1

SOBRE LA ARQUITECTURA ALEMANA

(1772)

D. M. Ervini a Steinbach (1772)[25]

CUANDO deambulaba junto a tu sepultura, honorable Erwin, y buscaba la lápida en la que debiera figurar: “Anno domini 1318. XVI. Kal. Febr. obiit Magister Ervinus, Gubernator Fabricae Ecclesiae Argentinensis” y no la encontraba, ninguno de tus paisanos me la pudo mostrar para que yo pudiera verter sobre ella mi admiración por ti. Entonces mi alma se sintió profundamente apesadumbrada y mi corazón, más cálido y más inocente, pero más noble que ahora, te prometió un monumento para cuando pudiera gozar de un tranquilo disfrute de mis posesiones. Éste sería, según fueran mis posibilidades, de mármol o de gres.

Para qué necesitas un monumento si tú te has construido el más magnífico posible [figura 1.1]. Y, aunque a las hormigas que pululan por sus alrededores no les importa tu nombre, tu destino es el mismo que el de aquel arquitecto que apiló las montañas en las nubes.

1

FIGURA 1.1. Jean Achard, Catedral de Estrasburgo (grabado), Museo Nacional Goethe, Weimar.

A muy pocos les ha sido dado concebir en su alma un concepto babélico, pleno, grande y necesariamente bello hasta en sus partes más diminutas, como si se tratara de árboles creados por Dios. A menos aun les ha sido dado encontrar miles de manos solícitas para excavar un valle, trasladar por arte de magia unos remates puntiagudos a la parte de arriba y luego, moribundo, decir a sus hijos: permanezco junto a vosotros por medio de las obras de mi espíritu, acabad lo comenzado en las nubes.

Para qué necesitas un monumento, y además mandado erigir por mí. Que la plebe pronuncie nombres sagrados es superstición o blasfemia. La persona de gusto pobre se quedará eternamente mareada ante tu coloso, y las almas plenas te reconocerán sin el intermedio de un intérprete.

Entonces, hombre perfecto, antes de que me aventure con mi recompuesto barquichuelo a navegar de nuevo por el océano, con mayor probabilidad de toparme con la muerte que con la ganancia, veo este bosque en el que reverdecen los nombres de mis personas queridas[26], grabo el tuyo en una empinada haya igual de esbelta que tu torre y además dejo prendido de sus cuatro extremos este pañuelo con ofrendas. Éste no es diferente a aquel manto con el que el santo Apóstol fue bajado de las nubes. Está lleno de animales puros e impuros[27] y hojas, también de hierba seca y musgo y de setas que echaron tallo en una noche. Todo esto, que he recolectado como si fuera un botánico durante un paseo que di por distraerme por aquí y por allá, lo consagro en tu honor a la putrefacción.

“Es para un gusto mezquino”, dice el italiano pasando de largo. “¡Niñerías!”, balbucea el francés y se apresura a meterse en su lata à la Grecque[28]. ¿Cuáles han sido vuestros logros para permitiros hacer estos menosprecios?

¿Acaso no ha sido tu genio encadenado por el de los antiguos, que ha subido a la superficie desde su tumba, extranjero? Te arrastraste hasta los imponentes restos para mendigar sus proporciones, construiste casas de recreo parcheando ruinas sagradas y te consideras garante de los secretos del arte porque puedes dar cuenta de la anchura y la línea de enormes edificios. Si hubieras sentido en lugar de medido, si el espíritu de las medidas que contemplaste se hubiera apoderado de ti, si no te hubieras limitado a copiar porque ellos lo hicieron y es bello, hubieras llevado a cabo tus planes de manera necesaria y verdadera y de ellos hubiera manado una belleza viva que se habría apoderado de tu obra.

Así has ocultado tus deseos bajo una capa de verdad y belleza. Te impresionó el magnífico efecto de las columnas, querías utilizarlas y las adosaste a los muros, también querías tener filas de columnas y encerraste el patio delantero de la Iglesia de San Pedro con unos pasillos de mármol que no llevaban a ninguna parte ni venían de ninguna otra. Como la madre naturaleza desprecia y odia lo impropio y lo innecesario, llevó a tu plebe a prostituir su magnificencia convirtiéndolos en cloacas públicas para que apartéis los ojos y os tengáis que tapar las narices ante la maravilla del mundo[29].

Todo sigue su curso, la fantasía del artista se pone al servicio del capricho del rico, el escritor de libros de viajes se queda embobado con las descripciones, y nuestros bellos espíritus, llamados filósofos, siguen componiendo hasta el día de hoy, a partir de cuentos protoplásticos, los principios y la historia del arte. Y, a todo esto, el mal genio sigue matando a los hombres auténticos en la antesala del santuario.

