Capítulo 23
El jueves fue un día engañosamente agradable.
Por la mañana, tuve dos pequeñas sorpresas. La llamada a mi compañía de seguros fue rápida y todo se solucionó sin problemas. Los dos tíos a los que llamé para que reparasen los daños de la cocina estaban disponibles y comenzarían a trabajar inmediatamente en mi casa.
Durante el día impartí mis clases y revisé el trabajo de CAT para la conferencia de antropología física. A última hora de la tarde, Ron Gillman me llamó para informarme de que la Unidad de Recuperación en la Escena del Crimen no había encontrado nada útil en los restos de mi cocina, como era previsible. Había ordenado a un coche-patrulla que mantuviese vigilada la casa.
También tuve noticias de Sam. Aunque no había ninguna novedad con respecto al caso, estaba cada vez más convencido de que una banda de traficantes de drogas era la responsable de haber llevado los cuerpos a la isla. Se lo estaba tomando como una especie de reto personal y había desempolvado una vieja escopeta del calibre doce y la tenía escondida debajo de una litera en la estación de campo.
En el viaje de regreso a casa desde la universidad, hice una parada en el supermercado Harris Teeter, que está enfrente del centro comercial Southpark, y compré todos mis alimentos favoritos. Luego estuve un rato en el gimnasio de la YMCA en Harris y llegué al Anexo sobre la seis y media. Habían colocado una ventana nueva y uno de los operarios estaba terminando de pulir el suelo. Todas las superficies de la cocina aparecían cubiertas por una fina capa de polvo blanco.
Pasé un paño por la cocina y la encimera. Luego preparé una tarta de cangrejo y ensalada de queso de cabra, y cené mirando una reposición de Murphy Brown. No había duda de que Murph era una mujer dura. Decidí que sería como ella.
Por la noche, revisé nuevamente los papeles de la conferencia, vi un partido de los Hornets de Charlotte y pensé en mis impuestos. Resolví que también haría eso. Pero no esa semana. A las once me quedé dormida con los diarios de Louis-Philippe repartidos por toda la cama.
El guión del viernes había sido escrito por Satanás. Fue entonces cuando tuve mi primer indicio del horror que estaba a punto de descubrirse.
Las víctimas de la isla de Murtry llegaron de Charleston a primera hora de la mañana. Hacia las nueve treinta ya tenía los guantes y las gafas de seguridad puestos, y todos los elementos repartidos por el laboratorio. Una mesa contenía las muestras del cráneo y los huesos que Hardaway había tomado durante la autopsia practicada al cuerpo que estaba en el fondo de la sepultura. En la otra mesa, había un esqueleto completo. Los técnicos de la Facultad de Medicina habían realizado un excelente trabajo. Todos los huesos estaban limpios y no habían sufrido ningún daño.
Comencé por el cuerpo hallado en el fondo de la tumba. Aunque estaba putrefacto, había conservado la cantidad suficiente de tejido blando como para permitir una autopsia completa. El sexo y la raza eran evidentes, de modo que Hardaway sólo quería mi ayuda para establecer la edad de las víctimas. Dejé para más tarde el informe y las fotos del patólogo, ya que no deseaba que ese material influyera en mis conclusiones.
Coloqué las placas de rayos X en la ventana luminosa. No vi nada anormal. En las vistas craneales comprobé que tenía los treinta y dos dientes con sus raíces totalmente desarrolladas. No faltaba ninguna pieza, y la dentadura no había sufrido ninguna reparación odontológica. Apunté esos datos en el historial clínico.
Fui a la primera mesa y examiné el cráneo. La abertura en la base craneal estaba cerrada. No se trataba de una adolescente.
Estudié los extremos de las costillas y aquellas superficies donde ambas mitades de la pelvis se unen en la parte frontal, las sínfisis púbicas. Las costillas presentaban muescas moderadamente profundas en las zonas donde el cartílago las había conectado con el esternón. Las caras de las sínfisis púbicas estaban recorridas por un borde ondulado y pude ver diminutas protuberancias óseas a lo largo del borde exterior de ambas.
