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LA ÚLTIMA EXPOSICIÓN[192]
(1805)
SI LAS EXPOSICIONES que hubo hasta ahora fueron provechosas tanto para los artistas como para nosotros, nos despedimos a disgusto de éstas. Hay una razón para ello: la de que un arte que maquilla su irresponsable retroceso por medio de la santurronería aumentará su preponderancia, ya que los discursos almibarados y las frases de adulación se escuchan y se repiten con mucho más gusto que las serias demandas orientadas a lograr la más noble actividad artística posible que le quepa a la naturaleza humana.
Hoy se pone de relieve lo contrario a nuestros deseos y esfuerzos. Hombres importantes contribuyen al bienestar, su doctrina y su ejemplo adula a la mayoría, por su parte, los amigos del arte de Weimar, al haberlos dejado Schiller[193], prevén que se van a sentir muy solos.
Se hace prevalecer el ánimo, el espíritu, la naturalidad y el arte y de esto saca tantas ventajas el capaz como el incapaz. Ánimo tiene todo el mundo, naturalidad la mayoría, el espíritu es poco común, pero el arte es difícil de encontrar.
El ánimo tiende a la religión. Un ánimo religioso, que se comporta con naturalidad con un arte abandonado a sí mismo, tan sólo dará lugar a obras imperfectas. Un artista de este tipo se entrega a lo moralmente supremo, mediante ello quiere compensar sus deficiencias artísticas. Se quiere una intuición de lo moralmente supremo, sin caer en la cuenta de que sólo lo sensualmente supremo puede servir para darle cuerpo.

FIGURA 15.1. Caspar David Friedrich, Dólmenes junto al mar, Colección estatal de arte, Weimar.