APÉNDICES

NOTA DEL AUTOR

 

 

 

Como ya señalé al final de Salamina, al tratar de las Guerras Médicas lo que ignoramos supera con creces a lo que conocemos con certeza. La fuente principal es Heródoto, cuyas Historias resultan una lectura deliciosa por su estilo vivo y pintoresco y su enorme riqueza en detalles de todo tipo. Por desgracia, a la hora de explicar las batallas resulta muy confuso, bien sea porque sus fuentes lo eran también o porque él mismo carecía de la experiencia militar que atesoraban autores posteriores como Tucídides o Jenofonte.

Debido a ello, los historiadores modernos y contemporáneos se han esforzado por interpretar, cada uno a su manera, las batallas principales de estas guerras: Maratón, Salamina y Platea. Esta última, en concreto, es la más complicada de todas, por el gran número de tropas que implicó —puede que hasta doscientos cincuenta mil combatientes en total entre infantería pesada, ligera y caballería—, por la extensión y la orografía del campo de batalla y por la duración de la campaña, que conoció varias fases y escaramuzas hasta el gran enfrentamiento final.

Siguiendo en lo sustancial el relato de Heródoto, tal como se encuentra en el libro noveno de sus Historias, me he permitido algunas libertades en mi narración de la batalla de Platea. La principal licencia es la carga de la caballería tesalia. Sin embargo, el hecho en sí no resulta inverosímil, pues en muchas batallas de la Antigüedad contingentes enteros desertaban o se pasaban al otro bando; algo que los mismos griegos habían sufrido años antes contra los persas en la batalla de Lade.

Entre los personajes que aparecen en El espartano hay algunos que son históricos y se mencionan con sus nombres reales; otros a los que he tenido que buscar nombre porque Heródoto sólo los menciona como, por ejemplo, «la madre de Damarato» —es el caso de esta, a la que llamo Ferenice, y también de las dos esposas de Cleómenes—; y muchos otros que son directamente creación mía, como Bagabigna o los diversos miembros del pelotón Gea, con la excepción de Espertias/Escaleno.

Entre los personajes ficticios destacan los dos hijos de Damarato, Perseo y Nabis. En realidad, lo único que sabemos es que en algún momento Damarato debió de tener hijos o hijas: así se deduce, por ejemplo, de un pasaje de Jenofonte —Helénicas, 3.1.6— cuando habla de varias ciudades asiáticas que estaban gobernadas por Eurístenes y Procles, descendientes de Damarato.

En cuanto al nombre de este rey y de su sucesor, en la novela he utilizado las versiones propiamente espartanas de sus nombres, tal como hiciera ya en Salamina. En Heródoto y otros autores que no escriben en dialecto dorio, sino en jonio o jónico ático, aparecen como Demarato y como Leotíquidas. Esta última versión del nombre, en concreto, la rechacé ya desde Salamina por evitar confusiones con Leónidas.

En cualquier caso, incluso cuando se trata de personajes históricos, a veces la información que brinda Heródoto es tan escueta que he tenido que inventar biografías enteras. Es el caso, por ejemplo, de Espertias, mi Escaleno, del que únicamente sabemos que viajó como voluntario a la corte de Jerjes para ofrecerse como chivo expiatorio por la muerte de los embajadores. Por motivos de economía narrativa, le atribuyo a él la pedrada que acabó con la vida de Mardonio; según Heródoto, quien lo abatió fue un tal Arimnesto, y es Plutarco quien añade el detalle de la piedra. Es un recurso que he utilizado en otros casos, como el del enfrentamiento entre los gigantes Masistio y Gerión.

Por otra parte, aun ateniéndome al esquema de los hechos tal como los cuenta Heródoto, el retrato que ofrezco de ciertos personajes, como el del regente Pausanias, no es el habitual en otros relatos históricos, sean novelas o ensayos. Para quienes quieran profundizar más en la apasionante historia de las Guerras Médicas —tal vez el momento más brillante de la Grecia clásica—, mi primera recomendación es que lean a Heródoto y después, si lo desean, consulten en la bibliografía que incluí al final de mi novela Salamina.

