CapItulo 49
Martes por la noche. Pub irlandés Molly Malone
-¡H
ola Sam, cuánto tiempo sin saber de ti! —dijo Coral, y entró en el bar. El sonido que bacía con los tacones al caminar pareció elevarse cuando se terminó el reel irlandés.
Ni en un billón de años esperaba Sam que Coral se presentase allí. Había visto a Maggie y trabajaba para el señor Brown. Sam le pidió al cielo que Maggie y Coral no se hubiesen visto nunca antes en sus idas y venidas al edificio donde trabajaban.
Coral se detuvo y miró a Maggie de arriba abajo.
—Preséntame a tu amiguita, Sam.
Durante unos instantes nadie se movió. Entonces Charlie se adelantó y tomó a Maggie de la mano, mirándola con intensidad, ante Sam, que no podía creer lo que veía. Como Maggie no se soltaba de Sam, Charlie tomó el shahtoosh de la barandilla y dijo:
—Te invito a esa Guinness Stout ahora, Maggie.
Sam contuvo la respiración, esperanzado y ansioso por que ella se fuese tranquila con Charlie, que por primera vez en su estrepitosa vida le hacía un auténtico favor. Charlie no sabía que también salvaba a Maggie.
—Bueno, tomaré un sorbito o dos, Charlie —dijo Maggie.
Charlie y ella pasaron delante de Coral y entraron en el salón del pub.
Los demás los siguieron, los amigotes de Sam se comían a Coral con los ojos a medida que salían.
Cuando se quedaron solos, Coral comenzó a desabrocharse el cinturón.
—No, nena —dijo él, irritado consigo mismo por recordar la última vez que ella había hecho eso. Maggie estaba justo en la habitación contigua. El padre Bartolo le había absuelto de sus pecados, y Sam intentaba no acumular más.
—No seas tonto, Sam, voy vestida —Coral dejó que el impermeable cayese al suelo. Iba vestida, era cierto, hasta cierto punto, con uno de esos vestidos de harapos, con jirones situados en sitios estratégicos y hebras colgando de modo provocativo donde suele haber más tela. Además, era rojo. Estaba sensacional.
Mientras, Sam la miraba, con dos pensamientos: la decisión de cómo actuar y la preocupación por lo que pudiese pensar Maggie. Coral se fue a la diana entre contoneos, desclavó un dardo y rodó el astil por el labio inferior.
—¡Oh! ¡Qué afilado! —susurró ella.
—Maldita sea, Coral, para ya, ¿no? Has venido a buscarme, ¿verdad? ¿Por qué?
—Sí —dijo ella, y volvió a clavar el dardo en el centro de la diana—, ¿me vas a decir quién es ella?
—¿Ella? ¿Quién?
Coral se cruzó de brazos y le hizo ojitos.
—¿La chica con la que bailaba? Es amiga de Charlie, ¿recuerdas a Charlie?
—Cuéntame otra historia, Sam —se rió Coral.
Pat apareció en el umbral.
—¿Cómo andamos de bebidas aquí adentro? ¿Escocés para ti, Coral?
—Sí, pero no aquí, Pat —dijo ella—. Vamos con los otros. ¿Recoges el impermeable, Sam?
Ella le guiñó un ojo y salió de la habitación de los dardos.
Pat le susurró a Sam:
—Perdona, fue ella quien dejó el recado.
Sam recogió la prenda, sin mirar el delicioso trasero de ella a medida que entraban en el salón principal. En la otra vida, pensó Sam, si es que había otra vida, iba a pedir ser árbol, piedra, cualquier cosa menos hombre. Observó cómo Coral se sentaba en una mesa tan próxima a la de Charlie y Maggie, que esta última podía verlos con claridad.
Sam se sentó y dijo:
—Coral, dime a qué has venido.
Ella hizo un gesto.
—Sam, dime quién es tu amiga embarazada.
