Coños Codificados

El coleccionista de coños, el filatélico que ha besado todos los coños para probar el sabor salobre de su sello de lacre (disculpen la aliteración), debe agradecer a las televisiones privadas, y más concretamente al canal de pago, el descubrimiento de un coño nuevo (o al menos ignoto: la tipología de los coños, como la tabla de los elementos químicos, admite incorporaciones). Los viernes por la noche, entre la monotonía de películas subtituladas y series que se reponen por enésima vez, el canal de pago ofrece al coleccionista de coños un motivo de regocijo: el coño codificado. Durante tres o cuatro horas seguidas (esas horas fervorosas de proyectos, populosas de fantasmas, agitadas de pesadillas, que preceden al amanecer), desfilan por la pantalla unos coños codificados, surcados de líneas transversales, como coños de rayadillo o coños que llevasen puestas unas bragas de piel de cebra. Los coños codificados del canal de pago (que aconsejamos ver, para mayor desciframiento, con los ojos achinados), aparte la novedad que suponen para el coleccionista, no discriminan a miopes ni daltónicos, puesto que son coños más bien difuminados y como desposeídos de su color, coños que ya incorporan veinte o treinta dioptrías, para que no se beneficie de su contemplación el espectador de vista sana. Los coños codificados del canal de pago congregan cada viernes a una multitud solitaria de hombres pacientes y trasnochados, hombres que prefieren la sugerencia a la crudeza genital, el jeroglífico a la anatomía, el barullo de líneas transversales a la claridad engañosa del primer plano.

Hombres, en definitiva, que jamás se abonarán al canal de pago, porque prefieren quemarse las pestañas en el escrutinio nocturno de un coño. Ya son más de un millón, según mis informaciones