El coño de las viudas
Cuando había vergüenza y decoro, las viudas respetaban a su difunto esposo y le brindaban (en un brindis escéptico, porque las viudas son unas ateas que no creen que su sacrificio tenga destinatario) el luto de su ropa y de su carne, al menos durante un año. ¡Qué laborioso galanteo el del galán de viudas, que tenía que perseguirlas en sus múltiples visitas a la iglesia y rezar con ellas rosarios, jaculatorias, responsos en desagravio del marido muerto! Ahora, con la democracia, las viudas han perdido el encanto de otra época, y su luto se reduce a la fugacidad del velatorio y a las exequias fúnebres. Así que el galán de viudas tiene que leerse diariamente (y no hay lectura más amena) la sección necrológica de ABC y asistir a los entierros, misas de funeral y cabos de año que allí se anuncian, a la caza de una viuda que, siquiera durante la celebración de ese acto, guarde un luto rigurosísimo de mantilla y zapatos de charol negro. A estas viudas nostálgicas es a las que prefiere el cazador de viudas, a estas viudas prestigiadas por la tristeza póstuma es a las que corteja, ya desde el atrio de la iglesia, confortándolas con un repertorio de frases mil veces repetidas y sacadas del almanaque o de la lmitatio Christi. Hay viudas que pican el anzuelo, porque la viuda es inocente y crédula como la mujer menopáusica (la viudez, de hecho, es una menopausia que dura una temporada para después transformarse en furor uterino), y aceptan los requiebros del galán, que las lleva a su pisito de soltero y allí las va desnudando con una sabiduría que aprendió cuando estuvo empleado en la funeraria y se dedicaba a amortajar cadáveres. Las viudas, debajo de la mantilla y el velo y los zapatos de charol y el vestido negro negrísimo llevan una ropa interior obscena de tan blanca, esplendorosa de puntillas y encajes, una lencería perversa con lacitos rosas que nuestro galán va desatando con dedos trémulos antes de afanarse en esos corchetes que sujetan la liga al liguero, la tira del sostén a la otra tira del sostén, y le baja las medias de costura (cualquier viuda que se precie gasta medias de costura) y el elástico de las bragas, y, entonces sí, se encuentra con el luto íntimo de las viudas, con ese coño de pubis inmenso que parece recriminarle su profanación, ese coño, como un estigma de luto en medio de la blancura cegadora de la carne, pero nuestro galán acalla los remordimientos y se acuesta con la viuda y se acopla a ella, inflamado de necrofilia y deseo. Entonces, casi siempre, encuentra el coño de la viuda demasiado húmedo, lubrificado de una sustancia todavía reciente y todavía blanca, y mientras nota cómo su ímpetu decrece, llega a la conclusión de que, al marido, la muerte se la ocasionó el coño indecente de la viuda, inundado de flujos, voraz y tan grato.