El extremo interno de cada clavícula estaba unido. El borde superior de cada omóplato conservaba una delgada línea de separación.
Comprobé mis modelos e histogramas, y apunté mi cálculo. En el momento de la muerte, aquella mujer tenía entre veinte y veintiocho años.
Hardaway quería un análisis completo del cadáver superior. Comencé nuevamente con los rayos X. Excepto la dentadura perfecta, no había ningún otro detalle significativo en las placas.
Yo ya había sospechado que esa víctima también era una mujer, como se lo había dicho a Ryan. Mientras extendía los huesos, percibí la suavidad del cráneo y la delicada arquitectura facial. La pelvis corta y ancha, con su inconfundible zona púbica, confirmó mi impresión inicial.
Los indicadores de la edad de esa mujer eran similares a los de la primera víctima, aunque sus sínfisis púbicas mostraban profundos rebordes a través de todas sus superficies y carecían de las pequeñas protuberancias que había observado en la otra víctima.
Calculé que, en el momento de morir, la segunda mujer era menor que la primera; probablemente entre diecinueve y veintipocos años.
Luego procedí a examinar el cráneo para determinar la raza de las víctimas. La región del centro del rostro presentaba los rasgos clásicos: un puente elevado entre los ojos, una estrecha abertura, borde inferior y raquis prominentes.
Tomé algunas medidas que luego analizaría en términos estadísticos, pero sabía que la mujer era blanca. Medí los huesos largos, introduje los datos en el ordenador y realicé las ecuaciones regresivas. Estaba introduciendo los datos correspondientes a la altura en la hoja clínica cuando sonó el teléfono.
—Si me quedo un día más aquí necesitaré un reciclaje lingüístico —dijo Ryan, y añadió—: todos lo necesitarán.
—Coge un autobús hacia el norte.
—Pensé que se debía a ti, pero ahora veo que no es culpa tuya.
—Resulta difícil olvidar nuestras raíces.
—Ya.
—¿Has descubierto algo?
—Esta mañana vi una gran pegatina en un parachoques.
Esperé.
—«Jesús te ama. El resto de la gente piensa que eres un gilipollas».
—¿Me has llamado para contarme eso?
—Eso era lo que decía la pegatina.
—Somos gente muy religiosa.
Miré el reloj. Eran las dos y cuarto. Me di cuenta de que estaba muerta de hambre y busqué el plátano y el trozo de pastel que había traído de casa.
—He pasado algún tiempo observando el pequeño santuario de nuestro amigo Dom, pero he obtenido poca cosa. El jueves por la mañana tres de los fieles subieron a la camioneta y se marcharon. Aparte de eso, no entró ni salió ningún vehículo de la granja.
—¿Kathryn?
—No la he visto.
—¿Investigaste las matrículas?
—Sí, señora. Ambas camionetas están registradas a nombre de Dom Owens en la dirección de Adler Lyons.
—¿Tiene licencia para conducir?
—Emitida por el gran estado del palmito en 1988. No hay ningún dato de una licencia de conducir anterior. Aparentemente, nuestro reverendo entró y se examinó. Paga el seguro dentro de los plazos establecidos; en metálico. No hay antecedentes de reclamaciones ni tampoco de arrestos o citaciones por cuestiones de tráfico.
—¿Servicios públicos?
Intenté no hacer ruido con el celofán.
—Teléfono, electricidad y agua. Owens paga en metálico.
—¿Tiene número de la Seguridad Social?
—Emitido en 1987, pero no hay antecedentes de ninguna actividad. Nunca ha pagado y nunca ha solicitado beneficios de clase alguna.
—¿Ochenta y siete? ¿Dónde estuvo antes?
—Una pregunta muy perspicaz, doctora Brennan.
—¿Correspondencia?
