo y estaba lleno de términos que no me resultaban en absoluto familiares. Treinta minutos más tarde me dolía la cabeza y sólo había tomado unas cuantas notas. Apoyé la cabeza sobre las almohadas y cerré los ojos. Aún podía oír el agua corriendo en el cuarto de baño. Estaba cansada, desalentada y me sentía muy poco optimista. No podría conseguirlo en dos días. Lo mejor sería pasar un par de horas en la fotocopiadora y luego examinar los diarios sin prisa. Jeannotte no había dicho nada acerca de no copiar el material. Y pensé que probablemente fuese más seguro para los originales.

Tampoco tenía necesidad de encontrar la respuesta en ese momento. Después de todo, mi informe no exigía ninguna explicación. Había visto lo que había visto en los huesos. Informaría de mis hallazgos y dejaría las teorías para las monjas, o las preguntas.

Tal vez no lo comprenderían. Tal vez no me creerían. Era probable que no recibieran con agrado las noticias. ¿O lo harían? ¿Afectaría eso la solicitud ante el Vaticano? Yo no podía evitarlo. Estaba segura de no haberme equivocado con respecto a Élisabeth, pero no podía imaginarme lo que eso significaba.