A Pablo Enrique Negrete y Matilde Medina, mis padres, que nos inculcaron a Jorge, a Jose y a mí, ya desde niños, el amor por los libros (entre tantas otras cosas). Les debo todo lo que he escrito, mejor o peor, pero siempre con la pasión que heredé de ellos.
También les debo El espartano y se lo dedico a los dos, allá donde estén, reunidos después de tantos años.