Para el genio son más dañinos los principios que los ejemplos. Ante él ciertos individuos pueden haber trabajado partes aisladas. Él es el primero a partir de cuya alma las partes aparecen unidas en una totalidad eterna. Pero la escuela y el principio encadena toda la fuerza del conocimiento y la acción. Yo te preguntaría a ti, erudito francés de nuevo cuño y filosofizante, ¿qué valor puede entrañar para nosotros que el primer ser humano que tuvo que ser ingenioso por necesidad hincara en el suelo cuatro troncos, los uniera mediante cuatro travesaños y los cubriera por arriba con ramas y musgo?[30] De esa forma decides qué es lo propio de nuestras pretensiones de hoy en día como si quisieras gobernar tu nueva Babilonia[31] con una sencillez patriarcal.

Y además es incorrecto que tu cabaña sea la primera que hubo. Una con dos travesaños que se cruzan por delante, dos detrás y un travesaño situado arriba y a modo de remate, al igual que diariamente puedes reconocer en las cabañas de los campos y de los viñedos, es y sigue siendo un invento mucho más primigenio, del que ni una sola vez podrías abstraer principios para tus pocilgas.

De esta manera ninguna de tus conclusiones puede remontarse a la región de la verdad. Todas ellas flotan en la atmósfera de tu sistema. Nos pretendes enseñar lo que debemos utilizar porque aquello que utilizamos no puede ser justificado por tus principios.

La columna te interesaba mucho y en otras regiones del mundo serías profeta. Tú dices que “la columna es el primer componente esencial del edificio y el más bello. ¡Qué sublime elegancia de la forma, qué pura y variada belleza cuando están en fila!”[32]. Por ello cuidaos de utilizarla de manera inapropiada, su naturaleza le pide estar libre. ¡Ay del mísero que ha adosado su delgado talle a los bastos muros!

Y sin embargo me parece, mi querido abad, que la repetición de esta impropiedad de incorporar las columnas al muro es muy frecuente. Incluso los modernos completaban las columnas internas con muros. Esto te podría haber hecho reflexionar de alguna manera. Si tus oídos no hubieran estado sordos para esta verdad, estas piedras te la habrían revelado.

La columna no es en absoluto un componente de nuestras viviendas, por el contrario contradice más bien al ser de todos nuestros edificios. Nuestras casas no se erigen a partir de cuatro columnas en cuatro esquinas, sino a partir de cuatro muros en cuatro lados que en lugar de ser todos de columnas, excluyen su presencia y allá donde las pongáis serán una sobrecarga superflua. Esto mismo se aplica a nuestros palacios e iglesias, exceptuando unos pocos casos a los que no tengo por qué atender.

Vuestros edificios presentan superficies que cuanto más ampliamente se extienden y con más audacia se remontan hasta el cielo, con más insoportable uniformidad oprimen al alma. Ay, si no hubiera venido en nuestra ayuda el genio de Erwin von Steinbach. Él le dio variedad al enorme muro que querías hacer llegar al cielo, para que se extendiera como un muy sublime árbol de Dios. Un árbol enormemente ancho, que con miles de ramas y millones de ramitas y hojas, tantas como los granos de arena que hay junto al mar, anuncia la magnificencia de su maestro, el Señor.

La primera vez que fui a la Catedral, tenía la cabeza llena de un conocimiento general acerca del buen gusto. De oídas admiraba la armonía de las medidas, la pureza de las formas, era un enemigo declarado de la confusa arbitrariedad de los ornamentos góticos. Bajo la rúbrica “gótico”, como si se tratara de un artículo de diccionario[33], apilaba todos los errores, de tipo sinónimo, que por aquel entonces corrían por mi cabeza: lo indeterminado, lo desordenado, lo innatural, lo hecho de retazos, lo remendado, lo sobrecargado. Con no menor imprudencia que el pueblo que llama bárbaro al resto del mundo, yo llamaba gótico a todo aquello que no concordaba con mi sistema: empezando por los muñecos y las figuras torneadas con los que nuestros burgueses gentilhombres decoran sus casas, hasta llegar a los más serios restos de la antigua arquitectura alemana a los que, con motivo de algunas atrevidas volutas, les entonaba la general cantinela: “Abrumado por la cantidad de ornamentos”. Por eso sentía espanto al encaminarme a ver un monstruo deforme y de vello erizado como aquél.