—Estos tíos no son muy afectos al correo. Reciben los saludos habituales dirigidos a «inquilino» y las facturas de los servicios, naturalmente, pero eso es todo. Owens no tiene apartado de correo, aunque podría figurar con otro nombre. Estuve vigilando la oficina de correos pero no reconocí a ningún miembro del rebaño.
Una estudiante apareció en la puerta del despacho y le dije que no con la cabeza.
—¿Había huellas en el juego de llaves?
—Tres bellezas, pero inútiles. Aparentemente, Dom Owens es un ángel.
El silencio creció entre ambos extremos de la línea.
—Hay niños viviendo en esa granja. ¿Qué me dices de los Servicios Sociales?
—Eres realmente buena, Brennan.
—Es que miro mucho la tele.
—Hice algunas averiguaciones en Servicios Sociales. Una vecina los llamó hace aproximadamente un año; estaba preocupada por los niños. Era la señora Espinoza. Enviaron a una asistente social para que investigara lo que pasaba en la granja. Leí el informe. La asistente social encontró un hogar limpio y ordenado, con niños alegres y bien alimentados; ninguno de ellos estaba en edad escolar. La mujer no vio razón alguna para iniciar una acción legal, aunque recomendó que se hiciera una visita de control seis meses más tarde. Sin embargo, esa visita no se realizó nunca.
—¿Hablaste con la vecina?
—Ha muerto.
—¿Qué me dices de la propiedad?
—Bueno, hay una cosa.
Transcurrieron varios segundos.
—¿Sí?
—Pasé la tarde del miércoles examinando las escrituras de la propiedad y todo lo relacionado con los impuestos.
Ryan se quedó callado otra vez.
—¿Estás tratando de tocarme las narices? —le dije sin ocultar la irritación.
—Ese trozo de tierra tiene una historia muy pintoresca. ¿Sabías que en ese lugar funcionó una escuela desde principios de la década de 1860 hasta finales de siglo? Fue una de las primeras escuelas públicas de Estados Unidos exclusivamente para estudiantes negros.
—No lo sabía.
Abrí una lata de coca-cola sin calorías.
—Y Baker tenía razón. La propiedad fue usada como campamento de pesca desde los años treinta hasta mediados de los setenta. Cuando el propietario murió, fue heredada por unos parientes de Georgia. Supongo que no tuvieron mucho éxito con los frutos de mar, o tal vez se cansaron de pagar impuestos. En cualquier caso, vendieron la propiedad en 1988.
Esa vez aguardé hasta que hubo terminado.
—El comprador fue un tal J. R. Guillion.
Me llevó un nanosegundo registrar el nombre.
—¿Jacques Guillion?
—Oui, madame.
—¿El mismo Jacques Guillion?
Lo dije en voz tan alta que un estudiante que pasaba por el corredor se volvió para mirarme.
—Presumiblemente. Los impuestos son pagados…
—Con un cheque contra Citicorp en Nueva York.
—Tú lo has dicho.
—Mierda.
—Es una forma de decirlo.
Esa información me había dejado completamente desconcertada. El propietario de la granja de Adler Lyons era también el dueño de la casa quemada en St. Jovite.
—¿Has podido hablar con Guillion?
—Monsieur Guillion aún sigue en su retiro.
—¿Qué?
—No han podido localizarlo.
—Maldita sea. Ciertamente hay una conexión.
—Eso parece.
Sonó un timbre.
—Otra cosa.
El corredor se llenó de estudiantes que cambiaban de clases.
—Sólo para mostrar mi vena perversa envié los nombres a Texas. No había nada con respecto al justo reverendo Owens, pero ¿adivina quién tiene un rancho por aquella zona?
—¡No!
—Monsieur J. R. Guillion. Un par de hectáreas en el condado de Fort Bend. Paga sus impuestos…
—¡Con cheques autorizados!
—Acabaré por dirigir mis pasos hacia el estado de la Estrella Solitaria, pero por ahora dejaré que el sheriff localse encargue del asunto. Y la gendarmería belga puede buscar a Guillion. Pienso quedarme por aquí algunos días más y presionar a Owens.
