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CRISTO PROPUESTO A LOS ESCULTORES
(1832)
Cristo, propuesto, junto a doce figuras del Antiguo y el Nuevo Testamento, a los escultores[301]
SI A LOS pintores les desaconsejamos ocuparse preferentemente con motivos bíblicos, ahora, para fomentar el gran respeto que le profesamos a aquel ciclo, dirijámonos a los escultores y pensemos en el asunto a grandes rasgos.
Es doloroso para nosotros escuchar, cuando se invita a un escultor a representar a Cristo y sus apóstoles en figuras individuales, que Rafael les dio en una ocasión un trato pictórico ingenioso y sereno y que con ello debiera uno darse por satisfecho[302] ¿De dónde debe tomar el escultor los motivos para seleccionarlos? Los signos del martirio no son para el nuevo mundo suficientemente distinguidos, el artista no quiere recibir este encargo y por eso no le queda otro remedio que hacer, midiendo vara a vara, el drapeado de la tela sobre el cuerpo de hombres gallardos y apuestos, mucho más de lo que éstos en toda su vida pudieran haber necesitado.
En una especie de desesperación que se apodera de nosotros cuando hemos de lamentarnos al ver buenos talentos descarriados o desaprovechados, se formó en mí la idea de presentar trece figuras en las que pudiera quedar comprendido todo el ciclo bíblico, y acto seguido voy a transmitir estos pensamientos a mi buen saber y entender.
I. Adán
Tendría que ser concebido en la plenitud de su fuerza y belleza humanas, representado por un canon no propio de un héroe, sino del padre de los hombres, rico en descendencia y fuerte y débil a la vez, también cubierto con la piel que se le dio desde arriba para cubrir su desnudez. Invitaríamos a que esculpiera su cara al mejor de los maestros. Nuestro primer padre mira seriamente, con una sonrisa algo triste a un rudo y laborioso muchacho al que pone la mano derecha sobre su cabeza, mientras con la izquierda hunde indolentemente la pala en tierra, como descansando del trabajo.
El primogénito, un joven laborioso, ahoga con una salvaje mirada infantil y fuertes puños a un par de dragones que lo amenazaban. El padre lo mira como si verlo lo consolara de la pérdida del Paraíso. Tan sólo presentamos a los ojos del artista esta imagen. Por sí misma es clara y nítida, lo que mentalmente se le puede añadir es muy poco.
II. Noé
Como viñador, con ropa ligera y un delantal, pero contrastando con distinción con la piel de animal del anterior, lleva un tirso en la mano izquierda y un vaso en la derecha con el que brinda. La expresión de su cara, de una serena nobleza, está ligeramente avivada por el espíritu del vino. Él tiene que mostrar lo satisfecho que se siente y lo seguro que está de sí mismo. Tiene la conciencia tranquila, pues aunque no pudo salvar a los hombres de los auténticos males, tuvo la suerte de proporcionarles un medio efectivo, aunque sólo fuera momentáneamente, contra la aflicción y el sufrimiento.
III. Moisés
Sin duda no puedo imaginarme a este héroe de otra forma que no sea sentado y me resisto tan poco a esto que, por variar, me gustaría ver a uno sentado y en esa postura. Probablemente la portentosa estatua de Miguel Ángel en la tumba de Julio II se ha apoderado de mi imaginación en tal grado que no puedo liberarme de ella, por ello dejo en manos del artista y del entendido las ulteriores reflexión e invención.
IV. David
No puede faltar, aun cuando representarlo me parece una difícil tarea. Presentar al hijo de pastor, héroe, cantante, rey y preferido de las mujeres en una sola persona o acentuar una de estas propiedades es algo que sólo puede conseguir el artista genial.
V. Isaías
Hijo de príncipes, patriota y profeta, distinguido por una figura digna y admonitoria. Por medio de cualquier tradición oral se le podría acercar al vestido de su época, esto sería en su caso de gran valor.
VI. Daniel
Me atrevo a describir éste más detalladamente. Un rostro sereno, ovalado y de buenas proporciones, vestido aseadamente, con una cabellera larga y rizada, cuerpo delgado y grácil y entusiasta en su mirada y en sus movimientos. Como en la serie sería el inmediatamente anterior a Cristo, propondría que estuviera vuelto hacia él como si adivinara en su espíritu la venida del Anunciado.
Si nos imaginamos que hemos entrado en una basílica y al avanzar a la izquierda hemos visto a las figuras descritas, en el centro encontraríamos a:
VII. Cristo mismo
Que sería representado saliendo de su sepulcro[303]. Los sudarios que caerían de su cuerpo nos permitirían ver al ser divino vuelto a la vida con una naturaleza humana ennoblecida y una digna desnudez, para perdonarnos por haberlo martirizado tan vilmente, por haber tenido que verlo muy frecuentemente desnudo en la cruz y como cadáver. Ésta sería una de las más interesantes tareas para el artista. Tarea que a nuestro entender nadie ha conseguido resolver felizmente todavía.
Vayamos al otro lado y contemplemos a las seis siguientes figuras del Nuevo Testamento, así encontraremos:
VIII. Al joven Juan
A éste le daremos una cara más redonda, el pelo rizado y en general una figura más recia que la de Daniel para expresar en aquél el melancólico amor por lo elevado y en éste el amor saciado por la magnífica presencia. Con estos contrastes se puede representar de una forma sutil y apenas perceptible por los ojos la idea que propiamente nos conmueve.