¡Qué sensación más inesperada me produjo la visión cuando se presentó ante mí! Una impresión plena y grande llenó mi alma. Yo quería degustarla y disfrutarla, porque procedía de miles de particularidades armónicas, pero de ninguna manera podía conocerla ni explicarla. Dicen que cuenta con el beneplácito del cielo, y cuántas veces he regresado para disfrutar de esa alegría celestial y terrenal a la vez, y así abrazar el enorme espíritu de nuestros antiguos hermanos en sus obras. Cuántas veces he vuelto para ver desde todos los lados, desde todas las distancias y a todas las luces del día, su dignidad y su magnificencia. Le resulta difícil al espíritu humano reconocer que la obra de su hermano es tan sublime que tan sólo puede inclinarse ante ella y rezar. Cuántas veces la luz del crepúsculo, con una amable serenidad, ha aliviado mi ojo agotado de tanto observar con atención. Esta luz hacía que las innumerables partes se fundieran en las dimensiones y aparecieran sólo éstas simples y grandes y me hicieran sentir el arrebatador impulso de disfrutarlas y conocerlas. Entonces se me revelaba, con ligeros reproches el genio del gran maestro de obras: “¿Qué miras tan atónito? —me susurraba—. Todas estas medidas eran necesarias y ¿no las ves en todas las demás iglesias antiguas de nuestra ciudad? Sólo que yo he elevado sus medidas arbitrarias a una relación concordante. ¿Ves cómo sobre la entrada principal que domina los dos pequeños laterales, se abre al amplio círculo de la ventana al que responde la nave de la iglesia? De no ser así, esta ventana sólo sería una claraboya. ¿Ves a qué altura lleva el campanario sus pequeñas ventanas? Todo esto era necesario y yo lo dibujé. Pero, ah, si pudiera estar suspendido por las oscuras y elevadas hendiduras que allí parecen estar vacías y en vano. En su audaz y delgada figura he ocultado la fuerza secreta con la que debían remontar a las dos torres a un alto punto en el aire. De estas torres sólo hay una, melancólica, sin el adorno principal de cinco torretas que yo concebí para ella. Y, de esta manera, ésta y su regia hermana hubieran podido recibir el homenaje de las provincias que las rodeaban”.

Así se despidió de mí y yo me hundí en una tristeza digna de compasión, hasta que los pájaros de la mañana, que viven en sus numerosas aberturas, recibieron con júbilo al sol y me despertaron de mi letargo. Con qué viveza volvió a brillar frente a mí envuelta por el aire de la mañana, con qué alegría pude extender mis brazos hacia ella al ver las grandes dimensiones convertidas en innumerables pequeñas partes como en las obras de la eterna naturaleza. Hasta la más minúscula nervadura todo es forma y todo tiene como fin la totalidad. Qué ligeramente se eleva en el aire el bien cimentado y enorme edificio, qué bien ejecutado está todo y, al mismo tiempo, qué eterno es. Agradezco a tus enseñanzas, genio, que ya no me maree ante tus profundidades, que a mi alma descienda una gota de la deliciosa serenidad del Espíritu, que pueda bajar la vista ante una creación de éstas y decir al igual que Dios: ¡bien está!

Acaso no debo encolerizarme, santo Erwin, cuando el entendido alemán en arte, al dictado de sus envidiosos vecinos, no aprecie su superioridad y minusvalore tu obra atribuyéndole el incomprendido concepto de “gótica”. Él tendría que agradecerle a Dios y proclamar: esto es arquitectura alemana, nuestra arquitectura, esa de la que el italiano no puede jactarse, ni mucho menos el francés. Y si tú mismo no quieres reconocer esta superioridad, esto sería tanto como suponer que los godos ya habían hecho edificios de este tipo, lo cual es difícil de sostener. Y, en definitiva, si tú no pruebas que existió un Homero antes de Homero, te dejamos que sigas haciendo la historia de los pequeños intentos logrados y fracasados, mientras nosotros nos situaremos con veneración ante la obra del maestro que por primera vez logró reunir los elementos dispersos en una totalidad viva. Y tú, querido hermano en el espíritu de la búsqueda de la verdad y la belleza, desoye todas las palabras altisonantes acerca de las artes plásticas, ven, disfruta y mira. Cuídate de restarle honores al nombre de tu más noble artista y apresúrate a ver su obra perfecta. Si te produce una impresión desagradable o no te produce ninguna, entonces, adiós, manda enganchar tus caballos y vete a París.

Pero yo me siento unido a ti, querido joven, que permaneces conmovido y no puedes conciliar las contradicciones que se debaten en tu alma. Tan pronto sientes el poder irresistible de la gran totalidad como piensas que deliro porque veo belleza allá donde tú sólo ves fortaleza y rudeza. No permitas que un malentendido nos separe, no dejes que la teoría del nuevo culto a la supuesta belleza te afemine y te haga no soportar lo áspero y significativo, no dejes que en última instancia tu enfermiza sensibilidad sólo pueda soportar lo terso e irrelevante. Os quieren hacer creer que las bellas artes han nacido de la propensión que debemos tener a embellecer las cosas que nos rodean[34]. ¡Eso no es cierto! Pues en el sentido en el que esto pudiera ser verdadero, las palabras las diría un hombre de la calle o un artesano, pero no un filósofo.