—Trata de localizar a Kathryn. Me llamó, pero volví a perderla. Estoy segura de que esa muchacha sabe algo.
—Si está aquí, la encontraré.
—Podría estar en peligro.
—¿Por qué lo dices?
Por un momento, pensé en describirle mi reciente conversación con Red acerca de cultos y sectas, pero como sólo había dado palos de ciego no estaba segura de haber sacado nada en limpio. Aunque Dom Owens estuviese dirigiendo alguna clase de secta, parecía obvio que no era un Jim Jones o un David Koresh.
—No lo sé. Es sólo una corazonada. Parecía muy angustiada cuando llamó.
—Mi impresión de la señorita Kathryn es que le falta una horneada.
—Ella es diferente.
—Y su amiga El no parece precisamente una candidata para el título de Miss Cordura. ¿Estás trabajando?
Dudé un momento y luego le hablé del ataque que había sufrido en mi casa.
—Hijo de puta. Lo siento, Brennan. Me gustaba ese gato. ¿Tienes alguna idea de quién puede haber sido?
—No.
—¿Han puesto vigilancia en tu casa?
—Un coche-patrulla pasa varias veces al día. Estoy bien.
—Aléjate de los callejones oscuros.
—Los casos de Murtry llegaron esta mañana. Tengo bastante trabajo en el laboratorio.
—Si esas muertes están relacionadas con las drogas, tal vez estés fastidiando a algunos peces gordos.
—Tengo algunas noticias de ese caso, Ryan. —Arrojé la piel del plátano y el envoltorio del pastel a la papelera—. Ambas víctimas son jóvenes, blancas y mujeres, como había imaginado.
—No es el típico perfil de un traficante de drogas.
—No.
—No lo descartes. Algunos de esos tíos usan a las mujeres como si fuesen condones. Es posible que las chicas se encontraran en el lugar equivocado en el momento equivocado.
—Sí.
—¿Causa de la muerte?
—Aún no he terminado el examen.
—Ve a por ellos, tigre. Pero recuerda que te necesitaremos en los casos de St. Jovite cuando atrape a estos cabrones.
—¿Qué cabrones?
—Aún no lo sé, pero lo haré.
Cuando colgamos, eché un vistazo a mi informe. Luego me levanté y paseé por el laboratorio. Después me senté. Al poco rato, repetí el paseo.
Mi mente seguía enviando imágenes de St. Jovite: bebés blancos como la leche, párpados y uñas delicadamente azules, un cráneo agujereado por una bala, gargantas cortadas, manos marcadas con heridas por acciones de defensa, cuerpos chamuscados, miembros retorcidos y deformados.
¿Qué era lo que relacionaba las muertes de Quebec con esa lengua de tierra en la isla de Saint Helena? ¿Por qué bebés y ancianas frágiles? ¿Quién era Guillion? ¿Qué había en Texas? ¿Con qué extraña forma de maldad habían tropezado Heidi y su familia?
«Concéntrate, Brennan. Las jóvenes de este laboratorio están igualmente muertas. Deja los asesinatos de Quebec a Ryan y acaba con estos casos. Ellas merecen toda tu atención. Descubre cuándo murieron, y cómo».
Me puse otro par de guantes y examiné con una lupa cada hueso del esqueleto de la segunda víctima. No encontré nada que pudiese decirme qué había causado su muerte. No había ninguna lesión producida por un objeto romo, ningún orificio de entrada o salida de un proyectil, ninguna herida de arma blanca, ninguna fractura en el hueso hioides que indicase estrangulación.
El único daño que observé en el cuerpo lo habían provocado los animales que se alimentaron de los restos.
Mientras volvía a colocar el último hueso del pie, un pequeño escarabajo negro se arrastró desde debajo de una vértebra. Me quedé observándolo mientras recordaba una tarde en que Birdie habíaperseguido a una melolonta en mi cocina de Montreal. Había jugado con la pequeña criatura durante horas antes de perder finalmente todo interés en ella.