Si él fuese la clase de hombre que maltrata a las mujeres, pensó Sam, era probable que la maltratase en aquel momento, sacaría a Coral a la fuerza del Molly Malone para que todo aquello no sucediese. La cara de Maggie estaba inmóvil como una roca, pero tenía los ojos vulnerables y doloridos, como los de Felix en el parque. Seguro que ella había adivinado quién era Coral, la mujer que había intentado hacerle cambiar de opinión en cuanto a trabajar para el señor Brown. El sentido común y, tal vez, el instinto de madre embarazada, avisaban a Maggie de que Coral significaba problemas.
—No —dijo él, y miró a Coral sin sonreír—; la pelota está en tu campo.
—Suena bien.
Él sintió algo bajo la mesa y se dio cuenta de que era el pie de Coral. Le estaba acariciando el muslo. Debería producirle sensaciones maravillosas, pero no era así. Sabía que Maggie los miraba, sabía lo que eso le hacía sentir. Ya estaba harto.
Sam se puso de pie y le pasó a Coral el impermeable por los hombros.
—Te vas —dijo él, y tiró del brazo de ella para levantarla.
Ella lo miró con intensidad y susurró:
—Quítame las manos de encima, Sam, ¿quieres que te maten?
—¿Qué diablos quieres? —susurró él.
Coral se soltó el brazo de un tirón.
—He venido a buscarte para decirte que tienes problemas, tonto. He estado aquí dos veces, en tu busca. Pregúntaselo a Pat.
Sam volvió a tomarla del brazo y caminó con ella hasta la puerta, fuera del alcance de los oídos del resto.
—Antes de irte, dime por qué crees que tengo problemas.
—Brown cree que te traes algo entre manos. Se puso hecho una fiera cuando le informé de los detalles de nuestra... —se aclaró la garganta—, nuestra cita.
—¿Pero qué fue, exactamente, lo que le enfadó?
—¡Y yo qué sé! A lo mejor, cuando dijiste que yo no podía hacerte cambiar de opinión. Lo único que sé es que, hace dos días, me pidió que le contase, palabra por palabra, lo que tú habías dicho mientras estaba contigo. Al parecer, él te esperaba de vuelta, a esas alturas. Cuando se lo conté, sacó una carpeta de cuero y examinó con minuciosidad su contenido. Luego me preguntó si yo creía en la astrología y si pensaba que tú eras capaz de matar.
—¿Yo?
—Tú.
—¿Qué dijiste?
—Que no y que no. ¿Tenía razón?
Sam no respondió. Para que Brown sospechase de él era preciso algo concreto, y no había pasado nada durante los diez días posteriores a su renuncia. Sólo la aparición de OLIVA. Brown sabría que Sam no tenía nada que ver con eso. ¿Y el asesinato? ¿Le había predicho algún astrólogo a Brown que iba a ser asesinado?
—¿Cuándo ocurrió esa conversación? —preguntó él.
—En un momento tierno. Cuando yo no estoy ocupada y él tampoco, nos follamos, Sam. A veces le deja mirar al mayordomo.
Así que eso era lo que Brown denominaba administración. A Sam nunca le había importado con quién se acostase Coral, pero ahora se sentía celoso. Quizás a Brown le había pasado lo mismo. Sin embargo, Sam no conseguía verlo claro.
—Entonces, ¿qué haces aquí? ¿Prevenirme? —preguntó.
—Él sólo es un talonario y un amigo —ella le pasó una uña por debajo de la barbilla—. ¿Tú? Tú me gustas de verdad.
Sam vio a Maggie apartar la mirada con rapidez. Él tenía que acabar la charla.
—Gracias, Coral. Es hora de que te vayas.
—¿Le matarías? —preguntó ella.
Sam no respondió, aunque conocía la respuesta.
Coral introdujo los brazos por las mangas del impermeable rojo mientras todos los hombres la miraban. No intentó ayudarla. Tocarla era demasiado peligroso.
Ella miró hacia Maggie una vez más.
—¿Es por ella, Sam?
—Si nos hubiésemos conocido hace un año, nena... —comenzó Sam, luego calló y alcanzó el tirador de la puerta—. Ahora es demasiado tarde.
Ella estiró el brazo para tocarle la mejilla, pero él le sujetó la mano y le dio unas palmaditas mientras susurraba:
—Fue fantástico, Coral, pero se acabó.
La chica suspiró.