IX. Mateo, el evangelista
A éste lo presentaríamos como un hombre serio y tranquilo de carácter decidido y sereno. Iría acompañado del genio que siempre se le ha asignado, que aquí, sin embargo, adoptaría figura de niño. Éste estaría tallando una plancha en bajorrelieve, en cuya parte visible estaría representada la adoración por parte de un rey de un niño Jesús sentado sobre el regazo de su madre, en la parte más lejana la adoración por parte de un pastor que presagia lo que va a ocurrir. El evangelista, sujetando una tablilla con la mano izquierda y un buril en la derecha mira serena y atentamente al modelo, como si fuera alguien que momentáneamente quisiera copiarlo. Vemos esta figura espiritualmente satisfecha con su entorno en muchos aspectos.
A ésta la contemplamos como contrafigura de Moisés y deseamos que el artista de espíritu profundo comparara la Ley y el Evangelio: aquél llevaba las palabras grabadas por Dios en piedra, éste está a punto de comprender de forma sencilla y rápida el suceso vivo. A aquél no quiero darle ningún acompañante, en éste, si se quiere alegorizar, el genio puede representar la Revelación, por la que pudieron llegar al evangelista noticias similares a aquéllas.
X.
Este lugar queremos reservárselo al centurión de Cafarnaún. Él es uno de los primeros creyentes que no pidió al Milagroso nada para él, ni para un pariente carnal, sino para el más fiel y complaciente de sus servidores. Hay en esta actitud algo tan tierno que desearíamos fuera transmitido y compartido.
Como en toda la propuesta intentamos a la vez que se ofrezca variedad, aquí aparecería un centurión romano que tendría un magnífico aspecto en su uniforme. No exigimos precisamente que se muestre lo que él supone y sus intenciones, es suficiente con que el artista represente a un hombre de notable inteligencia y al mismo tiempo de buen corazón.
XI. María Magdalena
A ésta me gustaría verla representada en posición sedente o semiinclinada, pero no con una calavera o un libro. Un genio que la acompañara tendría que mostrarle el frasco de perfume que, en su honor, derramó sobre los pies del Señor. Expresaría una alegría piadosa y satisfecha. Ya hemos visto llevada a cabo esta idea en un dibujo y no creemos que se pueda pensar en algo más piadoso y lleno de gracia.
XII. Pablo
El serio y poderoso maestro. Habitualmente es representado con la espada, la cual rechazamos como todos los instrumentos de martirio. Por eso deseamos verlo con la dinámica postura propia de alguien que quiere darle expresividad a sus palabras con sus ademanes y sus gestos y persuadir con aquéllas. Había que pensarlo como figura contrapuesta a Isaías, al maestro que advierte del peligro, al que profetizó los sucesos más tristes. No habría que ponerlo justamente enfrente de éste, pero sí relacionarlo con él.
XIII. Pedro
Quisiera que éste fuera tratado con el mayor ingenio y veracidad posibles.
Anteriormente dijimos que habíamos entrado en una basílica, habíamos echado una ojeada general a las doce figuras situadas en los intercolumnios, y en la mitad, en el lugar más digno de todos, habíamos visto al Único, al Incomparable. Empezamos por orden cronológico y a mano izquierda y, siguiendo la serie, contemplamos cada una de las imágenes en particular.
En la figura, ademanes y movimiento de San Pedro me gustaría que estuviera expresado lo siguiente: de la mano izquierda lleva colgada una colosal llave, con la derecha sostiene el candado, como alguien que está a punto de abrir o cerrar. Expresar con veracidad esta postura y estos gestos tendría que producirle al auténtico artista la mayor de las satisfacciones. Dirigiría una mirada seria y escrutadora al que está entrando para ver si es digno de acercarse allí y de esa manera advertiría al que se fuera que tendría que estar atento, pues detrás de él no siempre estaría cerrada la puerta.
Recapitulación
Antes de salir, nos sobrevienen las siguientes consideraciones. Aquí tenemos el Antiguo y el Nuevo Testamento, aquél aludiendo de forma preparatoria a Cristo, acto seguido al Señor asumiendo su magnificencia y el Nuevo Testamento en relación plena con él. Vemos la mayor diversidad posible de las figuras y sin embargo de alguna manera relacionadas por pares, de forma desenvuelta y no forzada: Adán y Noé, Moisés y Mateo, Isaías y Pablo; David y Magdalena tendrían que estar inmediatamente relacionados con Cristo, aquél orgulloso de tener tal sucesor, ésta dominada por el más bello sentimiento de todos: haber encontrado un objeto noble para su tierno corazón. Cristo está solo en relación espiritual con su padre celestial. Ya hemos visto que se ha utilizado la idea de representarlo dejando caer su sudario y su vestimenta mortuoria. Pero la cuestión no es ser novedoso, sino encontrar lo adecuado, y reconocerlo cuando ha sido encontrado.
Es claro que no son siempre afortunados en la elección de sus motivos. Aquí se les ofrecen muchas figuras y cada una de ellas es digna de ser representada. Si se representara la totalidad a grandes rasgos, abandonándose sólo a la imaginación, habría que darle a dicha exposición una elegante variedad en modelos de tamaño medio. La asociación que propiciara esto obtendría probablemente el beneplácito y el aplauso generales.
Si se convocara a buen número de escultores a repartirse las figuras según sus preferencias y capacidades y a modelarlas en la misma escala, se podría organizar una exposición a la que afluiría no poco público en una ciudad grande e importante.