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REMBRANDT EL PENSADOR[297]
(1831)
EN EL GRABADO El buen samaritano [figura 26.1][298] (Bartsch[299], n.º 90), se ve en la parte de delante un caballo casi de perfil; un paje lo mantiene junto a la valla. Detrás del caballo, un criado coge en hombros al herido para llevarlo a la casa a la que conduce una escalera comunicada con un balcón. Detrás del umbral se ve al buen samaritano elegantemente vestido, que ya le ha dado algún dinero al posadero y le ha encomendado encarecidamente el cuidado del pobre herido. En el extremo izquierdo, se ve a un joven, con un sombrero adornado por una pluma, que mira asomado a una ventana. A la derecha, sobre un pavimento regular, se ve una fuente de la que una mujer recoge agua.

FIGURA 26.1. Adam von Bartsch sg. Rembrandt van Rijn, El buen samaritano (grabado).
Esta lámina es una de las más bellas de la obra de Rembrandt; me parece que ha sido grabada con el más extremo cuidado y, a pesar de todo este cuidado, el punzón ha sido utilizado con desenvoltura.
El viejo bajo el dintel de la puerta ha atraído hacia sí la atención del excelente Longhi[300] cuando dice: “No puedo dejar de mencionar la lámina del samaritano, donde Rembrandt ha pintado al buen viejo bajo el dintel de su puerta en una postura que es propia del que tiembla habitualmente, de tal manera que por la asociación de los recuerdos parece temblar. Esto no pudo lograrlo, por medio de su arte, ningún otro pintor ni antes, ni después de él”.
Continuemos el comentario sobre esta importante lámina.
Es llamativo que el herido, en lugar de ampararse en el criado que intenta llevárselo de allí, se vuelve penosamente, con las manos arrugadas y la cabeza erguida y parece pedir misericordia al joven del sombrero con la pluma que mira por la ventana más bien con actitud fría y poco interesada que preocupado. Con esta torsión, aquél es doblemente oneroso para el que lo apoya en sus hombros, se ve en la cara de éste que la carga le resulta muy pesada. Por nuestra parte estamos convencidos de que él ha reconocido, asomado a esa ventana, al jefe de la partida de bandidos que hace poco le ha robado, y que en ese momento se apodera de él el temor de que está siendo conducido a una guarida de bandidos y que el samaritano está también compinchado para perjudicarle. En fin, se encuentra en un estado desesperado de debilidad e indefensión.
Si contemplamos ahora los rostros de las personas aquí representadas, no se ve la fisionomía del samaritano y sólo un poco del perfil del paje que sostiene el caballo. El criado, agobiado por la carga corporal, muestra una cara de fastidio y esfuerzo y una boca cerrada, el viejo herido muestra la expresión más perfecta de indefensión. Totalmente magnífica, bonancible y digna de confianza es la fisionomía del viejo, en contraste con nuestro jefe de los bandidos de la esquina, que expresa unas intenciones ocultas pero decididas.