Las lágrimas me quemaban los párpados, pero me negué a llorar.
Cogí el insecto y lo metí en un recipiente de plástico. «Basta de muertes». Dejaría en libertad al escarabajo cuando me marchara del edificio.
«Muy bien, escarabajo. ¿Cuánto tiempo llevan muertas estas dos mujeres? Trabajaremos en ello».
Miré el reloj. Eran las cuatro treinta, o sea, bastante tarde. Busqué un número en la agenda y levanté el auricular.
Alguien contestó la llamada a cinco husos horarios de distancia.
—Doctor West.
—¿Doctor Lou West?
—Sí.
—¿A.k.a Kaptain Kam?
Silencio.
—¿De fama mundial?
—Atún. ¿Eres tú, Tempe?
Pude verlo a través de mi imaginación. El pelo grueso y plateado, y la barba canosa enmarcaban un rostro permanentemente bronceado por el sol de Hawai. Unos cuantos años antes de conocerlo, una agencia de publicidad de Japón había descubierto a Lou y lo había nombrado portavoz de una marca de atún enlatado. Su pendiente y la coleta eran perfectos para la imagen de capitán que ellos buscaban. Los japoneses amaban al Kaptain Kam. Aunque le gastábamos miles de bromas, nadie que yo conociera había visto jamás los anuncios.
—¿Preparado para abandonar tus bichos y dedicarte a la caza del atún?
Lou tenía un doctorado en Biología y daba clases en la Universidad de Hawai. En mi opinión es el mejor entomólogo forense del país.
—No del todo. —Se echó a reír—. El traje me produce sarpullido.
—Hazlo en cueros.
—No creo que los japoneses estén preparados para algo así.
—¿Cuándo ha sido eso un impedimento para ti?
Lou y yo, y un puñado de otros especialistas forenses, impartimos un curso sobre recuperación de cadáveres en la Academia del FBI en Quantico, una localidad de Virginia. Era un grupo irreverente, compuesto por patólogos, entomólogos, antropólogos, botánicos y expertos en suelo, la mayoría con antecedentes académicos. Un agente fervorosamente conservador le sugirió al entomólogo que el pendiente no era apropiado. Lou le escuchó sin decir nada y, al día siguiente, el pequeño pendiente de oro había sido reemplazado por una pluma cherokee con cuentas, borlas y una pequeña campana de plata.
—He recibido tus bichos.
—¿Llegaron intactos?
—Sanos y salvos. Hiciste un gran trabajo al recogerlos. En los estados de Carolina los grupos de insectos asociados a la descomposición incluyen más de quinientas veinte especies. Creo que me enviaste la mayoría de ellas.
—¿Qué puedes decirme?
—¿Quieres un informe detallado?
—Claro.
—En primer lugar, creo que tus víctimas fueron asesinadas durante el día. O al menos los cuerpos estuvieron expuestos durante un tiempo a la luz del sol antes de que los enterrasen. Encontré larvas de Sarcophaga bullata.
—En cristiano, por favor.
—Es una especie de mosca de la carne. Recogiste de ambos cuerpos muestras de capullos de Sarcophaga bullata vacíos e intactos.
—¿Y?
—Los individuos de Sarcophagidae no son muy valientes después de la puesta del sol. Si dejas caer un cadáver justo al lado podrían larvipositarlo, pero no son criaturas muy activas de noche.
—¿Larvipositarlo?
—Los insectos usan la larviposición o la oviposición. Algunos dejan huevos y otros dejan larvas en los tejidos del huésped.
—¿Los insectos dejan larvas?
—Primero larvas de crisálida. Es el primer estadio larvario. Sarcophagidae deposita larvas. Es una estrategia que les proporciona una ventaja inicial sobre el resto de gusanos y también les asegura cierta protección contra los depredadores que se alimentan de huevos.
—Entonces ¿por qué todos estos insectos no depositan larvas en lugar de huevos?
—Hay un inconveniente. Las hembras no pueden producir tantas larvas como huevos. Es una especie de trueque.
