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ARTE Y ARTESANADO[73]
(1797)
EL PUNTO de partida de todas las artes fue lo necesario, pero no es fácil poseer o utilizar algo necesario y al mismo tiempo no querer darle una forma bella para poder situarlo en su lugar adecuado y en cierta relación con otros objetos. Ese sentimiento natural por lo adecuado y lo conveniente, que da lugar a las primeras tentativas de producir arte, no puede echarlo en el olvido el gran maestro que quiere subir al más alto peldaño del arte. Dicho sentimiento está estrechamente ligado al de lo posible y lo factible y la unión de ambos es la base del arte. Sin embargo observamos que desgraciadamente desde los tiempos más antiguos los hombres han hecho tan pocos progresos naturales en las artes como en el desarrollo de sus instituciones civiles, morales y religiosas. Más bien han prodigado la imitación exenta de sensibilidad, la incorrecta utilización de conocimientos correctos, la enmohecida tradición, la cómoda transmisión intergeneracional. Todas las artes han sufrido más o menos esta influencia y la siguen sufriendo, pues si nuestro siglo ha clarificado algo al ámbito intelectual, es quizás el menos indicado para unir la sensibilidad y la intelectualidad, condición indispensable para la producción de la verdadera obra de arte.
Somos ricos en todo lo que se puede transmitir, a saber en todas las ventajas del avance del artesanado, en la gran masa de las innovaciones mecánicas. Pero aquello que debe ser innato, el talento inmediato que distingue al artista, parece cada vez más raro en nuestro tiempo. Sin embargo quisiera señalar que sigue existiendo al igual que entonces, pero se trata de una delicada planta que no encuentra suelo ni temperatura adecuada, ni recibe cuidados.
Cuando se observan los monumentos que conservamos de la antigüedad o se reflexiona sobre las noticias que nos han llegado de aquéllos, se puede comprobar fácilmente que cualquier utensilio que poseían los pueblos en los que floreció el arte ha sido una obra de arte y ha sido decorada como tal.
Por medio del trabajo de un auténtico artista una materia obtiene un valor interno, siempre perenne, por el contrario una forma que proviene de un trabajador mecánico, aunque le sea conferida al metal más preciado y aquél haga el mejor trabajo posible, siempre contendrá algo insignificante e indiferente, que sólo puede complacernos mientras sea nuevo, y, a mi entender, en esto consiste la distinción del lujo y el disfrute de poseer una gran fortuna. El lujo, según mi concepto no consiste en que un rico posea muchas cosas costosas, sino que posea cosas cuya forma tiene que modificar para obtener un placer inmediato y para procurarse cierta fama entre otros. La auténtica riqueza consistiría en poseer aquellos bienes que se disfrutan durante toda la vida y cuyo disfrute proporciona conocimientos que siempre van en aumento. Así como Homero dijo de cierto cinturón que era tan magnífico que había que alabar de por vida al artista que lo había producido[74], lo mismo habría que decir del dueño del cinturón: que podía disfrutar de éste de por vida.
Igualmente la Villa Borghese[75] es un palacio digno, rico y magnífico. Más que la inmensa morada de un rey en la que no se encuentra nada que no haya sido producido por el artesanado o los fabricantes.
El príncipe Borghese[76] posee lo que nadie de sus allegados tiene, aquello que nadie puede procurarse a ningún precio. Él y los suyos, a lo largo de generaciones, cada vez apreciarán más las mismas posesiones y disfrutarán más de éstas cuanto más pura sea su alma, más receptiva su sensibilidad y más correcto su gusto. Además miles de hombres notables, instruidos e ilustrados de todas las naciones admirarán, junto a ellos, estos mismos objetos y disfrutarán de éstos a lo largo de siglos.
Por el contrario lo que hace el artista que emplea métodos mecánicos no tiene tal interés ni para él ni para los otros. Su milésima obra es igual que la primera, de suerte que ésta existe mil veces. Además en los nuevos tiempos las máquinas y la manufactura han sido perfeccionadas hasta su más alto grado y, por medio del comercio, inundan el mundo de objetos decorativos, agradables y efímeros.
De todo esto se deduce que el auténtico remedio contra el lujo, si se puede y se debe compensar los efectos de éste, es el auténtico arte y el sentimiento artístico provocado con autenticidad, y que, por el contrario, la mecanización altamente desarrollada, la artesanía refinada y la fabricación producen el pleno derrumbe del arte.
Se ha detectado de dónde proceden en los últimos veinte años el renovado interés del público por las tertulias, los escritos y las adquisiciones en artes plásticas. Una serie de astutos fabricantes y entrepreneurs[77] han contratado a artistas y, por medio de reproducciones artísticas hechas con destreza, han dado lugar a un público más complaciente que instruido. Por medio de una satisfacción aparente, han desviado y arruinado el incipiente interés del público.
Así los ingleses ganan enormes sumas de dinero por todos los países con sus vasijas de loza pseudoantiguas[78] y con su arte negro, rojo y multicolor[79]. Y si uno se fija bien éstas no producen más placer que cualquier vasija de porcelana, un agradable papel pintado o un par de broches que se salgan de lo normal.
Supongamos que además consiguen poner a punto la gran fábrica de cuadros gracias a la que pueden reproducir, según afirman, cualquier cuadro hasta el punto de que se pudiera confundir con el original. Dicha fabricación sería rápida, a bajo costo y tan sencilla que se podría utilizar a cualquier niño para llevarla a efecto. En el caso de conseguirlo podrían engañar a los ojos de la masa, pero al mismo tiempo privarle al artista de algún apoyo y de alguna posibilidad de prosperar.
Doy fin a estas consideraciones con la esperanza de que puedan ser útiles a cualquier individuo aislado, pues la totalidad[80] sigue su camino con una fuerza irresistible.