CapItulo 50

Martes por la noche. Palisades Parkway

 

 

S

am se apoyó en la verja que había en el exterior de las puertas de cristal de la estación de servicio. Los faros se acercaban y pasaban deprisa en ambos lados de la autovía. Carecía de sentido arriesgarse a que un conductor de taxi desconocido les llevase hasta Cliffs Landing. Había llamado a Felix para que les fuese a buscar. Como era de suponer, Felix parecía bastante enfadado por teléfono.

Él vio un coche que entraba desde el carril del sentido norte y se paraba bajo las luces amarillas. Era el Range Rover. El coche vino y estacionó enfrente de Sam. Felix salió, dio un portazo y se acercó con rapidez.

—¡No puedo creer que hayas montado un número así! —gritó Felix—. Os hemos buscado por todo Central Park. ¿Dónde está Maggie?

Sam señaló hacia ella, que estaba de pie, tras las puertas de cristal, y bebía de un envase de cartón un poco de chocolate con leche.

—Está bien. Necesitaba un recreo.

Felix lo miró con intensidad.

—Es el momento de considerar si es preciso que sigas involucrado, Sam —Era evidente que se había preparado el discurso.

Sam se cruzó de brazos.

—Supongo que no has oído la noticia.

—¿Qué noticia?

—Saben que el ADN es del sudario.

A pesar de la escasa iluminación, Sam vio cómo la cara de Felix perdía color.

—¿Quién? ¿Cómo?

—De nuevo fuentes anónimas. Puede que sea Newton. De hecho, espero que sea Newton.

—¿Por qué?

—Tienes otro problema. Ya es hora de que lo sepas.

Felix parecía más enfadado que antes.

—¿Qué problema?

—Hay alguien que podría ponerse serio para impedir el nacimiento. Por eso estoy aquí.

—¿Quién? ¿Te refieres a alguien que haría daño a Maggie?

—Tal vez, no estoy seguro. Se trata del señor Brown, el del edificio. Puede que tenga gente en mi búsqueda. Tendré que dejar mi coche escondido en tu casa y no utilizarlo. Necesitamos un plan alternativo y lo necesitamos ya.

Felix se agarró a la barandilla.

—¿Brown?

—Me llevaría demasiado tiempo explicártelo, pero creo que es peligroso.

—De acuerdo, Sam. ¿Qué hacemos?

Sam lo miró.

—¿Cuánto les llevará a los del sudario averiguar que eres tú?

—Bueno, no soy el único científico norteamericano, desde luego, que ha tenido acceso al sudario.

—¿Hay algo en especial que les haga fijarse en ti?

Felix asintió.

—Soy microbiólogo.

—Vale, pero...

—En todo laboratorio de microbiología hay el equipo para clonar, pero entre nosotros, sólo unos pocos tenemos acceso al sudario. Cuando la iglesia se dé cuenta de que no solo abandoné Turín después del primer día de trabajo, sino que además estoy titulado también en obstetricia, sabrán que soy yo, aunque no puedan probarlo. Tendrán que decir algo, hacer algo.

—¿Por qué?

—La iglesia es la propietaria del sudario, por una parte. Por otra, les importan las creencias de mil millones de católicos.

Sam se frotó el cuello. No le gustaba lo que Rossi le contaba. De todos modos, podría llevarle algún tiempo a Brown sacarle a la iglesia los nombres de los científicos.

—¿Qué ganaría la iglesia con nombrarte en público? —preguntó Sam.

—No lo sé. Puede que no me nombren. Deberíamos preguntárselo a Bartolo.

Felix le dio unas palmadas en la espalda a Sam.

—No debí de perder los estribos. Es a ti a quien tengo que dar las gracias por impedir que Bartolo nos denunciase —se sentó en los peldaños de cemento y observó el tráfico que circulaba.

—En menudo lío nos hemos metido.

Entonces Felix volvió a mirar hacia las puertas de cristal de la tienda de comida rápida. Maggie mordisqueaba una manzana.

—Tenía mucha hambre —dijo Sam.

—Tenía la esperanza de que la hubieses llevado a cenar.

—No exactamente. ¿Y qué pasa con los demás científicos? Si la iglesia puede averiguarlo, ¿también ellos, no?

—Sí, varios podrían averiguarlo.

Sam dio una palmada.

—Ya lo tengo. Tenemos que espabilar. Aquí está el plan. Mañana compraré cuatro nuevas identidades para nosotros, con pasaportes incluidos. Entonces tú comprarás otra casa que ya tenga una consulta médica instalada. Que no sea una casa de cristal esta vez. Por último, conseguimos una furgoneta sencilla de alquiler, la cargamos nosotros mismos, cerramos la tienda aquí y nos vamos en ella. Mientras tanto, tienes que descubrir todas las rutas que van de Lawford Lane a Palisades Parkway, y de allí a cada tren de metro, North, Amtrak, la estación de Long Island o el New Jersey Transit en 160 kilómetros a la redonda, a cada aeropuerto de esa zona: Teterboro, JFK, La Guardia, Newmark, Westchester, Stewart al norte, en New Windsor. Necesitamos el número de teléfono de todas las compañías de taxis y limusinas de la zona, y el de las agencias de viajes que hagan reservas de trenes y vuelos, tanto comerciales como chárter. Demonios, hasta el horario del Tappan ZEExpress que sale de Palisades Center Park and Ride.

—Bueno, en ese caso yo podría contratar un vuelo en Teterboro que nos llevase dondequiera que deseemos.

—Sólo necesitaríamos un piloto que no se dejase comprar.

Felix suspiró.

—Hablas de un dineral para la casa, sabes.

—¿Cuánto puedes conseguir? —preguntó Sam.

—Suficiente. Haré que nuestro abogado...

—Haz que traiga el dinero para la casa, los nuevos documentos de identidad. Todo. Cuando soltemos amarras, nadie debe saber dónde estamos.

—Hablas de un millón o dos para la casa y para emergencias —dijo Felix—. ¿Cuánto para los documentos de identidad?

—Veinte de los grandes.

—¿Para qué? —Sam oyó preguntar a Maggie.

Se volvió y vio cómo ella le observaba desde las escaleras, sin expresión alguna en la cara. Llevaba así desde que habían salido del Molly Malone.