—La vida es concesión.
—Así es. También sospecho que los cuerpos estuvieron expuestos a la intemperie, al menos durante un breve período. Sarcophagidae no es tan propenso a entrar en las casas como otros grupos; Calliphoridae, por ejemplo.
—Eso tiene sentido. Las mataron en la isla, o bien los cadáveres fueron llevados hasta allí en barca.
—En cualquier caso, yo diría que las asesinaron durante el día; luego pasaron un tiempo en el exterior y sobre la tierra antes de ser sepultadas.
—¿Qué me dices de las otras especies?
—¿Quieres todo el grupo?
—Exactamente.
—Para ambos cuerpos, el enterramiento hubiese demorado la invasión normal de los insectos. No obstante, una vez que el cuerpo superior quedó expuesto por la acción de los carroñeros, Calliphoridae lo hubiera encontrado irresistible para depositar sus huevos.
—¿Calliphoridae?
—Moscas azules. Habitualmente llegan a los pocos minutos de haberse producido la muerte, junto con sus amigas las moscas de la carne. Ambas son grandes aviadoras.
—Excelente.
—Tú recogiste al menos dos especies de moscas azules: Cochluomyia…
—¿No podríamos limitarnos a los nombres comunes?
—De acuerdo. Recogiste el primer, el segundo y el tercer estadio de larva de crisálida y capullos vacíos e intactos de al menos dos especies de mosca azul.
—¿Y eso qué significa?
—Muy bien, clase. Repasemos el ciclo vital de la mosca. Al igual que nosotros, a las moscas adultas las preocupa encontrar lugares aptos para criar a sus hijos. Un cadáver es el lugar perfecto: medio ambiente protegido y montones de comida, es decir, el vecindario ideal para criar a los niños. Los cadáveres son tan atractivos que las moscas azules y las moscas de la carne pueden llegar a los pocos minutos. La hembra deposita inmediatamente sus huevos en los tejidos, o bien se alimenta durante un tiempo de los fluidos que rezumban los restos y luego deposita sus huevos.
—Muy agradable.
—¡Eh!, que esa carne es muy rica en proteínas. Si el cuerpo tiene alguna lesión, ése será su objetivo; si no, buscan los orificios: ojos, nariz, boca, ano…
—Me hago una idea.
—Las moscas azules depositan grandes grupos de huevos, que pueden llenar completamente los orificios naturales del cuerpo y las zonas heridas. Dices que allí hacía fresco, de modo que tal vez no había tantos huevos en tu tumba.
—Cuando los huevos maduran, los gusanos ocupan el centro del escenario.
—Así es. Segundo acto. Los gusanos son realmente guapos. En el extremo delantero tienen dos bocas que utilizan para alimentarse y moverse. Respiran a través de unas pequeñas estructuras planas que poseen en el extremo posterior.
—Respiran a través del culo.
—En cierto sentido. En cualquier caso, los huevos depositados al mismo tiempo maduran a la vez y los gusanos maduran juntos. También se alimentan juntos, de modo que puedes ver esas enormes masas de gusanos moviéndose alrededor del cadáver. El comportamiento alimenticio del grupo provoca la diseminación de bacterias y la producción de enzimas digestivas, lo que permite que los gusanos consuman la mayoría de los tejidos blandos de un cadáver. Es todo muy eficiente. Los gusanos maduran rápidamente y cuando alcanzan su tamaño máximo experimentan un cambio radical en su comportamiento. Dejan de alimentarse y buscan un alojamiento más seco, habitualmente lejos del cadáver.
—Tercer acto.
—Sí. Las larvas se meten bajo tierra, su piel exterior se endurece y forma una especie de estuche protector llamado capullo. Parecen diminutos balones de rugby. Los gusanos permanecen dentro de estos capullos hasta que sus células se han reorganizado, y entonces emergen como moscas adultas.
—¿Por esa razón los capullos vacíos son importantes?