 

AGRADECIMIENTOS

 

 

 

La escritura de El espartano ha supuesto un proceso mucho más largo y difícil que el de otras novelas mías; proceso todavía más complicado por diversas circunstancias personales y familiares. No habría podido sacar el libro adelante sin la ayuda y comprensión de varias personas.

La primera a la que quiero mencionar es mi editora Miryam Galaz. Si siempre la he hecho sufrir, con El espartano casi he llegado al extremo de la tortura, tanto por los retrasos como por la forma de componer el texto, que no ha sido precisamente secuencial. Dentro del aparente caos del material que le mandaba, Miryam ha sabido poner orden, me ha aclarado la estructura cuando yo mismo parecía a punto de perderme, me ha hecho fijarme en los elementos esenciales y descartar los accesorios e incluso, con el poderoso instinto narrativo que tiene, me ha sugerido escenas enteras. Evidentemente, sin ella El espartano no habría sido posible.

La otra persona que me ha ayudado enormemente a ordenar, descubrir fallos e incoherencias ha sido Paz López-Felpeto, mi correctora y, más que eso, asesora desde hace tiempo en mis novelas y ensayos históricos.

También quiero darle las gracias a Sara Torrico por su meticulosa corrección de las pruebas, y a Sergio García, Luisa Paunero y David Cebrián por su labor de promoción de El espartano. Por supuesto, a Ana Rosa Semprún, por su confianza en este proyecto y su paciencia.

Fuera del mundo editorial, la primera persona a la que quiero dar las gracias es Marimar Bejarano, mi mujer, por su apoyo material, logístico y anímico, aparte de por su comprensión. Son ya muchos libros sufriendo conmigo el proceso de creación, que se hace más duro conforme se acerca el final de cada obra. Si los escritores tendemos a ausentarnos del mundo real para sumergirnos en nuestros universos de ficción, en un proyecto de la envergadura de El espartano esas ausencias han sido más largas y, diría, más lejanas, y quien más las sufre es la persona que está más cerca. Este libro, al igual que los anteriores, no habría sido posible sin Marimar.

Quiero darle las gracias, asimismo, a mi hija, Lydia, por sus ánimos y también por su comprensión con mis ausencias físicas. Creo que disfrutará de esta novela. También a mis hermanos Jose y Jorge, en estos tiempos difíciles que hemos vivido juntos, y a mi cuñada Yolanda y a mis sobrinas Bárbara y Tania.

Compaginar la escritura con otros trabajos siempre es complicado, no solo por el tiempo medido en horas, sino por los recursos mentales que se emplean. En ese sentido, quiero por una parte dar las gracias por su comprensión y por otra pedir disculpas por mis despistes y errores tanto a mis alumnos como a mis compañeros del IES Gabriel y Galán de Plasencia, donde llevo dando clase tantos años como publicando libros, desde aquella primera La luna quieta. Para mí siempre ha sido un orgullo mencionar que pertenezco a este centro.

En particular, quiero dar las gracias a mis compañeros del equipo directivo del Gabriel y Galán, que me han brindado aliento y ayuda material cuando más falta me ha hecho. A Carlos Pulido y Damián Beneyto. A David Moreno, que me ha ayudado tanto en su labor de director como de amigo y prácticamente de hermano. (Lo de director es nuevo en este libro; no así las otras dos funciones). La ayuda material ha sido más directa en el caso de Inmaculada Blanco, jefa de estudios y vecina puerta con puerta (además de asesora para cuestiones botánicas) y, sobre todo, de Almudena Chaparro, jefa adjunta como yo y compañera de despacho, que ha cubierto mis ausencias mentales y me ha animado en todo momento.

Por supuesto, no podía faltar José Quiñones, el Reverendo, cuya ayuda profesional y personal se ha extendido durante los dos años de creación de El espartano, incluso durante este curso en el que ya no está en nuestro instituto. Por su amistad, su colaboración, su hospitalidad y tantas otras cosas.

Mi agradecimiento, por supuesto, a todos mis lectores, y mis disculpas por esta larga ausencia. Espero que el resultado, El espartano, haya merecido la pena.

 

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