—Esperaba oír eso tarde o temprano, pero nunca oírtelo a ti.
Se miraron fugazmente a los ojos.
—Adiós, Pat —dijo ella en voz alta, y deslizó los dedos con uñas pintadas de rojo por el borde de la puerta cuando se marchaba.
Sam creía que Pat no había oído cómo se despedía de él, porque estaba atento a algo que ponían por la televisión.
Después de cerrarse la puerta, Maggie se puso de pie y dijo:
—Sam, llévame a casa.
Él se acercó a ella.
—De acuerdo, pero no podemos salir por esa puerta, así como así.
—¿Por qué no?
—Confía en mí.
Sam no sabía qué conclusión sacar de la advertencia de Coral, pero si ella estaba en lo cierto y Brown ya le temía, existía la posibilidad de que la hubiesen seguido. Cualquiera que la hubiese seguido no intentaría entrar, porque éste era un pub de barrio. Allí se vería a cualquier extraño enseguida. Si alguien acechaba, esperaría fuera.
—¡Maldito infierno! —gritó Pat.
—¿Han perdido los Yankees otra vez? —gritó Charlie.
—¡Dios mío! ¡No, hombre, no! —Pat subió el volumen del televisor—. ¡Eh, vosotros! Escuchad lo que dicen. ¿Os acordáis de todas esas tonterías sobre la clonación? ¿Lo que decían sobre alguien que estaba trayendo de nuevo al mismísimo Jesucristo? Dicen aquí en las noticias que el clon procede de ADN del Sudario de Turín, colegas. Empiezo a pensar que ese maldito asunto de la clonación podría ser verdad.
Sam tenía la mirada fija, impresionado. ¿Cómo podía alguien haber descubierto que el sudario era el origen, a no ser que Jerome les hubiese traicionado de nuevo? Brown tenía contactos en el vaticano. ¿Cuánto tardaría ahora en identificar a Rossi, darse cuenta de que su corazonada era cierta y de que Sam estaba involucrado? ¿O se había dado cuenta ya?
Primero tenía que llevar a Maggie a casa. Se dirigió a Pat y le susurró algo al oído, se fue a Charlie e hizo lo mismo. Luego llamó por teléfono, mientras Pat y Charlie se desplazaban por el salón.
Unos minutos más tarde, Sam se acercó a la ventana y se asomó a mirar. Le hizo una seña con la cabeza a Charlie, que al verla se dirigió hacia un amigo de ellos.
—Ya tenía ganas de decirte un par de cosas —dijo Charlie, tan alto que lo oyeron todos en el salón.
—¿Ah, sí? —respondió el otro hombre.
—Pues, sí —Charlie se puso las manos en las caderas, con fanfarronería, y miró en derredor por el salón—. Creo que un poco de lo mío es mejor que nada de nada.
Todos se reían mientras Charlie y el otro hombre se remangaban. Algunos clientes se subían a las sillas para ver mejor. Otros se acercaron y rodearon a ambos.
—Charlie, una lengua afilada y una mente aguda nunca han estado en la misma cabeza. ¿No te lo explicó tu madre, chaval?
La gente silbaba y aplaudía.
—¿Madres? —Charlie puso cara de desconcierto—. ¿Acaso no hay que ser una forma de vida para saber de madres?
Más risotadas.
Sam tomó a Maggie de la mano.
—Ven conmigo.
Se deslizaron por detrás de los que rodeaban a Charlie.
—Vaya boca que tienes, Charlie. Tu madre debía tener un ladrido muy sonoro.
Los clientes daban gritos.
Cuando el hombre levantaba los brazos en señal de victoria, el puño de Charlie retrocedió para luego salir disparado hacia delante. Pat le dio al interruptor y Sleepy Maggie, el alegre reel, se puso a sonar de nuevo.
Cuando Maggie y Sam llegaron a la puerta de la habitación de los dardos, el Molly Malone se había convertido en una refriega de puñetazos. Pat abrió la puerta principal y, como si hubiese hecho una señal, la pelea se extendió hasta la calle.
Sam salió con Maggie rápido, por la puerta de atrás, a un callejón, y se metieron en un taxi que les aguardaba.