El arte fue mucho antes plástico que bello y se hizo un arte verdadero y grande, a menudo más verdadero y más grande que el bello. Pues en el hombre hay una naturaleza plástica que se manifiesta cuando su existencia ha quedado asegurada. Tan pronto como no tiene nada de lo que preocuparse, ni por lo que temer, el semidiós, poderoso en su descanso, busca materia para exhalar sobre ella su espíritu. Y así el salvaje pinta con audaces trazos, figuras horribles y colores chillones sus cocos, sus plumas y sus cuerpos. Aunque estas formas de expresión plástica consisten en las formas más arbitrarias y no guardan proporción entre sus partes, están dotadas de unidad, pues la sensibilidad las convierte en una totalidad característica.

Este arte característico es pues el único verdadero. Cuando actúe con una sensación interna, única, propia e independiente, y se mantenga despreocupado e inconsciente de todo lo extraño, ya nazca de la aspereza salvaje o de la refinada sensibilidad, es pleno y está vivo. Por eso podéis ver en las naciones y los hombres individuales innumerables grados. En algunos de ellos el alma se eleva hacia el sentimiento de las proporciones que son exclusivamente bellas y para la eternidad. De esta eternidad sólo pueden comprobarse sus principales acordes pero sus misterios sólo pueden presentirse. En estos misterios el genio similar a Dios se debate danzando la música del alma. Cuanto más penetra esta belleza en la esencia de un espíritu, hasta el punto de que parece surgir con él, hasta el punto de que a nada da lugar excepto a ella, más feliz es el artista, más magnífico es, más postrados permanecemos y más rezamos ante ese ungido dios.

Nadie bajará a Erwin del escalón al que él ha subido. Aquí está su obra, id hacia ella y reconoced el profundo sentimiento de verdad y belleza de las proporciones brotando de una fuerte y áspera alma alemana, en medio del limitado y tenebroso observatorio de curas del medii aevi.

¿Y nuestro aevum? Ha atrofiado su genio, ha destinado a sus hijos a degenerarse recolectando brotes extranjeros. El superficial francés que rebusca con mayor malicia tiene al menos la habilidad de añadir su botín al resto de la obra. Ahora, con columnas griegas y con bóvedas alemanas, le construye un templo maravilloso a su Magdalena[35]. Una vez vi cómo un artista de los nuestros, al que se le pidió idear un pórtico para una iglesia alemana antigua, hacía un modelo con un imponente conjunto de columnas.

No quiero proclamar lo muy odiosos que me resultan nuestros maquillados pintores de muñecos. Por medio de posturas teatrales, de su tez falseada y sus atuendos de colores, han acaparado la mirada de las mujeres. Oh viril Alberto Durero, al que los bisoños ridiculizan, tu figura tallada en madera me resulta más agradable que la de aquéllos.

Y vosotros mismos, hombres perfectos a los que se os dio la oportunidad de disfrutar de la suprema belleza, y de aquí en adelante os retiráis para proclamar vuestra alegría, vosotros mismos le hacéis daño al genio. Él no quiere ser remontado y llevado lejos por alas extranjeras, aunque éstas fueran las alas de la aurora[36]. Sus propias fuerzas son las que se desarrollaron en un sueño infantil, las que se ejercitaron en la vida del adolescente hasta que fuerte y ágil se lanzó a la caza como el león de las montañas[37]. Por eso a estas fuerzas las adiestra más bien la naturaleza, pues vosotros, pedagogos, de ninguna manera podríais haber creado artificialmente el variado panorama que el genio necesita para poner en juego sus fuerzas en su propia medida y disfrutar de ellas.

¡Ave, joven! tú que has nacido con una vista aguda para las proporciones y puedes manejarte con facilidad ante todas las formas. Puede ser que cada vez más despierte alrededor de ti la alegría de tu vida y sientas un jubiloso goce por el trabajo, el temor y la esperanza, el del viñador que en la plenitud del otoño grita animoso al escanciar en su vaso, el de la viva danza del segador cuando ha dejado la hacendosa hoz atada del madero. Puede ser que en tu pincel esté más virilmente vivo el nervio del deseo y del sufrimiento. Puede ser que te hayas esforzado y que hayas sufrido bastante, y que hayas gozado suficiente, y estés saciado de la belleza terrena. Puede ser que seas digno de descansar en los brazos de la diosa, que seas digno de sentir en su pecho lo que hizo renacer al Hércules hecho Dios. Acéptalo, belleza celestial, pues él lleva, mucho más que Prometeo, los dones de los dioses a la tierra.