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LA CENA, PITTURA IN MURO DI GIOTTO[271]
(1823)
Juicio sobre La Cena, pittura in muro di Giotto
nel refettorio di Santa Croce de Firenze, J. A. Ramboux dis.,
Ferd. Ruscheweyb inc., Romae 1821
LOS AMIGOS del Arte de Weimar podrían facilitarse el comentario sobre este grabado diciendo que el señor Ramboux había dibujado con laboriosa fidelidad una copia de la pintura al fresco de Giotto [figura 23.1], y que no menos loable era el señor Ruscheweyh como grabador por la gran minuciosidad empleada y su depurado trabajo. Podrían añadir que todo auténtico entendido en arte debiera apresurarse para enriquecer su colección con estas láminas. Si hicieran así, harían el beneplácito de todos y los citados WKF [los Amigos del Arte de Weimar], no tendrían en conciencia nada que reprocharse, pues todo esto es cierto.

FIGURA 23.1. Taddeo Gaddi, La Cena (detalle), atribuida por Goethe a Giotto, refectorio del monasterio de la Santa Cruz de Florencia.
Pero desde un tiempo a esta parte se han venido registrando ciertos extravíos del gusto y éstos se multiplican, por ello nos compete, como compete a todo aquel que sea neutral en asuntos de arte, el deber de expresar una mayor convicción en la ocasión que se presenta y, conforme a ello, también en el presente caso habremos de optar por dar más detalles.
Obras como La Cena de Giotto han sido juzgadas desde los puntos de vista más diversos y en un sentido contrapuesto. Los aficionados que profesan predilección por la escuela antigua, admiran la sencillez, la alegría, la candidez: cualidades que, sin duda, echamos mucho en falta en el arte de nuestro tiempo. Sin embargo aquéllos pasan por alto las deficiencias figurativas del arte del siglo XIV y pretenden proponer a éste como modelo de imitación y esto será probablemente lo que ocurra con los folios del señor Ruyschweyh según Giotto.
Por el contrario hay otros que regulan sus juicios por una serie de no muy bien digeridos conceptos de belleza y nunca dejan de exigir nada menos que la perfección. Y al igual que aquéllos elogiaban incondicionalmente los aciertos aislados, parece que éstos sólo quieren detectar los fallos. Señalan la diferencia de longitud que hay entre ambos pies de Apolo, encuentran ciertas inexactitudes en la figura de Laocoonte, aseguran que en el espadachín de la casa Borghese la línea de la espalda no está plenamente en armonía con la de la parte delantera del cuerpo[272], etc. Para estos severos observadores, el antiguo y sincero Giotto con sus largas y rígidas figuras, sus defectos en la proporción y el dibujo y sus pecados contra la perspectiva es un motivo de enojo. Sin embargo permítasenos, ante estos dos juicios, situarnos en su punto medio, y decir sin rodeos lo siguiente: los mencionados en primer lugar yerran, los segundos arruinan el placer provocado por una obra de arte.
Una examen auténticamente útil y una interpretación justa, siempre que no exijan el cumplimiento de ciertos fines especiales, no deben detenerse en los errores, pero no deben pasar por alto los mismos. Reconocer lo digno de mérito, aparezca éste en la forma que quiera, requiere que siempre recordemos que no pueden pedírsele rosas al invierno, ni uvas al comienzo del año. El juez de arte justo y comprensivo no alaba o reprocha una obra meramente porque sienta más o menos ganas de hacerlo al ver ésta. Su juicio ha de tener como base la historia del arte, él considera cuidadosamente el lugar y el momento de la producción, la situación en la que por aquel entonces se encontraba el arte, además del gusto que predominaba en la escuela y las peculiaridades del maestro.
Volviendo a La Cena de Giotto, se puede decir que se trata de una notable pintura, pero no porque sea adecuada para el estudio por parte de artistas principiantes, pues aquel que por medio de esta obra quiera heredar el buen gusto y ceñirse a las normas del dibujo y a otras exigencias igualmente necesarias en el arte no conseguirá su objetivo. Sin embargo, desde el punto de vista de la historia del arte y para pensadores, la obra es en buena medida apreciable, pues nos da la oportunidad de ver cómo concibió el talentoso Giotto la Cena de nuestro Señor, y sin embargo, por contar con un arte infantil, no suficientemente maduro para esta difícil tarea, se quedó por debajo de sus mejores intenciones y esfuerzos.
Si frente a aquél observamos el mismo motivo llevado a cabo por Leonardo [véase la figura 19.1], de la comparación obtenemos la más clara y la más fructífera visión de los progresos que ha hecho el arte en el transcurso de un periodo no mucho menor a dos siglos, pues ambos, maestros de admirable talento y a los que, con arreglo a sus respectivas épocas, se les puede llamar grandes, eligieron más o menos el mismo momento. L. da Vinci en concreto aquel en el que Cristo le dice a sus discípulos: “Uno de vosotros me traicionará” (Mat., 26, 5, 1). Giotto parece haberle dado atención preferente al versículo (5, 23), donde se dice: “El que meta su mano en la misma fuente que yo, ése me traicionará”. En él la frase dicha por el Señor sólo da lugar a un diálogo, algunos apóstoles parecen querer exculparse, otros tienen un aspecto pesaroso, uno (el cuarto a la derecha de Cristo) hace un gesto de desesperación, Judas acerca tranquilamente un poco de comida a su plato. Sin embargo hay que reconocer el esfuerzo del pintor por darle al traidor un carácter diferente y más vulgar que el de los demás apóstoles.
Por el contrario, en la representación de Leonardo da Vinci el arte campa por sus respetos y estaba ya suficientemente formado como para emprender lo más difícil. La palabra, la profecía del Señor de que uno de los que se sienta con él lo traicionará hace estremecerse súbitamente a toda la concurrencia. Todos se sobresaltan y forman grupos llenos de vitalidad, todo vive, todo está en movimiento; no puede ser mayor la diversidad de los afectos, de los gestos; la figura y los rasgos de cada personaje están plenamente en consonancia con aquello que cada uno hace y siente, la expresión es auténtica y está llena de energía. Judas se asusta, retrocede y hace caer el salero que tiene delante. Se ofrecen muchos más rasgos significativos de esta índole, pero ya son suficientes éstos para mostrar lo útil y lo instructivo de una comparación de ambas obras. Es difícil reflejar de forma más representativa y ostensible el comienzo y la plenitud del nuevo arte.