—Sí. ¿Recuerdas las moscas de la carne?
—Sarcophagidae; las que depositan larvas en lugar de huevos.
—Muy bien. Son las que suelen aparecer primero como adultos. El proceso de maduración les lleva entre dieciséis y veinticuatro días, siempre que la temperatura sea de aproximadamente veinticinco grados. Pero en las condiciones que describes, el proceso seguramente fue más lento.
—Sí. La temperatura no era tan alta.
—Sin embargo, los capullos vacíos significan que algunas de las moscas de la carne ya habían completado su desarrollo.
—Y abandonaron los capullos.
—La mosca azul tarda entre catorce y veinticinco días en madurar; probablemente, más tiempo en el ambiente húmedo de esa isla.
—Esos cálculos concuerdan.
—También recogiste lo que estoy seguro de que se trata de larvas de Muscidae, gusanos de la mosca doméstica y sus parientes. Estas especies no suelen aparecer hasta cinco o siete días después de producirse la muerte. Prefieren esperar lo que nosotros llamamos estadios de primera hinchazón. ¡Oh!, y también había insectos saltadores. Se trata de gusanos que saltan. Aunque no siempre resulta fácil, he aprendido a ignorarlos mientras trabajo con cuerpos descompuestos.
—Ésos son mis preferidos.
—Todo el mundo tiene que ganarse la vida, doctora Brennan.
—Supongo que uno debe admirar a un organismo que es capaz de saltar noventa veces la longitud de su cuerpo.
—¿Lo has medido?
—Es un cálculo aproximado.
—Un criterio particularmente útil para calcular el IPM es la mosca soldado negra. Normalmente no hacen su aparición hasta veinte días después de producirse la muerte, y son bastante consistentes, incluso con los restos enterrados.
—¿Estaban presentes?
—Sí.
—¿Qué más?
—El grupo de escarabajos era más limitado, a causa probablemente del habitat húmedo. Pero las formas típicas del depredador no faltaron a la cita, alimentándose alegremente, sin duda, de gusanos y partes blandas de los cadáveres.
—¿Cuáles son tus cálculos con todos esos datos?
—Yo diría que estamos hablando de tres o cuatro semanas.
—¿Los dos cuerpos?
—Tú mediste un metro veinte hasta el fondo del agujero y noventa centímetros hasta la parte superior del cuerpo que estaba debajo. Ya hemos analizado la deposición de larvas por parte de las moscas de la carne antes de que los cuerpos fuesen enterrados; eso explica la presencia de capullos encima y debajo del cuerpo inferior. Algunos contenían moscas adultas, con medio cuerpo fuera y medio cuerpo dentro. Seguramente, se vieron atrapadas por la tierra cuando intentaban salir. Piophilidae también estaba allí.
—¿Lou?
—Gusanos saltadores. También encontré algunas moscas del ataúd en las muestras de tierra que cubría al cadáver del fondo y algunas larvas en el propio cadáver. Se sabe que estas especies se introducen profundamente en los cadáveres para depositar sus huevos. La remoción de la tierra en la tumba y la presencia del otro cuerpo encima del que yacía en el fondo habrían facilitado su acceso. He olvidado mencionar que encontré moscas del ataúd en el cuerpo superior.
—¿Te sirvieron las muestras de tierra?
—Mucho. No querrás oírlo todo sobre bichos que se alimentan de gusanos y sustancias en descomposición, pero encontré una forma que resulta muy útil para el IPM. Cuando examiné las muestras de tierra hallé una cantidad de ácaros que soportan un mínimo de tres semanas desde el momento de la muerte.
—O sea que estás diciendo de tres a cuatro semanas para ambos cuerpos.
—Ése es mi cálculo preliminar.
—Esta información es muy útil para mí. Realmente, me dejas con la boca abierta.
—¿Coinciden estos datos con el estado de los restos?
—Perfectamente.
—Hay otra cosa que me gustaría mencionarte.
Cuando Lou me lo dijo, sentí que un viento helado me asolaba el alma.